miércoles, 29 de abril de 2009

La crisis y el encinar

A estas alturas serán pocos los que desconozcan que estamos viviendo la “madre de todas las crisis” o, según se mire, “la crisis de padre incierto”. Tiempos históricos. Debemos congratularnos por vivir acontecimientos de tal magnitud. Qué privilegio...

Te acordás, hermano
Qué tiempos aquellos…

Al parecer, España está experimentando el peor período de los últimos cincuenta años.
Mmmmm… no hago más que ver terrazas llenas y los días de puente, la ciudad se queda semivacía. Los coches se siguen utilizando para hacer distancias de 500 metros y aquí paz y después, gloria. Puede que estemos en crisis, pero la peña sigue a lo suyo.
Pero ¿qué es lo que está en crisis? Pues hombre-de-Dios: ese maravilloso invento del hombre blanco llamado “capitalismo salvaje”.
El capitalismo salvaje, salvajemente explicado, se basa en que un tipo está bien, tiene varios casoplones, cochazos, viaja por donde le apetece y consume y consume sin pensar en el “qué dirán”. Que se joda la plebe. Mientras naveguen los cruceros y los aviones sigan despegando, a él, plin… Y la otra parte de la ecuación, la más simpática, es la que determina que, al mismo tiempo, novecientos noventa y nueve individuos tienen que estar puteados. Se levantan a las 5:30 y trabajan en un sitio infecto dirigidos por una bestia del averno engendrada del éter, es decir, sin intervención de madre humana, o simplemente no tienen trabajo y se mueren de asco.
Porque estos últimos son lo peor de lo peor en nuestro mundo: no pueden consumir, así que son basura prescindible, desechos de hospital. La miel de los outlets no se ha hecho para sus desdentados paladares.
“Consumo, luego soy”, que diría Descartes si no se hubiera muerto de frío en Suecia, tratando de enseñarle su sistema de pensamiento a una reina desalmada.
Pertenecer al uno por mil de gente happy es muy duro, qué duda cabe. Hay que movilizar cuadrillas enteras de vagos y maleantes, romper cráneos, emplear el látigo y gritar mucho. ¡Inútiles, que sóis unos inútiles…! ¡Bogad…! ¡¡¡Bogad!!! Tener estrés; dormir mal; gritar; aullar; ver mucha, mucha televisión; incluir a tus hijos en la empresa familiar y bestializarlos hasta que se comporten como despiadados caseros que actúen como la Sgae en los festivales benéficos; evitar el contacto con cualquier fuente de cultura (libros, música, etc.), ya que se trata de material muy contaminante: se puede generar una idea por contagio y apaga y vámonos; montarle numeritos a todo Cristo... Es duro, muy duro.
Porque vamos a ver, dice Pepe el Constructor, esos eslavos y sudacas ¿a qué coño vienen a España? Pa’ currar… ¿no es así? Pues que curren hasta reventar. A levantar paredes, a poner tejados, a descargar camiones, a currar, coño, a currar. Que me cuestan 200 euros cada uno de Seguridad Social, joder. Que una casa me cuesta 81.000 y la vendo en 528.000. Joder. Coño, que hemos venido a este mundo a ganar pasta. Y un lunes cualquiera, uno de estos mantas, que ni es obrero ni nada, se escurre de un tejado, se parte el espinazo y Pepe el Constructor, ese premio Adonais en ciernes, entra en barrena, tiene un ataque de ansiedad que le dura diecisiete minutos y se va al Carrefour y se compra una tele de 178 pulgadas para relajar tensiones.

Sus ojos se cerraron
Y el mundo sigue andando

A nadie parece importarle lo más mínimo analizar el sistema en el que vivimos, basado en lo peor del ser humano, a saber: la cobardía, la avaricia, la insolidaridad, el egoísmo y otras tantas lindezas por el estilo. El neodarwinismo social ha triunfado en toda regla. La gente ¡que espabile! El pobre ¡que se joda! Chusma, que esto está lleno de chusma.

-¿En qué trabaja ESE que dices que es tu novio?- le pregunta la madre a la hija en El Encinar de las Minorías, urbanización privada y arbolada de las afueras, con su propio himno y todo.
-Trabaja en una ONG para equilibrar el reparto de la riq…-
-¡QUUUÉEEEE…! ¿Eso es un trabajo? Valiente montón de mierda. Mientras yo viva, ese insecto no entrará en esta casa- y se vuelve a ver Antena 3 con un sarpullido facial.

A comienzos del siglo veinte se hablaba del “hombre nuevo”, de cambiar el supuesto “orden natural de las cosas” consagrado por el poder y la Iglesia desde los Neanderthales, nuestros primos. Hoy, cien años después, lloramos porque peligra nuestro nivel de consumo, la posibilidad de ir a Cancún, la opción de cambiar de coche cada 3 años. Sí que hemos avanzado.
Bastaría un paseíllo por el mundo para darse cuenta de que el esquema de vida de Occidente es insostenible. No es posible que 6.500 millones de almas vivan en una casa de 2.300 metros cuadrados –eso sí, de capricho- en El Encinar de las Minorías. Lo más probable es que unos 2.500 millones vivan en Villabasura, con vistas al arroyo Caño Roto.
Lo que está en cuestión es nuestro modelo de relacionarnos con el mundo.

-Pero si no los pueden mantener ¿para qué traen hijos al mundo? ¿por qué no usan un condón?- pregunta la dueña de casa mientras la tele de 656 pulgadas vocifera un anuncio de Loewe. Lujo para los nuestros.
-Porque la Iglesia prohíbe el uso del condón.
-Ahhhh… entonces vale, monseñor, no he dicho nada.

Como este sistema –desde el colapso del socialismo nos han vendido que es el único posible- es una putísima mierda, donde los verdaderos criminales mueven los hilos de la economía, hacen y deshacen, tienen 14 MBAs en universidades privadas y no saben un pimiento de nada, ni siquiera de lo que se supone que son especialistas y lo que es más importante: es completamente indiferente ante el dolor y el sufrimiento humano, hay que darle la vuelta como a un calcetín sucio. No es posible que cuatro gatos vivan en sus fortines de lujo y el resto a comer alpiste.
Nadie que tenga entrañas puede ser feliz si la gran mayoría de los habitantes de este planeta lo pasan mal. Hoy, más que nunca, el pensamiento, la ciencia, el arte, tienen que dejar de mirarse el ombligo. El mundo ya fue pensado hasta la saciedad. Habrá que cambiarlo de una vez por todas.

Tiene que llover… pero ¡¡¡a cántaros!!!

martes, 28 de abril de 2009

Un soplo la vida

Corro por las calles de Buenos Aires. Voy a mi casa, en busca de no sé qué. El barrio está igual. Han reformado la fachada. Aún sobrevive el árbol que se colaba por la habitación de mis viejos. ¡Grande!

Si me sitúo en el Pasaje Los Andes mirando hacia Helguera tengo una visión de lo último que contemplé al irme. Hace treinta años.

Una tarde de verano subimos al coche del tío Santiago. Los abuelos se quedaron dentro, no quisieron, no pudieron salir a despedirnos. Su vida estaba hecha de adioses. De manos de niños que se sueltan en el bosque para no regresar jamás. De hundimientos. El arte de seguir viviendo.

Plomo ladraba y movía la cola. En su fuero interno pensó seguramente que nos íbamos al Planetario, que volveríamos esa misma noche. Que la abuela me colaría otra vez una porción de Mendicrim anunciándome que eran ¡duraznos con crema...! ¡duraznos con creeemaaa!. Una pionera del control mental. Qué se yo. Ese perro tenía un cráneo privilegiado.

Alguien me ve merodeando la casa. Sale una señora de generosas carnes.

-¿Qué se le ofrece?

-Disculpe. Yo vivía acá hace mucho tiempo.

Duda un instante.

-¿…vos sos el pintor?

-No- respondo -...soy el hijo del pintor. Caigo en la cuenta de que mi viejo tenía más o menos mi edad cuando dejaron definitivamente la casa. Ahora me parezco a él, aunque él tenía más éxito con las minas.

Me invita a entrar. Es como si nunca me hubiera ido. La escalera, el comedor, la habitación donde dormíamos mi hermano Diego y yo. En la casa hay objetos desvencijados que lentamente reconozco. Una estufa, un mueble. Con una pátina de tiempo como si hubieran sido rescatados del Titanic y el restaurador se hubiera ido de joda. Tal cual.

Las voces, las risas. El olor a tostadas recién hechas que subía por la escalera. Cuando Independiente tenía la mejor delantera del Universo, con Bertoni y Bochini. Dejate de joder, ¡eso era un equipo!

Salgo al patio escoltado por la dueña de casa. Ajá. Ahí está. La escalera que sube al tanque de agua y la terraza por donde llegábamos a las casas vecinas. Gloria de las tardes ferruginosas del verano porteño, cuando aún quedaban muchos días de enero por tachar para irnos al mar.

Le advierto a la señora que el tercer escalón contando desde arriba está flojo. Uso el tiempo presente. De 1977.

-Sí- me responde – sigue flojo. Sensación de haber caído en un agujero de gusano. Soy un pibe otra vez. Cierro los ojos y trepo al tanque. El vértigo, la adrenalina, los escalones que ceden... Se está bien en el techo.

Tengo que salir a la calle. El oxígeno escasea en el túnel del tiempo. Mi yo de trece años abre la puerta.

Venga compadre
Tomemos mucho
Porque a mi barrio
Tal vez yo no vuelva nunca.

La dueña de mi casa alcanza a decirme que está pensando en venderla para irse al sur. Y... ¿a usted no le interesaría…?

¿Por qué me habla de “usted” si soy un pibe? Qué rara es la gente.

Sí, claro. Acá tenés, cien pesos. Tomate un taxi. Bajá en la Estigia, hablá con Caronte, saludá de mi parte al espectro de Aquiles pies ligeros, el más valeroso de los Aqueos y decile a mis abuelos, Lázaro y Sofía y a mi perro que ya he vuelto a casa. Que no volveré a irme jamás. Que nunca los olvidé. Que los estoy esperando para la cena. Tenemos que hablar de tantas cosas…

domingo, 26 de abril de 2009

Alfonsín se nos va

La muerte del ex-presidente Raúl Alfonsín, ocurrida el pasado 31 de marzo, cierra un ciclo que marcó profundamente la historia reciente de la República Argentina. En los medios del Cono Sur, así como en diversos blogs de todo el planeta, se ha ensalzado su figura de estadista y quienes antes le hicieron la vida imposible se apresuraron a cantar sus virtudes. Es lo bueno que tiene mudarse al otro barrio: la gente te quiere a morir.
Poco importan los innumerables conflictos sociales o los levantamientos militares que tuvo que sortear el político de Chascomús. Todos somos amigos, que es de lo que se trata.
Tampoco interesa ahora hablar de las pavorosas crisis económicas, institucionales y de confianza por las que tuvo que navegar en la parte final de su gobierno; tanto es así, que no llegó a completar su mandato constitucional.
Temas que aún permanecen en la bruma: el denominado "Pacto militar-sindical", un supuesto acuerdo entre representantes de los sindicatos (léase el centro neurálgico del partido peronista en ese momento) y los militares en vías de abandonar la casa de gobierno. Las asonadas militares; la imposibilidad de contener al ejército; el papel del gobierno posterior en la cuestión; quién estaba detrás de las 14 huelgas generales que paralizaron el país durante su mandato o de las casi 4.000 huelgas sectoriales y de empresa, etc.
Con el temple que tenía Adolfo Suárez en los años de la transición española, Raúl Alfonsín trabajó duro en la regeneración ética y moral de la sociedad, en un contexto internacional muy desfavorable (la famosa “década perdida” de Iberoamérica) y logró el objetivo más importante: la continuidad de la democracia. Así, es el primer presidente electo que, en mucho tiempo, logra entregar el cetro del poder a otro presidente refrendado por las urnas. Esto no tendría nada de destacable si no fuera por el hecho de que la última vez que sucedió tal cosa fue en... ¡1916!

Silencio en la noche,
ya todo está en calma,
el músculo duerme,
la ambición descansa…

Está bien. 1916-1989. Sólo 73 años. Desde la Primera Guerra Mundial a Internet. Espléndido. The pampas are different…
Después… qué decir de después. Méndez. No hace falta agregar nada más. De la Rúa, hombre de gran arrojo: un Espartaco del siglo XXI. El club de los cinco. La dinastía patagónica, dos pingüinos y un destino…

Me gustaba el estilo de Alfonsín. El viejo estilo. De hombre de la provincia en quien se puede confiar. Sin alardes de caudillo. Eso ya es mucho en un país como la Argentina.
Un personaje preocupado por instalar la normalidad antes que por utilizar el tráfico de influencias para sus negocios privados. Un hombre digno. En una nación enferma, que tradicionalmente desconfiaba de las instituciones, se cegaba ante el oro falso y buscaba desesperadamente un padre autoritario que pusiera orden en el gallinero.
Hoy el país es otro. Los veintiséis años de democracia argentina deben mucho a Don Raúl. Otros, con mucho menos, habrían tirado la toalla.
Seguro que ya está haciendo planes con el bueno de Sarmiento, quien no tendrá inconveniente en cederle la casita en el Tigre, esa que el ínclito prócer utilizaba para evitar que el deseo se hiciera definitivamente mayor, para un encuentro memorable –empanadas y vino en jarra para empezar. Único requisito para franquear la puerta: ser de ley.
¡Gloria y loor -nunca supe qué es loor...- mi viejo!