viernes, 31 de diciembre de 2010

Los "fans" de Cristina

Me escribe una ciudadana argentina a propósito de Cristina y su gestión. Como se trata de un tema que ha aparecido con frecuencia en este blog, publicaré su comentario, muy bien escrito por cierto, como contrapunto al "balance" que hacía Mempo Giardinelli sobre la gestión de los K.

Como siempre, y como bien señalaba mi querido amigo Raúl Minsburg, se trata de posiciones absolutamente polarizadas. Si lees Página 12, Argentina es el paraíso en la tierra, si lees Clarín, es el apocalipsis.

He aquí el comentario de nuestra anónima colaboradora:

"Cristina ha hecho mucho por el bienestar y la elevación espiritual del pueblo. Nos mantenemos ascetas, casi sin comer, valoramos la vida muchísimo, ya que cada vez que salimos de casa no sabemos si volveremos o nos rematarán para quitarnos las zapatillas; valoramos cada beso de los familiares ante el temor de un secuestro; no somos materialistas porque no podemos comprar nada; somos cada día más deportistas porque no hay nafta en las gasolineras; los parques están llenos de gente acampando porque no tiene vivienda y no hay ley alguna; somos flexibles porque no podemos llegar jamás a tiempo al trabajo por los piquetes que cortan las rutas... Nadie hizo tanto por nosotros!"

Ahí queda eso.

Carlos Boyero la clava

El crítico de cine Carlos Boyero acaba de esbozar una brillante semblanza de nuestra no menos brillante Ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, gloria y ornato del PSOE.

Pregunta: ¿En qué le parece que Sinde destaca más, como guionista o como ministra? Yo me he hecho la picha un lío (perdón por la expresión).

Meditada respuesta: Elemental querido Watson. Es lamentable en todas sus facetas.

¡Qué poder de síntesis! Ni Azorín lo habría dicho mejor con menos palabras.

He aquí el link para leer toda la entrevista:

Entrevista a Carlos Boyero.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Se viene 2011

Una frase que suele utilizar mi primo, el montañero salteño Christian Vitry, que ha encontrado a Dios en las cumbres, y que me gusta para acabar el año y empezar la nueva década. Ahí va,

Nada ha cambiado, excepto mi actitud,
por eso todo ha cambiado.


Así sea.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

El gobierno y la realidad

En 2007, el presidente Zapatero afirmó que un café costaba 80 céntimos. Hoy, 29 de diciembre de 2010, Miguel Sebastián, titular de la cartera de Industria, ha dicho que la subida de la luz representa 1,7 euros por persona al mes, lo cual supone "poco más que un café". Una de dos, o el café ha experimentado en tres años un incremento descomunal o los miembros (y miembras) del Ejecutivo pagan muy pocos cafés de su bolsillo.

martes, 28 de diciembre de 2010

Hay que parar a los bancos

"Creo que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos permanentes. Si el pueblo estadounidense permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a los bancos privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, seguida por la recesión, hasta el día en que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron".

Estas palabras, que suenan pasmosamente actuales, fueron pronunciadas por Thomas Jefferson, uno de los padres de los Estados Unidos, en las postrimerías del siglo XVIII. Desde entonces, la libertad y el bienestar de las personas han dependido de los movimientos de la banca. Esa misma banca que paga sueldos millonarios a sus ejecutivos y mendiga ayuda pública cuando no le cuadran las cuentas.

Si después de lo que ha pasado en los últimos años y superada esta crisis volvemos al mismo statu quo de los años previos es que realmente no tenemos remedio y nos merecemos cualquier cosa. La misma regla de tres por la que la guionista de cosas como "Mentiras y gordas" puede alcanzar la jefatura del Ministerio de Cultura de España. El espíritu de los tiempos. Patético.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Postal navideña

Abrumado por la soledad, decidió sorprender a la familia volviendo antes de Navidad. Su esposa lo recibió en el aeropuerto con la noticia de que se había enamorado de otro y vivía con él desde hacía tres meses. Habló sin parar hasta que él le dijo que estaba bien, que lo comprendía, y sólo le pedía que lo llevara al hotel. Entonces ella dice: "¿Cómo puedes ser tan desconsiderado? Las luces del árbol están encendidas y hemos comprado regalos para ti; además, mamá, papá y los chicos te esperan". Y él dice: "Acabas de decirme que mi vida contigo y los niños se ha terminado. Acabas de decirme que ya no puedo vivir contigo. Ahora quieres que vuelva disfrazado de Papá Noel. Y además, nunca me han gustado tus padres". Entonces ella responde: "No sabía que fueras tan cruel. No ha sido culpa mía que me haya enamorado de Enrique. Fue más fuerte que yo. Actúas como si lo hubiera hecho a propósito. ¿Qué quieres que les diga a papá y mamá? No saben nada. Nos hemos pasado toda la tarde decorando el árbol sólo para ti. Te esperan, se han puesto sus mejores ropas".

Y él, que desea ver a sus hijos y las cuatro paredes de su hogar, decide ir, pero la casa ya no existe. Donde solía estar hay un inmenso agujero cuyo fondo no alcanza a vislumbrarse. Un agujero umbrío, hecho de horas atropelladas.

Se sienta en el frío bordillo de la acera, comienza a tirar guijarros a la nada como solía hacer su hijo mayor cuando era pequeño y entonces, sólo entonces, logra escuchar el sonido del mundo.

Los que aman la sabiduría

Las facultades de filosofia son abrevaderos de dinosaurios.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Con qué sueñan los ratones

miércoles, 22 de diciembre de 2010

González-Sinde engrosará las filas del paro?

Pues debería. Ante el rotundo fracaso que cosechó ayer cualquier empresa normal la habría puesto de patitas en la calle. Claro que el Gobierno de España no es una empresa normal, así que seguirá en su puesto hasta el desastre final de 2012. Quizás Zapatero y sus chicos creen realmente que el mundo se acabará ese año y que ya todo da igual. Puede que haya un mensaje de la embajada de EEUU (nuestros amos y señores) indicando la fecha exacta del fin del mundo.

Qué penita... La ley antidescargas de Vinagre González-Sinde ha sido derrotada en el Congreso de los Diputados por 20 a 18. Da la sensación de que el PSOE pretende emular la historia de UCD en 1982. Como si ellos mismos hubieran diseñado una cuidadosa estrategia para destruir al partido para los restos. Después de esta espléndida gestión, 125 años de Partido Popular. ¡Qué ilusión!

I'm sinding in the raiiiiinnnnnn...

El PSOE y su gobierno huele cada vez más a Titanic situado a escasas millas náuticas del iceberg letal. Pero el timón es demasiado pequeño para evitar el choque en su totalidad. Al igual que ocurrió con el "insumergible" buque de Su Majestad, la decisión de intentar virar a la desesperada y optar por la contramarcha serán mortales de necesidad. El Titanic chocó con la montaña de hielo a las 23:40. Dos horas y media más tarde, Chau, Buenos Aires!

-Señor Murdoch... ¡¡todo a babor!!-

Se anuncia un 2011 agónico. Si en la oposición hubiera talento y poderío ya le habrían dado la puntilla. Espero que González-Sinde coja las maletitas y vuelva a hacer cine, que la echamos mucho de menos en las salas de estreno. Prometo bajarme su próxima película y escribir una crítica imparcial bienintencionada.

He aquí una crónica de lo que ocurrió escrita por Fernando Garea. Hasta en las propias filas de Prisa ya no se cortan y le dan al gobierno con un palo en la cabeza.

El portavoz de uno de los grupos parlamentarios a los que el PSOE ha pedido ayuda para sacar adelante la “ley Sinde” asegura que está alucinado por la forma en la que el Gobierno ha llevado la negociación.

Que después de que la Ley de Economía Sostenible, que contiene esa disposición, haya estado parada durante año y medio haya habido que aplazar durante todo el día la votación no parece tener una explicación racional. Las prisas del último momento, tras la desidia de muchos meses, son injustificables.

Es como si una parte del Gobierno o del PSOE no quisiera que saliera adelante esa ley o, al menos, esa disposición. Y, de paso, como si no les importara cargarse a la ministra de Cultura. González Sinde sufre el mal de los ministros independientes: no suele tener quien le defienda en el partido. Y ella misma no ha demostrado muchos reflejos para negociar.

Otro portavoz de la oposición añade, igual de alucinado, que hasta hace unos días no recibieron un correo del Gobierno para negociar sus enmiendas. Coalición Canaria recibió las transaccionales anoche, horas antes de reunirse la comisión de Economía

O ha habido desidia o desinterés o pocas ganas de llegar a un acuerdo. Se percibe malestar en el Grupo Socialista.

O un error inicial al incluir en la que fue la ley estrella de Zapatero una disposición sobre cierre de webs que facilitan descargas ilegales, siempre con autorización judicial.

El PNV incluyó en el pacto de estabilidad el apoyo a la ley de Economía Sostenible, pero en el último momento se ha desmarcado porque no está dispuesto a asumir el coste de la ley Sinde. La salida que ofreció al Gobierno es sacar esa disposición para incluirla en una ley específica.

CiU, convertida en la última opción al ver al Gobierno en el agobio, ha elevado el precio de su apoyo hasta el máximo con exigencias fiscales y de política económica.

El PP, como siempre, de espectador, a la espera de recoger el fruto de la torpeza de otros.

(Zapatero incluye en la misma conversación su deseo de que no se especule sobre su sucesión y su candidatura y el chascarrillo de que alguien e su partido ya conoce su decisión. No parece la mejor manera de acallar el debate y los rumores).

martes, 21 de diciembre de 2010

Ángeles González-Sinde, ministra de cultura, gobierno de España


Hay miradas que lo dicen todo. Hoy se vota la ley antidescargas en España. Al poder le interesa destruir Internet, ya que se trata de una herramienta revolucionaria. ¿De qué va la ley Sinde? Si quieres obtener más información, haz clic en el socialista de La Moraleja.

Estamos bien... cierre de CNN+, berlusconización de Cuatro, la SGAE, la ley antidescargas... Vaya izquierda.

Muchas gracias, Nosferatu-Sinde!

viernes, 17 de diciembre de 2010

Marcharse

Recuerdo la primera vez que oí hablar del suicidio. Fue a causa de un tal Cacho, un señor con problemas mentales que, al igual que Anna Karenina, se tiró a las vías del tren. Detrás suyo dejó un tendal de gente con graves trastornos, uno de los cuales es mi primo de cuyo nombre no me acuerdo y está como un cencerro. Un cencerro psicótico.

También tengo memoria de haber visto la película basada en la fantástica novela de Tolstoi e interpretada por una bellísima Greta Garbo. Yo debía tener ocho o nueve años. La escena final la llevo clavada en mí, como dice el tango.

Mucho más tarde, viví indirectamente el suicidio del hijo de un alumno mío. No lo conocía demasiado. Recuerdo que, en las escasas ocasiones en que nos encontramos, me hablaba de dinero, de ganar mucho dinero, siempre dinero. Había elegido ser pintor. Y quería ganar mucho dinero con ello. Iba bien encaminado...

Hoy se ha suicidado Gonzalo Meza, nieto de Salvador Allende. Sólo tenía 45 años. El año pasado perdió a su mujer y no pudo volver a remontar el vuelo.

Atravesando la frontera de los cuarenta años -año arriba o año abajo- la nave se adentra en Terra Incognita. Aún no eres viejo pero definitivamente ya no eres el joven que fuiste. Sucede como en esas películas en las que los muertos se comportan como si siguieran con vida hasta que alguien les hace ver que eso era "antes", que las reglas en el más allá son distintas. Será por tiempo... Siempre aparece la famosa frase "está muerto, pero aún no lo sabe". Uhhhhhhhhhhhh....

No estamos hechos para durar tanto. Desde el punto de vista del "gen egoísta" (Dawkins dixit), habiéndonos reproducido ya podemos desaparecer. Au revoire. Auf wiedersehen...!

La medicina y los avances tecnológicos han aumentado enormemente la esperanza de vida en los países del mundo desarrollado. No obstante, la edad intermedia es un pasaje extraño. No te digo nada si coincide con una separación traumática (¿alguna no lo es...?). Como si se tratara de esos viajes expedicionarios buscando el "paso del norte", una ruta que permitiera alcanzar el Pacífico atravesando los hielos árticos. Una ruta cargada de infortunio, de turbios presagios. Vueltas infinitas para retornar al punto de partida.

Gonzalo Meza, perteneciente a una saga familiar con la que la desgracia se ha cebado especialmente, se fue por amor, por no poder seguir viviendo sin su compañera. Como le ocurrió al inmortal Michael Furey de Joyce, que se deja ir cuando conoce la noticia de que su amada abandona Galway para siempre. Siempre es mucho tiempo, pero cuando uno tiene diecisiete años, siempre es mañana.

Si así fue, hay grandeza en su gesto. En un mundo en el que lo heroico ha cesado de existir, irse aún joven en el arrebato de una quemante pasión no es mal destino. El contrapunto a un mundo tibio, televisable.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

John y Yoko


Como hemos podido comprobar en estos últimos treinta años, la culpa de TODO no era de Yoko Ono. Digamos que hay más culpables...

Recuerdo el día del asesinato de Lennon como si fuera ayer. Raúl y yo nos quedamos paralizados. Luego se nos unió Fausto, el más Lennon de nosotros. El instituto nos importaba poco y nada: la música era real. Qué extraño. Lo real era aquello que no se podía tocar. Siempre me ha fascinado la capacidad de la música para crear estados mentales, espacio donde no lo hay. Una buhardilla en San Cosme y San Damián extiende sus muros hasta las playas del sur. Mind Games, isn't it...?

Así escribe Mrs. Ono Lennon sobre el que fuera su compañero. Me gusta imaginarlos tomando té a medianoche, riéndose con ganas por el extraño e improbable suceso que supone estar juntos. Más allá de cualquier consideración, John y Yoko se amaban contra viento y marea. Y eso, en estos tiempos que corren, es mucho. Ole ahí.

THE TEAMAKER
by Yoko Ono Lennon

John and I are in our Dakota kitchen in the middle of the night. Three cats: Sasha, Micha and Charo are looking up at John, who is making tea for us two.

Sasha is all white, Micha is all black. They are both gorgeous, classy Persian cats. Charo, on the other hand, is a mutt. John used to have a special love for Charo. “You’ve got a funny face, Charo!” he would say and pat her.

“Yoko, Yoko, you’re supposed to first put the tea bags in, and then the hot water.” John took the role of the teamaker, for being English. So I gave up doing it. It was nice to be up in the middle of the night, when there’s no sound in the house, and sip the tea John would make.

One night, however, John came up with “I was talking to Aunt Mimi this afternoon and she says you are supposed to put the hot water in first. Then the tea bag. I could swear she taught me to put the tea bag in first, but…”

“So all this time, we were doing it wrong?”
“Yeah…”
We both cracked up. That was in 1980. Neither of us knew that it was to be the last year of our life together.

This year would have been the 70th birthday year for John if only he was here. But people are not questioning if he is here or not. They just love him and are keeping him alive with their love. I’ve received notes from all corners of the world to let me know that they were celebrating this year to thank John for having given us so much in his forty short years on earth.

The most important gift we received from him was not words, but deeds. He believed in Truth, and had dared to speak up. We all knew that he upset certain powerful people with it. But that was John. He couldn’t have been in any other way. If he were here now, I think he would have shouted so we can all hear it. That truth was important. Because without knowing all the truth of what we did, we could not achieve world peace.

On this day, the day he was assassinated for being a truth seeker and a communicator, what I remember is the night we both cracked up drinking tea.

They say teenagers laugh with a drop of a hat. But nowadays I see many teenagers angry and sad at each other. John and I were hardly teenagers. But my memory of us is that we were a couple who laughed.

martes, 7 de diciembre de 2010

Controladores aéreos volviendo a Barajas

Los controladores aéreos han generado un caos tremendo durante 72 horas, que ha desembocado en la declaración del estado de alarma por parte del Gobierno de España.

La noticia ha sido cubierta abundantemente por todos los medios de comunicación del país. El pueblo pide que se reinstalen las hogueras en la Plaza Mayor y se vendan entradas por Internet para presenciar los autos de fe. Ellos, colectivo privilegiado durante décadas, se defienden como gato panza arriba por medio de blogs como el de una tal C.A. (A ver si nos entendemos). Que si no cobran lo que se dice, que si están muy estresados. Va a resultar ahora que, ante la cercanía de las Navidades, deberíamos plantearnos apadrinar a un controlador. Colaboro con una moneda de 1 peseta. Una rubia de las de antes.

Dado el tono en que se expresa, me lo pensaría muy mucho antes de subir a un avión controlado por esta señora. Recuerda a la cantante de un grupo punki satánico en sus peores días. A su lado, Amy Winehouse es Heidi.

En fin, Serafín... La verdad, esa dama tan esquiva.

Este blog, en un esfuerzo informativo sin precedentes, quiere colaborar en la documentación de un hecho único en la historia de la democracia española.

Desplazados nuestros colaboradores a las puertas de Barajas -en realidad, nonagenarios ociosos que se dedican a fotografiar aviones como hobby, el último hobby- hemos captado las imágenes de los controladores aéreos y sus ecológicos vehículos volviendo a sus puestos de trabajo POR COJONES.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Último acto

Entrar en la habitación de hotel, beber un vaso de vodka, luego otro, observar cómo entra el sol por los tejados, ver niños jugando en el parque, las hojas de los árboles meciéndose, sentarse en el borde de la cama sin llegar a deshacerla. Contemplar el propio reflejo. Nunca más volveré a sentirme solo. Sacar una 38, esbozar una mueca de media sonrisa y, sin detenerse a pensarlo, pegarse un tiro en la sién derecha.

Va un artículo de Juan José Millás -con quien comparto recuerdos de una adolescencia ya lejana en el barrio de Prosperidad, amigos que han cambiado y bares somnolientos como "Los Heraldos Negros", en Lima, donde era difícil dejar de escribir- sobre alguien que decidió irse a su manera y me emocionó en esta fría mañana de domingo, el día de los suicidas. Empeñarse en vivir o en morir. Como telón de fondo, la incesante comedia humana. A fin de cuentas, a eso se reduce todo.

Lo normal es que las personas mayores no se vean reflejadas en la gente de su edad, pero les contaré una excepción que viví el pasado 9 de noviembre, al conocer a Carlos Santos Velicia, un hombre de 66 años (dos más que yo) que había viajado hasta Madrid para quitarse la vida. Fue después de comer, al atravesar en su compañía la Puerta del Sol, en dirección al céntrico hotel en el que expiraría al día siguiente, cuando descubrí la existencia de una curiosa sincronía entre sus movimientos y los míos. No éramos sólo un hombre y otro hombre, éramos dos individuos mayores, con tics característicos de individuos mayores, dos casi ancianos a los que cualquier espectador objetivo habría situado, en el mejor de los casos, en el último tercio de su vida.

La habitación del hotel, sin alcanzar la categoría de una suite, era grande y luminosa y estaba compuesta por dos espacios claramente diferenciados, uno para dormir y otro para estar. El primero disponía de una cama doble, con sus respectivas mesillas de noche, y el segundo, de un tresillo y una mesa baja, todo dispuesto, como es habitual, en torno al aparato de televisión. Entre ambos espacios había un pequeño escalón destinado a subrayar, con la diferencia de nivel, la desigualdad de sus funciones. El ventanal, amplio, daba a una terraza desde la que se apreciaban los tejados del viejo Madrid.

Una vez acomodados, Carlos en un extremo del sofá, yo en el sillón más próximo a ese extremo, las sacudidas especulares se acentuaron. Así, mientras él hablaba en un tono en el que me pareció detectar cierta euforia (¿la que precede al acto final?), reconocí en sus cejas el recorte torpe que yo aplico a las mías y descubrí en los orificios de su nariz y orejas los pelos sobrevivientes a las cacerías de que suelen ser víctimas, a partir de cierta edad, estas pilosidades. No fue todo: también vi en su mirada esa curiosa mezcla de desafío y desamparo que descubro en la mía cuando tropiezo con mi rostro en los espejos de los ascensores.

-Recibí el primer hachazo -empezaba a contarme Carlos hace quince años, cuando sin más me dan dos infartos de miocardio graves. En el segundo, con arreglo a todos los aparatos que había en la pared, estaba muerto. Ya sabes que se monitoriza todo en las pantallas y las pantallas estaban muertas. Y yo también. Estos cabrones, pensaba, me entierran ahora vivo. Los médicos me pedían que si les escuchaba moviera un dedo o parpadeara, pero yo no tenía energía para nada. Nada. Muerto, muerto. Por aquellas cosas de la vida, es obvio que resucité, y resucité como un bebé, llorando. Para mí fue muy duro, porque yo era corredor, esprintaba, y tuve que dejar de hacer deporte. Tengo dos trozos de corazón necrosados. De eso no te recuperas nunca. Tengo insuficiencia cardiaca, taquicardia y arritmia.

-Pero parece que has podido llevar una vida más o menos normal desde entonces -me oí decir.

¡De normal nada! Tuve que bajar, aterrizar. Pasé tres o cuatro años muy mal porque me sentía un inútil. Dejé de trabajar porque las agencias de viaje no querían darme trabajo (era guía turístico). Quise volver a trabajar y con la primera que lo hice tuve que ir a Sevilla y no llegué. El chófer tuvo que parar el autocar y llamar a una ambulancia que me llevó a urgencias, con lo cual el grupo quedó abandonado.

¿Y?

Tuve que plantearme mi vida y me la planteé muy bien: me voy a suicidar, pensé, pero a mi manera, a mi aire, me voy a los Mares del Sur. Me iré a Australia, de allí a Nueva Zelanda. Desde ahí iré bajando y cuando llegue a las islas de los Mares del Sur me buscaré al brujo de turno, me haré amigo de él y la noche que quiera irme le diré: "Brujo, colócame, que quiero dormirme y no quiero despertarme". Eso era lo que tenía in mente, pero, como decía John Lennon, la vida es lo que te va pasando mientras tú te empeñas en hacer otras cosas. Pues no sé lo que pasó. Pero estaba hecho una mierda. Me he pasado diez o doce años sin estar con una tía porque tenía pánico. Los médicos me decían: "Usted ya no es el león que era antes...". He sido un león en todos los sentidos: laborales, con mujeres, con todo. Ahora soy un gatito pequeño y deslustroso. Las tías, fuera. No había vida.

Mientras escucho a Carlos, cuento el número de lámparas de la habitación, primero de izquierda a derecha y después de derecha a izquierda. Y debo obtener el mismo resultado; si no, sucederá una catástrofe. Se trata de un mecanismo antiguo, infantil, para combatir la angustia. Contar me libera. Por eso cuento también ahora los dedos de las manos de mi interlocutor, siempre en las dos direcciones. Y si se levanta para ir al baño, porque tiene incontinencia urinaria, cuento los pasos que da al ir y los que da al volver, y siento un gran alivio si su número coincide. Todo ello sin dejar de escucharle. Me está relatando ahora lo de la hernia discal, que apareció luego, y por la que tuvo que meterse en el quirófano.

Fue tremendo dice, porque ya no podía ni saltar. Privaciones, privaciones y privaciones. La columna me daba dolores continuos. Hasta que me hicieron resonancias y apareció el bicho.

¿Qué bicho?

Un quiste radicular, no sabían desde cuándo estaba ahí, y es lo peor que hay, no se puede operar ni tocar porque te quedas paralítico, va al cerebro.

¿Es ahí donde llegan las terminaciones nerviosas?

Todo. Es el interior de la columna vertebral. Justamente está entre la S2 y la S3, cerca de los esfínteres de la orina y de los excrementos.

¿Cuándo te lo descubren?

Hace un año. Y me dicen que no hay solución, que no hay nada que hacer. Me lo han dicho tantas veces, tantos traumatólogos, hasta los tribunales que me dieron la minusvalía del 65% me lo dijeron: "Señor Santos, haga usted testamento vital porque le quedan meses, esto no tiene cura, no hay solución, no hay nada". ¿Qué haces? Pues me voy a EE UU, me compro una pistola y me pego un tiro, o me tiro por un puente... También he ido a edificios de Málaga que conozco, a mirar desde un octavo piso y a decirme: bueno, si me tiro desde aquí me mataré... Pero soy una persona pacífica, gustoso de la música suave, clásica, armoniosa, no me gustan los ruidos, siempre he sido pacifista, nunca me he peleado con nadie, no me gusta la violencia ni las cosas desagradables, muchas veces me ha cabreado atraer tanto a los homosexuales, cuando lo que me van son las mujeres. Y se lo preguntaba: "¿Pero por qué, qué coño tengo yo?". Y me contestaban: "Es que eres tan dulce, tan suave, tan tierno, tan fino, tan delgadito, tan poca cosa, que invitas a protegerte". Así que pensar en esas opciones me resultaba muy desagradable. Primero contacté con Exit, los australianos, y luego con Dignitas, que está en Suiza. Los de Suiza fueron los que me dieron la dirección de Derecho a Morir Dignamente de Barcelona, y éstos, la de Madrid. Y aquí estoy.
Aparte del problema del control de esfínteres, ¿de qué otra forma se muestra el deterioro?

Cada vez tengo menos energía. Por la mañana, cuando salgo de casa, después de desayunar y haber tomado Zaldiar, no tengo energía, no puedo caminar más de diez minutos sin sentarme a descansar. Lo mismo me ocurre cuando estoy de pie, tengo que buscar alguna silla donde sentarme, pues no me encuentro bien. Necesito sentarme o, mejor, tumbarme.

¿Estás muy medicado?

Sí, claro, con todos los efectos secundarios de la medicación. Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay.

¿Qué clase de pastillas?

De todo lo que puedas imaginar, de todo, cuarenta o cincuenta cajas, fíjate si hay. Por la mañana, cinco o seis pastillas; al mediodía, otras cinco o seis; por la noche, lo mismo. Y en los intervalos, en función de lo que me duela, pues otras tantas. El caso es que siempre tengo que llevar el pastillero conmigo. Mira, ahora voy a tomar una para tranquilizarme.

¿Quieres agua del minibar?

No, del grifo.

Carlos Santos se retira al cuarto de baño a tomarse la pastilla. Observo que la luz ha cambiado. El sol ya no da directamente en la ventana, como cuando llegamos al hotel (sobre las 4.30 de la tarde), pero la habitación me sigue pareciendo alegre. Soy yo el que está sombrío, sobrecogido. Mientras espero su regreso, releo la carta que ha escrito para la Policía Local de Madrid, donde pide que notifiquen su defunción a la dueña de la pensión donde vive, en Málaga, a fin de que "como no tengo familia ni herederos, disponga de mis pertenencias, ropa, etc., como quiera". Tras la firma, añade una suerte de posdata rogando que retiren de la vía pública su coche "antes de que lo rompan o lo destrocen". Como se retrasa, repaso también la carta al juez, donde tras resumir sus padecimientos y detallar el futuro terrible que le espera a medida que avance la enfermedad (descontrol absoluto de esfínteres, dolores intensísimos, parálisis y muerte), afirma que su voluntad de morir es fruto de sus valores y que nadie le ha inducido a adoptar esta decisión que toma de manera "libre, voluntariamente, sin que ninguna persona tenga que cooperar de forma necesaria, directa o indirectamente, para llevarla a cabo".

Como Carlos no acaba de salir del cuarto de baño, empiezo a contar, para entretener la espera, las vocales de la misiva al juez. Aparece cuando voy por la 65.

¿Era un ansiolítico? pregunto refiriéndome a la pastilla que acaba de tomarse.

Sí, pero bajo, Diazepam de 2,5.

¿Y para dormir tomas cosas?

¡Huy, sí! Ya no me hacen nada tampoco.

El círculo vicioso de la tolerancia y la adicción.

Llegará un momento en que... Bueno, ya no habrá momentos porque espero que mañana a estas horas ya esté terminado.

La luz de la habitación ha vuelto a cambiar y mi estado de ánimo se ha oscurecido. Deben de ser las cinco y media o seis menos cuarto de la tarde. Me levanto y enciendo una lámpara de pie mientras Carlos habla ahora de un libro inédito en el que ha trabajado durante los últimos quince años de su vida. Se titula El hombre dividido.

-¿Quién es el hombre dividido? pregunto.

Soy yo dice, yo y el mundo. Países que me han enamorado, como Italia, la India, Francia... ¿Sabes lo que es Nepal, Tailandia, Brasil, la República Dominicana, Gambia...? Y Europa como mi propia casa. Hay un lugar que es uno de mis favoritos, la tumba de Gala Placidia, en Rávena. Me gusta ir y estar solo ahí. Suelo cerrar los ojos para no ver nada y dejar que mi imaginación fluya y trate de imaginarse cómo fue la antesala del fin del Imperio Romano de Occidente. En realidad, he vivido. Otros no han vivido ni la mitad. Y la he vivido de lujo porque era todo pagado.

¿Tu ciudad favorita?

Londres es mi ciudad por muchos motivos. Uno, porque fue el primer sitio donde encontré la felicidad. En España no había sido nunca feliz, mi padre me pegaba con fiereza, igual que los hijos de puta de los jesuitas, que te hacían poner los dedos así, de punta, y te daban con la regla. Todo eso, una infancia muy desgraciada. Mi padre y yo vivíamos en un pequeño apartamento y desde niño, cada mañana, me levantaba de la cama, que estaba en el salón, iba a la cocina, que era donde estaba la radio, y movía el dial hasta que escuchaba una lengua extranjera. Ahí lo dejaba.
También me reconozco en ese sueño infantil de ser extranjero, aun al precio de no entender nada. ¿Acaso entendían algo los autóctonos? Ser extranjero, en aquellos años, era a lo más que se podía aspirar en la vida. ¡Qué imagen brutal, pienso, la del niño a la búsqueda de un idioma ininteligible, de una vida otra!

Mientras Carlos da detalles acerca de su libro, de su vida en Londres (donde vivió varios años) y de sus viajes a lo largo y ancho del planeta, comprendo que este hombre consiguió su sueño de ser extranjero, aunque pagando el duro precio del desarraigo, de la soledad, del aislamiento. Entonces se me escapa el primer bostezo, que es una señal de alarma. En las situaciones dramáticas, o que vivo como dramáticas, me da, además de por contar, por bostezar, como si me aburriera. Me defiendo así de los excesos de realidad, de la angustia, del pánico. Bostezo en los entierros y en las unidades de vigilancia intensiva de los hospitales como bostezaba de joven en los exámenes y en las entrevistas de trabajo. El bostezo significa que estoy jodido. Estás jodido, Juanjo, me digo, al tiempo de contar con los dedos las sílabas de "estás jodido, Juanjo" (siete, un heptasílabo) y tengo la tentación de preguntar a Santos por sus pequeños ritos contra la enfermedad, contra la mala suerte, contra la desgracia.

Por fortuna, él ha comenzado a hablar ya de la eutanasia, de su necesidad de dejar testimonio para ayudar a que se genere un debate público sobre la cuestión. En este tema, como en todos, se manifiesta de manera muy cerebral, incluyendo datos económicos y estadísticas sobre el suicidio que no me interesan demasiado. Me afectan más los aspectos emocionales, el hecho de que uno tenga que morir, cuando así lo ha decidido, de forma clandestina, en habitaciones de hoteles, en vez de hacerlo en la propia cama, o en la de un hospital, adecuadamente atendido por profesionales y rodeado de los suyos. A Carlos le da igual quitarse de en medio en un sitio u otro, no tiene a nadie y su patria es el mundo. Asegura que conoce Europa como yo conozco las habitaciones de mi casa.

-Cuando vine a Madrid para hablar por primera vez con los de DMD añade me preguntaron cuándo quería hacerlo. "Mañana", contesté, "ya que estoy aquí, mañana". Total, las cuatro cosas que tenía se las había regalado a cuatro o cinco amigos y amigas, y los ahorros se los dejo a DMD, que me dijeron que no les debía nada. Ya lo sé, contesté, pero qué hago, no fumo, no bebo y no como porque no encuentro gusto en nada. ¿En qué gasto el dinero? Antes, en Málaga, me encantaba comprar pasteles de Gloria, los mazapanes... Ahora me puedes ofrecer la Luna y no me hará ni sonreír, es que no me provoca, con el problema de los jugos gástricos... Ya no paso gusto comiendo, no paso gusto con nada. Lo que quiero es dejar de vivir, y si puede ser antes, mejor que después. En la pensión sólo he dejado ropa porque no sirve para nada. Me he traído esto.

"Esto" es una cartera de mano con la que ha hecho el viaje desde Málaga y que contiene el último equipaje de su vida: un pijama, una camisa, unos calcetines, unas zapatillas y unos calzoncillos.

Una muda resume él. Se supone que mañana a estas horas ya no me hará falta para nada.
En la cartera hay también un bote, envuelto en una bolsa de plástico, que contiene, me explica, el llamado "cóctel de autoliberación", compuesto por un hipnótico, para quedarse dormido, y un conjunto de medicamentos contra la malaria que a altas dosis resulta mortal. La fórmula está al alcance de los socios de DMD en la llamada Guía de autoliberación, y sus componentes son fáciles de obtener, la mayoría sin receta.
Es, por otra parte, la misma combinación que recomiendan casi todas las asociaciones del resto del mundo.

Aunque se ha emocionado hasta las lágrimas al recordar algunos aspectos de su infancia, la actitud general de Carlos es de una frialdad que sobrecoge. Pienso que quizá es su modo de defenderse de este exceso de realidad, como la mía es bostezar o contar vocales, molduras, dedos, lámparas... Recuerdo entonces que en algún momento, cuando nos dirigíamos al hotel, mencionó la posibilidad de hablar con el director para que le hicieran un descuento.

-Me hacen descuento en todos los hoteles añadió cuando me identifico como guía turístico.

¿El diez por ciento? pregunté yo absurdamente.

¡Qué diez por ciento! responde enfadado ¡El cincuenta por ciento por lo menos!
La decisión de quitarse de en medio no había alterado en absoluto sus costumbres. Así, antes de viajar a Madrid fue a Renfe para consultar precios y descuentos teniendo en cuenta que poseía la Tarjeta Dorada para mayores de 60 años. Dado que lo pagó todo con la tarjeta de crédito, consultó también las tarifas del hotel para asegurarse de dejar en la cuenta corriente la cantidad precisa para que cada cual cobrara lo suyo. Y calculó que la mejor hora para tomarse la pócima sería en torno al mediodía, de forma que los voluntarios de DMD que habrían de acompañarle quedaran libres a media tarde: "Mejor que por la noche", decía en el correo electrónico donde enumeraba todos los detalles de orden práctico.

Como la tarde continúa cayendo, y con ella mi estado de ánimo, me levanto y enciendo otra luz que está algo alejada de mi posición. He de dar cinco pasos de ida, pero sólo me salen cuatro de vuelta. Mal asunto.

Lo de Suiza le digo volviéndome a sentar me parece muy frío. He leído algunas cosas que...

Como te he dicho insiste Carlos, yo he nacido en España, pero eso no me hace español. Cuando llegué a Inglaterra, me dijeron: "Mira, Carlos, aquí se hacen las cosas bien, no como en tu país, y se hacen bien desde el principio porque si no hay que volver a hacerlas y eso cuesta tiempo y dinero". Esa era la realidad, los españoles llegaban con las maletas aquellas de madera atadas con una cuerda. Yo era uno de esos. El día que me dijeron "tú eres uno de los nuestros, eres un verdadero profesional", ese día fue para mí... Así que todo eso de la frialdad me la suda, no me dice nada. ¿Qué frialdad? ¿A qué he venido yo aquí, a tomar pastelitos, a bailar unas sevillanas? Ni estoy de humor para bailar sevillanas ni puedo bailarlas, casi no puedo moverme. Defíneme frialdad. A mí lo que me importa es que me digan: "Señor Santos, el día tal, a tal hora, usted se presenta en esta dirección...". Mañana me levantaré, desayunaré por ahí cualquier cosa, y como a las doce o las dos, la hora más temprana, prepararé el potingue, me lo tomo, me tumbo... Los voluntarios de DMD se quedarán conmigo hasta que me haya dormido. En Suiza, con el pentobarbital, son quince minutos. Ya, dejas de respirar, y fuera. Quince minutos, para qué vamos a estar horas y horas y horas.

¿Te gusta leer? se me ocurre preguntar, parezco un idiota.

Sí, he sido un gran devorador de libros, pero ya no puedo. Mi cabeza sólo está ahora en una cosa y no hay nada más. Ya he regalado todos mis libros.

¿Tenías una buena biblioteca?

Sí, grande, muy amplia. Me he deshecho de todo. Soy un hombre de caprichos. Mira qué cinturón llevo.

Se levanta para que lo vea.

Muy bonito, sí digo observando la hebilla, formada por una moneda grande, de plata, donde se lee el lema de la República Francesa (Liberté, Égalité, Fraternité).

Es un cinturón que es una joya, de plata pura. Lo he diseñado yo, lo he hecho yo, es un cinturón único. Cuando he llevado algo encima ha sido diseñado por mí. He cogido un papel y un bolígrafo y me he puesto a dibujar lo que quería. Como siempre he tenido amigos de todo, en Mallorca tenía uno que era joyero y él me hizo mis gemelos, mi anillo...

Lleva cuidado con el escalón le digo, que ya te has caído un par de veces.
... he ido desprendiéndome de todo. Ahora, como ves, no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada, el barco ha llegado al fin del viaje.

¿Tienes nostalgia?

No, he vivido una vida buena, rica, que la mayoría de los mortales no han vivido.

¿Y si bajamos a tomar un café?

Como quieras.

Abandonamos la habitación. Cuento mentalmente los pasos que damos hasta el ascensor, los segundos que tarda en llegar, el número de letras de la palabra ascensor (ocho, tres vocales y cinco consonantes, una rareza). Nos instalamos en una mesa de la cafetería del hotel. Yo pido un té verde y él un té con leche fría. Nos traen con la bebida unas pastas que a él no le apetecen. Me las ofrece, pero las rechazo, advirtiendo que le da pena que se queden ahí. En esto, noto en la atmósfera algo que añade desazón a la pesadumbre, como si fuera domingo por la tarde. Y no es domingo, es martes, pero caigo en la cuenta de que ese martes es fiesta en Madrid (la Almudena). He de irme, me digo, he llegado a mi límite, no soy capaz ya de reprimir los bostezos, ni de dejar de contar, he contado los botones de la chaqueta del camarero, el número de baldosas del suelo, el número de patas que suman las de todas las sillas de la cafetería... Carlos Santos sólo quería de mí que le ayudara a dar testimonio de su decisión para provocar un debate acerca de la eutanasia. Me sobra material para dar ese testimonio, para que se abra, una vez más, la discusión. No quiero verme en este hombre mayor (que va a morir mañana) cada vez que se lleva la taza a los labios, cada vez que recuerda su voluntad de convertirse en extranjero, cada vez que me mira con esa mezcla de desamparo y desafío característica de mi mirada. La solidaridad tiene límites, y creo haber alcanzado los míos. Debes protegerte, me digo.

-Si me pides que te cuente un día normal de mi vida... -está diciendo en esos instantes Carlos Santos.

Te lo pido digo.

Me levanto a las ocho, ocho y media de la mañana. A las nueve y media o a las diez salgo ya de casa. ¿Adónde voy? A la biblioteca. ¿Por qué? Porque, primero, necesito estar sentado, no puedo estar de pie. Segundo, no puedo estar en un café tres o cuatro horas leyendo los periódicos y tomándome un té. En la biblioteca no tengo que tomarme ni el té, tengo todos los periódicos a mi disposición y encima subo al primer piso y tengo Internet. Y tengo dos correos, uno solamente para la prensa en inglés, Financial Times, The Economist, The Herald Tribune, The New York Times, The Daily Telegraph..., en fin, la mejor prensa, la que te sigue diciendo qué cojones le pasa a España, que sigue teniendo revalorizados los pisos el 48% y que si así piensan vender. Eso, hace dos semanas. Están al doble de lo que valen y siguen sin bajar. Me paso toda la mañana en la biblioteca, hasta las dos, que cierran. A veces me llevo papel y escribo algo. Como en el hogar del jubilado y vuelvo a la biblioteca hasta las ocho. A esa hora me voy a casa porque es un mal barrio. Es de noche, me da miedo, y ya no salgo. Esto es un día de mi vida de lunes a viernes. Los sábados y los domingos, como no hay biblioteca, me los trato de organizar de otra manera, en un bar agradable que he encontrado, tienen varios periódicos, los leo...

-Bueno, Carlos, te voy a dejar digo en pleno ataque de fobia.

Y enseguida, para atenuar la brusquedad, añado:

¿Te acuestas pronto? ¿Quieres tomar algo o es temprano para cenar?

Hambre dice él no tengo nunca. Si luego tengo hambre, pido algo ligero; si no, me meto en la cama, que estoy cansado.

Me levanto, se levanta, nos miramos como dos personas mayores.

¿Adónde vas? pregunta.

A Gran Vía, para tomar un taxi.

Te acompaño.

Y me acompaña. Es noche cerrada ya y en las calles se respira la atmósfera festiva del domingo, aunque sea martes. En esto se detiene, nos detenemos, me mira a los ojos levantando un poco la cabeza (es algo más bajo que yo) y pregunta:

¿Tú también eres socio de DMD?

También.

Ah, vale dice, y continuamos caminando, ahora en silencio. Es la primera vez en toda la tarde que se establece entre nosotros un silencio que a él no le urge rellenar con palabras.

Ha refrescado digo entonces yo al tiempo de contar las sílabas de "ha refrescado" (cinco, un pentasílabo).

Sí asiente él.

Al llegar a Callao, y como me da la impresión de que tiene miedo a extraviarse, le pregunto si quiere que le acompañe de nuevo hasta el hotel. Dice que no, que aunque las medicinas le desorientan, se ha fijado bien por dónde hemos venido. Nos damos un abrazo largo.

¿Te veré mañana? pregunta cuando nos liberamos del largo abrazo (la expresión "largo abrazo", calculo, tiene once letras, cinco vocales y seis consonantes).

No lo sé miento, pues estoy seguro de que no tendré valor para acompañarle.

Mientras espero la llegada de un taxi, observo a Carlos Santos alejarse de espaldas con los movimientos característicos de un hombre de mi edad.

Al día siguiente, Carlos Santos se levantó, desayunó y salió a la calle para resolver en una sucursal madrileña de su banco un par de asuntos burocráticos todavía pendientes. Al mediodía (sobre las 12.45) subió en compañía de un voluntario y una voluntaria de DMD a su habitación grande y luminosa.

¿Qué os parece si me pongo el pijama? preguntó a los voluntarios.

Antes de que le contestaran, se metió en el cuarto de baño, de donde salió al poco en pijama y con unas zapatillas (no se había quitado los calcetines). Dobló cuidadosamente la ropa de la que se acababa de desprender y la guardó en el armario. A continuación tomó el DNI y lo colocó en la mesa, sobre un pequeño conjunto de billetes bien doblados. Muy cerca, dejó la carta al juez y a la policía.

Luego sacó de su cartera el bote con las pastillas, que ya había pulverizado, y las introdujo en un vaso, echando a continuación una porción de un yogur de fresa que había comprado antes de subir. Revolvió bien con la cuchara hasta lograr una masa homogénea (lo que llevó su tiempo, por la cantidad) y el yogur de fresa se puso azul debido a la reacción química. Se tomó el "cóctel" a cucharadas asegurando a los voluntarios que no estaba tan malo comparado con el aceite de ricino de su infancia. Se encontraba sentado en el sofá, quizá en el mismo extremo desde el que había hablado conmigo el día anterior. Abandonando las zapatillas en el suelo, colocó los pies (con calcetines) sobre el borde de la mesa baja y esperó los efectos del brebaje contándoles su vida a los voluntarios. Volvió a emocionarse, me dijeron, cuando recordó algunos pasajes de su desdichada infancia. A medida que pasaban los minutos, hablaba más despacio, pero sin perder en ningún momento la coherencia. Se quedó dormido sobre las 13.40, y media hora después, en medio del profundo sueño, dejó de respirar, sin estertores, sin sufrimiento, sin dolor, escapando así a un horizonte clínico espantoso. Los voluntarios de DMD abandonaron la habitación dejándolo todo tal y como estaba.

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, otro voluntario de DMD telefoneó al hotel para advertirles sobre lo que se encontrarían en la habitación 511. La prensa, como es habitual en estos casos, no dio cuenta del suceso. La muerte de Carlos Santos Velicia, de no ser porque él quiso que quedara testimonio de ella, sólo habría servido para engordar el cajón de sastre de las estadísticas sobre el suicidio. Carlos Santos Velicia tiene siete sílabas, así que, de ser un verso, sería un heptasílabo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mark Twain

Aprovechando el aniversario de su nacimiento, la industria editorial estadounidense está reeditando obras de Mark Twain, profundo conocedor del alma humana y de las grandezas y miserias de un país que sigue dando que hablar, wiki wiki.

Rescatemos una frase suya en esta fría mañana de diciembre: "Nadie conoce a nadie hasta que le toca compartir una herencia". Pero qué mal pensado...