sábado, 8 de junio de 2013

La soledad

Reflexionando sobre la soledad, Erich Fromm afirmaba que la religión o el nacionalismo, así como cualquier otra costumbre o creencia, por más que sean absurdas o degradantes, siempre que logren unir al individuo con los demás constituyen refugios contra lo que el hombre teme con mayor intensidad: el aislamiento”.

Sin embargo, la soledad es un tema que genera opiniones encontradas. Recuerdo haber hablado de este tema con mi hermano Diego cuando teníamos veinte años. Él siempre hablaba de que le gustaba vivir en la ciudad, rodeado de gente y a mí me atraía todo lo contrario, vivir en la montaña o en un pueblo sin demasiados humanos. Para gustos...

Me pregunto cuántas parejas sobreviven exclusivamente por el miedo a quedarse solos, que termina ocupando el lugar de un amor profundo basado en el respeto mutuo capaz de soportar las dentelladas del tiempo que se lo lleva todo.

Tradicionalmente, la mujer estaba supeditada al hombre en todos los planos: físico, económico y emocional. Pero hoy día eso es historia. Las mujeres -al menos en Occidente, obviamente hay determinadas partes del mundo en donde está todo por hacer- han demostrado que no sólo pueden ser iguales al hombre, sino muy superiores.

En cierto sentido, las mujeres ya no necesitan al hombre. No lo necesitan para nada. Triunfan, ganan dinero, reconocimiento, ocupan espacios de poder... el hombre se ha convertido en un estorbo. En un personaje incómodo que ocupa mucho sitio y deja el lavabo lleno de pelos cuando se afeita.

Aún persisten modelos de pareja en los que el hombre toma las decisiones y anula a la mujer, pero se trata de trogloditas que no tardarán en extinguirse. Viven en el siglo XII.

No obstante, la revolución cultural en lo que respecta a las relaciones se ha producido en un tiempo muy corto. El plano biológico y el barniz cultural entran en conflicto. El hombre no termina de encontrar su lugar en este nuevo arco voltaico: ha dejado de ser el padre proveedor, el gran cazador. Se le escucha como un rumor lejano, como al abuelo cebolleta.

La pregunta es ¿acaso las parejas que sobreviven en el tiempo, más allá de los 10 o 15 años, están basadas en la desigualdad? Desde el punto de vista de la mujer, ¿qué sentido tiene la pareja como institución si se han dinamitado los puntos de amarre históricamente inamovibles: sumisión económica, sumisión física y largo etcétera?

Se me dirá: los hijos, la continuidad de la especie. He ahí una razón que justifica -aún- la pareja tradicional. Absurdo. Pretender basar la estabilidad emocional de una pareja en la existencia de los hijos es garantía de desastre. Los hijos negarán a los padres. Ese mismo bebé encantador con el que jugabas en la playa hasta que el globo rojo se metía en el mar te clavará un puñal trapero en el hígado.

Si un hijo no "mata al padre" es un fracaso biológico, una anomalía de la evolución. Un padre inteligente se ocupará de evitar que esto se produzca. No lo querrá a su imagen y semejanza, eso es solo para el Dios de la Biblia. Querrá alguien capaz de rebelarse contra la autoridad con todas las consecuencias, aunque la autoridad sea él mismo y ese conflicto le cause dolor. Porque sabe que debe ser así.

Y cuando el vástago sea expulsado al este del Edén, el padre sonreirá condescendiente para sus adentros, pensando en el día que le heló el corazón a su propio padre. Mucho más tarde, siendo padre a su vez, el hijo cerrará el círculo y comprenderá que en ese ciclo de barcos que abandonan el estuario para no regresar jamás hay una verdad profunda encerrada. Entonces ya estará preparado para morir.

En "La ceremonia del adiós" Simone de Beauvoir describe con perfección forense, racional, cartesiana, francesa, fría o sea francesa, la decadencia física e intelectual de Sartre, su compañero de vida.

El viejo Jean Paul ya no era el semidiós de Les chemins de la liberté, sino un hombre gastado, listo para cruzar la Estigia. Y así murió, como todos nosotros, solo. Nadie se cambiará por ti en el último momento, nadie se suicidará por ti como la mujer de Modigliani al conocer la terrible noticia.

Los amigos irán a tu entierro y se cagarán de risa. Al salir del tanatorio dirán cosas como "che, lo noto un poco pálido al quetejedi". E irán a beber 100 cervezas a tu salud.

Si la soledad es la verdad última, ¿por qué tanto miedo a vivir solo? ¿Tendrá que ver con el miedo a la libertad (la cita de Fromm al comienzo no es casual)? Aristóteles, que era un tipo muy listo, decía: "la soledad sólo es para las bestias y para los dioses". Et pourtant...

Si estuviera por aquí el viejo Pedro Gaeta o el poeta Luis Luchi, disertarían desde el corazón sobre estos temas. Son personajes inmortales, que me acompañan todos los días como Manuel Picón, que juega de wing izquierdo.

El tango, única fuente de sabiduría virtualmente inagotable a la que concedo atención de un tiempo a esta parte, trata la soledad de forma desigual. Desde "Como dos extraños", un tangazo, aunque un tanto llorón, de malevo venido a menos y es poco probable que alguien quiera follar contigo si te pasas el día llorando, hasta "Victoria". Como no se trata de acabar abriéndonos las venas, aquí va la letra de "Victoria", que no es precisamente un tango clásico desde el punto de vista de la letra (léase "lamento del cornudo"). Como dice la Biblia (este texto está lleno de referencias bíblicas, es la influencia del papa argentino), Qui potest capere capiat...

¡Victoria!
¡Saraca, Victoria!
Pianté de la noria:
¡Se fue mi mujer!
Si me parece mentira
después de seis años
volver a vivir...
Volver a ver mis amigos,
vivir con mama otra vez.
¡Victoria!
¡Cantemos victoria!
Yo estoy en la gloria:
¡Se fue mi mujer!

¡Me saltaron los tapones,
cuando tuve esta mañana
la alegría de no verla más!
Y es que al ver que no la tengo,
corro, salto, voy y vengo,
desatentao...¡Gracias a Dios
que me salvé de andar
toda la vida atao
llevando el bacalao
de la Emulsión de Scott..!
Si no nace el marinero
que me tira la piolita
para hacerme resollar....
yo ya estaba condenao
a morir ensartenao,
como el último infeliz.

¡Victoria!
¡Saraca, victoria!
Pianté de la noria:
¡Se fue mi mujer!
Me causa gracia el pobre panete,
chicato inocente
que se la llevó...
Uy, ¡cuando desate el paquete
y manye que se ensartó!
¡Victoria!
¡Cantemos victoria!
Yo estoy en la gloria:
¡Se fue mi mujer!

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