Es muy de agradecer que Bruselas haya llegado a tiempo de salvar nuestros bancos. Todo corazón.
Un mundo de gente cabal. Eliminados los insolventes por selección natural, todas las propiedades quedarán en manos de unos pocos. Una vez que hayan muerto todos los inquilinos y deudores, llegará el turno de los más débiles de las propias familias dueñas de la tierra.
¡Al que madruga, Dios le ayuda! Siempre que llegue primero y le aplaste la cabeza con un ladrillo de hormigón al que se quedó durmiendo. Soñando.
Todo el poder y la riqueza de este mundo en manos de los más rápidos, los más fuertes.
Pero nunca antes el sueño de un rey habrá sido tan agitado: su propio hermano lo venderá, lo envenenará, lo asesinará. El más leve error de cálculo, una simple distracción, supondrá el final.
Las primeras canas sellarán su sentencia de muerte.
Desesperadas por la ausencia de otros seres que depredar, las ratas aprenderán a comer rata.
Hasta que quede una sola. Y en sus manos, en manos de la GRAN RATA, todas las tierras, las casas, los locales, las montañas de oro, las letras impagadas, las arras, las subrogaciones, las órdenes de lanzamiento, los recursos desestimados.
Todo el dinero bien junto para poder contarlo bajo la luz de una vela, para no gastar más de lo estrictamente necesario. Para ahorrar, para poder seguir invirtiendo, en una tierra putrefacta con aroma a cadáver de niña.
Papeles de toda clase y condición. Sin piedad.
Papeles que atestigüen que el superviviente es el único, el verdadero, el genuino dueño de este mundo con todos sus muertos. Sin remordimientos. Sin herederos.
¡Por la Gracia de Dios!
miércoles, 28 de noviembre de 2012
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