Fin de semana de hielo y viento. A pesar de los años que han pasado, no me acostumbro a pensar en enero en esos términos. En el otro lado del mundo, enero era sinónimo de calor, vacaciones y preludio del mar. Cuando sea mayor quiero vivir dos veranos cada año.
Todos los eneros, mi padre colgaba en la pared de la cocina un calendario con dibujitos divertidos que los niños íbamos tachando día tras día hasta alcanzar el gran momento: el 1 de febrero por la madrugada. Era un día de gran expectación en el que se nos permitía trasnochar. Allá lejos y hace tiempo. Fiorello Bodoni. El hombre del cohete en "El hombre ilustrado".
Este sábado fui a ver con mi hijo Pablo "La vida de Pi". Nos gustó a ambos. Es una bella fábula con carga metafísica, algo muy extraño en el cine actualmente destinado a públicos infantiles, más proclive a repetir la misma fórmula maniquea y previsible. Cine de "efectos especiales"... En cualquier caso, la película de Ang Lee no es cine infantil en sentido estricto.
"La vida de Pi" trata, entre otras muchas cosas, de una de las condiciones más esquivas de Dios: su inefabilidad, su carácter ininteligible. Trata también del significado profundo de la renuncia y está envuelta en un halo mítico que transporta a Las mil y una noches y las Aventuras de Simbad. Con momentos especialmente poéticos como el instante en que el protagonista cae en la cuenta de que la gente tiene la mala costumbre de morirse sin despedirse.
Ambos hicimos el camino de vuelta disputando nuestra escena favorita. Llegamos a casa, encendimos el fuego y filosofamos entusiasmados como capitanes de quince años frente a una taza de leche con miel.
En la calle, el viento cabalgaba y la lluvia rompía su boca innumerable, como decía otro Pablo.
De todos los dones, el mayor es velar el sueño de un niño.
Mañana será otro día.
miércoles, 23 de enero de 2013
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