viernes, 16 de agosto de 2013

Rosalía Mera

Una de las ilusiones más estúpidas que proporciona el dinero es la sensación de inmortalidad, de omnipotencia. Los ricos tienden a creer que la muerte no va con ellos. Que llegado el momento podrán pactar con Dios o con el diablo, o con quien haga falta. Como están tan acostumbrados a comprar y a mandar, consideran que la vida puede mercadearse como se compran las lealtades.

El día en que la ciencia permita clonar órganos hasta el infinito puede que eso sea una realidad, pero mientras tanto... Un tema interesante desde el punto de vista ético: viejos pudientes que se perpetúan eternamente con la complicidad de los científicos y la clase médica.

Recuerdo la fantástica escena de la segunda parte de El Padrino, cuando Michael Corleone, el nuevo Padrino, se encuentra en Cuba con Hyman Roth, el gángster judío. Roth se cae a pedazos y apenas puede tenerse en pie, pero no deja de repetir que estaría dispuesto a pagar una suma indecente por comprar 5 o 10 años más de vida. Incluso en la pista de despegue hacia el más allá, planea la muerte de Corleone para apoderarse de lo suyo. No puede dejar de ser quien es.

Los ricos creen que van a vivir para siempre. Pero mueren como todos los demás. Probablemente, el último pensamiento del rico estándar -ese espécimen que no mete la mano en el bolsillo ni en invierno- sea para todo lo que deja sin gastar, pero no por la posibilidad de haberlo disfrutado personalmente, sino porque se lo van a gastar OTROS. Otros a quienes juzga vagos, inútiles, incapaces de esforzarse, de HACER LO QUE HAYA QUE HACER... sus herederos.

En lugar de ver un túnel y una luz brillante lo último que alcanzan a vislumbrar es un montón de pasta, propiedades inmobiliarias, empresas, coches de alta gama, bonos del estado, Sicavs, acciones, depósitos, pólizas de seguros, fondos de inversión, cédulas hipotecarias y maletas de piel repletas de billetes de quinientos euros que pasan a manos de sus devastados descendientes, que son capaces de irse de viaje a Capri al día siguiente de leído el testamento para tratar de recuperarse del golpe como del rayo.

Qué muerte tan atroz. Cuánto dolor se agolpa en mi costado.

En vida, Rosalía Mera fue inmensamente rica. Pero no fue una persona rica al uso. Se dice que no era superficial y egoísta, sino todo lo contrario, una persona solidaria. No tuve el gusto de conocerla personalmente, pero durante el tiempo en que trabajé en cooperación traté con gente con la que se veía a diario. Oí historias extraordinarias de esta mujer.

Conocida es su etapa mano a mano con Amancio Ortega durante la fundación de Zara y lo que llegaría a ser la actual niña bonita del Ibex 35, Inditex.

Mera era un personaje interesante por sí mismo, no por ser la mujer de Ortega. De orígenes más que humildes, Rosalía Mera se hizo a sí misma. No perdió el tiempo. Cuando pudo se formó a conciencia, tuvo visión a largo plazo e invirtió en proyectos de alcance.

Los gallegos son gente especial, extremos, mágicos. Recuerdo a Manolo Fraga -fascista ilustrado, pero fascista al fin- llorando de emoción en su encuentro con Fidel Castro, cuando Castro todavía era Castro. El viejo Fraga se encontraba con su archienemigo, pero a fin de cuentas era otro descendiente de gallegos, de españoles y le plantaba cara a los americanos, así que no pudo evitar las lágrimas. Fraga tenía su corazoncito.

Por casa venía a menudo Laxeiro, el pintor de Lalín. Lo conocí durante mi juventud y lo recuerdo como una persona llena de magia. Los artistas hambreados que pasaban por el Café Gijón sabían que siempre estaba dispuesto a echar una mano. Además, a los quince años de edad, Laxeiro me reveló un truco ancestral para follar durante 15 horas seguidas (lo que tardaba el expreso de Vigo a Madrid). Pensaba llevármelo a la tumba pero tal como está la economía escucho ofertas.

En fin, que me voy por las ramas.

Mera fue una buena persona. Necesitamos más como ella. Descansa en paz.

La mujer que tejió un imperio

Nota necrológica publicada en El País, el 16 de agosto de 2013.

por 

Rosalía Mera Goyenechea (A Coruña, 1944) falleció en la noche de este jueves en su ciudad natal. Solía ser identificada como “la ex-esposa de Amancio Ortega”, pese a que coprotagonizó la mayor odisea empresarial de España. Era, según otra de las etiquetas, la mujer más rica de España, pero sus ideas no se correspondían con su cuenta corriente, si es que los multimillonarios tienen cuenta corriente.“Cuando se nace en las circunstancias en las que yo nací, no se puede ser otra cosa”. Rosalía Mera contestaba así a la pregunta, directa a la par que amable, como todas las de Iñaki Gabilondo, de si era de izquierdas. No se acogió al comodín de preguntarse retóricamente qué son las derechas e izquierdas en estos tiempos, o al de adscribirse al progresismo en unos aspectos ideológicos y al conservadurismo en otros. Rosalía Mera, la-mujer-más-rica-de-España, se limitó a invocar sus orígenes.

La mujer que fundó junto a su entonces marido lo que hoy es el imperio Inditex, nació en 1944 en Monte Alto, el barrio que los obreros coruñeses se construyeron al abrigo de la Torre de Hércules. La suya era una familia humilde, con un padre empleado en Fenosa, una madre que a base de más esfuerzos que conocimientos logró llevar una carnicería y un abuelo “que se dedicaba a llevar carne de cerdo salada a Cuba, se iba y ni siquiera se lo decía a su mujer. Le decía a mi madre que la avisara”, le recordaba divertida el pasado mes de agosto al músico cubano Paquito D´Rivera en el estudio de grabación del centro Mans que ella había fundado.

Pese al comercio ultramarino del abuelo y a los esfuerzos laborales de sus padres, Rosalía Mera tuvo que dejar los estudios con 11 años y entrar a trabajar en una de las tiendas de fama de A Coruña, La Maja, primero de costurera, y después de dependienta. Los anales del imperio Inditex cuentan como aquella guapa y resuelta dependienta de La Maja conoció a Amancio Ortega, empleado de otro clásico de la confección coruñesa, Gala, que de recadero había ascendido a dependiente. Juntos decidieron emprender una nueva vida, personal y profesional. Después de unos fracasos iniciales con avíos para bebé, Rosalía Mera, su marido y la familia de éste dieron con el modelo que lanzaría el proyecto, el Ford T de Zara (entonces Confecciones Goa, una empresa en un bajo): la bata de boatiné rosa con vivos azules.

La historia del fenómeno Zara despegó con el primer establecimiento en 1975, hasta el actual número de tiendas en todo el mundo, que se queda obsoleto en cuanto se pone en papel impreso. En ella se basan los 4.700 millones de euros que se supone constituían la fortuna personal de la cofundadora del fenómeno. Pero la historia de Rosalía Mera se hizo independiente en 1986. Se separó de Amancio Ortega y de todo lo que suponía el trabajo de Inditex (el consejo de administración lo dejó en 2004). Se centró en sus dos hijos: Marcos, nacido con una parálisis cerebral profunda, y Sandra. Se psicoanalizó y estudió Magisterio.

Creó y se puso al frente de la Fundación Paideia Galiza, un centro de estudios sociales y pedagógicos. Unos más clásicos y otros menos. Por ejemplo, cuando el Gordo de la Lotería sembró de millonarios la zona de Rianxo (A Coruña), un equipo de Paideia se desplazó de forma permanente a la zona para asesorar a los agraciados de forma que no todo el dinero acabase en coches de alta gama y otras inversiones clásicas en estos casos, y se destinase a aplicaciones más productivas. El suyo propio, multiplicado por bastante cuando Inditex salió a Bolsa, se cobijaba bajo la sociedad Rosp Corunna, con inversiones en sectores hoteleros, energías renovables, tecnologías informáticas, y un largo etcétera que incluye sociedades de inversión mobiliaria en capital variable (Sicav), y una participación en los fondos manejados por el estafador Bernard Madoff. También poseía el 5% de la farmacéutica Zeltia, a la que apoyó cuando sus anticancerígenos experimentales estaban siendo cuestionados.

En 2004 fundó el Centro Mans, un centro de iniciativas empresariales enfocado principalmente a los sectores tecnológicos y culturales, que proporciona desde despachos a un estudio capaz de grabar hasta orquestas sinfónicas. Estas políticas tenían también sus detractores, que decían que la influencia de Rosalía Mera atraía a sus proyectos ayudas y subvenciones que no le eran necesarias. Deloa, una asociación para el impulso de las comarcas del sur de A Coruña, patrocinada por Paideia, que agrupa a dos docenas de empresas turísticas, gestionó inversiones por valor de 17 millones de euros en diez años de existencia. “Nuestras asociaciones o nuestras empresas también tienen derecho a optar a las ayudas públicas”, se defendía.

Tres de los cuatro multimillonarios que encabezan la lista española de Forbes viven en A Coruña. Ortega, Manuel Jove y Rosalía Mera. Los tres eran fácilmente localizables en sitios tan accesibles como la tribuna del estadio de Riazor, o la taberna Os Belés. Mera había dejado de frecuentar ese templo de la canción tabernaria porque, a raíz de las informaciones periodísticas, había gente que se pasaba por allí por si podía dejar caer una petición. Porque la niña de Monte Alto que se hizo adolescente cosiendo para las señoritas coruñesas profesaba aquella vieja creencia izquierdista de la redención por el trabajo.

No dejaba conferencia de prensa alguna sin que quedase patente su convicción de la necesidad del esfuerzo como motor en la vida. Y asistía a todas las que convocaba Paideia, y contestaba cualquier pregunta. Así arrojaba bombas verbales que a ella no se lo parecían —“no entiendo la repercusión, son cosas de los medios”—, como su apoyo del movimiento de los indignados y su disposición a sumarse a las acampadas. “Los niveles de corrupción tan extendidos son de muchas maneras, y de muchos colores. Tenemos que plantarnos y decir: así, no”, afirmó en junio de 2011. O “los recortes en el ámbito de la sanidad y la educación hacen un flaquísimo favor a la sociedad. No se puede es ir a la parte más fácil y a recortar por abajo. Estamos en un barco que o nos salvamos juntitos o aquí no podemos estar echando gente fuera”, dijo el mayo pasado, a la vez que expresaba su rechazo a la reforma del Gobierno de Rajoy de la ley del aborto.

“Soy una desclasada”, le decía al escritor Suso de Toro en una entrevista en EL PAÍS en 2004. “Pero si me tengo que identificar, me identifico mucho más con ese entorno que ha sido mi mundo y del que tampoco he querido moverme demasiado porque me nutre, me sostiene”. Ahora, la mujer más rica de España (bastante más que su madre, porque se supone que también es heredera de Amancio Ortega) se llama Sandra Ortega Mera. No sale en las revistas, es psicóloga, tiene tres hijos que van a un colegio público y siempre fue la mejor consejera de su madre.

1 comentario:

Joseba dijo...

Un texto precioso, maestro Rasskin. Un fuerte abrazo, Joseba