domingo, 7 de julio de 2019

Dos puntas tiene el camino

De los escritores de mi tierra natal, si tengo que quedarme con uno solo, opto por Roberto Arlt. Sus escritos tienen el pulso, el fervor de la calle y, a mi modo de ver, respiran tango por los cuatro costados. Como alguien dijo, el tango es la única actividad creativa en la que la Argentina no necesita pedirle opinión a Europa. Es una expresión nuestra, como la bulería en Jerez de la Frontera o Granada.

Un crisol de música negra, española, klezmer, italiana, francesa...
Algo que la cuenca del Plata (que obviamente incluye a la república hermana del Uruguay) regaló al mundo. Y el mundo lo hizo suyo.

A diferencia de Ricardo Güiraldes, otro prócer de las letras argentinas, Arlt se hizo a sí mismo. No contaba con un apellido importante, ni campos, ni esclavos. Nada de nada. Contaba con su talento y "la prepotencia del trabajo".

Ambos conocieron los años gloriosos del tango. Pero de distinta manera. Güiraldes, que se educó al cuidado de institutrices bilingües y hablaba francés sin acento, lo disfrutó en París, en los años locos antes de que todo estallara en pedazos. Los niños bien argentinos, "la haute", amaban los piringundines concurridos por apaches. Les divertía alternar con gente de abajo en la extraña y desinhibida ceremonia del tango. Hasta por ahí nomás, después cada uno a sus quehaceres. Vos a remar con los presos, yo a tomar el aperitivo en el Jockey Club.

Arlt sufrió el tango. Lo masticó, lo llevó en el bolsillo, lo padeció una y otra vez. Porque en cuestiones del alma o de amores el tango es nunca aprendo. Se trata de tropezar mil veces con la misma piedra. Con otra, no. Con la misma.

Dos formas de estar en el mundo. Encuentros a través del tango, el alma del pueblo. Esas dos puntas: los hijos de las mil familias que dominan mi continente desde los tiempos de la colonia -fiesta de la independencia, me río de Janeiro- y los míos, mi gente.

Para hacer arte de verdad, hay que embrutecerse. Los surrealistas bien lo sabían. Ese escritor argentino de vida breve y azarosa, de nombre que se apelotona en la lengua, es puro tango. Rufianes melancólicos, juguetes rabiosos, minas que nos engañarán a la primera de cambio, hileras de focos que lustran el asfalto con luz mortecina.

El tango como seguro de muerte, de una noche a cuchillo en los bosques de Palermo. Solo, sin vos. De morir en Buenos Aires con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.

¡Arlt, más Arlt!


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