Aguilar de la Frontera, Córdoba, 1936. Tierras de dioses del flamenco y gentes de trabajo. Rojos.
Los falangistas vinieron de noche y se llevaron a un grupo grande de gente del pueblo, debían ser unos 100. La mayoría, hombres. Entre ellos había una mujer de brazos fuertes y gesto altivo que se negaba a decir dónde estaba su compañero.
El convoy de camiones se detuvo en la cuneta. Hacía frío. Les obligaron a cavar sus propias tumbas en tierra de nadie.
La mayoría no hablaban o no se les oía. Se aprestaban a morir. Dios no contesta. Pero la voz de esa mujer anónima era un trueno. Le dijeron que o confesaba dónde estaba su marido o la mataban ahí mismo.
‘Ni aunque lo supiera os lo iba a decir. Me vais a matar igual’, les contestó. ‘¿Por qué no dejáis los fusiles, desatáis a los prisioneros y peleáis cuerpo a cuerpo? ¡Sois unos cobardes!’. Antes de que le dispararan gritó ‘¡Viva la República!’.
Su centelleante valor a ras del suelo aún pervive en la noche cordobesa.
jueves, 9 de febrero de 2012
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