En otro tiempo fue alguien importante en mi vida. De alguna manera lo sigue siendo. Pasé por su casa porque iba a la presentación de un libro sobre Allende. Uno de marzo. Tarde primaveral en Madrid.
Las ventanas estaban abiertas de par en par y alcancé a verlo desde la calle. Allí estaba, rodeado de libros que quise, en un ambiente que invita a intercambiar ideas y tecleando sin parar. Ochenta y seis años, ochenta y siete en julio y todavía ganas de guerrear, de plantar batalla. Sentí vergüenza de mis cuarenta años menos y de las mil vueltas que le doy a todo.
Indudablemente, la gente de la época de la guerra y los años de aislamiento internacional de España está hecha de otra pasta. Gente capaz de sacar familias numerosas adelante sin quejas ni debilidades. Gente de una pieza que va a las cosas y punto.
Recordé muchas noches filosofando en compañía de Johnnie Walker, en los extraños años ochenta. La dureza de la vida que le tocó vivir, habiendo enviudado dos veces y la segunda de forma terrible. Un corazón tallado de adioses y sinsabores.
El encuentro dejó una clara impronta en mí, tanto es así que terminé estudiando filosofía. Empecé y terminé, porque alguien me dijo cuando era joven: “haz cualquier cosa para salir adelante”. Y eso hice: cualquier cosa. Ahora vivo perdido en lo ápeiron de Anaximandro.
Viejo y querido maestro, tengo un recuerdo magnífico de su generosidad y de su forma de darse a los demás. Es un privilegio haberlo conocido.
En esta tarde de final de invierno bien pude haber subido a saludarle, pero no. A saber dónde quedaron mis veinte años. Mejor así. Hay que dejar trabajar al viejo comunista.
Falta nos hace.
lunes, 5 de marzo de 2012
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