Para su sorpresa, arribó a una oscura oficina desprovista de mobiliario. Transcurridos unos instantes, oyó la voz de Dios. O vaya usted a saber.
—Contigo no sé qué hacer. El balance de tus actos positivos y negativos arroja un resulta equilibrado. Tan equilibrado que, saltándome las reglas —habida cuenta de que las he creado yo mismo— voy a concederte la posibilidad de elegir destino.
—Señor—contestó José, acordándose de Noemí, Julieta, Marta, Alejandra, Fedra, Manuela, Sara, Emilia, Ana, Lucía y Eva—, si se trata del clima, indudablemente prefiero el Paraíso. Pero si he de considerar la compañía para toda la Eternidad...
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