Conocí a José Luis Sampedro en los tiempos en que estudiaba el bachillerato. Vino a nuestro instituto a dar una conferencia sobre la creación literaria. Recuerdo que me llamó poderosamente la atención su planteamiento, crear desde el orden, desde una vida calculada. Por aquel entonces yo era un romántico irredento y estaba encandilado por modelos como Lord Byron o Schubert. Pensaba que antes o después había que quemar las naves, arriesgarlo todo. Quemarse en el Infierno por un amor.
Después de la conferencia sostuvimos una animada charla sobre el tema. Hasta vino a tomarse un café a Las Antillas (ahora reparo en que aquella cafetería resultaría premonitoria por varias razones). Recuerdo aquel encuentro con mucho cariño.
Te das la vuelta y han pasado treinta años. Con el tiempo, Sampedro se convertiría en un referente moral en una sociedad lobotomizada, incapaz de sentir. Una sociedad de nuevos ricos.
Acaba de marcharse, de quemar las naves. Fue un alma generosa. Un gran tipo.
Rescato dos frases suyas de "La sonrisa etrusca".
El tiempo no es oro, el oro no vale nada.
El tiempo es vida.
miércoles, 8 de mayo de 2013
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