Mi querido abuelo Lázaro y yo solíamos hablar mucho de música. Cuando se trataba de escoger himnos por la belleza de sus melodías o la fuerza del mensaje la lista finalmente quedaba reducida a dos: la Marsellesa y el himno de la Unión Soviética.
La Unión Soviética ya no existe, pero su himno nacional sigue teniendo una fuerza impactante. Una contundencia que refleja la mejor tradición sinfónica de la Europa oriental. Tchaikovsky, Rimsky, Rachmaninov, Shostakovich, Khachaturian, Stravinsky... la lista es inmensa. Y se trata de genios irrepetibles.
Los coros del ejército ruso tienen algo especial. Son voces como ganchos de izquierda. Suenan a carga de caballería persiguiendo a las tropas de Napoleón en el Berezina. Existen los tenores, los barítonos, los bajos... y luego están los cantantes del ejército ruso. Es un mazazo acústico, un muro de frecuencias. Un cóctel molotov armónico.
Si la vida te hace un quiebro, si te sientes como descolado mueble viejo, prueba a utilizar el himno de la Unión Soviética como despertador o desfibrilador emocional a cualquier hora del día.
Se han descrito casos de apetencias incontrolables de entrar en Berlín, tomar prestado el caballo blanco del mariscal Zhukov y volver a plantar la bandera en el Reichstag. Davai!
Advertidos quedáis.
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1 comentario:
Yo te cepillo el caballo mientras silbo melodías
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