Sam Shepard es un artista estadounidense con mayúsculas que vengo siguiendo desde hace mucho tiempo. Me gusta su obra, creo que es profunda y transmite una sensación de soledad máxima, que es el signo distintivo de nuestra época, supuestamente tan hiperconectada. "500 millones de amigos" contra la angustia vital. Chatea mientras te mueres. Cuando todos los fantasmas se sienten a los pies de tu cama, envía un SMS al 14267. Importantes premios.
Como en el buen blues, la soledad en sus libros, sus obras de teatro y sus guiones se masca, se respira y se inyecta en vena.
Grandes son los dones creativos del bueno de Shepard, pero desde hace más de veinte años lo envidio fundamentalmente -de esa envidia "muy sana"- por tener a la increíble e inefable Jessica Lange a su vera. Ah, Jessica... es como Sigourney Weaver en el "El año que vivimos peligrosamente"...como Kim Novak, Ava Gardner, Anna Magnani (en la foto)... ¡Irene Papas! ¡Qué mujeres! Si sigo así no voy a dar pie con bola en lo que resta de tarde. Y ¿a quién le importa? Marx: "el trabajo es la esencia del hombre". Qué tipo amargado el barbas.
Bueno, a modo de contrapunto, cabe recordar lo que la diosa Ava Gardner solía decir de Paul Newman, Dios lo tenga en su gloria: "Es absolutamente injusto que tanta belleza esté concentrada en un solo hombre". Así está el mundo de mal repartido.
Esta es una entrevista con el gran dramaturgo y poeta que publica El País. La comparto con todos vosotros/ustedes. Este verano, si no tienen otros planes que les resulten más excitantes, les recomiendo que lean algo de este señor.
Acudir a entrevistar a Sam Shepard (Fort Sheridan, 1943) impone un merecido respeto. Más allá de la leyenda que asegura que odia las entrevistas, el artista de rostro curtido por el sol y por una apasionada y conflictiva existencia es el dramaturgo vivo más importante de Estados Unidos. Premio Pulitzer de teatro a la temprana edad de 36 años por Buried child, Shepard acumula 40 obras de teatro en su bibliografía, junto con varios libros de relatos, memorias y ensayos.
Además ha brillado como director de teatro y cine, como guionista (de su talento nació París, Texas) y ha probado su valía como actor en filmes como Elegidos para la gloria, por el que fue candidato al Oscar, o Días del cielo, su primer papel en el cine, que le puso a su pesar en el mapa del estrellato de Hollywood. Hace dos años aceptó encarnar al resucitado forajido Butch Cassidy en el western Blackthorn, de Mateo Gil y con guión de Miguel Barros, que se estrena en España el próximo viernes 1 de julio.
Criado en las amplias llanuras del Oeste americano, donde se forjó el mito del cowboy solitario que transpira en toda su obra, Shepard, a sus 67 años, aún transmite ese magnetismo que sedujo a artistas extraordinarias como Patti Smith, o Jessica Lange, su pareja desde hace tres décadas. Sentado en el restaurante de un hotel neoyorquino, sonríe afable y extiende su mano, desmesuradamente grande, para saludar. La excusa es Blackthorn, pero la charla fluye por cualquier tema.
Pregunta. Usted es esencialmente un escritor, no acepta muchos papeles como actor. ¿Por qué aceptó Blackthorn?
Respuesta. Porque es uno de los mejores guiones que he leído en mucho tiempo. Está muy bien estructurado. Y era un western, un género fabuloso que siento muy cercano porque me crié con él. Además, Butch Cassidy es un personaje mítico en el que se mezcla la leyenda y la realidad. La idea de que no muriera y se escondiera en Bolivia, y que al final de su vida sintiera la necesidad de reconectar con lo único que le unía al pasado, el hijo que quizás tuvo con la novia de Sundance Kid, me pareció muy poética.
P. ¿Cómo fue para usted, que ha dirigido a tantos actores, ponerse a las órdenes de un realizador como Mateo Gil?
R. Hubo algunos conflictos con Mateo porque su acercamiento al guion era muy intelectual y apenas le concedía libertad a los intérpretes. En alguien que empieza entiendo el pánico por la presión del dinero, las restricciones y las dificultades de un rodaje muy duro, pero acabó haciendo un trabajo fantástico, aunque a veces hubiera tensiones.
P. Le da mucha importancia a la música en su obra y en Black-thorn incluso interpreta tres temas. ¿Le hubiera gustado ser músico?
R. Lo soy [risas]. Sé cantar y tocar, aunque no se me conozca como músico. Me encanta tocar con amigos y este verano grabaré algunas canciones con Patti Smith, que me ha invitado a participar en un disco que está preparando de viejos clásicos americanos. Envidio mucho a los músicos por la camaradería que hay entre ellos. Comparten un lenguaje propio y esa sensación es increíble.
P. En su libro de memorias Crónicas de motel cuenta cómo le echaron de un local donde trabajaba de camarero por escuchar embobado a Nina Simone.
R. Sí, fue en los sesenta, en el Village Gate. Allí también actuaba Thelonious Monk, y Woody Allen hacía monólogos. Fue una época de Nueva York muy interesante con mucho intercambio entre artistas. Ya no pasa y creo que la culpa es de la tecnología. Se habla mucho de que Internet y los teléfonos móviles nos han acercado, pero es una estupidez. La gente está mucho más aislada. En los cafés nadie se habla ni se mira. Están pegados a sus pantallas.
P. La soledad es un tema recurrente en su obra. ¿Por qué?
R. Porque es la experiencia central de la vida moderna. Todos luchamos contra la soledad. Hay quien la elude buscando la seguridad de una familia, otros se rodean de gente. Yo escribo porque es una compañía constante. Llevo mis cuadernos a todas partes. Cuando escribo no me siento solo y necesito esa soledad para escribir. Es un conflicto sin solución.
P. Supongo que hay mucho de búsqueda.
R. Sin búsqueda no hay creación. Si sientes que has encontrado las respuestas se acabó. Ya no hay razón para hacerlo. Ocurre con todas las artes. Lo interesante es mantener ese martilleo porque no tienes respuestas o porque siguen surgiendo preguntas.
P. También ha escrito mucho sobre amores paternofiliales. Con su padre, alcohólico, su relación fue conflictiva y usted mismo ha tenido problemas con la bebida. ¿Le persigue ese fantasma?
R. Claro. Mi padre murió conduciendo borracho cuando tenía mi edad. Yo aspiro a vivir unos cuantos años más [risas].
P. En una de sus últimas obras, Ages of the moon, dos hombres mayores conversan sobre arrepentimientos. ¿Es algo que llega con la edad?
R. Bob Dylan dice que no se arrepiente de nada. Me cuesta creerlo. Arrepentirse es clave para tratar de no repetir errores. El problema es que la edad no necesariamente te hace más sabio. El potencial está ahí, pero... [risas].
P. Vive en un rancho en Kentucky, lejos de los focos. ¿Huye de la fama?
R. Nunca he querido ser una estrella de cine porque tu privacidad muere. Y yo soy un escritor, necesito privacidad. No soy una estrella de Hollywood. Quizá ellos puedan soportarlo, yo no.
P. ¿Hay vacío detrás del éxito?
R. Hay vacío prácticamente detrás de todo, una razón por la que muchos artistas famosos caen en adicciones. Es una situación trágica. Tener éxito en el cine no significa tener éxito en la vida. Está claro que trabajas para un público. Lo que haces está en relación con los otros. No escribes o actúas en un armario. Pero lo deseable es que no te conviertas en la víctima de esa relación. No es fácil.
Una pequeña gran filmografía
- Como actor, Sam Shepard debutó en Días del cielo. En 1982 participó en Frances, y allí conoció a Jessica Lange. Entre sus trabajos están Elegidos para la gloria, Magnolias de acero, El informe Pelícano, Black Hawk derribado o El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford.
- Como guionista, su firma estaba en Zabriskie point, París, Texas, Locos de amor, Renaldo y Clara (con Bob Dylan de director) o Llamando a las puertas del cielo. Ha dirigido dos filmes: Norte lejano y Lengua silenciosa.
viernes, 24 de junio de 2011
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