Ya está. Se cumplió el plazo. El hijo ordena su habitación, hace inventario de regalos. Te voy a echar de menos, dice. Se viste con la misma ropa que vino. Hablamos de todo lo que hemos hecho juntos en estos cuarenta días. El padre, que nunca fue buen futbolista, practicó y practicó sistemáticamente durante el invierno para enseñarle al hijo. ¿Lo que más me gustó de estos días? Que jugamos al fútbol juntos casi todos los días, papá, y todos los trucos que me enseñaste para darle al balón. El padre siente cómo se le ahuecan las tripas.
¿Cuánto falta? Aún queda una hora. Vamos despacio.
Pedimos dos fantas, como dos capitanes de diez años que regresan de explorar el río en bicicleta. Me mira a los ojos. Tiene la cara bañada en lágrimas. El padre desearía estar muerto. Cuarenta días pasan volando, querido. Se dirige al coche de su madre que incluye una figura de cera. Antes de llegar, se vuelve y corre a dar otro abrazo al padre.
Cuídate mucho, cariño. Contaré los minutos. Acaba julio. Ya está.
Tormenta de verano en mi esófago.
lunes, 1 de agosto de 2011
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1 comentario:
Bellísimo texto, Martin. Bello hasta el daño.
Un gran abrazo, J
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