A primera hora de la mañana, un pequeño avión despega del aeropuerto de Santiago rumbo a Avilés. El plan de vuelo consiste en recoger a un equipo médico en Asturias, trasladarlo a Oporto para extraer el corazón de un donante y regresar a Avilés donde espera el receptor del trasplante.
Todo transcurre sin incidentes. España no sólo tiene uno de los índices de donaciones de órganos más altos del mundo, sino que la Seguridad Social en general y los médicos españoles en particular están en la élite internacional de los servicios sanitarios.
Desde Oporto, los pilotos transportan al equipo médico de regreso a Asturias con la caja de la vida. Aterrizan en el Principado sin mayor novedad. Una vez en Avilés, el protocolo de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) -un modelo de gestión y eficacia del que otros podrían tomar ejemplo- hará el resto.
Concluida la misión, el avión regresa a su base en Santiago. El aeropuerto de Lavacolla está situado en un claro rodeado de árboles. Al descender tienes la sensación de que puedes tocar las copas con las manos. La pista aparece abruptamente, como inventada.
Parece cosa de meigas.
Habiendo colaborado necesariamente en un proceso para dar vida y tras realizar la misión con éxito, los pilotos se estrellan en las cercanías de Santiago. España está llena de héroes anónimos que sostienen el frágil equilibrio de este universo, cada día más insostenible.
Hoy llega la noticia de que el corazón que viajó de Oporto a Asturias ha sido trasplantado con éxito, sobreviviendo a los mensajeros. Dos pilotos jóvenes y llenos de vida mueren para que una persona pueda seguir abrazando y camine más días con el sol a la espalda.
No han muerto por nada. Han hecho la obra de Dios en plena edad vacacional.
viernes, 3 de agosto de 2012
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