Hay días que sí, que estoy más contento que perro con dos colas, como si mi viejo y querido Fidel volviera de la muerte e insistiera en sacarme a pasear por el campo, a buscar espliego, manzanilla y romero. Porque era él, el único perro poeta que he tratado personalmente, quien me sacaba a mí.
Es por nada y por todo. El aire de la mañana, el olor del primer café, los ojos de mi compañera.
Otros soy como una iglesia abandonada: no tengo cura.
La vida es el arte de aprender a perder.
Dentro de un orden.
martes, 23 de julio de 2013
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