Las primeras canas sellarían su sentencia de muerte. Desde hacía ya tiempo no se podían soportar. Era un malestar sordo, un cansancio infinito. De siglos. No puedo entender quién eres tú, ni qué tienes que ver conmigo. Nunca más playas, fogatas, guitarreadas. Habían sido sustituidos por un infierno de reproches y una falta de respeto mutua constante, casi deseando la desaparición física del otro, que era otra forma de desear el propio fin.
Distinto de mí hasta la saciedad y sin embargo tan extrañamente familiar.
Definitivamente había comenzado la ceremonia del adiós.
martes, 10 de julio de 2012
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