El profesor Albert Sagnussem, de la Universidad de Upsala, cita un cuadro perdido de un tal Tadeus van Hippel, discípulo de El Bosco en el que se observa que, tras la muerte, los campeones de la avaricia son pacientemente sodomizados con todos aquellos objetos que han logrado reunir en vida y se han negado a disfrutar o compartir mientras permanecían en la Tierra.
En fin. Qué sabe nadie.
Como los artistas tienen la mala costumbre de comer todos los días y deben pagar al tendero como todo hijo de vecino, resulta obvio que deben cobrar por su trabajo.
Internet y los nuevos medios de comunicación no son el enemigo. La discusión es estéril. Lo que ha muerto es la antigua forma de hacer las cosas y lo que se pone fundamentalmente en cuestión es el modelo comercial imperante hasta el momento.
¿Por qué razón tiene que enriquecerse un montón de gente en la "cadena de producción" de un producto artístico? ¿Por qué no encontrar un modo de relación más directo entre artista y destinatario final, sin tantos eslabones intermedios? Si esta fórmula funciona, ¿acaso no cabría estudiar sistemas de distribución de otros productos incluso de primera necesidad que estuvieran más cerca del concepto de cooperativa y más alejados del concepto de empresa privada que se mueve exclusivamente por la ética -es decir la no-ética- del beneficio económico?
Lo que sigue a continuación es un ejemplo -no aplicable a todos los casos, obviamente-, pero es un ejemplo y se desarrolla en el momento presente en España, es decir, en medio de la peor crisis desde la Guerra Civil. Se trata de racionalizar los costes de producción y aprovechar al máximo todas las ventanas de visibilidad. Todo eso repercute en ahorros estratégicos en publicidad y el precio final en los diferentes formatos se torna más asumible para el consumidor final, que tiene una razón de peso para optar por la opción "legal" y evitar la pérdida de calidad, las pérdidas de tiempo, los cortes y los inconvenientes asociados con las versiones pirata.
Si en el siglo anterior hubiera existido un sistema que permitiera la comunicación directa entre creador y público, Os Jangadeiros, la segunda película del inefable Orson Welles tras la monumental Ciudadano Kane, no habría sido secuestrada por las hienas de Hollywood.
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