En cierta ocasión, siendo muy joven, conocí en una fiesta a un aspirante a pintor que tenía 6 o 7 años más que yo. Era monotemático y apasionado: él mismo se hacía y se contestaba las preguntas. Recuerdo que estudiaba en Barcelona e insistía en que, en un futuro muy cercano, ganaría mucho dinero vendiendo cuadros (naturalmente, de su autoría). Lo decía absolutamente convencido, como aquellas personas que tienen tan claro su camino que el resto de la humanidad decide apartarse a su paso, haciendo una suerte de pasillo de honor. Esas personas que saben adónde van.
Ya por entonces, el que suscribe suponía que para ganar dinero en este mundo convenía ser marchante de almas, engañar jubiladas o dedicarse a la compraventa de esclavos.
Lo siguiente que supe de aquella persona es que se había suicidado.
De Francia nos llega una literaria historia, digna de Simenon, precisamente de un pintor "de posibles"... Quizá la clave no estaba en los cuadros. Aunque no sólo pintar cuadros requiere "arte".
Publicado en El Mundo a partir de un original de Ariane Chemin publicado originalmente en Le Monde (artículo bien escrito por cierto, a pesar de algún error a la hora de datar ciertos periodos de la historia del arte).
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Un par de zapatillas espera todavía silenciosamente, al pie de la
cama. En la habitación de tres metros por cuatro, una mesa plegable hace
las veces de mobiliario; dos abrigos y tres chaquetas están tirados
aquí y allí. En el cuarto de baño, una placa eléctrica quedó al borde de
la bañera, sin duda para hervir agua en ella. Allí fue hallado Alberto
Rodríguez, el 19 de octubre, con un pijama gris de rayas, la cabeza
sobre la almohada y los brazos caídos a un lado y a otro de su pequeña y
estrecha cama. Más exactamente, así es como fue descubierta su momia,
en el primer piso de una casa de ciudad, en uno de los barrios más
bohemios del casco antiguo de Lille.
Con demasiada frecuencia, las personas mayores mueren solas y
olvidadas. Pero Alberto Rodríguez es un caso muy poco común. Falleció
hace al menos 15 años. El año 1997 es el que aparece escrito en las
últimas cartas recibidas en el número 9 de la calle Saint-Jacques, como
dan fe los sellos. Una de ellas fue enviada el 15 de enero de 1997 por
la Tesorería de la Seguridad Social. Entre los prospectos, también se
descubrió un recibo de la luz del 6 de febrero de 1997 y, fechado cuatro
días más tarde, un correo de la caja de pensiones. Cuando los agentes
de la unidad de edificios en amenaza de ruina entraron en la casa, hacía
por lo menos 15 años que el anciano dormía en su habitación sarcófago.
A los vecinos empezaba a parecerles extraña esta vivienda siempre
cerrada e invadida por telas de araña. Una casa de autor de 1880 de
estilo art déco —una “casa Pagnerre”, como dicen los entendidos, en
referencia al estilo de Gabriel Pagnerre, en el que se inspira el
caserón— y firmada por un arquitecto local cuya construcción más notable
fue el casino de Malo-les-Bains, en el norte. En el tercer piso, las
palomas entran y salen por uno de los cristales que llevan años rotos, o
por la vidriera deteriorada. “En verano, en mi terraza, me entraba
miedo”, recuerda Elisabeth Chevanne, una abogada cuyo despacho en el
número 7 de la calle Saint-Jacques está pegado a la casa. “Me decía:
‘esos pájaros son malos, se parecen a los de Hitchcock”.
Cuando finalmente los servicios del Ayuntamiento, alertados por la
vecina abogada que se quejaba desde hacía 10 años de problemas de
filtraciones, forzaron la puerta, nadie estaba totalmente seguro de que
el esqueleto fuese el del “pintor-decorador-vidriero” de edificios que
llegó al norte después de la guerra. En la cabecera de la cama se
encontró una tarjeta de la Seguridad Social a nombre de Alberto
Rodríguez, “nacido el 7 de agosto de 1921 en Santander, España”. El 5 de
diciembre, los médicos forenses anunciaron por fin que “unas
particularidades en la nariz” permitían afirmar “con una seguridad del
99,9%” que el esqueleto era efectivamente el del propietario del lugar:
“La forma del seno” fue comparada con una radiografía del cráneo de
Alberto Rodríguez encontrada en la casa, según el investigador.
Al conocerse la noticia, todo el barrio quedó sumido en el
arrepentimiento, disertando sobre esas Administraciones inhumanas,
capaces, como Hacienda, de hipotecar una casa sin enviar a un agente a
comprobar si está efectivamente habitada. El agua se cortó en 1996 y la
luz en 1997, y su cuenta bancaria se cerró en 1999, por falta de
movimientos. Muchas personas han escrito en blogs sobre esta sociedad
ciega capaz de olvidarse de un hombre durante 20 años en el centro de
una de las ciudades más importantes de Francia. La noche en que se
descubrió el cuerpo, como para expiar el olvido en el que había estado
sumido el anciano, los transeúntes depositaron velas en el umbral de su
puerta. Al otro lado de la manzana de casas, el sensible Camille Stopin,
“ebanista de padres a hijos desde 1860”, se apuntó a Vecinos
Solidarios.
En la habitación del difunto no se halló “ningún indicio de pelea o
de allanamiento por la fuerza”, según el atestado policial. Solo, al pie
de la cama, un barreño blanco, recubierto por un sedimento negro, hizo
que planeara durante unas horas la sombra de un envenenamiento, antes de
que se decidiera que el pintor de edificios debió de morir enfermo,
vomitando.
En cualquier caso, la momia encierra otro misterio: Alberto Rodríguez
era rico. Primero, porque la estrecha casa de tres pisos, en el centro
de la ciudad, cerca de la iglesia de la Treille, es bien inmobiliario
con gran valor. “En 1986, cuando compré, el barrio era un poco
conflictivo”, recuerda la vecina abogada, instalada en un antiguo
convento de “chicas arrepentidas”. Un burdel de la calle, Le Panier
Fleuri, es ahora un palacete. Un poco más lejos, una librería ocupa el
lugar de un antiguo prostíbulo. “Era el barrio de las casas de citas”,
confirma Bernard Coussée, autor en 1993 de una pequeña historia de la
prostitución de Lille, “y es probable que, sin ser un burdel, esta casa
haya servido de lugar de encuentro”. Hoy en día, hace soñar.
El pintor español no solo tenía esta propiedad en la calle de
Saint-Jacques, sino que poseía un pequeño parque inmobiliario. En un
testamento ológrafo, Lucie Chanat, viuda de Emile Caron, casquero de
profesión, lo convirtió en su heredero universal, lo que le otorgaba la
famosa casa art déco; otra en la ciudad vieja de Lille, en el número 3
de la calle des Patiniers; un inmueble en Fives de 362 metros cuadrados,
hoy ocupado por una caja de ahorros, y, quizá, “una herencia en la
región parisina”.
Cuando falleció Lucie Chanat, el 11 de noviembre de 1971, el cortejo
fúnebre llevó a la anciana de 90 años, viuda desde hacía cerca de 20, al
panteón familiar, en el cementerio Este de Lille. La generosa legataria
descansa allí con su madre y su marido, Emile Caron, bajo una cruz y
una jardinera desvencijada. Nadie consideró oportuno grabar sobre el
mármol rosa la fecha del fallecimiento de la benefactora: Lucie Chanat,
1881-19.
Casada a los 18 años, Lucie Chanat se quedó viuda a los 73. Alberto
tenía entonces 33 años. ¿Qué relación entablaron estas dos personas para
que esta misteriosa dama acabase por convertirlo en su único heredero?
Los más románticos sueñan con una historia de amor. Una cofradía formada
por dos genealogistas, los mejores sabuesos de la prensa local, unos
notarios, la Embajada española y el grupo de apoyo judicial de Lille, se
ha propuesto esclarecer el misterio del que llaman “Alberto”. Todos los
documentos, ya sean del catastro, de arrendamientos, de escrituras de
venta o expedientes médicos sirven para tratar de resolver el misterio
del pintor español descrito por los vecinos como alguien “bien
parecido”, pero no muy simpático, e incluso gruñón.
Un antiguo vecino llamó por teléfono a La Voix du Nord diciendo que
recordaba que “trabajaba para comercios del barrio. Cuando había bebido
un trago, todo iba bien, y se mostraba incluso jovial”. Veinte años más
tarde, su vecina, la señora Chevanne, le describe de una forma mucho
menos amable: “Veía a un hombrecillo que entraba y salía rayando con sus
llaves las puertas de los coches que estaban mal aparcados delante de
su casa. En mi opinión, no vivía ahí”. A unos números de allí, en el
taller Leclercq, de “restauración de cuadros” se acuerdan de que un
antiguo ebanista de la calle hablaba de un hombre salvaje con “una nariz
grande”.
Se ha pedido a la ciudad de Santander que busque a algún familiar
—con vistas a la herencia— de este pintor, hijo de Salustiano Rodríguez y
de Concepción Martínez, que llegó a Francia el 4 de junio de 1948, a
los 27 años, con un permiso de trabajo. Pero nada. Sin éxito. No hay
ningún rastro del tal Alberto Rodríguez. “La partida de nacimiento ha
podido quemarse”, suspira el genealogista sucesorio Pierre Kerlévéo, a
quien apasiona el caso. “Aquel año, la ciudad vieja de Santander fue
prácticamente destruida por un tornado, seguido de un incendio, que dejó
a 22.000 personas sin techo”.
Sin embargo, el genealogista encontró un documento precioso: la
escritura de venta de la casa Pagnerre preparada por un notario para el
30 de abril de 1991. Está claro que Alberto se disponía a desprenderse
por 350.000 francos del número 9 de la calle Saint-Jacques. Pero, a las
11 de la mañana del día fijado para la firma, el pintor jubilado no se
presenta ante el notario. La compradora, alemana, que había pedido un
préstamo para la ocasión, le espera en vano.
¿Qué ha sido de la señora Lejeune-Wermer, una profesora nacida en
1943 que vivía en la calle del Pont-Neuf? Un detective trata de
encontrarla al otro lado del Rin. Solo la señora Lejeune-Wermer podría
explicar por qué se truncó la venta en 1991. ¿Había muerto Alberto unos
días antes en su cama, vestido con su pijama gris? “Un personaje
esquivo, una partida de nacimiento española que no se encuentra, una
mujer casada a los 18 años y que lega su fortuna a un hombre 40 años más
joven que ella, una escritura de venta destinada a una alemana... Nada
es normal, y todo acaba por convertirse en extraordinario”, resume el
especialista Pierre Kerlévéo quien, si pudiese, lanzaría un aviso de
búsqueda y realizaría programas de telerrealidad en España, en Francia y
en Alemania.
Continuará...
domingo, 30 de diciembre de 2012
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