¿Qué implicaciones tiene la reciente intervención en Pakistán de las tropas de élite estadounidenses que presuntamente han acabado con la vida del archienemigo de Occidente, Osama Bin Laden?
Si el mundo "biempensante" aplaude la operación, ¿dónde quedan los conceptos de soberanía nacional, el derecho internacional, los juicios justos?
El conocido psiquiatra andaluz Luis Rojas-Marcos, presidente del Sistema de Hospitales Públicos de Nueva York cuando se produjeron los atentados del 11-S, afirma que tras la muerte de Bin Laden muchos allegados de las víctimas dormirán mejor. ¿Realmente es así?
Si Estados Unidos tiene derecho a llevar su venganza hasta los confines del mundo, entonces ¿por qué utilizar otra vara de medir cuando Israel persigue a los líderes de Hamás? Y desde su óptica de sangre y muerte, ¿por qué no habrían de atentar los terroristas golpeando donde más duele, "sin fronteras"? Si se trata de una espiral de "ojo por ojo", probablemente terminaremos todos ciegos.
Con esta clase de lógica cualquier barbaridad es justificable. Volvemos a la vieja discusión del principio de justicia. Las tropas y los secuaces de Hitler llevaron a cabo monstruosidades sin cuento, pero los aliados tiraron dos bombas atómicas y destruyeron Dresde de forma totalmente innecesaria. ¿Se trata entonces de que, a fin de cuentas, Dios y el Diablo utilizan los mismos medios?
¿Dónde fijar el límite? ¿Por qué unas muertes son abominables y otras son justas? Al fin y al cabo, los cadáveres se parecen. Si se mata a un hombre se le quita todo: lo que es y lo que podría llegar a ser.
Sé que esta clase de preguntas tienen "fácil" respuesta: porque supuestamente nosotros somos los buenos, tenemos a Dios de nuestro lado y actuamos con equidad y justicia. Pero da la casualidad de que los "otros" piensan lo mismo de sí mismos y utilizan el odio como materia prima prácticamente inagotable. Para ellos es mucho más fácil, ya que no tienen mucho que perder dada la situación de subdesarrollo endémico existente en sus países (con el beneplácito, obviamente, de Occidente). Las rebeliones en el mundo musulmán así lo prueban. En su concepción del mundo somos nosotros los que deberíamos desaparecer.
Si la respuesta al odio es odio corregido y aumentado, el final es la nada.
En la primera parte de El Padrino, cuando tras el atentado que estuvo a punto de acabar con su vida el Don se entera de la muerte de su hijo Santino (James Caan), decide unilateralmente establecer una tregua en la guerra entre familias mafiosas para salvar a su hijo menor, Michael Corleone. Sabe que una guerra total tendría unos resultados devastadores. A pesar de su dolor, él mismo fija el límite, abrazando a otro mafioso, a sabiendas de que fue quien ordenó la muerte de su vástago. "¿La muerte del tuyo me devolverá al mío?" pregunta en el cónclave.
¿En qué estadio nos encontramos? ¿Jóvenes gritando "USA", "USA" en Nueva York como si se tratara de un partido de fútbol? ¿Qué es lo próximo? ¿Se puede superar el atentado de la Torres Gemelas o el de Atocha? Probablemente. ¿Y cuál sería la respuesta? ¿Un ataque nuclear preventivo? ¿Guantánamo multiplicado hasta la saciedad?
La pregunta debería ser ¿a quién beneficia esta situación de tensión constante? Porque hay gente a la que todo esto le viene de perlas. Si los SEALS americanos tienen que destruir un helicóptero en su huida, alguien se encarga de reponerlo y alguien paga la factura. Total, una deuda más.
Si el odio se queda a vivir definitivamente en nuestros corazones cualquier cosa puede suceder. Me gustaría creer que otra realidad es posible, pero probablemente me equivoque. Como casi siempre.
miércoles, 4 de mayo de 2011
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