martes, 1 de enero de 2019

Europa

Concierto de Año Nuevo en Viena. Wiener Staatsoper. El centro de la gran música. Mahler, los Strauss padre e hijo, Bruckner, los grandes entre los grandes. Hay una Europa maravillosa que ha iluminado al resto de la humanidad, que ha dado obras insuperables en todos los terrenos del pensamiento, la ciencia y el arte. Esa misma Europa que ha logrado dejar a un lado las diferencias y vivir en paz durante los últimos setenta años es la que quieren destruir las hordas de desaprensivos de toda suerte y condición.

El enemigo no está en los refugiados o en los desesperados que huyen de países invivibles. Todos haríamos lo mismo si se tratara de salvar a nuestras familias. El peligro lo tenemos dentro de casa. Es la misma regla de tres que puso al mando del país más culto de Europa a un cabo austríaco, un resentido social que vivía en albergues vieneses para indigentes, que no logró ningún éxito profesional, que no sintió afecto por ningún ser humano excluyendo a Albert Speer (el brillante joven que sublimaba su fracaso como el arquitecto o el artista que nunca fue y al que llegó a considerar una especie de hijo aunque no era más que un genuflexo que se limitaba a asentir y a cumplir sus deseos por criminales que estos fueran, salvo cuando ya estuvo todo perdido y Adolf "el mesurado" le encargó que destruyera todas las infraestructuras de Alemania para que el acto final de La caída de los dioses fuera más espectacular que en Wagner. Un criminal de guerra que aparece como el bueno de la película pero que fue responsable directo del Ministerio de Armamento y se encargó de crear un sistema de trabajo esclavo que segó miles de vidas), un ser educado en el odio químicamente puro.

El odio es una herramienta poderosa. El deseo de venganza, de aplastar a los que no piensan como uno. El odio en manos del individuo adecuado unido al principio de oportunidad histórica, el momento preciso, el huevo de la serpiente eclosionando, es directamente letal.

Todos los que plantean la destrucción del proyecto europeo deben ser vigilados atentamente. Y Europa ha de dotarse de herramientas para poner la enfermedad en cuarentena. No podemos permitir que ese cáncer destruya los cimientos de la democracia europea. ¿Qué pretenden? ¿Volver a un mosaico de microestados como la Alemania previa a 1870? Lo que tenemos es imperfecto, qué duda cabe, pero basta observar el resto del mundo para ver cómo se vive en países que no han alcanzado nuestro nivel de entente cordiale. Y todo esto se ha logrado después de caminar por el abismo, no ha sido gratis. Es el resultado de millones de personas que murieron en las dos guerras mundiales. La sangre de generaciones perdidas para siempre.

Europa es un milagro. Como lo es Viena, la música de Mahler, la Staatsoper, la música sinfónica en su expresión más elevada. Es Viena u Operación Triunfo. Darwin o los creacionistas. La medicina occidental y las vacunas que han duplicado la esperanza de vida en un siglo o los antivacunas que experimentan con sus hijos (¿por qué no prueban a dejar de ducharse para siempre? Hay que ser alternativos caiga quien caiga. La mugre puede servir de escudo protector. Y lo que se ahorra uno en geles... Hay una guru de autoayuda de Wisconsin -Peggy Sputzy- que nunca se duchó y todavía vive. En las milongas no la dejan entrar y hace la compra por Internet. Pero que experimenten con ellos mismos, a los niños que los dejen en paz, coño).

Se trata de la paz y pagar el precio que supone o afrontar la guerra y sus consecuencias imprevisibles.

Las hordas de resentidos no pueden acabar con la civilización. No es posible que suceda lo mismo una y otra vez. Un imbécil grita como un energúmeno y puede más que diez mil personas ponderadas que se mantienen en silencio. Hay que fundar el partido del Sentido Común.

El resultado de la estupidez no es otro que el infierno sobre la tierra. Está en los libros de historia. Se trate de los campos de concentración nazis o de los gulags de Stalin.

Stop a los profesionales del odio. Ah... y Feliz Año nuevo.