jueves, 30 de diciembre de 2021

Suerte

En mis viajes conocí a una pareja de personas maduras que se habían unido hacia los 60 años. Ambos con hijos y todas las mochilas de vida que quepa imaginar.

Él vivía en Lisboa y ella en Oporto. Recuerdo que ella cocinaba realmente bien. Hay mucha gente que cocina bien, pero aquella mujer tenía una manera de combinar los sabores que siempre te sorprendía. Había nacido en Angola cuando todavía era colonia.

Cada uno conservó su casa en su ciudad y se reunían de tanto en tanto. Se llevaban fatal. Según pude ver ella tenía un carácter endiablado y decía lo primero que se le pasaba por la cabeza. Sin filtro. Él era mucho más diplomático y contemporizador (había trabajado en el servicio diplomático de hecho...).

En algunas cenas en su casa de la playa -ella gustaba de oír cantar tangos- presencié varias discusiones que se disparaban en algún momento de la noche. Pensaba para mis adentros... "cómo es posible. Tienen la casa perfecta, hijos maravillosos, estamos en el mejor sitio de Portugal, la noche está estrellada, la cena es digna de un emperador romano..."

Fonte da Telha. Tan cerca de Lisboa y tan distinta. Me hice amigo íntimo de una pescadera del mercado. Me escogía los mejores bacalaos. Los apartaba para mí. Era tan sensual... podría haberme casado con la pescadera. Siempre he amado los mercados.

En un mercado no hay angustia vital.

Él me dijo varias veces... "esta mujer es como un león. Lleva África en las venas. Ataca y luego pregunta".

Nunca entendí por qué habían hecho pareja. Tampoco parecían muy compatibles en términos de intereses culturales. Se peleaban todo el tiempo y a la vista de todos. Les daba igual.

Y sin embargo, no me preguntes por qué, creo que se querían. Sea lo que sea eso de quererse.

O más sencillo aún: estaban teniendo suerte y no la controlaban ellos. Podían separarse por mil y una razones. Pero el evento que lo dinamitara todo se resistía a suceder. 

Nos negamos a aceptar el papel que tiene la suerte en las cosas fundamentales de nuestra vida. Eso nos haría vivir en un mundo desprovisto de sentido. Al carecer de sentido las reglas morales se vacían de contenido. 

O quizá creamos reglas morales y luego buscamos el sentido en un mundo que es puro azar. De ahí la permanente sensación de soledad. De soledad esencial.

Si no hubiera parado en aquel semáforo, si no hubiera abordado aquel avión a Barcelona, si no me hubiera atrevido a preguntarte si eras italiana, si no hubiera irrumpido en El Prat entre esa fila de ingenieros que te hacían la corte y con toda mi caradura no te hubiera pedido el número de teléfono. ¡Y me lo diste! Había que ver la cara de todos esos pijetes impecables. El premio mayor para el más lanzado, el más loco. Si hubieras perdido el avión de regreso a Madrid, si mis chistes tontos no te hubieran hecho reír a carcajadas, si no me hubieras hecho la cobra más perfecta del mundo en la T4.

En cualquier caso... el día en que dejas de discutir es el último día.

sábado, 25 de diciembre de 2021

No me dejes

Llevábamos un tiempo de horror. La misma intensidad que poníamos en el sexo la utilizábamos para lanzarnos misiles PERSHING a la yugular. Hasta que ella me dejó. Me dijo: "hasta aquí. VETE. No quiero volver a verte".

Entré en MODO SUICIDA/HOMICIDA TANGUERO. Tres días más tarde me llamó.

–No me dejes, por favor. ¡NO ME DEJES!

–¡Pero si me has dejado tú...!

–Sí, bueno, vale, OK. Pero tú NO ME DEJES. 

–Pero vamos a ver... ¿cómo te voy a dejar YO si ya no somos nada de nada?

–Mira, no lo sé. Pero por LO QUE MÁS QUIERAS NO ME DEJES NUNCA. No puedo vivir sin ti.

–Oye... ¿a ti te pagan por hacer esto?

martes, 21 de diciembre de 2021

Posfacio

6:32 de la mañana. Caí a las diez de la noche de ayer, así que he dormido más de ocho horas, como si estuviera poseído por la fiebre en una selva espesa. Tuve un sueño pesado, repleto de imágenes. Misiones, Corrientes, Entre Ríos. Avanzo lentamente desbrozando el destino, machete en mano. Me dejo llevar por el río inmenso y el sueño. Tentado estoy de pegar un zapucay que hiele la sangre de mis vecinos. Estoy vivo, aún vibro con el amor que inunda mi pecho, aún me bebo la vida hasta la hez de la copa. ¡Venid a por mí! Estaré en el sur de África lanza en mano. En la taiga de mis antepasados. Con un solo tigre no bastará. Más vale que me matéis en el primer envite, porque no me entregaré sin luchar. 

La última noche dormías a mi lado en el lecho más ancho del mundo mientras yo escribía en mi cuaderno japonés. No pegué ojo. No sabía que me estabas observando. Mis gafas. Mi barba. "Podría estar con alguien así", dijiste. La última de las mañanas. El tren. El abrazo definitivo. El abrazo vacío subiendo las escaleras mecánicas. El abrazo mecánico. Ya nunca más. Mensajes desesperados. Letras. Una sola palabra.

Soñé contigo. Con tu talle. Con mi mano en tu talle. Soñé que caminabas a mi lado. "Soy alta", dijiste un verano. Mis dimensiones siberianas en Praga, en Moscú o en Zagreb. Mi 1,91 se alegró, aunque ya debo estar menguando. Ya estoy jugando el segundo tiempo. Qué extraño... vivo la vida como un niño, con la misma alegría del día de Reyes por la mañana. Todo me parece un campo de juegos. Todo lo vivo por primera vez, con una sonrisa pintada en la boca.

La misma intensidad de tu recuerdo en esta madrugada de solsticio de invierno. De solsticio a solsticio. Un 20 de junio, 21 horas. Un 20 de junio de 2021 a las 21 horas. Yo llevaba la cuenta de los días, tú la de las olas.

[Martin Rasskin] Hola, soy Martin Rasskin. Wow. Así se llega a los sitios. ¿Y cómo se va uno de los sitios? Del recuerdo de fogatas rojas junto al mar en otoño que nunca compartimos.

Flores de jacaranda para nuestra soledad. En mi sueño te colmo de bendiciones. Sí. 

Feliz Navidad, niña. Todo el color del mundo para ti. Lo que haga falta para empezar de nuevo.


sábado, 18 de diciembre de 2021

Otoños

Vos también tenías tango en las venas, aunque no lo supieras. Buen viaje, niña. Mi jacaranda de Buenos Aires. Mi rosa de invierno, mi playa desierta.

Quiero creer que algún recuerdo feliz sobrevivirá. Aquella tarde en el salón inmenso invisibles a los ojos de los demás o la bajo el entoldado. Esa sensación de eternidad. Oír mi nombre en tu acento. Tú. Yo. Los dos para los dos. Nosotros. Vos escanciándote sobre mi pecho.

Vos diciéndome al oído que te gustaba mi barba. Mis cicatrices. Mis años de navegaciones sin sueño.

Vos. Los dos riendo a carcajadas en todo momento. Vos pidiéndome que omitiera mi acento castellano y retornara a las calles de mi infancia.

Debí hacerme mayor en Buenos Aires, debí casarme en Buenos Aires, tener hijos allí. Soy porteño hasta la médula. Vos (tú) me lo recordaste.

Créeme  cuando te diga que el amor me espanta, que me derrumbo ante un te quiero dulce, que soy feliz abriendo una trinchera. 

Créeme cuando me vaya y te nombre en la tarde, viajando en una nube de tus horas, cuando te incluya entre mis monumentos. Créeme cuando te diga que me voy al viento de una razón que no permite espera, cuando te diga que no soy primavera sino una tabla sobre un mar violento. 

Créeme si no me ves y no te digo nada, si un día me pierdo y no regreso nunca.

Créeme...


lunes, 13 de diciembre de 2021

La culpa

Nos educan para vivir en la culpa. Para sentirnos culpables de no esforzarnos lo suficiente, de no amar suficiente, de no llegar nunca a una supuesta perfección que solo es atribuible -por definición- a la idea de Dios.

Un ser infinitamente perfecto ha de contar entre sus virtudes con el atributo esencial de la existencia, ergo, si todo ser pensante es capaz de imaginar un Ser infinitamente perfecto Dios por fuerza existe.

Esto se llamó "argumento ontológico" de San Anselmo y trajo de cabeza a legiones de teólogos y pensadores durante 1.000 años.

Los padres separados cargamos con el estigma de la culpa. Se supone que vamos a contracorriente de los "biempensantes" que son capaces de aguantar mecha en situaciones de desamor por un "bien mayor".

Es un estado de cosas similar al de aquellos cuya opción sexual no es mayoritaria. Han de sentir culpa: Iglesia, presión social, cuestionamiento incluso en el seno familiar.

Y esa culpa tiñe el alma. Es un proceso lento, de gota que horada la piedra: la sensación inequívoca de no pertenecer.

No y un millón de veces no. Esos valores son pequeñoburgueses y de mentes estrechas. Y terminan siendo ruines.

¿Acaso la madre de mis hijos y yo mismo hemos de sentir culpa porque tras 17 años y medio de convivencia ambos quisimos experimentar otras cosas? Que no.

Lo que vi estos días en Francia fue dos personas de una pieza. Con SUS propias escalas de valores y su círculo de afectos compuesto de decenas de personas de toda suerte y condición. De las cuatro esquinas del mundo. 

Es decir, la propia situación de separación de los padres los hizo más fuertes, más independientes y más solidarios. Con una superior capacidad para comprender el dolor y, lo que es aún más importante: para perdonar las debilidades humanas.

¿Es la situación ideal una separación con hijos? Claro que no. Pero NADA es ideal. La vida es un guión ridículo y siempre acaba mal. Imaginado por un imbécil sin demasiado sentido del humor. Te acabas muriendo. Tus sueños son del tamaño del Sistema Solar y has de vivir en la necesidad material de la mentalidad de un vendedor de coches usados. Existiendo Brahms hay momentos del día en que suena Rosalía.

Pero lo que importa no son las cartas que te reparte la vida sino qué haces con esas cartas, hasta dónde eres capaz de llegar. Si puedes ver realidades que aún no existen, que son mucho más frágiles que una sola palabra.

Mis dos hijos viven solos desde los 18 años. Compartiendo habitación en casas minúsculas, pero repletas de lo esencial para convertirte en un ser humano de valor: libertad, respeto y afecto.

Soy hijo de mis propios hijos. Su madre y yo -distintos hasta la saciedad- a través del cariño hacia ellos hemos creado dos transatlánticos: son demasiado grandes y tienen excesivo calado para regresar a la dársena que los vio nacer.

La culpa, como el miedo, atenaza y paraliza. Desde el colegio... SI TE GUSTÓ EL COLEGIO, TE GUSTARÁ TU TRABAJO, se nos educa para obedecer. A la autoridad, la superioridad, las normas, la forma "correcta" de hacer las cosas.

¿Y quién es el DIOS HUMANO que dictamina lo que es correcto y lo que no? Será correcto para Juan, pero no para Pedro. En tal o cual orden de cosas, pero no en todos los mundos posibles.

La vida es demasiado corta para sentir miedo y culpa por cada cosa.

Sin libertad para cometer TUS propios errores personales e intransferibles la vida es un saco de mierda.

He alcanzado el máximo premio que puede alcanzar un padre: he traído hijos al mundo que no me necesitan para ser, que siguen sus propias corazonadas y que crean su propia escala de valores. Sin mentalidad de esclavo temeroso, sino de Espartacos triunfantes.

Tuvieron dos casas, dos visiones del mundo, dos formas de enfrentarse a las olas de 10 metros. Y sacaron lo mejor de ambos progenitores, superándonos en todos los ámbitos. Mejorándonos.

Sin culpas, sin miedos. Quién coño está investido de la altura moral necesaria para juzgar y condenar a sus semejantes. NADIE.

Incluso desde un punto de vista teológico cabría calificar al propio Dios de "el mayor rebelde de todos los tiempos". CREÓ ALGO DONDE HABÍA NADA.

La Nada era perfecta en su mismidad. La materia trajo aparejado el drama de la existencia y la decadencia. ¿Es justo el orden natural? ¿Sobreviven las mejores personas o los más fuertes e inconmovibles? ¿O ni siquiera es así pues no existe un sistema de premios y castigos sino que es nuestra imaginación huérfana de sentido la que nos lleva meter la realidad en corsés esquemáticos con un vector de racionalidad y equidad?

Hasta se arrepintió de lo mal que le había salido el experimento y envió a la Sexta flota con fuego y azufre. Si el hombre estaba hecho a imagen y semejanza ¿acaso decidió eliminar una parte de sí mismo?

¿Dudó el propio Dios?

domingo, 12 de diciembre de 2021

Río

Salgo de tocar todas las noches en el Maravillas de madrugada. Después del cuarto pase. Las noches solitarias.

Voy a tomar café siempre al mismo bar de trastienda. A esas horas no hay nadie o casi nadie y Madrid parece un tren a punto de partir hacia el norte. 

Dos insomnes. Una mujer de mediana edad, con heridas en el alma escritas a fuego en el rostro. Todas las heridas. Me mira de soslayo, una tímida sonrisa. Esquiva. Una niña y un columpio en una playa de invierno. Hace mucho tiempo que no sonríe.

Juntos subimos a su humilde cuarto, casi vacío. No hay ninguna esperanza en ese amor de café. Nada más que belleza y una ternura infinita sin sonidos de palabras como puñales de hoja hambrienta. 

Ella no habla, no dice nada. Por esta noche no habrá soledad. Mañana será otro día. Mañana, tal vez. No me mentirás en la primera claridad de temas pendientes. No te prometeré nada. No habrá porvenir.

Yo, con mi montón de desengaños, igual que vos vivo sin luz. Pero tus ojos claros. En un azul de frío, tan lejos.

Un río seco. Un camposanto. Un lecho ancho como el mar. Playas sin botellas, sin cartas de amor desesperadas.

Contigo

Esta noche dormí como Dios. Un sueño pesado, profundo. Tuve sueños muy vívidos, llenos de colores y sabores. Estábamos en las costas orientales de África. Debía ser Kenia -tuve muchos alumnos keniatas en tiempos. Gente educadísima y encantadora- o Mozambique. Sí. Debíamos estar muy cerca de la antiga Lourenço Marques, la metrópoli colonial.

Llegábamos de noche. El hotel se abría al mar y la habitación tenía un balcón de piedra dispuesto en semicírculo. Al estilo de las construcciones del sur de Galicia.

Había una botella de champagne esperándonos. Siempre viajo con mis tandas de Troilo y Fiorentino cargadas en el teléfono pero esta noche nada de tango... pedimos en recepción que pusieran standards suaves de Frank Sinatra y de Ella Fitzgerald... ese ángel. Esa voz de seda.

Bailamos a la luz de la luna durante horas, como flotando sobre el suelo. Tu rostro rozaba delicadamente mi hombro. Tu perfume... el tacto de tu piel, la herida de tu boca. Tu abrazo calmaba la tristeza, borraba la amargura. Quien no ha visto la luna rielar sobre el Índico no sabe lo que es el don de la ebriedad.

Cenamos muy tarde. En realidad, toda la noche. Nos montaron una mesa en el balcón. Un camarero portugués se hizo amigo nuestro... "yo me ocupo de todo. Vosotros a lo vuestro". Meu Deus do Céu...

Eso. A lo nuestro. A ver cómo sigue el sueño. Estoy deseando irme a dormir pero ya.

jueves, 2 de diciembre de 2021

M&Ms

Cuando una mujer no discute más está más que preparada para olvidarte. En realidad, ya te olvidó. Se nota en las inflexiones de su voz.

Es cierto que somos distintos en muchas cosas. No te digo nada si uno nació en Buenos Aires y canta gotán. Propenso a abrirse el pecho en canal y a depositar el corazón sobre la mesa.

Siempre me ha fascinado la capacidad femenina para pasar página. También se manifiesta ante la muerte. Si él se va primero -lo que suele ser ley de vida- es más fácil que ella continúe y vuelva a encontrarle el sabor a los días. Si ella es la que se marcha... ahí te quiero ver. Prefiero no imaginarlo siquiera.

Debe estar relacionado con la capacidad de dar vida. Ha de existir una comprensión profunda desde el punto de vista femenino del Alfa y el Omega. De la necesidad de final para un nuevo comienzo.

La sangre, la vida, el parto, la muerte. Las formas aristotélicas que se actualizan en el hijo. Potencia y Acto.

La percepción femenina es más piadosa, más plural. La nuestra se queda más en la superficie. Principio y final son parte de lo mismo. Son interdependientes. Y no mutuamente excluyentes. Al iniciar se aceptan los finales. Es condición necesaria pero no suficiente.

Toda mi filosofía está muy bien. Se nota que saqué matrícula de honor en la carrera. Quod erat demonstrandum, señor Rasskin. QED. Contra Te, Super Te! Análisis y Síntesis. Rara Temporum Felicitas Ubi Sentire Quae Velis et Quae Sentias Dicere Licet! Qué listo eres, Martín.

Y ya me dirás para qué mierda te sirve ser listo cuando se muere alguien como del rayo. Aunque ese alguien hayamos sido nosotros. Ya no existe la primera persona del plural. Los verbos huérfanos. Las tildes. Los acentos prosódicos. Tu cuerpo trenzado con el mío en modo pluscuamperfecto. Tu boca en mi boca, lucha grecorromana de pieses y mieses, atados a ese amor que nos consumía, que no entendía de relojes, de horas, de océanos de tiempo. Entre grito y risa. Pero iros a vuestra casa... tráenos ese vino sevillano de ayer. Sí, ese que tenía tantísimo cuerpo. ¡Ese!

Para qué coño te sirven todos los libros que has leído. Toda la filosofía y el pensamiento de este mundo cuando su voz ya no es la misma. Suena lejana, como un eco, como el viento en el mar. Suena a náufrago y a mil noches sin sueño.

Y sin embargo... seguiré esperándote para la cena. Quedamos en que las cenas las hacía yo.

Dejaré una luz encendida para que encuentres el camino. Y M&Ms a modo de Hansel y Gretel. Tranquila, amor. Ya se me pasará.

Sí. Sobrevivimos al amor como a tantas otras cosas... morimos porque otros han venido a crecer. Y algún día, cuando los submarinistas exploren esta tierra sumergida, encontrarán el amor que dejamos junto al fuego. 

Copas vacías.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Tú siempre acuérdate

martes, 23 de noviembre de 2021

Otoño en nieve

Te recordaré hasta la noche clara en que deje de recordar.

Entonces el metro de Madrid morirá junto a tu playa de invierno. De olas solas.


Olvidando sentir. Dejar ir.

sábado, 20 de noviembre de 2021

jueves, 18 de noviembre de 2021

Mozart de la mano de Maurizio Pollini y Riccardo Muti

De buena mañana

Tus manos viajan lejos de mí y el mundo sigue andando. Aun de amanecida. Pero ya no es el mismo mundo. Los sueños han sido proscritos. Las guitarras, que se habían vestido de fiesta, enmudecieron. No se oyen pájaros ni risas de niños a lo lejos, solo el imperceptible compás de mi sangre.

Un inmenso páramo. Donde solía estar el corazón, un inclemente agujero por donde se cuela el viento. Un viento sordo, helado, de no estás en casa. La callada soledad de las tazas de café. Tu silla frente a la mía me mira fija, grismente y tiene una particular forma de crujir como cuadernas de navío. Como encina ardiendo lejos de nosotros.

Nunca. Nada. Una nada preñada de todo. 

Dos anillos de ceniza.

martes, 16 de noviembre de 2021

Redención

Hay en Lisboa dos cines que me producen una tristeza infinita. O Cinema São Jorge, que está en la Avenida da Liberdade, y me recuerda a los cines grandes de Buenos Aires, esos cines de programa continuo, decorados como palacios del Zar. En el São Jorge no puedo entrar porque me invade una especie de nostalgia deletérea. El caso es que la última vez que fui acompañé a mi consorte que era jurado de un festival de cine africano. No vuelvo a ir. Decidido.

El otro cine ya no existe, queda el esqueleto. Se trata del Cinema Roxy. Está en la Avenida Almirante Reis. Es mucho más pobre, un cine de barrio. De esos cines de primeros besos furtivos. Pero justo enfrente había un café donde solía ir a leer y escribir y desde allí contemplaba la cúpula blanca del cinema Roxy e imaginaba mil historias.


Quizá porque Almirante Reis a la altura de Intendente -justo antes de la Fábrica de Cerveja- es la rua de las prostitutas y algunas al verme escribir siempre en la misma mesa me sonreían con dulzura desde la barra. Sobre todo Manuela... que a veces se sentaba conmigo y me acompañaba un café. Uma bica bem quentinha. Era una reina africana de ébano, siempre sonriente. Decía que me esperaría en África, que las playas de Angola irían bien con el color de mis ojos.

Uno de los camareros creyó que éramos pareja y nos trataba con especial cortesía, esa cortesía lisboeta de voz templada, sin estridencias. El alma portuguesa está llena de naufragios. En sus ojos pude ver que él tuvo un amor marinero también. Quizá en Mozambique.

Os senhores... Mas o que os senhores querem beber hoje? Me gusta el sonido de "hoy" en portugués. Me gusta ontem también.

Un día no llegó. Quedé esperando. Luego me contaron que había regresado a Luanda.

No puedo caminar ese tramo de Almirante Reis. 

domingo, 14 de noviembre de 2021

Managua Texas

👉👉👉MANAGUA TEXAS - Martin Rasskin on Spotify

Un tema que compuse en Nicaragua, homenaje a la gran película de Wim Wenders "Paris Texas". Se utilizó en la banda sonora de la película holandesa Karla's Arrival (2010).


Seguimos aquí

Nosotros, que hemos sobrevivido a todas las tormentas, que hemos pasado mil noches en vela haciendo guardia con olas de doce metros, que sacamos hijos y familias adelante trabajando como mulas. Y el hacha se puso a golpear. Nos quitó amigos, parientes, alegrías. Cambió nuestro cuerpo, la geografía de nuestro rostro, nos hizo más fuertes, más piadosos con las debilidades humanas.

¡Aquí estamos todavía! ¡Orientando las velas hacia donde se pone el sol y renovando la fe! Proa a altamar. Al fin del mundo si es preciso. 

¡Solo navegar es preciso!




miércoles, 10 de noviembre de 2021

¡Qué alegría!

¡Cristina Peri Rossi nuevo Premio Cervantes! Un grandísimo talento. Representante de la literatura en el exilio (interior también). Siempre me fascinó la intensa, fecunda y creativa amistad -cómplice donde las haya- entre la escritora uruguaya y Julio Cortázar.

Ambos representan lo mejor de nuestra gente, del espíritu libertario y del compromiso artístico y humano.

Una gran noticia. Esta foto plena de amor -que no otra cosa es la amistad profunda- lo dice todo.




martes, 9 de noviembre de 2021

Línea 4

La línea 4 fue la puerta a la libertad. 11 pesetas y atravesar la ciudad recorriendo sus tripas, buscando vaya a saber qué. Una aventura, un amor, algo que haga que los días no sean uno exactamente igual a otro.

Alfonso XIII, Prosperidad, Avenida América, Diego de León... el barrio de Salamanca al completo, Colón, los bulevares y Argüelles.

Conocí a otra compatriota en aquellos años que hacía el mismo recorrido. Ambos éramos fragmentos de una nave que había estallado en vuelo.

Me llevó a su casa en Santa Susana, en los límites de la ciudad. Compartía el piso con otra chica. En la puerta de su habitación había un cartel que decía «contra la depresión... ¡poesía!» Estaba escrito con letras de niña. Entonces supe que algunas personas vivían en un planeta de vapores de llanto.

Era mayor que yo. Creo que fue la primera vez que vi a una mujer ataviada como para bailarse todos los tangos de la ciudad. Medias de red, zapatos de tacón. Yo era un adolescente. Ella me invitó a fumar. Estaba realmente hermosa. Una mujer hace el amor con su cigarrillo, lo acaricia dulcemente entre los dedos: nunca he podido resistir esa tentación de abrazarlas, de acompañarlas a casa, de besar sus esculturas de humo. Mucho más frágiles que un segundo.

Pasamos la noche juntos. Me habló de sus sueños, me dijo que todos los hombres que había conocido intentaban salvarla. Me alejé despacio. O fue ella quien no quiso arrastrarme a su abismo de desayunos empapados en tristezas. No lo sé. Era una paloma de ciudad.

Línea 4. Al salir, no obstruyan las puertas.

lunes, 8 de noviembre de 2021

Tango en el Maravillas - Chema Saiz y servidor

El pasado sábado colaboré en el magnífico concierto que dio Chema Saiz, uno de los mejores guitarristas de este país. El Maravillas de Madrid es una sala mítica de mi juventud, así que el concierto estuvo plagado de recuerdos y de momentos emocionantes.

Entre 1989 y 1991 toqué en esa sala 4 pases todos los días, así que una parte de mí se quedó a vivir en ese lugar de Malasaña. Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien. La foto es de Ernesto Cortijo Ballesteros, a quien ambos queremos mucho.

No hay que inquietarse mucho por el tango. Te espera. El tiempo que haga falta.




Avec le temps


 

sábado, 6 de noviembre de 2021

Cuadernos para Pablo I

Bien... como decíamos ayer, recupero el proyecto de Cuadernos para Pablo en el que comento algunos textos, músicas o creaciones artísticas de diversa condición que han supuesto vivencias importantes para el que suscribe. Con la simple intención de compartirlos con todos ustedes/vosotros.

Cuadernos para Pablo I - La Rama Dorada, de James George Frazer (pulsar el enlace que aparece a continuación, al final del texto se encuentra un enlace de la versión Podcast). Va por ustedes.

👉👉👉LA RAMA DORADA



viernes, 5 de noviembre de 2021

jueves, 4 de noviembre de 2021

Vivere a Trastevere è il mio sogno

 "No hay sorpresas en la vida, usted sabe... Todo lo que nos sorprende es justamente aquello que confirma el sentido de la vida".

Onetti, probablemente el mejor prosista en castellano del siglo XX, vivía en la cama. De vez en cuando, Dolly le acercaba un vaso de whisky. "Todo se lo debo a Dolly...", decía el loco.

Lo llamaban todas las semanas de universidades, cursillos, encuentros, inauguraciones, concursos. A todos decía que sí, que iría encantado. A qué discutir. Cuando llegaba el día, Dolly llamaba y les contaba que Onetti estaba ingresado, que se les inundó el piso, que murió un familiar, cualquier cosa.

El oriental ya había visto todos los seres humanos que un ser humano puede ver. Hasta aquí llegó mi amor. Ya había escuchado todas las historias. Siempre la misma canción. Yo, yo y después, yo.

Cuando caía la tarde, no todos los días, no siempre, Juan Carlos ponía la orquesta de Caló a todo lo que daba e invitaba a Dolly a bailar por el salón. Ella esperaba ese momento apasionadamente, como en Brief Encounter y sacaba a pasear ese vestido rojo que a él le encantaba. Vos sabés. El que te pusiste aquella noche en Roma. Sí. 2009, diciembre. La fiesta en casa de Francesca y Gianni. Cómo te acordás.... de regreso a casa no podíamos parar de besarnos. Qué linda estabas. Teatro Marcello. Piazza dei Fiori. Trastevere.

Tango para dos. Vos y yo, mano a mano. Nadie más. No me verás abrazado a la rubia sedienta de amar en la milonga ni yo te veré dibujando ochos en brazos de un tipo sin alma.

Amor, quedémonos aquí. La vida se nos va. Quedémonos aquí.

Otoño en Madrid

 


miércoles, 3 de noviembre de 2021

Noviembre y Madrid

El sol de otoño se enseñorea de los tejados. Camino lenta, pausadamente por el Paseo del Prado. Cibeles, Plaza de la Lealtad, el Museo de museos, el Botánico...

En cada esquina atesoro un recuerdo en el que tú todavía no estás. Ha dejado de ser luz y aún no ha nacido memoria. Por eso, como un niño, cruzo los dedos.



martes, 2 de noviembre de 2021

Quiero

 Quiero enviarte rosas cuando no hay rosas.

jueves, 28 de octubre de 2021

París, agosto del 44

En agosto de 1944 logramos entrar en París por el oeste. Los nazis aún ocupaban la ciudad. Nuestra columna estaba compuesta por españoles supervivientes de la Guerra Civil. Nos tocó abrir camino entre las desordenadas barricadas que habían montado los estudiantes franceses.

Los españoles pensábamos que si contribuíamos a acabar con la bestia nazi, los aliados nos ayudarían a erradicar el régimen franquista de España y resurgiría la República. Así que nos esforzábamos por quedar bien corriendo riesgos innecesarios.

Lo de Franco y el compañero que conducía nuestro tanque... Manolo Ramírez, que había sido banderillero y, ocasionalmente, matón de sala de baile. Durante la guerra se batió el cobre en la Universitaria y combatió en la batalla de Guadalajara, la única victoria de la República.

Manolo era de esas personas que funciona como un talismán en situaciones límite. Se decía que las balas no podían tocarle. Hacía un derroche de valor extremo, como si la muerte no fuera con él. Daba igual: Manolo nos inspiraba. Ningún oficial podía hacerle sombra. Además, cantaba saetas como Dios.

Tras tres días de combates en las calles los boches se rindieron. Los festejos comenzaron de inmediato. Nos traían botellas de vino, champagne, toda clase de viandas. Las mujeres nos besaban y nos llenaban de flores.

Y entonces te vi entre toda esa gente. Te vi desde el tanque, le grité a Manolo para que aminorara y corrí hacia ti como hipnotizado. Tú llevabas una falda roja y camisa blanca. Mi uniforme estaba impecable. Nos regalamos un abrazo de años y fuimos engullidos por la marea de la Concorde, que nos arrastró bailando Campos Elíseos arriba. Sonaba música de Glenn Miller y de Charles Trenet. Todo el mundo deliraba. Hasta el Arco de Triunfo nuestras bocas estuvieron sólidamente fundidas. 

En Kléber nos refugiamos en un portal y subimos las escaleras. Las puertas de todos los apartamentos estaban abiertas de par en par. Desde el cuarto piso nos hicieron señas: Pasad, quedaos en casa. ¡Nosotros no hacemos preguntas...! nos dijo un matrimonio de mediana edad que nos besó, nos abrazó y nos condujo directamente a su dormitorio.

¡Es vuestro!

Hicimos el amor durante toda la noche y el día siguiente, como solían hacer la Reina Ginebra y Sir Lancelot, malgré le Roi... El perfume de las viñas de París, la música y los gritos de la calle entraban por las ventanas. Cuando por fin nos dimos un respiro, te pregunté tu nombre pero tú te levantaste de un salto y te pusiste a hacer el pino puente, en una demostración de poderío físico. ¡Después de semejante campaña...! Nos reímos hasta decir basta. Me olvidé del Ebro, de Brunete, del paso de los Pirineos. Curaste mi alma. Mi cuerpo ya no tenía heridas.

Me olvidé de ellas para siempre.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Sueño que vuelvo a verte

Antes de que finalice este año me gustaría tener a punto un libro de relatos y escritos varios que se titulará Cartas de Ultramar y que estoy trabajando en paralelo con la novela La Gran Diagonal.

Un día las cartas dejaron de llegar...
"Sueño que vuelvo a verte" es un relato incluido en Cartas de Ultramar. En él se cuentan cosas que determinaron nuestras vidas.
SUEÑO QUE VUELVO A VERTE, para mi hermano Raúl
Ya estábamos cenando cuando llamaron a la puerta de casa. Papá nos miró extrañados. Eran más de las ocho y media y no esperábamos a nadie. Había que ver el rostro de mamá con la bandeja de postre aún entre las manos, la sonrisa temblando como la gelatina de naranja. Antes de que alcanzara a abrir la boca oímos disparos. La puerta de la calle. El pasillo. Miré a Roberto con desesperación. Siempre era él quien decidía cuando las cosas se ponían feas. Los dos sabíamos que unos segundos nos separaban de un túnel incierto peor que la espera. Me devolvió la mirada casi compasivamente, como si acertara a comprender que no había escapatoria.
Pensé: el patio, la escalera de hierro oxidado que sube al tanque de agua -ojo con el tercer escalón empezando por arriba que está medio flojo-, saltar al cuarto donde el vecino fabrica camisones de seda, perdernos en la niebla dulce del barrio, bucear en la locura histérica de Buenos Aires, los dos juntos para siempre, afeitarnos la barba y la melena, requisar el coche de algún honrado especulador inmobiliario, apretar el acelerador a fondo. Vamos por la ruta 3. Roberto sabe cómo salir rápido de la ciudad, será mejor que lleve el coche. Tengo que despedirme de Elena. Ahora que lo pienso... ¡A lo mejor se quedó embarazada! Su viejo era capaz de detonar personalmente una bomba de hidrógeno en Tandil con tal de que me alcanzara a mí también. Nos teníamos un odio ancestral, como si nos hubiéramos conocido en otra vida. ¿Y por qué la ruta 3? ¿Adónde íbamos a ir? ¿A Chile? ¿A la Patagonia? De pibe siempre soñaba con ir a Chile. Me gustaba el sonido de su nombre. Lo repetía despacito, una y otra vez: Chi-le. Chi-le. Estaba convencido de que era la tierra en donde se pueden tocar los sueños. Sueños largos, llenos de islas como estrellas australes. Seguro que alguien se divirtió mucho cuando trazaron el contorno definitivo de sus límites.
Bien. Supongamos que decidimos tirar hacia el sur, ¿cuánto iba a tardar la cana en localizarnos y reventarnos en el mismo coche? ¿Y si lográramos llegar a Río Gallegos qué iba a pasar? Bahía Blanca, Viedma, Trelew, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado, San Julián, Río Gallegos, ya me sabía el camino de memoria, como si lo hubiera recorrido un millón de veces. El viejo anduvo por ahí antes de que naciéramos nosotros. Perdidos en Santa Cruz, una provincia atrozmente grande, llena de viento y de ovejas. Pasar a la parte chilena del Estrecho no tiene ningún sentido. Los carabineros nos iban a recibir con los brazos abiertos. A lo mejor, si lográramos escondernos en algún lugar de los lagos de la cordillera... Roberto conoce bien la zona. Creo que se enganchó con una mina por primera vez acampando en el lago Futalaufquen. No estaba mal aquella piba. ¿Cómo se llamaba? Pobre... le hizo la vida imposible al loco. En realidad era bastante imbancable, aunque tenía lo suyo.
En cualquier caso o nos revienta la policía, o el hambre o el frío. ¿Y en Río Gallegos? ¿Qué tal si lográramos sobornar a algún pescador y nos lleva hasta las Malvinas, a Goose Green, a alguna playa desierta? ¿Nos iban a conceder asilo los kelpers? Anda ya... como dice el almacenero de la esquina de casa cuando se le pide fiado. Nos iban a deportar sin que se enterara nadie y de ahí vuelo sin escalas hasta la Escuela de Mecánica de la Armada.
¿Adónde carajo se puede ir? Uruguay está acá nomás, pero el ejército es tres cuartos de lo mismo. En Brasil también están los muchachos y sin guita es como entregarse mansamente al botón. Paraguay queda donde Belgrano perdió el gorro -Tacuarí, Paraguarí, Tararí-que-te-ví, el copón bendito- y están muy avanzados en materia de dictadura, creo que han logrado ocupar el primer puesto en el ranking negro, en lucha cerrada con Sudáfrica y Haití. Organizan congresos, intercambian datos parapoliciales. Así evitan inventar la rueda constantemente.
¿Bolivia...? Hace tiempo conocí a un tipo de Cochabamba. Evaristo Maipo. Durante una temporada solía venir a casa. Era amigo de un antiguo socio del viejo. Gordito, petisón. Empezaba la reunión muy bien, muy cortés, saludando en aymará. Pero en cuanto llegaban las viandas perdía los papeles. Con gran disimulo se iba comiendo todo lo que había en la mesa, sin reparar en consideraciones dietéticas. Cuando el género comenzaba a escasear se despedía presuroso: muy rico todo, delicioso, señora. Nunca se le vio traer nada, ni una mísera empanada de choclo, ni siquiera un cubanito.
Un día vino con su hermana que, a juzgar por el apetito que traía, debía haber viajado de Sucre a Buenos Aires en el Titicaca Express sin pasar por el bar. Cuando se iban, miraron a mamá y dijeron al unísono: muy rico todo, señora, nos ha gustado mucho, mucho, de verdad. Una marca de familia.
Maipo siempre le hablaba al viejo del mismo tema. Estaba obsesionado con la comercialización a gran escala de barcazas de totora. Creía que era el material definitivo. "Compadre, no sé si se da cuenta de la trascendencia del asunto. Es la única posibilidad de que Bolivia logre romper su secular aislamiento: creo que es la solución definitiva a las nefastas consecuencias de la guerra del Salitre", sentenciaba en bulímico aquelarre de facturas, masitas, fresco y batata, pan dulce, sandwiches varios, fugazzeta con fainá...
Cuando se le interrogaba sobre el propósito de tal empresa, Maipo se quedaba pensativo y miraba de soslayo, como súbitamente admirado ante interlocutor tan obtuso. Papá, que se sabía el cuento, gozaba dándole manija:
—Esta bien. Supongamos que, tras todos estos esfuerzos, logra construir una flota de barcazas de totora. ¿Y...?
Maipo se arrimaba a la mesa, medio incómodo, haciéndose fuerte en el plato que contenía las joyas de la corona, cabeceaba pesadamente y terminaba por sentenciar, cual Odiseo ansioso:
—Cuando los barcos estén listos navegarán día y noche.
—Me hago cargo —respondía mi padre-. Pero ¿para qué?, ¿acaso va a crear un nuevo transporte de línea? ¿Piensa hacer una empresa de fletes?
—No, mi amigo. Las barcas irán de vacío hasta el centro del lago. Allí están las islas donde crece la totora.
—¿...?
—Pues entonces llenamos las barcas de totora hasta los topes y nos las traemos bien cargaditas a puerto.
—¿Y para qué quiere todo eso?
—Está bien claro, compadre —respondía Maipo algo soliviantado. —Usaremos la totora para construir más barcos..., ¿para qué otra cosa sirve?
Yo era muy chico, pero el viejo solía decirme que el proyecto de Maipo no era más absurdo que la mayor parte de las empresas humanas. Nunca alcancé a comprender por qué razón se le abrían las puertas con tanta asiduidad a este visionario andino. A mamá le resultaba simpático.
¿Qué tal la selva que limita con Brasil? Creo que al golpe de estado de la semana pasada sucedió un contragolpe aún más virulento... Allí entregaron y mataron al Ché... Además está a cuatrocientos millones de kilómetros. No hay salida por ningún lado. Vivimos en el extremo final de un continente aislado, en un país demencial rodeado de milicos por todas partes. No hay más que uniformes hasta el Río Grande. Gendarmería Nacional, Carabineros, Policía Federal, Guardia Fronteriza, Secciones de Asalto Llaneras, Club de Amigos del Ku-Klux-Klan, Escuadrones de la Muerte, Bandas Paramilitares, Torturadores Asociados, Hitlerjugend Litoraleña, Policía de Aduanas, Granaderos a Caballo, Infantería de Marina, Cadetes de la Escuela de Tortura Naval, Fuerzas Nazis de Apoyo y Asistencia, Sociedad de Técnicas de Desaparición Avanzadas, de Córdoba, de la Colonia Dignidad de Chile, de Brasil. Tipos que asesinan a los pibes en Bogotá, en Río de Janeiro, en Sao Paulo. Por cuestiones de estética municipal. Qué valientes... querría verlos yo ante un ejército regular. Seguro que se iban a recontracagar.
Y aun en el caso de que lográramos zafar, ¿qué iba a pasar con el resto de la familia? Pueden llevarse a papá o quizá los secuestran a todos. Mi hermano menor sólo tiene doce años, pero ¿cómo calcular la reacción de estos tipos? Por el ruido que están haciendo serán como veinte. Veinte gorilas armados hasta los dientes. Si después de todo lograban sobrevivir no les quedaría otro camino que salir del país. Puedo verlos en Ezeiza, nerviosos, sin dormir, papá preparado para coimear a quien haga falta. Seguro que el pequeño creerá que se trata de algo transitorio, unos meses, quizá un año. Mejor así.
No dejo de preguntarme qué será de mamá tan lejos de nuestro patio... Que yo sepa, nunca salió de la ciudad. Algunas excursiones al mar y breves viajes por la pampa. Eso es todo. Es una experta en Buenos Aires y para ella, más allá de la costanera y las dársenas sólo hay niebla y el azul de los mapas. Papá se adaptará mejor al cambio, sin duda. Es una máquina de fabricar proyectos y desde joven aprendió que la única forma de no caerse de una bicicleta implica no dejar de pedalear ni por un momento. Ya lo imagino, levantándose todos los días a las 6:15, haciendo sus veinte minutos de ejercicio, ducha fría, rito oriental frente al espejo, desayuno y salir a guerrear, y así todos los días de todos los meses. Apasionadamente marcial, hablará con los responsables de esto y aquello, creará treinta empresas diferentes, venderá artículos de prensa firmados con doce seudónimos distintos, pondrá en marcha proyectos de colaboración internacional, echará manos a todo el mundo y no dejará ni por un momento de ganar un buen fangote de guita, pesos, patacones, morlacos... A poco que se esfuerce apenas si tendrá tiempo de pensar en nosotros. Llegará un momento en que sus llamadas telefónicas y sus envíos postales a los países más variopintos del globo se verán beneficiados por un efecto multiplicador que desterrará para siempre los minutos libres.
Tal vez dentro de muchos años se produzca una leve distracción, fruto de una copiosa comida con un grupo de amigos cuyos rostros nunca conoceré, y bajará la guardia por un instante y recordará algún detalle de esta noche o creerá entrever lo que vino después. Entonces sentirá un vértigo exterminador en el alma.
Mamá es distinta. Puedo verla recorriendo los andenes de las estaciones de metro de ciudades anónimas. Torturada por el eco de los próceres argentinos, no alcanzará a descifrar nuevos laberintos. Dorrego, Primera Junta, Agüero, Federico Lacroze, Canning, Leandro N. Alem se apiñarán en su memoria y se cerrarán en banda. Jamás permitirán la entrada de intrusos agaiterados, y mamá nunca sabrá a ciencia cierta si se encuentra en Menéndez Pelayo, si hay que cambiar de tren en Plaza de Castilla o si Alfonso XIII es la próxima. Aun ignorando dónde está la punta de la madeja cotidiana esperará pacientemente en las antesalas del despacho del Embajador de la Nación, el Cónsul General de la República, el Agregado Militar, el Hombre Fuerte de la Cámara de Comercio Agropecuaria en el Extranjero. A todos contará su drama personal, a todos pedirá justicia, exigirá habeas corpus, incluso apelará a sus sentimientos como seres humanos, como padres de familia, como creyentes en un poder supremo y trascendental, como reos convictos y confesos que en el Día del Juicio habrán de presentarse ante Dios Todopoderoso Ajustacuentas sin más escolta que el abultado y turbio curriculum de sus pútridas conciencias.
Pero desde esta misma noche mamá sabrá perfectamente que nunca volverá a vernos. Esa es la diferencia con papá. Él cree en la existencia de una cadena causal. Considera que el trabajo bien hecho debe tener su recompensa adecuada. Estima que si cada cual cumple con su tarea correctamente, las cosas por fuerza han de salir bien. No hay sitio en su mundo para lo imponderable, para el azar mortífero, para el horror sin límites. Papá comprende que nunca hicimos nada realmente grave más allá de participar en algunas algaradas estudiantiles. Por tanto, si se tocan las teclas adecuadas, pensará seguramente, las aguas han de volver a su cauce. En cambio, mamá sabe que la infamia acecha en lo cotidiano. Es la bifurcación que pugna por salir al exterior todas las noches, entre las tres y las cuatro de la madrugada. La catástrofe que muerde los pasos de cada mortal. Los ominosos y certeros golpes: imposible calcularlos de antemano.
Sin embargo, ambos creerán engañarse fingiendo adoptar el punto de vista del otro. Con los años, papá se rebelará contra la merma de sus fuerzas, contra el orden establecido, contra el daño irreparable y universal que producen los incompetentes; a mamá le dolerán las camisas intactas, los cumpleaños mudos, el implacable imperio del amarillo sobre las fotos en blanco y negro. Nuestro hermano menor encontrará su lugar en ese arco voltaico y no cejará en su empeño de provocar y expandir la risa.
Volverán algún día a casa, cargados de vida y nuevos semblantes y, pese a todo, no dejarán de soñar nuevos viajes. "Debemos vivir con el doble de intensidad", se dirán decapitando de un solo tajo la repetida tristeza que acompaña al crepúsculo en otoño, "la parte que nos corresponde y la que ellos sueñan todas las noches. Sólo así alcanzarán a entornarse las insoportables puertas del cielo".
Por sus manos aprenderemos el trazado de calles tortuosas y el pulso de gentes extrañas, playas, mares, puertos de infinita belleza. Sena, Tajo, Arno, Támesis, Ebro, Tíber, Vístula, Danubio, Ródano, dedicarán el resto de sus vidas a coleccionar ríos y tardes alciónicas, la luz de las jornadas que preceden al invierno y los días que se alejan lentamente del solsticio.
Entonces Roberto me miró a los ojos. Ahora éramos una sola persona. No volveremos a jugar al fútbol en la Agronomía ni a sentir cómo crujen las veredas en otoño —pensamos a la vez. No alcanzaremos a saborear besos furtivos en las esquinas sin luz ni viajes infinitos en trenes de carga —sentimos al unísono. No habrá médanos vermelhos ni desayunos con pasteis de nata inagotables en Portugal —se nos hace agua la boca. También él ha comprendido: de ésta solo saldremos si ellos sobreviven, si logramos que ellos se salven. El viento y el lento vaivén de las estaciones se encargarán del resto. Apenas habríamos demorado un minuto antes de que destrozaran la puerta verde del comedor.
El tiempo justo para abrazarlos a todos.
*

lunes, 26 de julio de 2021

Cruzo los dedos

Tendremos una casa sin puertas ni ventanas

Solo jardín,

Lavanda, romero, rosas.

Los amigos vendrán para quedarse

Amor y música en la despensa.

Todos los tangos del mundo

Para bailarlos contigo en la cocina.

De horas y porvenires

Ella vino una tarde y me invitó a pasear por la playa. Le gustaban las playas solitarias, las fogatas, los mantos de olvido.

Caminamos uno junto al otro, en silencio. Un silencio de lustros. Tiempo y océano. 

El mar traía botellas desde la otra orilla y lamía la gruesa arena lenta, mortecinamente. Cartas de amor que nunca llegaron a destino. Alguien no las escribió a tiempo. Alguien no estuvo allí para recogerlas con amor mientras aún palpitaban de anhelo.

─Siempre escribes sobre parques solitarios, juegos sin niños, tardes que mueren en silencio. Nunca hay gente en tus paisajes.

─No lo sé... Me gusta el fuego. Es otra forma de mar. Un mar cálido.

─Me vendrían bien unos ojos como los tuyos, esa sola palabra ─susurré.

─En otoño quiero dibujarte... con palabras. Azules como flores de jacaranda. Y quiero tu ropa impregnada de encina.

─Habrá otoño. E inviernos. Todas las travesías.

─Sí ─sonrió dulce, mientras contemplaba las estelas de espuma que dejaba en mi alma. Tú, mi rosa de los vientos.

De buena mañana

Tus manos viajan lejos de mí y el mundo sigue andando. Aun de amanecida. Pero ya no es el mismo mundo. Los sueños han sido proscritos. Las guitarras, que se habían vestido de fiesta, enmudecieron. No se oyen pájaros ni risas de niños a lo lejos, solo el imperceptible compás de mi sangre.

Un inmenso páramo. Donde solía estar el corazón, un inclemente agujero por donde se cuela el viento. Un viento sordo, helado, de no estás en casa. La callada soledad de las tazas de café. Tu silla frente a la mía me mira fija, grismente y tiene una particular forma de sufrir.

Nada. Una nada preñada de todo. Dos anillos de ceniza.

El ruido y la furia

“La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada” (Macbeth, Acto V, Escena V).


domingo, 4 de julio de 2021

El día de mi boda

Ahora tengo un año más que tú cuando te olvidaste de respirar. Soy mayor que tú. Tu hermano mayor... Lentamente todos nos iremos convirtiendo en sombras. Es mejor pasar a ese otro mundo de quietud perfecta en la agónica luz de una pasión que apagarse tristemente con la edad.

Tu soldado y tu capitán. Para amarte y respetarte, en la alegría y en los días de levante, en mar en calma, en plena tempestad y en todas las noches y dones de la vida que te doy y me das a manos llenas.

miércoles, 30 de junio de 2021

Los mareados


 

sábado, 5 de junio de 2021

lunes, 29 de marzo de 2021

sábado, 13 de febrero de 2021

Relatos a contramano II. Aterrizaje en Managua, por Rasskin & Rasskin

 

El aterrizaje más peliagudo de mi vida se produjo en el aeropuerto de Managua. Noviembre de 2008. Quien no haya volado en medio de una tormenta tropical no sabe lo que es volar... ni rezar...
Un vuelo de American Airlines procedente de Miami justo en los días de cambio de gobierno a la primera administración Obama. Estados Unidos andaba revolucionado.
Yo iba sentado en la última fila y observé que la azafata —una chica muy joven y atractiva con pinta de proceder del Middle West— estaba blanca de miedo. Así que según nos acercábamos empezamos a charlar.
En un momento dado comenzó a sonar la frase que nunca esperas escuchar en vuelo: “Brace for impact... Brace! Brace! Brace for impact...!” (Prepárense para el impacto).


Mientras lo decía podía ver cómo el terror se iba apoderando de sus facciones. Hasta que la cogí por banda y le pregunté si era la primera vez que pronunciaba esa frase en su vida.

—Sí... —alcanzó a confesar en un sollozo ahogado.

—¿Y es la primera vez que la escuchas...? Es decir... ¿Es posible que la hayas oído en alguna otra situación? —me atreví a decirle con absoluto descaro. Total... ¡íbamos a morir!

Comenzó a reírse como posesa. Aquello funcionó. La risa la calmó y le devolvió el control. Y fue nuestro talismán, porque el avión logró entrar en pista patinando a un lado y a otro y, finalmente, se detuvo haciendo una pirueta propia de un esquiador con mucha experiencia. Terminó totalmente atravesado. A contramano, entorpeciendo el tránsito.

Vais listos si pensáis que os voy a contar cómo acabó la noche...


*

miércoles, 13 de enero de 2021

Relatos a contramano. Comida familiar, por Rasskin & Rasskin

Hoy arrancamos una nueva serie que tendrá periodicidad mensual. Se trata de una colaboración mano a mano entre mi Señor Padre, el pintor Abel Rasskin, y yo mismo con mi mecanismo. Es algo que me hace especialmente feliz por mil razones que no detallaré para no ejercer de porteño carne de diván.

Relatos a contramano. Hoy... Episodio ONE. Comida familiar. Va por ustedes/vosotros! Besos y abrazos.

Mamá es cantante. Está muy loca, pero quién no. Tiene 768 años y siempre intenta seducir jovencitos cantándoles boleros, tangos, lo que sea. Si no lo logra se enfada. Los pibes se ríen. Se ríen antes de salir corriendo. Usa las redes sociales para pescar incautos con fotos que no tienen nada que ver con la realidad. Eso produce shocks anafilácticos en las citas a ciegas.
El domingo pasado nos invitó a comer a casa. Tengo dos hermanas y un hermano de distintos padres. Su vida sentimental es un desastre. No hay poronga que le venga bien. Entre los hermanos hay cierta distancia, yo qué sé. Cosas de familia.

Mamá pasa bastante de nosotros, así que la reunión del domingo creó bastantes expectativas.
Todo lo que tenga que ver con hacer cosas para los demás no es lo suyo. Cocinar, tampoco. Mejor que no se acerque a la cocina. Por eso, ante el temor a una más que probable indigestión, la comida la llevamos nosotros. Huevadas... pero comestibles.
Cuando nos tuvo a tiro, mamá agarró una copa de vino —de vinos sabe un montón—, la golpeó repetidamente con una cucharita y tomó la palabra.
—Ahora que los tengo juntos y veo que se llevan bien entre ustedes, que se las arreglan, quiero confesarles algo...
Mis hermanos y yo nos miramos. ¿Qué podrá ser? ¿Algo sobre nuestros respectivos padres? ¿Alguna clave para ser feliz...?

—Claro, mamá. Estamos encantados de estar todos juntos, aquí, contigo. Te escuchamos... —dijo mi hermana mayor, un prodigio de equilibrio mental y espiritual. Nada filosa.
Se produjo un silencio algo incómodo.
—En realidad... yo nunca quise tener hijos. Solo me interesa mi carrera de cantante. Soy incapaz de hacer nada por nadie. Cada paso que he dado en mi vida ha sido en función de mí misma, de mi carrera. Puedo decirle cualquier cosa a quien sea para lograr mis objetivos, adularle de forma rastrera si es preciso. Solo me interesan los elogios, a cualquiera que me critique ni lo escucho, lo pongo automáticamente en la lista negra. Les pido perdón por haberlos traído al mundo siendo la persona que soy.

Nos miramos todos. Con cierta piedad contemplamos a aquella pobre mujer pintada como una puerta a la que el maquillaje no ayudaba en nada, antes al contrario, acentuaba el patetismo de mujer entrada en años que quiere pasar por adolescente. Comprendimos que nunca tuvo amor. Nunca lo dio. Fría como el hielo más negro y, sin embargo, la persona que nos dio la vida.
Comida familiar. Festejos.  
*

domingo, 3 de enero de 2021

Cuadernos para Pablo X - El cohete, por Ray Bradbury (Crónicas marcianas)

Fiorello Bodoni se despertaba de noche y oía los cohetes que pasaban suspirando por el cielo oscuro. Se levantaba y salía de puntillas al aire de la noche. Durante unos instantes no sentiría los olores a comida vieja de la casita junto al río. Durante un silencioso instante dejaría que su corazón subiera hacia el espacio, siguiendo a los cohetes.
Ahora, esta noche, de pie y semidesnudo en la oscuridad, observaba las fuentes de fuego que murmuraban en el aire. ¡Los cohetes en sus largos y veloces viajes a Marte, Saturno y Venus!
-Bueno, bueno, Bodoni.
Bodoni dio un salto.
En un cajón, junto a la orilla del silencioso río, estaba sentado un viejo que también observaba los cohetes en la medianoche tranquila.
-Oh, eres tú, Bramante.
-¿Sales todas las noches, Bodoni?
-Sólo a tomar aire.
-¿Sí? Yo prefiero mirar los cohetes -dijo el viejo Bramante-. Yo era aún un niño cuando empezaron a volar. Hace ochenta años. Y nunca he estado todavía en uno.
-Yo haré un viaje uno de estos días.
-No seas tonto -dijo Bramante-. No lo harás. Este mundo es para la gente rica. -El viejo sacudió su cabeza gris, recordando-. Cuando yo era joven alguien escribió unos carteles, con letras de fuego: El mundo del futuro. Ciencia, confort y novedades para todos. ¡Ja! Ochenta años. El futuro ha llegado. ¿Volamos en cohetes? No. Vivimos en chozas como nuestros padres.
-Quizá mis hijos -dijo Bodoni.
-¡Ni siquiera los hijos de tus hijos! -gritó el hombre viejo-. ¡Sólo los ricos tienen sueños y cohetes!
Bodoni titubeó.
-Bramante, he ahorrado tres mil dólares. Tardé seis años en juntarlos. Para mi taller, para invertirlos en maquinaria. Pero desde hace un mes me despierto todas las noches. Oigo los cohetes. Pienso. Y esta noche, al fin, me he decidido. ¡Uno de nosotros irá a Marte!
Los ojos de Bodoni eran brillantes y oscuros.
-Idiota -exclamó Bramante-. ¿A quién elegirás? ¿Quién irá en el cohete? Si vas tú, tu mujer te odiará, toda la vida. Habrás sido para ella, en el espacio, casi como un dios. ¿Y cada vez que en el futuro le hables de tu asombroso viaje no se sentirá roída por la amargura?
-No, no.
-¡Sí! ¿Y tus hijos? ¿No se pasarán la vida pensando en el padre que voló hasta Marte mientras ellos se quedaban aquí? Qué obsesión insensata tendrán toda su vida. No pensarán sino en cohetes. Nunca dormirán. Enfermarán de deseo. Lo mismo que tú ahora. No podrán vivir sin ese viaje. No les despiertes ese sueño, Bodoni. Déjalos seguir así, contentos con su pobreza. Dirígeles los ojos hacia sus manos, y tu chatarra, no hacia las estrellas…
-Pero…
-Supón que vaya tu mujer. ¿Cómo te sentirás, sabiendo que ella ha visto y tú no? No podrás ni mirarla. Desearás tirarla al río. No, Bodoni, cómprate una nueva demoledora, bien la necesitas, y aparta esos sueños, hazlos pedazos.
El viejo calló, con los ojos clavados en el río. Las imágenes de los cohetes atravesaban el cielo, reflejadas en el agua.
-Buenas noches -dijo Bodoni.
-Que duermas bien -dijo el otro.
Cuando la tostada saltó de su caja de plata, Bodoni casi dio un grito. No había dormido en toda la noche. Entre sus nerviosos niños, junto a su montañosa mujer, Bodoni había dado vueltas y vueltas mirando el vacío. Bramante tenía razón. Era mejor invertir el dinero. ¿Para qué guardarlo si sólo un miembro de la familia podría viajar en el cohete? Los otros se sentirían burlados.
-Fiorello, come tu tostada -dijo María, su mujer.
-Tengo la garganta reseca -dijo Bodoni.
Los niños entraron corriendo. Los tres muchachos se disputaban un cohete de juguete; las dos niñas traían unas muñecas que representaban a los habitantes de Marte, Venus y Neptuno: maniquíes verdes con tres ojos amarillos y manos de seis dedos.
-¡Vi el cohete de Venus! -gritó Paolo.
-Remontó así, ¡chiii! -silbó Antonello.
-¡Niños! -gritó Fiorello Bodoni, tapándose los oídos.
Los niños lo miraron. Bodoni nunca gritaba.
-Escuchen todos -dijo el hombre, incorporándose-. He ahorrado algún dinero. Uno de nosotros puede ir a Marte.
Los niños se pusieron a gritar.
-¿Me entienden? -preguntó Bodoni-. Sólo uno de nosotros. ¿Quién?
-¡Yo, yo, yo! -gritaron los niños.
-Tú -dijo María.
-Tú -dijo Bodoni.
Todos callaron. Los niños pensaron un poco.
-Que vaya Lorenzo… es el mayor.
-Que vaya Mirianne… es una chica.
-Piensa en todo lo que vas a ver -le dijo María a Bodoni, con una voz ronca. Tenía una mirada rara-. Los meteoros, como peces. El universo. La Luna. Debe ir alguien que luego pueda contarnos todo eso. Tú hablas muy bien.
-Tonterías. No mejor que tú -objetó Bodoni.
Todos temblaban.
-Bueno -dijo Bodoni tristemente, y arrancó de una escoba varias pajitas de distinta longitud-. La más corta gana. -Abrió su puño-. Elijan.
Solemnemente todos fueron sacando su pajita.
-Larga.
-Larga.
Otro.
-Larga.
Los niños habían terminado. La habitación estaba en silencio.
Quedaban dos pajitas. Bodoni sintió que le dolía el corazón.
-Vamos -murmuró-. María.
María tiró de la pajita.
-Corta -dijo.
-Ah -suspiró Lorenzo, mitad contento, mitad triste-. Mamá va a Marte.
Bodoni trató de sonreír.
-Te felicito. Mañana compraré tu pasaje.
-Espera, Fiorello…
-Puedes salir la semana próxima… -murmuró Bodoni.
María miró los ojos tristes de los niños, y las sonrisas bajo las largas y rectas narices. Lentamente le devolvió la pajita a su marido.
-No puedo ir a Marte.
-¿Por qué no?
-Pronto llegará otro bebé.
-¿Cómo?
María no miraba a Bodoni.
-No me conviene viajar en este estado.
Bodoni la tomó por el codo.
-¿Es cierto eso?
-Elijan otra vez.
-¿Por qué no me lo dijiste antes? -dijo Bodoni incrédulo.
-No me acordé.
-María, María -murmuró Bodoni acariciándole la cara. Se volvió hacia los niños-. Empecemos de nuevo.
Paolo sacó en seguida la pajita corta.
-¡Voy a Marte! -gritó dando saltos-. ¡Gracias, papá!
Los chicos dieron un paso atrás.
-Magnífico, Paolo.
Paolo dejó de sonreír y examinó a sus padres, hermanos y hermanas.
-Puedo ir, ¿no es cierto? -preguntó con un tono inseguro.
-Sí.
-¿Y me querrán cuando regrese?
-Naturalmente.
Paolo alzó una mano temblorosa. Estudió la preciosa pajita y la dejó caer, sacudiendo la cabeza.
-Me había olvidado. Empiezan las clases. No puedo ir. Elijan otra vez.
Pero nadie quería elegir. Una gran tristeza pesaba sobre ellos.
-Nadie irá -dijo Lorenzo.
-Será lo mejor -dijo María.
-Bramante tenía razón -dijo Bodoni
Fiorello Bodoni se puso a trabajar en el depósito de chatarra, cortando el metal, fundiéndolo, vaciándolo en lingotes útiles. Aún tenía el desayuno en el estómago, como una piedra. Las herramientas se le rompían. La competencia lo estaba arrastrando a la desgraciada orilla de la pobreza desde hacía veinte años. Aquélla era una mañana muy mala.
A la tarde un hombre entró en el depósito y llamó a Bodoni, que estaba inclinado sobre sus destrozadas maquinarias.
-Eh, Bodoni, tengo metal para ti.
-¿De qué se trata, señor Mathews? -preguntó Bodoni distraídamente.
-Un cohete. ¿Qué te pasa? ¿No lo quieres?
-¡Sí, sí!
Bodoni tomó el brazo del hombre, y se detuvo, confuso.
-Claro que es sólo un modelo -dijo Mathews-. Ya sabes. Cuando proyectan un cohete construyen primero un modelo de aluminio. Puedes ganar algo fundiéndolo. Te lo dejaré por dos mil…
Bodoni dejó caer la mano.
-No tengo dinero.
-Le siento. Pensé que te ayudaba. La última vez me dijiste que todos los otros se llevaban la chatarra mejor. Creí favorecerte. Bueno…
-Necesito un nuevo equipo. Para eso ahorré.
-Comprendo.
-Si compro el cohete, no podré fundirlo. Mi horno de aluminio se rompió la semana pasada.
-Sí, ya sé.
Bodoni parpadeó y cerró los ojos. Luego los abrió y miró al señor Mathews.
-Pero soy un tonto. Sacaré el dinero del banco y compraré el cohete.
-Pero si no puedes fundirlo ahora…
-Lo compro.
-Bueno, si tú lo dices… ¿Esta noche?
-Esta noche estaría muy bien -dijo Bodoni-. Sí, me gustaría tener el cohete esta noche.
Era una noche de luna. El cohete se alzaba blanco y enorme en medio del depósito, y reflejaba la blancura de la luna y la luz de las estrellas. Bodoni lo miraba con amor. Sentía deseos de acariciarlo y abrazarlo, y apretar la cara contra el metal contándole sus anhelos.
Miró fijamente el cohete.
-Eres todo mío -dijo-. Aunque nunca te muevas ni escupas llamaradas, y te quedes ahí cincuenta años, enmoheciéndote, eres mío.
El cohete olía a tiempo y distancia. Caminar por dentro del cohete era caminar por el interior de un reloj. Estaba construido con una precisión suiza. Uno tenía ganas de guardárselo en el bolsillo del chaleco.
-Hasta podría dormir aquí esta noche -murmuró Bodoni, excitado.
Se sentó en el asiento del piloto.
Movió una palanca.
Bodoni zumbó con los labios apretados, cerrando los ojos.
El zumbido se hizo más intenso, más intenso, más alto, más salvaje, más extraño, más excitante, estremeciendo a Bodoni de pies a cabeza, inclinándolo hacia adelante, y empujándolo junto con el cohete a través de un rugiente silencio, en una especie de grito metálico, mientras las manos le volaban entre los controles, y los ojos cerrados le latían, y el sonido crecía y crecía hasta ser un fuego, un impulso, una fuerza que trataba de dividirlo en dos. Bodoni jadeaba. Zumbaba y zumbaba, sin detenerse, porque no podía detenerse; sólo podía seguir y seguir, con los ojos cerrados, con el corazón furioso.
-¡Despegamos! -gritó Bodoni. ¡La enorme sacudida! ¡El trueno!-. ¡La Luna! -exclamó con los ojos cerrados, muy cerrados-. ¡Los meteoros! -La silenciosa precipitación en una luz volcánica-. Marte. ¡Oh, Dios! ¡Marte! ¡Marte!
Bodoni se reclinó en el asiento, jadeante y exhausto. Las manos temblorosas abandonaron los controles y la cabeza le cayó hacia atrás, con violencia. Durante mucho tiempo Bodoni se quedó así, sin moverse, respirando con dificultad.
Lenta, muy lentamente, abrió los ojos.
El depósito de chatarra estaba todavía allí.
Bodoni no se movió. Durante un minuto clavó los ojos en las pilas de metal. Luego, incorporándose, pateó las palancas.
-¡Despega, maldito!
La nave guardó silencio.
-¡Ya te enseñaré! -gritó Bodoni.
Afuera, en el aire de la noche, tambaleándose, Bodoni puso en marcha el potente motor de su terrible máquina demoledora y avanzó hacia el cohete. Los pesados martillos se alzaron hacia el cielo iluminado por la luna. Las manos temblorosas de Bodoni se prepararon para romper, destruir ese sueño insolentemente falso, esa cosa estúpida que le había llevado todo su dinero, que no se movería, que no quería obedecerle.
-¡Ya te enseñaré! -gritó.
Pero sus manos no se movieron.
El cohete de plata se alzaba a la luz de la luna. Y más allá del cohete, a un centenar de metros, las luces amarillas de la casa brillaban afectuosamente. Bodoni escuchó la radio familiar, donde sonaba una música distante. Durante media hora examinó el cohete y las luces de la casa, y los ojos se le achicaron y se le abrieron. Al fin bajó de la máquina y echó a caminar, riéndose, hacía la casa, y cuando llegó a la puerta trasera tomó aliento y gritó:
-¡María, María, prepara las valijas! ¡Nos vamos a Marte!
-¡Oh!
-¡Ah!
-¡No puedo creerlo!
Los niños se apoyaban ya en un pie ya en otro. Estaban en el patio atravesado por el viento, bajo el cohete brillante, sin atreverse a tocarlo. Se echaron a llorar.
María miró a su marido.
-¿Qué has hecho? -le dijo-. ¿Has gastado en esto nuestro dinero? No volará nunca.
-Volará -dijo Bodoni, mirando el cohete.
-Estas naves cuestan millones. ¿Tienes tú millones?
-Volará -repitió Bodoni firmemente-. Vamos, ahora vuelvan a casa, todos. Tengo que llamar por teléfono, hacer algunos trabajos. ¡Salimos mañana! No se lo digan a nadie, ¿eh? Es un secreto.
Los chicos, aturdidos, se alejaron del cohete. Bodoni vio los rostros menudos y febriles en las ventanas de la casa.
María no se había movido.
-Nos has arruinado -dijo-. Nuestro dinero gastado en… en esta cosa. Cuando necesitabas tanto esa maquinaria.
-Ya verás -dijo Bodoni.
María se alejó en silencio.
-Que Dios me ayude -murmuró su marido, y se puso a trabajar.
Hacia la medianoche llegaron unos camiones, dejaron su carga, y Bodoni, sonriendo, agotó su dinero. Asaltó la nave con sopletes y trozos de metal; añadió, sacó, y volcó sobre el casco artificios de fuego y secretos insultos. En el interior del cohete, en el vacío cuarto de las máquinas, metió nueve viejos motores de automóvil. Luego cerró herméticamente el cuarto, para que nadie viese su trabajo.
Al alba entró en la cocina.
-María -dijo-, ya puedo desayunar.
La mujer no le respondió.
A la caída de la tarde Bodoni llamó a los niños.
-¡Estamos listos! ¡Vamos!
La casa estaba en silencio.
-Los he encerrado en el desván -dijo María.
-¿Qué quieres decir? -le preguntó Bodoni.
-Te matarás en ese cohete -dijo la mujer-. ¿Qué clase de cohete puedes comprar con dos mil dólares? ¡Uno que no sirve!
-Escúchame, María.
-Estallará en pedazos. Además, no eres piloto.
-No importa, sé manejar este cohete. Lo he preparado muy bien.
-Te has vuelto loco -dijo María.
-¿Dónde está la llave del desván?
-La tengo aquí.
Bodoni extendió la mano.
-Dámela.
María se la dio.
-Los matarás.
-No, no.
-Sí, los matarás. Lo sé.
-¿No vienes conmigo?
-Me quedaré aquí.
-Ya entenderás, vas a ver -dijo Bodoni, y se alejó sonriendo. Abrió la puerta del desván-. Vamos, chicos. Sigan a su padre.
-¡Adiós, adiós, mamá!
María se quedó mirándolos desde la ventana de la cocina, erguida y silenciosa. Ante la puerta del cohete, Bodoni dijo:
-Niños, vamos a faltar una semana. Ustedes tienen que volver al colegio, y yo a mi trabajo -tomó las manos de todos los chicos, una a una-. Escuchen. Este cohete es muy viejo y no volverá a volar. Ustedes no podrán repetir el viaje. Abran bien los ojos.
-Sí, papá.
-Escuchen con atención. Huelan los olores del cohete. Sientan. Recuerden. Así, al volver, podrán hablar de esto durante todas sus vidas.
-Sí, papá.
La nave estaba en silencio, como un reloj parado. La cámara de aire se cerró susurrando detrás de Bodoni y sus hijos. Bodoni los envolvió a todos, como a menudas momias, en las hamacas de caucho.
-¿Listos? -les preguntó.
-¡Listos! -respondieron los niños.
-¡Allá vamos!
Bodoni movió diez llaves. El cohete tronó y dio un salto. Los niños chillaron y bailaron en sus hamacas.
-¡Ahí viene la Luna!
La Luna pasó como un sueño. Los meteoros se deshicieron como fuegos de artificio. El tiempo se deslizó como una serpentina de gas. Los niños gritaban. Horas más tarde, liberados de sus hamacas, espiaron por las ventanillas.
-¡Allí está la Tierra! ¡Allá está Marte!
El cohete lanzaba rosados pétalos de fuego. Las agujas horarias daban vueltas. A los niños se les cerraban los ojos. Al fin se durmieron, como mariposas borrachas en los capullos de sus hamacas de goma.
-Bueno -murmuró Bodoni, solo.
Salió de puntillas del cuarto de comando, y se detuvo largo rato, lleno de temor, ante la puerta de la cámara de aire.
Apretó un botón. La puerta se abrió de par en par. Bodoni dio un paso hacia adelante. ¿Hacia el vacío? ¿Hacia los mares de tinta donde flotaban los meteoros y los gases ardientes? ¿Hacia los años y kilómetros veloces, y las dimensiones infinitas?
No. Bodoni sonrió.
Alrededor del tembloroso cohete se extendía el depósito de chatarra.
Oxidada, idéntica, allí estaba la puerta del patio con su cadena y su candado. Allí estaban la casita junto al agua, la iluminada ventana de la cocina, y el río que fluía hacia el mismo mar. Y en el centro del patio, elaborando un mágico sueño se alzaba el ronroneante y tembloroso cohete. Se sacudía, rugía, agitando a los niños, prisioneros en sus nidos como moscas en una tela de araña.
María lo miraba desde la ventana de la cocina.
Bodoni la saludó con un ademán, y sonrió.
No pudo ver si ella lo saludaba. Un leve saludo, quizá. Una débil sonrisa.
Salía el sol.
Bodoni entró rápidamente en el cohete. Silencio. Todos dormidos. Bodoni respiró aliviado. Se ató a una hamaca y cerró los ojos. Se rezó a sí mismo. “Oh, no permitas que nada destruya esta ilusión durante los próximos seis días. Haz que el espacio vaya y venga, y que el rojo Marte se alce sobre el cohete, y también las lunas de Marte, e impide que fallen las películas de colores. Haz que aparezcan las tres dimensiones, haz que nada se estropee en las pantallas y los espejos ocultos que fabrican el sueño. Haz que el tiempo pase sin un error.”
Bodoni despertó.
El rojo Marte flotaba cerca del cohete.
-¡Papá!
Los niños trataban de salir de las hamacas.
Bodoni miró y vio el rojo Marte. Estaba bien, no había ninguna falla. Bodoni se sintió feliz.
En el crepúsculo del séptimo día el cohete dejó de temblar.
-Estamos en casa -dijo Bodoni.
Salieron del cohete y cruzaron el patio. La sangre les cantaba en las venas. Les brillaban las caras.
-He preparado jamón y huevos para todos -dijo María desde la puerta de la cocina.
-¡Mamá, mamá, tendrías que haber venido, a ver, a ver Marte, y los meteoros, y todo!
-Sí -dijo María.
A la hora de acostarse, los niños se reunieron alrededor de Bodoni.
-Queremos darte las gracias, papá.
-No es nada.
-Siempre lo recordaremos, papá. No lo olvidaremos nunca.
Muy tarde, en medio de la noche, Bodoni abrió los ojos. Sintió que su mujer, sentada a su lado, lo estaba mirando. Durante un largo rato María no se movió, y al fin, de pronto, lo besó en las mejillas y en la frente.
-¿Qué es esto? -gritó Bodoni.
-Eres el mejor padre del mundo -murmuró María.
-¿Por qué?
-Ahora veo -dijo la mujer-. Ahora comprendo. -Acostada de espaldas, con los ojos cerrados, tomó la mano de Bodoni-. ¿Fue un viaje muy hermoso?
-Sí.
-Quizás -dijo María-, quizás alguna noche puedas llevarme a hacer un viaje, un viaje corto, ¿no es cierto?
-Un viaje corto, quizá.
-Gracias -dijo María-. Buenas noches.
-Buenas noches -dijo Fiorello Bodoni.