lunes, 31 de diciembre de 2018

Soles

Para ser el último día del año en el centro de todas las Hispanias hace muy buen tiempo. Esta mañana hasta jugué un rato al fútbol con los niños de los vecinos. Los críos me llaman "el nuevo fichaje argentino", jaja.

¿Qué significa este sol que apenas remonta como una cometa perezosa? ¿Querrá esto decir que se acabaron los inviernos y que a partir de ahora la vida será un siglo de primavera por decreto? ¿Acaso las navegaciones en círculos entre icebergs dignos vástagos del cambio climático tocan a su fin? No hay compartimientos estancos ni escotillas que eviten el naufragio de las almas.

Me duelen los ojos de tanto otear el horizonte. Muchos más de cien días hace que perdí la línea de costa. Y sin embargo.... ahí a lo lejos pareciera... una luz intermitente... sí, es posible. Un destello, un resplandor tenue.

Os deseo a todos una feliz singladura y el descubrimiento de grandes tesoros humanos en este nuevo año. A por ello. Cuando hay amor, cuando hay interés... todo puede ser.

¡Al noroeste cuarta al oeste seis grados y medio, señor Rasskin, como Fernando de Magallanes! ¡Más allá del horizonte, donde da la vuelta el aire!

Alguien lo dijo antes que yo (y, probablemente, antes que él). Uno se da cuenta de que está enamorado cuando descubre que otra persona es única. Irrepetible.

sábado, 22 de diciembre de 2018

Héroes del mar

La tripulación del pesquero Nuestra Madre Loreto vuelve a casa después de una travesía a la desesperada. Se trata de gente sencilla, de trabajadores que hacen una faena dura, agotadora. Que se ganan el jornal de forma honesta. Tan lejos de los marchantes de almas...

Cada día de navegación para estos barcos está medido, todo está calculado para que salgan las cuentas, pero los pescadores no piensan en cuentas de resultados. Se quiebran cuando ven a alguien que sufre, como los doce inmigrantes que recogieron en el mar. Solo los pobres se conmueven al ver a otro aún más pobre.

Libia se ha convertido en un infierno, un estado fallido en el que las vidas de los subsaharianos no valen nada. Así que los pescadores españoles, gente aguerrida, gente de ley, decidieron que no podían devolverlos a una muerte segura.

Empezó para ellos una particular odisea, en esta Tierra de almas de hormigón armado, de fascistas que vuelven, nazis disfrazados y burócratas obsesionados con que las cuentas cuadren. Espero que Salvini o sus familiares nunca necesiten una mano de nadie.

¿Qué más le da a un burócrata europeo o a un político local recortar de aquí y allá? ¿Acaso él o sus familiares dejarán de ser operados aunque se dediquen a cerrar hospitales? ¿Se quedarán con 400 euros -si alcanza- cuando llegue el momento de la jubilación? ¿Sus adocenados hijos de papá dejarán de viajar cada vez que les apetezca y de educarse en colegios de pago aunque aumenten las matrículas de las universidades públicas hasta impedir que los hijos de los trabajadores puedan formarse? Todos esos ricachones de misa diaria. ¿Dios les habla? ¿Qué coño les dice? Porque pensar que Dios bendice que catorce lo tengan todo y haya gente que merezca estar encerrada sine die en campos como los de Lesbos donde hasta los niños piensan en el suicidio o haya náufragos condenados a ahogarse en su propia angustia no habla precisamente bien de la divinidad. ¿A qué Dios le rezan?

Pascual Durá, patrón de la nave, dice: "no puedo vivir pensando que una sola persona falleció en el mar por mi culpa, pero después del castigo que estamos sufriendo por hacer lo correcto me pregunto en qué mundo vivimos".

Hacer lo correcto. ¿Qué debemos hacer? Muchos otros se hicieron esta misma pregunta a lo largo de la historia. Vivimos en un mundo pleno de frío glacial en los corazones, de hipocresía y de amor envuelto por El Corte Inglés. De gente que se da golpes en el pecho diciendo "Santo, santo, santo" cuando en realidad son diablo, diablo, diablo.

Y también están los pescadores que no se lo piensan dos veces antes de mandar a paseo la pesca, que es el sustento de sus familias, y sacan del mar a seres humanos que son marea negra: nadie los quiere. Hombres justos.

Los pescadores de Alicante, los mineros que rescatan a sus compañeros arriesgando la vida, los médicos que lo dejan todo y se van allí donde nadie quiere ir, los misioneros que piden el peor destino y se hacen más revolucionarios que el Che, los cooperantes españoles, la gente de la Cruz Roja. Esos son los verdaderos semidioses de nuestro tiempo. Gente digna de llamarse ser humano.

Me siento orgulloso de pertenecer a la misma sociedad que la tripulación del barco alicantino. He viajado lo suficiente como para ver hasta qué punto se entregan los cooperantes españoles en las cuatro esquinas del mundo. Quien salva a un ser humano salva a la humanidad entera. Es así.

Ese es el Imperio en el que no se pone el sol por el que vale la pena vivir y luchar: el de la gente empeñada en que no haya soledad. Contra viento y marea.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Viajes

En Francia, patria de la libertad y la dignidad del ser humano, pervive una tradición maravillosa. Al finalizar sus estudios, los estudiantes se lanzan a realizar viajes de descubrimiento, en la más genuina tradición de los viajeros románticos. Se trata de viajes literarios, profundos. La contracara del turismo. Viajes para transformar la mirada y descubrir qué hemos venido a hacer al mundo.

Puede ser el Transiberiano hasta Vladivostok, cruzar el gran desierto australiano por Alice Springs o las islas de los mares del sur siguiendo la estela de Stevenson. He tenido la suerte de conocer personalmente a algunos de estos viajeros, como Romain, que aprendió fonéticamente una canción tradicional rusa acompañado de la guitarra, ese milagro de madera, y emocionó a todos los que montaban en el viejo y cansado tren que los transportaba más allá de los Urales: lo cuidaron como si fuera hijo suyo. Romain no tenía ni idea de lo que iba cantando o de las teclas que tocaba en el alma de aquellos rusos aguerridos, tallados en piedra. Es igual. Nadie ha dicho que las cosas del corazón tengan que tener algún sentido o significado.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Ludwig

Los últimos cuartetos de Beethoven son un milagro. Mal comprendidos en su tiempo, inspiraron a músicos fundamentales de la evolución del arte, como es el caso de Stravinsky. El músico alemán ya estaba más allá del bien y el mal, la enfermedad que lo torturaba muy avanzada. La gran música vive en algún rincón del alma, es un triunfo del espíritu humano.

Si la música, o el arte en general, resultan demasiado previsibles, se trata de un insulto a la inteligencia. Si son totalmente imprevisibles, ponen a prueba el sentido de la estética (y, en ocasiones muy extremas, la paciencia).

Interesante cuestión: la proporción áurea, la serie armónica, la cristalización de los minerales, es como si existiera una armonía oculta. La armonía de las esferas. Como si hubiera un orden en este caos de nacimiento y muerte. De soledad del impulso vital. Alguna clase de orden.

Aunque quizá no... tal vez es nuestra mente la que está ávida de orden como una manera de esquivar el final e inventa estructuras en la oscuridad. Tal vez en la física cuántica, donde las cosas son y no son al mismo tiempo, se describe la verdadera naturaleza de las cosas.

El matrimonio es una institución cuántica, qué duda cabe.

Estar con un pie en otro mundo, cuando nada material tiene la mas mínima importancia. El ser humano solo dice la verdad cuando va a morir.

Así las cuatro últimas canciones de Richard Strauss y los últimos cuartetos del genio de Bonn. El cuarteto de cuerdas siempre ha constituido una prueba crucial para los compositores. Un complejo equilibrio entre simplicidad y profundidad. En manos de Beethoven suena a oxígeno, a bosques infinitos.

A fuego robado a los dioses.

Doyle

En 1891, el escocés Arthur Conan Doyle se trasladó a Londres para ejercer de oftalmólogo. En su biografía se ocupó de aclarar que en su consulta, situada en un barrio de clase media, nunca entró un solo paciente. Jamais.

Eso le proporcionó todo el tiempo necesario para diseñar y ejecutar las aventuras de Sherlock Holmes y del simpático Dr. Watson, un compañero ideal para el misántropo, cocainómano y solitario genio.

Supongo que la vida funciona así. No es lo que nos ocurre, sino lo que hacemos con lo que nos ocurre. En vez de quejarse por lo que no tiene o a los demás les sobra -un deporte más extendido que el fútbol-, Sir Arthur Conan Doyle hizo algo de valor con su propia vida. Es lo único que realmente está en nuestras manos y no es responsabilidad de nadie más. Cada uno es arquitecto de su propio destino. El famoso poema de Henley:

"... I am the master of my fate,
I am the captain of my soul".

Aunque Doyle llegó a decir que Sherlock lo asfixiaba y opacaba el resto de sus obras. Había tomado posesión de su alma.

Acabar con él se convirtió en una obsesión. Así lo hizo y, como le advirtió su madre -ya se sabe, las madres son un prodigio de sentido común-, la gente se lo tomó muy a pecho. Literalmente lo acribillaron enviándole cartas y exigiéndole que resucitara al taciturno violinista del 221B de Baker Street. Lo paraban en mitad de la calle para preguntarle cuándo regresaría Sherlock, cuándo le echaría el guante a Moriarty, de qué iban sus nuevas aventuras. Incluso se interesaban por su vida personal... ¡de un personaje de ficción...! ¿Se enamorará por fin? ¿Perderá la cabeza, esa testa tan exquisitamente amueblada, por amor? Nadie aceptaba su final. Aquello llegó a ser aún más asfixiante y Doyle terminó por ceder. De rebote, Watson también volvió a la vida.

Ambos personajes penetran en una lúgubre cripta. Están investigando, cómo no, un crimen terrible.

—Aquí no ha entrado nadie en los últimos doscientos años —, dice el doctor al contemplar el desorden y las telarañas.

Holmes está absorto en sus pensamientos y no le presta atención. Él vibra en otra frecuencia.

—Alguien estuvo en esta habitación hace como mucho... 24 horas...—, sentencia finalmente.

Watson, una suerte de Sancho ilustrado, era mucho más mundano. Había contemplado la muerte de cerca en tantas ocasiones que amaba profundamente la vida, el vino y las mujeres. Y jamás perdonaba una buena juerga, de las que hacen época.

¡Elemental, querido Sherlock!

sábado, 3 de noviembre de 2018

Mañana de sábado

Sale el sol de España. A medida que voy envejeciendo aprecio cada vez más las cosas sencillas. Una de mis favoritas es sentir el sol en la espalda mientras camino. El rito del desayuno, una conversación casual con los agricultores, el eco de las risas de los hijos de mis vecinos que me recuerdan a los míos, sus rostros cuando lograron mantener el equilibrio sobre una bicicleta.

El viento, el sol, el agua. Entonces ese carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida que es el tiempo se torna amable. Como dice alguien muy querido, "el tiempo, ese enemigo que te mata huyendo".

Pero esta noche saldremos por Madrid, rompeolas de todas las Españas. A beber y a reír hasta que amanezca.

La ebriedad compartida es un don. A fe mía.

domingo, 21 de octubre de 2018

Trenes

Vuelta al tren. A la altura de Alcalá se monta una pareja. Se sientan a escasos metros de donde estoy, con la guitarra y la bolsa de los pertrechos de guerra. Regreso a casa después de cantar en Madrid. Contento de haber visto los rostros iluminados de gente muy querida. Canté a escasos metros de donde Manuel triunfó, cerca de la línea del frente. No pasarán!

El pasaje está medio somnoliento. Es domingo de octubre. Domingo norte. Oigo hablar a los recién llegados. Colombianos. Ese castellano tan redondo. ¿Paisas...?

—Usted hace que mis días no tengan final, que quiera aprender a volar —dice él.

Ella lo mira y lo besa.

No deben tener más de treinta años y sin embargo ambos muestran marcas indelebles de haber sufrido desde que comenzó su tiempo.

Observo los hombros de él. Lleva la cárcel tatuada: un cierto peso, una leve inclinación de los omóplatos, la presión de noches sin sueño. Eso no se va nunca. Se queda ahí.

El rostro de ella tiene mucha calle. Las cicatrices están por el lado de dentro. Son más sutiles, más profundas.

—La sonrisa de usted, sus manos me dan ganas de vivir. No quiero otra cosa. Lo pienso a todas horas —dice ella y vuelve a besarlo como si el sol fuera a enfriarse.

En el vagón se ha hecho un silencio de templo. Todas las miradas, los rostros de los pasajeros confluyen en los que viajan suspendidos.

Están solos. Nunca tuvieron nada suyo. Tampoco les hace falta. Conocen el secreto mejor guardado desde que el mundo es mundo. El gesto, la palabra precisa.

Nos miramos todos. El aire es más dulce y el tren quiere ir al mar. Las palabras le regalan densidad al tiempo.

Ella pondrá dos piedras de futura mirada. Sí. Ella tiene vida en su interior. Está cargada de vida.

lunes, 15 de octubre de 2018

No sé más quién soy

Tengo una cuenta en LinkedIn que yo no he creado. No sé qué habrán puesto, ya que la mayor parte de las cosas que sé es absolutamente inútil. Es más, ni siquiera sé si las sé. Pero hete aquí que ahora descubro que hay una segunda cuenta en LinkedIn a mi nombre. Una le envía correos electrónicos a la otra intentando contactar con una parte de mi personalidad que a mí se me escapa. Va por épocas. A veces una cuenta se siente más sola y envía una andanada de correos pidiendo una cita, una oportunidad. Otras, se hace el silencio en la noche. Un espeso compás de espera insomne de prefiero aquellas noches en que tampoco dormíamos, pero lo hacíamos al unísono. Como cuando llenamos el cuarto de velas y se nos fue la mano y quemamos las sábanas y las almohadas que Ikea tuvo a bien obsequiarnos con un perrito caliente sueco. Conservo aquellas almohadas chamuscadas como un estandarte capturado al enemigo.


Soy el hombre sin personalidad. Un producto amansado de la posverdad.

Tango y vermut

El próximo sábado 20 compartiremos tangos en el María Pandora, en horario de vermut. Mauricio Vuoto al piano y el que suscribe cantando, juntos: Profesor Neurus. Déjame mentir que volverás, que volverás con el ayer de nuestros sueños... déjame esperarte nada más, ya que comprendo que esperar es un pedazo de recuerdo.

El tango empieza cuando descubres que ella no va a volver. Y tras arrastrarte por las esquinas, llorar al afeitarte y decí por DIos que me has dao, te conviertes en el soltero más codiciado al oeste del Éufrates. Y vuelta a empezar.

Vengan y déjense machacar por la incomparable agonía del amor no correspondido o demasiado correspondido. Preparación al divorcio con estilo. Hablalo con mi abogado. Procurador que me hiciste mal.

Y sin embargo... esas fotos en que están juntos, mirando la vida de frente. Con todo el tiempo por delante. Todos los viajes, todos los besos. Nos queda el tango.

Están todos invitados!




miércoles, 10 de octubre de 2018

Navegaciones

Hace unos días mantuve una conversación fascinante con un amigo agricultor. Hay ritmos que impone la tierra de los que cabe aprender verdades profundas. La rotación de cultivos, el barbecho... la necesidad de que la tierra descanse. El hecho de cambiar, de no insistir hasta la saciedad aburriendo a las ovejas. Si aplicáramos algunos de estos conceptos simples a nuestras "complejas" vidas estoy convencido de que seríamos más felices.

¿Está diciendo usted que hay que cambiar de relación como mucho cada año?

Bueno, una idea refrescante, pero me refería a la vida personal. Uno de los problemas de la especialización y la repetición es que se pierde la visión del todo y uno termina por necesitar urgentemente unas vacaciones de sí mismo. La raíz del desastre emocional no está en las relaciones con los demás, sino en la imposibilidad de pasar 5 horas a solas.

Stanley Kubrick tenía un enfoque del impulso vital que siempre me resultó fascinante. Vaya por delante que tenía mente de ajedrecista de altos vuelos. Saltaba de un género a otro y era tan meticuloso (y obviamente tenía un enorme talento) que terminaba produciendo clásicos en cada mundo que exploraba. Creaba prototipos.

Es la diferencia entre hacer y estudiar lo que hacen otros. Orson Welles no fue a la universidad. Woody Allen le dio una nueva vuelta de tuerca:

-¿En qué universidad estudió usted? -preguntó cansinamente el periodista.

-En ninguna. ¡A mí me estudian en la universidad...!

El mundo es extraordinariamente rico como para limitarse a repetirse hasta la saciedad. Nuestro sistema educativo es como la medicina oficial: procedimientos estándar para todo el mundo. Eso carece de sentido. La constante es la diferencia, no la uniformidad. Hay que atreverse a perder la línea de costa y aprender a perder el tiempo, que es el caldo de cultivo para las grandes cosas.

Como dice otro amigo: "preparados o no, allá vamos". Así es como se cruza el Pacífico en las naves de Magallanes. Hace falta mucho más que valor para ir de Chile a Filipinas sin escalas en un navío de 1521. Más de cien días de navegación. Es preciso el aliento de los dioses en las velas. Y la desesperación humana.

Al principio fue el Caos.... dónde habré oído yo esa frase.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Le Ballon Rouge



Cuando era apenas un niño, mi mamá -que por entonces era otra niña- me habló de esta película. Recuerdo el momento. Estábamos sentados en un banco del Parque Artigas de Buenos Aires. Los parques de Buenos Aires son mágicos: permiten percibir perfumes al otro lado del mar. Yo llevaba un pullover de cuello alto y tenía una mítica leche Cyndor entre las manos. Recuerdo el rostro de mi madre contándome que había un niño que perseguía un globo rojo por las calles de Francia. Yo la miraba maravillado y sonreía. Aquella imagen quedó impresa en mí todos estos años. Supe de la película pero nunca la vi completa. Hasta el año pasado, de la mano de una amiga que quiero mucho, Ana Martínez Meucci, brillante arquitecta, bailarina de tango, fotógrafa, escenógrafa, cocinera de altos vuelos y un millón y medio de cosas más. Hay gente que tiene un talento natural simplemente apabullante. Puesto que las casualidades no existen, un mes después de ver la película encontramos la imagen de un niño con un globo rojo en una pared de Siena. Continuamos caminando en silencio. Hay silencios que dicen tantas cosas... No es el oído, sino el alma. 

La película tiene una belleza onírica, embriagadora como una luna de la cosecha, a prueba de despedidas y desencuentros. Va por ustedes.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Quedémonos aquí

"No hay sorpresas en la vida, usted sabe. Todo lo que nos sorprende es justamente aquello que confirma el sentido de la vida".

Onetti, probablemente el mejor prosista en castellano del siglo XX, vivía en la cama. De vez en cuando, Dolly le acercaba un vaso de whisky. "Todo se lo debo a Dolly...", decía el loco.

Lo llamaban de toda clase de universidades, cursillos, encuentros, inauguraciones, concursos. A todos decía que sí, que iría encantado. A qué discutir. Cuando llegaba el día, Dolly llamaba y les decía que Onetti estaba ingresado, que se les inundó el piso, que murió un familiar, cualquier cosa.

Onetti ya había visto todos los seres humanos que un ser humano puede ver. Hasta aquí llegó mi amor.

Cuando caía la tarde, no todos los días, no siempre, Juan Carlos ponía la orquesta de Caló a todo lo que daba e invitaba a Dolly a bailar por el salón. Ella esperaba ese momento apasionadamente, como en Brief Encounter y sacaba a pasear ese vestido rojo que a él le encantaba. Vos sabés. El que te pusiste aquella noche en Roma. Sí. 2009, diciembre. La fiesta en casa de Francesca y Gianni. Cómo te acordás.... de regreso a casa no podíamos parar de besarnos. Teatro Marcello. Piazza dei Fiori. Trastevere.

Tango para dos. Vos y yo, mano a mano. Nadie más. No me verás abrazado a la rubia sedienta de amar en la milonga ni yo te veré dibujando ochos en brazos de un tipo sin alma.

Amor, quedémonos aquí. La vida se nos va. Quedémonos aquí.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Aceleración del progreso

La crisis de 2008, cuyos efectos aún perduran, ha producido la sensación de que lo único permanente es el cambio, pero tengo la impresión de que aún no hemos visto nada. En la próxima década asistiremos a una serie de prodigios antes soñados por la ciencia-ficción de la mano de la Inteligencia Artificial, la robótica y las técnicas de aprendizaje automático. El mundo laboral tal como lo conocemos experimentará cambios sin precedentes.
Tengo curiosidad por ver cómo se enfrentan los algoritmos de Inteligencia Artificial corriendo sobre sistemas cuánticos al problema de la existencia de Dios. "No computable.... no computable" me parece oírlos musitando con sus aterciopeladas voces de Scarlett Johansson. Mientras sea Scarlett...

Un sistema de IA autoentrenado y alimentado por bases de datos virtualmente infinitas se convertirá en un abogado de lujo a la hora de encontrar jurisprudencia y buscar grietas lógicas en el discurso.
Las actividades que comporten rutinas susceptibles de ser descritas como un conjunto de pasos -qué otra cosa es un algoritmo- serán candidatas claras a la automatización.
Con todos los cambios que se avecinan, los jóvenes se siguen educando en sistemas diseñados en la época de la Ilustración.
Se calcula que para 2025, es decir, pasado mañana, el 52 por ciento de los trabajos que ahora realizan seres humanos serán efectuados por máquinas.
No podemos preparar a la gente para el futuro inmediato porque una parte importante de los trabajos que estarán disponibles aún no se han creado, solo podemos aventurar su aspecto. Es una paradoja fascinante.
Todo esto lleva a pensar en la interesante cuestión de qué es aquello que resulta genuinamente humano. Qué nos distingue de la máquina. ¿Acaso una actividad que la máquina hace mejor que nosotros -véase el caso del ajedrez desde Deep Blue- es susceptible de ser considerada una "actividad superior"?
Criptomonedas, Blockchain, posverdad, redes sociales enloquecidas... todo esto ha sucedido en un espacio de tiempo muy breve. La aceleración del progreso se ha convertido en algo cotidiano y peligroso.
Junto a todas estas potenciales maravillas, una clase política mundial que supone un salto atrás de décadas. Trump, Putin, Orban, Salvini recuerdan peligrosamente los modos de la década de 1930, si bien en la Casa Blanca estaba Roosevelt. Qué podría hacerse con toda esta tecnología en caso de conflicto abierto. ¿No se estará haciendo ya?
De momento, me voy a comer un cous-cous de verduras. Si gustan...

jueves, 13 de septiembre de 2018

Se nos rompió el amor

Los profesionales de la separación (tengo dos másters por la Universidad de la Samoa Americana y son míos porque pagué por ellos... ¡no todos somos iguales!) solemos tener la impresión de que el amor es un cuento para dormir a los niños. Obviamente no es así. Ahí están mis padres o Leyva y Taby, que se quieren y tiran para adelante con lo que haga falta.
Aunque parejas así tienden a la extinción. Para muestra, un botón.
En términos puramente metafísicos, caso de existir otra vida... ¿acaso él la echará de menos o le estará eternamente agradecido?

Todo es amor

Faites vos jeux, mes amis !


lunes, 10 de septiembre de 2018

Lo esencial

El principito ascendió a una alta montaña. Las únicas montañas que había conocido eran los tres volcanes que le llegaban a la rodilla. Y usaba el volcán apagado como taburete. "Desde una montaña tan alta como ésta – pensó – divisaré de una vez todo el planeta y todos los hombres..." Pero no vio más que picos rocosos bien afilados.
– Buen día – dijo por si acaso.
– Buen día... Buen día... Buen día... – respondió el eco.
– ¿Quiénes son ustedes? – dijo el principito.
– Quiénes son ustedes... quiénes son ustedes... quiénes son
ustedes... – respondió el eco.
– Sean mis amigos, estoy solo – dijo.
– Estoy solo... estoy solo... estoy solo... – respondió el eco.
"Qué planeta tan extraño ! – pensó entonces. – Es todo seco, y todo puntiagudo y todo salado. Y a los hombres les falta imaginación. Repiten lo que se les dice... En casa tenía una flor: ella siempre hablaba primero..."

viernes, 7 de septiembre de 2018

Chicote

He de confesar que, desde que vivo solo soportándome a mí mismo –lo cual ya tiene un mérito encomiable– veo televisión de vez en cuando. Me declaro fan número uno de Chicote. Me encanta ese personaje con pinta de Shrek y nombre de bar inmortal que me recuerda cuando mis hijos eran pequeños y un tiempo muy feliz.

Cocinar es un acto de amor. De amor supremo, aunque sea amor a uno, al estilo Walt Whitman. Transitar por este mundo y no haber aprendido a cocinar es muy lamentable: es perderse uno de los grandes placeres de la existencia.

Estoy convencido de que un porcentaje elevadísimo de neuras, mala baba y, obviamente, daños irreparables en el organismo, tienen su origen en lo que uno come, en la calidad de los alimentos que ingiere y en cómo se preparan. Si conociéramos puntualmente la dieta de cada persona cabría hacer un retrato robot de su perfil "psiquiátrico". He aquí una mosca de bar, un cantamañanas, un dorapíldoras más falso que una moneda de tres euros, un "entusiasta", esa mina te va a sacar los ojos, un sociópata, y así sucesivamente.

Inglaterra es un ejemplo de manual. Veamos... si comes basura a todas horas y bebes 8 pintas al día las posibilidades de convertirte en ...... son del ...... Right! Who Wants to be a Millionaire?

Cuando viajé a Buenos Aires y Salta en el 16 me sorprendió la cantidad de azúcar y alimentos procesados que ingería la gente. Eso los que pueden alimentarse más o menos en condiciones. América Latina necesita un cambio radical y la clase política es a la dignidad lo que Inglaterra a la alimentación, pero ese es otro tema. Y no eran niños precisamente. Luego ves esos debates en donde todo el mundo se llama "bonito de cara". Un periódico de alta tirada de la República Argentina incluye una sección diaria y virtualmente infinita sobre declaraciones de modelos, personajes mediáticos y toda clase de esperpentos donde X insulta a Y con los exquisitos modales de un hooligan drogado. Por el mismo precio lees The Times y The Sun. O las discusiones de tráfico porteñas. Una oda de Fray Luis. Si uno quiere decir "larrecontraputísimamadrequeterrecontrarremilrreparió" cada 3 segundos como si tuviera el síndrome de Tourette no tiene más que aumentar la cantidad de azúcares e ingerir media vaca por semana. Dieta Sanpaoli-Maradona.

El enfado con el mundo tiene su origen en el estómago.

Además, Chicote es un capo en lo suyo, pero no solo en el mundo de la cocina, sino en el conocimiento del ser humano. El bueno de Alberto lo hace al hispánico modo: yendo directamente al meollo de la cuestión y no perdiéndose en una verborragia tremebunda que da para 58 años de terapia como algunos "analistos" (muy recomendable el magnífico libro de mi querido amigo Rodrigo Muñoz Avia: “Psicólogos, psiquiatras y otros enfermos”).

Como decía, Chicote es un capo total. Ahora bien, después de ver estos programas volver a sentarse en un restaurante o en un bar genera mucha intranquilidad y se convierte en un deporte de alto riesgo. La cocina parece ser un campo de batalla donde todo el mundo está de muy mala hostia y a punto de estallar. Me recuerda al personaje del cocinero en “Celebration”, una película Dogma de muy alto octanaje. Supuestamente, se trataba de un cocinero de alto standing y declaraba “si no estoy borracho no puedo cocinar”. No me digas más.

Y es cierto: cocinar en un restaurante requiere un carácter muy especial. Cuando el local está lleno el nivel de estrés es insoportable. Es como una guerra de verdad: el tipo que parecía un matón resulta ser un ratón y otro por el que nadie daba un cobre es un héroe. Ahí se ve el carácter.

Los empresarios parecen preocuparse más en invertir en camareros que en cocineros. Total, nadie los ve. Cualquiera vale. ¿Cuánto llevas cocinando tú? Tres años. ¿Y en tres años no has aprendido a picar perejil?

Realmente, sorprende que ciertos establecimientos -obviamente todo está precocinado en términos de producción audiovisual- se presten a mostrar los intestinos de sus “centros de procesamiento”. Es imposible almorzar o cenar viendo semejante programa. Los restaurantes familiares son un poema: los hermanos o los primos se llevan a matar y ese odio pasa directamente a las cocochas o a la fabada asturiana. Recuerdo un programa centrado en un restaurante asturiano supuestamente premiado que le sirvió a Chicote fabada de bote. Ni siquiera era El Litoral. Para mear y no echar gota.

En realidad, Don Alberto es mucho más inteligente y eficaz que los supuestos coach que ahora están tan de moda. Conoce perfectamente las debilidades y miserias humanas y sabe cómo hacer equipo. Me gusta especialmente cuando va al mercado y da una lección magistral de cómo reconocer la calidad de la materia prima. Se le ilumina el rostro. Los dueños de los restaurantes lo miran alucinados y no entienden nada. Qué me dice este de cómo reconocer un buen boquerón. Ole, ole y reole. Al parecer, según leo en la prensa, ahora se va a meter a denunciar la comida que dan en los hospitales o en las residencias de ancianos.

Mejor nos ponemos en paz con Dios…

lunes, 20 de agosto de 2018

Vigilia

El animal arrastra su cuerpo. Sabe que no le queda mucho, pero se resiste a entregarse sin luchar. Su cuerpo aniquilado, sus huesos roídos por la artrosis, el peso de la existencia. De mil horas felices.

Por las noches deambula en un lastimoso duermevela, él y yo. Camina muy lentamente, la mirada perdida intentando que la muerte pase de largo, que se olvide de él, que se olvide de mí.

Mi perro y yo, los dos solos, navegamos océanos de tiempo, rodamos por el valle, nos embarramos hasta el alma y ahora queda el final. La ceremonia del adiós.

Hay instantes en que sus ojos recuperan el brillo de siempre. Parece decirme: vamos, despierta, vámonos al monte, volvamos al mar, como aquel viaje a Armaçao corriendo como posesos por la playa o esa vez que nos perdimos en los Montes Universales y logramos escapar a una muerte segura. Volvamos a la isla.

Nadie es más veloz que su propio destino. Nadie, excepto mi querido, mi queridísimo perro.

miércoles, 15 de agosto de 2018

Mundial

Nos separamos por el puto wasap el 13 de junio. El 14 empezó el Mundial. A la mierda todo. Me vi todos los partidos, incluyendo Groenlandia contra Papúa-Nueva Guinea, los entrenamientos, los comentarios, todo. Me daba igual. Me ponía a saltar y a gritar solo cada gol en casa, ebrio de admiración desde mi sillón de Ikea. Me aprendí el himno de Croacia. La calva de Sanpaoli con ese diodo semiconductor que tiene en el cerebro iluminaba la penumbra de mi pieza. El Mundial me salvó. Ahora a esperar otros cuatro años, porque no vas a volver.

lunes, 13 de agosto de 2018

Miss Aretha Franklin

Aretha Franklin. Adoro a esa mujer. Adoro su música, que transmite alegría de vivir. Las noticias que llegan de Detroit no son buenas.

En el vídeo sale un presidente que parece un ser humano. Buen viaje, Miss Franklin. Te vamos a echar mucho de menos.



viernes, 3 de agosto de 2018

Pajaritos por aquí

Más signos inequívocos del final de los tiempos. Según informan en España a las seis, con la fresca, un turista británico se precipitó desde el balcón de su habitación al intentar defecar en dirección al vacío. ¿Acaso se trata de un acto reinvindicativo, de una nueva forma de protestar por el estado de las cosas y la condición humana? "¡Me cago en todos vosotros!", pareciera decirnos. Como aportación a la historia del terrorismo es cuando menos original. Muy preferible a las bombas de clavos, los atropellos masivos o la guerra bacteriológica.

Y no es el primero. Van 15 muertos por balconing en este simpático estío.

Ahora bien... ¿qué son 15 individuos suicidas en más de 60 millones de turistas que vienen aquí a hacer -obviamente no en todos los casos- barbaridades que ni se atreverían a soñar en sus respectivos, grises y tristes países de origen? Un problema sería si de repente 5 o 6 millones de guiris decidieran tirarse de cabeza desde un décimo cual Wunderwaffen de destrucción masiva. Ahí bien podríamos hablar de emergencia nacional. Y habria que tomar cartas en el asunto convocando a todos los órganos consultivos del Estado Español (Corinna zu Sayn-Wittgenstein  -¡anda! ¡como el filósofo! A ver si a la postre Carlos III termina perdiendo el título de REY ILUSTRADO- y Bárbara Rey incluidas). O no. Qué sabe nadie.. O no. Qué sabe nadie.

A Odín gracias vivo en la provincia menos turística de Hispania, tierra de conejos. Eso hace que ame este lugar con todo el criollo corazón.

Además, fue el único lugar donde la República se enfrentó a las tropas fascistas y las sacó corriendo. Famosa es la historia de los voluntarios de Mussolini, que todavía los están buscando. Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero.

Según cuentan los más viejos del lugar, Franco nunca perdonó a los alcarreños su fervor republicano y la incontestable victoria en la batalla de Guadalajara. Y los condenó a un doble subdesarrollo.

Me despido con un poema muy sentido de mi admiradísima Gloria Fuertes, que nació aquí. Como Buero Vallejo, otra gloria de nuestras letras.

"Guadalajara, Guadalajara...
no tienes nada
pero TE QUIERO IGUAL".

Ole ahí, Gloria querida.

Tengo para mí que en este brevísimo terceto sin rima ni ná reside el secreto de una relación de pareja destinada a durar. Ojo. No hablo del mundo del tango. Ahí cualquier relación -incluyendo cortejo, fusión, vinculación, convivencia y autoafirmación- que supere los 40 días es un hito. Como el Arcipreste.

jueves, 2 de agosto de 2018

España y olé

Sáhara central, 1 de agosto. Acompaño a mi hijo al dentista. El autobús viene puntual. Me arrellano en sus cómodas butacas. Nivel de estrés: menos 15. Agresividad vial: ¿qué es eso? No hay hilo musical. Silencio en la noche, ya todo está en calma, el músculo duerme, la ambición descansa.... tangazo!

A medio camino de la ciudad monta un chico negro, con pinta de recién llegado. Más perdido que turco en la neblina. Y entonces se da una escena conmovedora. El pasajero le pregunta al conductor por una dirección que está situada donde Napoleón perdió el gorro y este pone la luz de advertencia, echa el freno de mano y consulta Google Maps. Y le explica al chico cómo llegar a su destino con lujo de detalles. Con un buen rollo y una mano tendida que daban ganas de abrazarlo (aunque yo suelo dar abrazos de oso ruso de más allá de los Urales y son un peligro). El resto del pasaje y el que suscribe colaboramos: el pasajero hablaba tres idiomas, ninguno de ellos español. Vamos, lo normal en la Piel de Toro.

Esa es la esencia de España. Gente de mano franca y dispuesta a echar un cable donde haga falta.

¿Lo pillas...? bromeaba el conductor con su acento caló. Ole, ole y reole. Y el autobús estalló en una sonora carcajada.

Mientras en otras partes del globo discuten si permitir que cualquier enfermo mental tenga acceso a armas de fuego indetectables, aquí la gente pone el corazón encima de la mesa en cada gesto cotidiano.

Por eso, entre otro millón de cosas, España es un país único. TODOS los pueblos que componen España. ¿Racistas? Haberlos, haylos. Pero ni punto de comparación con otros lares...

Hasta Pablo Casado tiene su corazoncito. O entendí mal o dijo que está dispuesto a financiar con fondos de procedencia X la llegada de millones de seres humanos. ¿Qué importancia tiene el origen de esos dineros si es amor la empresa? ¡Bravo, Pablito coño, cago en tó lo que se menea...! Tío grande. ¡El pijerío de escuela concertada, de Conde Orgaz en ristre, de Moraleja frondosa, de Fuente el Fresno del Proletariado de abajo te hace la ola desde Villa Potato in the Mouth! De Cifuentes lo único que se comenta es que sigue rebuscando concienzuda y sistemáticamente -con la sistematicidad cartesiana que caracteriza su pluma- en cajas y más cajas y el ensayo candidato al Pulitzer no aparece. Madre mía del Amor Hermoso... ¡Que aparezca ya, por Dios! Trata de arrancarlo, Carlos...!

viernes, 27 de julio de 2018

El cohete

Mucho antes de pensar siquiera en traer hijos al mundo, este cuento de Ray Bradbury me emocionaba profundamente. Esta noche es especial: coincide una luna de sangre única en todo el siglo XXI con un acercamiento de Marte a la tierra que solo se da cada 15-17 años. Al viejo escritor estadounidense le habría encantado. He preparado una cena suave: ensalada de cus-cús y ventresca con un Barbadillo bien frío. Releeré el cuento del bueno de Ray, miraré al cielo y pediré un deseo.

El cohete
por Ray Bradbury

Fiorello Bodoni se despertaba de noche y oía los cohetes que pasaban suspirando por el cielo oscuro. Se levantaba y salía de puntillas al aire de la noche. Durante unos instantes no sentiría los olores a comida vieja de la casita junto al río. Durante un silencioso instante dejaría que su corazón subiera hacia el espacio, siguiendo a los cohetes.
Ahora, esta noche, de pie y semidesnudo en la oscuridad, observaba las fuentes de fuego que murmuraban en el aire. ¡Los cohetes en sus largos y veloces viajes a Marte, Saturno y Venus!
-Bueno, bueno, Bodoni.
Bodoni dio un salto.
En un cajón, junto a la orilla del silencioso río, estaba sentado un viejo que también observaba los cohetes en la medianoche tranquila.
-Oh, eres tú, Bramante.
-¿Sales todas las noches, Bodoni?
-Sólo a tomar aire.
-¿Sí? Yo prefiero mirar los cohetes -dijo el viejo Bramante-. Yo era aún un niño cuando empezaron a volar. Hace ochenta años. Y nunca he estado todavía en uno.
-Yo haré un viaje uno de estos días.
-No seas tonto -dijo Bramante-. No lo harás. Este mundo es para la gente rica. -El viejo sacudió su cabeza gris, recordando-. Cuando yo era joven alguien escribió unos carteles, con letras de fuego: El mundo del futuro. Ciencia, confort y novedades para todos. ¡Ja! Ochenta años. El futuro ha llegado. ¿Volamos en cohetes? No. Vivimos en chozas como nuestros padres.
-Quizá mis hijos -dijo Bodoni.
-¡Ni siquiera los hijos de tus hijos! -gritó el hombre viejo-. ¡Sólo los ricos tienen sueños y cohetes!
Bodoni titubeó.
-Bramante, he ahorrado tres mil dólares. Tardé seis años en juntarlos. Para mi taller, para invertirlos en maquinaria. Pero desde hace un mes me despierto todas las noches. Oigo los cohetes. Pienso. Y esta noche, al fin, me he decidido. ¡Uno de nosotros irá a Marte!
Los ojos de Bodoni eran brillantes y oscuros.
-Idiota -exclamó Bramante-. ¿A quién elegirás? ¿Quién irá en el cohete? Si vas tú, tu mujer te odiará, toda la vida. Habrás sido para ella, en el espacio, casi como un dios. ¿Y cada vez que en el futuro le hables de tu asombroso viaje no se sentirá roída por la amargura?
-No, no.
-¡Sí! ¿Y tus hijos? ¿No se pasarán la vida pensando en el padre que voló hasta Marte mientras ellos se quedaban aquí? Qué obsesión insensata tendrán toda su vida. No pensarán sino en cohetes. Nunca dormirán. Enfermarán de deseo. Lo mismo que tú ahora. No podrán vivir sin ese viaje. No les despiertes ese sueño, Bodoni. Déjalos seguir así, contentos con su pobreza. Dirígeles los ojos hacia sus manos, y tu chatarra, no hacia las estrellas…
-Pero…
-Supón que vaya tu mujer. ¿Cómo te sentirás, sabiendo que ella ha visto y tú no? No podrás ni mirarla. Desearás tirarla al río. No, Bodoni, cómprate una nueva demoledora, bien la necesitas, y aparta esos sueños, hazlos pedazos.
El viejo calló, con los ojos clavados en el río. Las imágenes de los cohetes atravesaban el cielo, reflejadas en el agua.
-Buenas noches -dijo Bodoni.
-Que duermas bien -dijo el otro.
Cuando la tostada saltó de su caja de plata, Bodoni casi dio un grito. No había dormido en toda la noche. Entre sus nerviosos niños, junto a su montañosa mujer, Bodoni había dado vueltas y vueltas mirando el vacío. Bramante tenía razón. Era mejor invertir el dinero. ¿Para qué guardarlo si sólo un miembro de la familia podría viajar en el cohete? Los otros se sentirían burlados.
-Fiorello, come tu tostada -dijo María, su mujer.
-Tengo la garganta reseca -dijo Bodoni.
Los niños entraron corriendo. Los tres muchachos se disputaban un cohete de juguete; las dos niñas traían unas muñecas que representaban a los habitantes de Marte, Venus y Neptuno: maniquíes verdes con tres ojos amarillos y manos de seis dedos.
-¡Vi el cohete de Venus! -gritó Paolo.
-Remontó así, ¡chiii! -silbó Antonello.
-¡Niños! -gritó Fiorello Bodoni, tapándose los oídos.
Los niños lo miraron. Bodoni nunca gritaba.
-Escuchen todos -dijo el hombre, incorporándose-. He ahorrado algún dinero. Uno de nosotros puede ir a Marte.
Los niños se pusieron a gritar.
-¿Me entienden? -preguntó Bodoni-. Sólo uno de nosotros. ¿Quién?
-¡Yo, yo, yo! -gritaron los niños.
-Tú -dijo María.
-Tú -dijo Bodoni.
Todos callaron. Los niños pensaron un poco.
-Que vaya Lorenzo… es el mayor.
-Que vaya Mirianne… es una chica.
-Piensa en todo lo que vas a ver -le dijo María a Bodoni, con una voz ronca. Tenía una mirada rara-. Los meteoros, como peces. El universo. La Luna. Debe ir alguien que luego pueda contarnos todo eso. Tú hablas muy bien.
-Tonterías. No mejor que tú -objetó Bodoni.
Todos temblaban.
-Bueno -dijo Bodoni tristemente, y arrancó de una escoba varias pajitas de distinta longitud-. La más corta gana. -Abrió su puño-. Elijan.
Solemnemente todos fueron sacando su pajita.
-Larga.
-Larga.
Otro.
-Larga.
Los niños habían terminado. La habitación estaba en silencio.
Quedaban dos pajitas. Bodoni sintió que le dolía el corazón.
-Vamos -murmuró-. María.
María tiró de la pajita.
-Corta -dijo.
-Ah -suspiró Lorenzo, mitad contento, mitad triste-. Mamá va a Marte.
Bodoni trató de sonreír.
-Te felicito. Mañana compraré tu pasaje.
-Espera, Fiorello…
-Puedes salir la semana próxima… -murmuró Bodoni.
María miró los ojos tristes de los niños, y las sonrisas bajo las largas y rectas narices. Lentamente le devolvió la pajita a su marido.
-No puedo ir a Marte.
-¿Por qué no?
-Pronto llegará otro bebé.
-¿Cómo?
María no miraba a Bodoni.
-No me conviene viajar en este estado.
Bodoni la tomó por el codo.
-¿Es cierto eso?
-Elijan otra vez.
-¿Por qué no me lo dijiste antes? -dijo Bodoni incrédulo.
-No me acordé.
-María, María -murmuró Bodoni acariciándole la cara. Se volvió hacia los niños-. Empecemos de nuevo.
Paolo sacó en seguida la pajita corta.
-¡Voy a Marte! -gritó dando saltos-. ¡Gracias, papá!
Los chicos dieron un paso atrás.
-Magnífico, Paolo.
Paolo dejó de sonreír y examinó a sus padres, hermanos y hermanas.
-Puedo ir, ¿no es cierto? -preguntó con un tono inseguro.
-Sí.
-¿Y me querrán cuando regrese?
-Naturalmente.
Paolo alzó una mano temblorosa. Estudió la preciosa pajita y la dejó caer, sacudiendo la cabeza.
-Me había olvidado. Empiezan las clases. No puedo ir. Elijan otra vez.
Pero nadie quería elegir. Una gran tristeza pesaba sobre ellos.
-Nadie irá -dijo Lorenzo.
-Será lo mejor -dijo María.
-Bramante tenía razón -dijo Bodoni
Fiorello Bodoni se puso a trabajar en el depósito de chatarra, cortando el metal, fundiéndolo, vaciándolo en lingotes útiles. Aún tenía el desayuno en el estómago, como una piedra. Las herramientas se le rompían. La competencia lo estaba arrastrando a la desgraciada orilla de la pobreza desde hacía veinte años. Aquélla era una mañana muy mala.
A la tarde un hombre entró en el depósito y llamó a Bodoni, que estaba inclinado sobre sus destrozadas maquinarias.
-Eh, Bodoni, tengo metal para ti.
-¿De qué se trata, señor Mathews? -preguntó Bodoni distraídamente.
-Un cohete. ¿Qué te pasa? ¿No lo quieres?
-¡Sí, sí!
Bodoni tomó el brazo del hombre, y se detuvo, confuso.
-Claro que es sólo un modelo -dijo Mathews-. Ya sabes. Cuando proyectan un cohete construyen primero un modelo de aluminio. Puedes ganar algo fundiéndolo. Te lo dejaré por dos mil…
Bodoni dejó caer la mano.
-No tengo dinero.
-Le siento. Pensé que te ayudaba. La última vez me dijiste que todos los otros se llevaban la chatarra mejor. Creí favorecerte. Bueno…
-Necesito un nuevo equipo. Para eso ahorré.
-Comprendo.
-Si compro el cohete, no podré fundirlo. Mi horno de aluminio se rompió la semana pasada.
-Sí, ya sé.
Bodoni parpadeó y cerró los ojos. Luego los abrió y miró al señor Mathews.
-Pero soy un tonto. Sacaré el dinero del banco y compraré el cohete.
-Pero si no puedes fundirlo ahora…
-Lo compro.
-Bueno, si tú lo dices… ¿Esta noche?
-Esta noche estaría muy bien -dijo Bodoni-. Sí, me gustaría tener el cohete esta noche.
Era una noche de luna. El cohete se alzaba blanco y enorme en medio del depósito, y reflejaba la blancura de la luna y la luz de las estrellas. Bodoni lo miraba con amor. Sentía deseos de acariciarlo y abrazarlo, y apretar la cara contra el metal contándole sus anhelos.
Miró fijamente el cohete.
-Eres todo mío -dijo-. Aunque nunca te muevas ni escupas llamaradas, y te quedes ahí cincuenta años, enmoheciéndote, eres mío.
El cohete olía a tiempo y distancia. Caminar por dentro del cohete era caminar por el interior de un reloj. Estaba construido con una precisión suiza. Uno tenía ganas de guardárselo en el bolsillo del chaleco.
-Hasta podría dormir aquí esta noche -murmuró Bodoni, excitado.
Se sentó en el asiento del piloto.
Movió una palanca.
Bodoni zumbó con los labios apretados, cerrando los ojos.
El zumbido se hizo más intenso, más intenso, más alto, más salvaje, más extraño, más excitante, estremeciendo a Bodoni de pies a cabeza, inclinándolo hacia adelante, y empujándolo junto con el cohete a través de un rugiente silencio, en una especie de grito metálico, mientras las manos le volaban entre los controles, y los ojos cerrados le latían, y el sonido crecía y crecía hasta ser un fuego, un impulso, una fuerza que trataba de dividirlo en dos. Bodoni jadeaba. Zumbaba y zumbaba, sin detenerse, porque no podía detenerse; sólo podía seguir y seguir, con los ojos cerrados, con el corazón furioso.
-¡Despegamos! -gritó Bodoni. ¡La enorme sacudida! ¡El trueno!-. ¡La Luna! -exclamó con los ojos cerrados, muy cerrados-. ¡Los meteoros! -La silenciosa precipitación en una luz volcánica-. Marte. ¡Oh, Dios! ¡Marte! ¡Marte!
Bodoni se reclinó en el asiento, jadeante y exhausto. Las manos temblorosas abandonaron los controles y la cabeza le cayó hacia atrás, con violencia. Durante mucho tiempo Bodoni se quedó así, sin moverse, respirando con dificultad.
Lenta, muy lentamente, abrió los ojos.
El depósito de chatarra estaba todavía allí.
Bodoni no se movió. Durante un minuto clavó los ojos en las pilas de metal. Luego, incorporándose, pateó las palancas.
-¡Despega, maldito!
La nave guardó silencio.
-¡Ya te enseñaré! -gritó Bodoni.
Afuera, en el aire de la noche, tambaleándose, Bodoni puso en marcha el potente motor de su terrible máquina demoledora y avanzó hacia el cohete. Los pesados martillos se alzaron hacia el cielo iluminado por la luna. Las manos temblorosas de Bodoni se prepararon para romper, destruir ese sueño insolentemente falso, esa cosa estúpida que le había llevado todo su dinero, que no se movería, que no quería obedecerle.
-¡Ya te enseñaré! -gritó.
Pero sus manos no se movieron.
El cohete de plata se alzaba a la luz de la luna. Y más allá del cohete, a un centenar de metros, las luces amarillas de la casa brillaban afectuosamente. Bodoni escuchó la radio familiar, donde sonaba una música distante. Durante media hora examinó el cohete y las luces de la casa, y los ojos se le achicaron y se le abrieron. Al fin bajó de la máquina y echó a caminar, riéndose, hacía la casa, y cuando llegó a la puerta trasera tomó aliento y gritó:
-¡María, María, prepara las valijas! ¡Nos vamos a Marte!
-¡Oh!
-¡Ah!
-¡No puedo creerlo!
Los niños se apoyaban ya en un pie ya en otro. Estaban en el patio atravesado por el viento, bajo el cohete brillante, sin atreverse a tocarlo. Se echaron a llorar.
María miró a su marido.
-¿Qué has hecho? -le dijo-. ¿Has gastado en esto nuestro dinero? No volará nunca.
-Volará -dijo Bodoni, mirando el cohete.
-Estas naves cuestan millones. ¿Tienes tú millones?
-Volará -repitió Bodoni firmemente-. Vamos, ahora vuelvan a casa, todos. Tengo que llamar por teléfono, hacer algunos trabajos. ¡Salimos mañana! No se lo digan a nadie, ¿eh? Es un secreto.
Los chicos, aturdidos, se alejaron del cohete. Bodoni vio los rostros menudos y febriles en las ventanas de la casa.
María no se había movido.
-Nos has arruinado -dijo-. Nuestro dinero gastado en… en esta cosa. Cuando necesitabas tanto esa maquinaria.
-Ya verás -dijo Bodoni.
María se alejó en silencio.
-Que Dios me ayude -murmuró su marido, y se puso a trabajar.
Hacia la medianoche llegaron unos camiones, dejaron su carga, y Bodoni, sonriendo, agotó su dinero. Asaltó la nave con sopletes y trozos de metal; añadió, sacó, y volcó sobre el casco artificios de fuego y secretos insultos. En el interior del cohete, en el vacío cuarto de las máquinas, metió nueve viejos motores de automóvil. Luego cerró herméticamente el cuarto, para que nadie viese su trabajo.
Al alba entró en la cocina.
-María -dijo-, ya puedo desayunar.
La mujer no le respondió.
A la caída de la tarde Bodoni llamó a los niños.
-¡Estamos listos! ¡Vamos!
La casa estaba en silencio.
-Los he encerrado en el desván -dijo María.
-¿Qué quieres decir? -le preguntó Bodoni.
-Te matarás en ese cohete -dijo la mujer-. ¿Qué clase de cohete puedes comprar con dos mil dólares? ¡Uno que no sirve!
-Escúchame, María.
-Estallará en pedazos. Además, no eres piloto.
-No importa, sé manejar este cohete. Lo he preparado muy bien.
-Te has vuelto loco -dijo María.
-¿Dónde está la llave del desván?
-La tengo aquí.
Bodoni extendió la mano.
-Dámela.
María se la dio.
-Los matarás.
-No, no.
-Sí, los matarás. Lo sé.
-¿No vienes conmigo?
-Me quedaré aquí.
-Ya entenderás, vas a ver -dijo Bodoni, y se alejó sonriendo. Abrió la puerta del desván-. Vamos, chicos. Sigan a su padre.
-¡Adiós, adiós, mamá!
María se quedó mirándolos desde la ventana de la cocina, erguida y silenciosa. Ante la puerta del cohete, Bodoni dijo:
-Niños, vamos a faltar una semana. Ustedes tienen que volver al colegio, y yo a mi trabajo -tomó las manos de todos los chicos, una a una-. Escuchen. Este cohete es muy viejo y no volverá a volar. Ustedes no podrán repetir el viaje. Abran bien los ojos.
-Sí, papá.
-Escuchen con atención. Huelan los olores del cohete. Sientan. Recuerden. Así, al volver, podrán hablar de esto durante todas sus vidas.
-Sí, papá.
La nave estaba en silencio, como un reloj parado. La cámara de aire se cerró susurrando detrás de Bodoni y sus hijos. Bodoni los envolvió a todos, como a menudas momias, en las hamacas de caucho.
-¿Listos? -les preguntó.
-¡Listos! -respondieron los niños.
-¡Allá vamos!
Bodoni movió diez llaves. El cohete tronó y dio un salto. Los niños chillaron y bailaron en sus hamacas.
-¡Ahí viene la Luna!
La Luna pasó como un sueño. Los meteoros se deshicieron como fuegos de artificio. El tiempo se deslizó como una serpentina de gas. Los niños gritaban. Horas más tarde, liberados de sus hamacas, espiaron por las ventanillas.
-¡Allí está la Tierra! ¡Allá está Marte!
El cohete lanzaba rosados pétalos de fuego. Las agujas horarias daban vueltas. A los niños se les cerraban los ojos. Al fin se durmieron, como mariposas borrachas en los capullos de sus hamacas de goma.
-Bueno -murmuró Bodoni, solo.
Salió de puntillas del cuarto de comando, y se detuvo largo rato, lleno de temor, ante la puerta de la cámara de aire.
Apretó un botón. La puerta se abrió de par en par. Bodoni dio un paso hacia adelante. ¿Hacia el vacío? ¿Hacia los mares de tinta donde flotaban los meteoros y los gases ardientes? ¿Hacia los años y kilómetros veloces, y las dimensiones infinitas?
No. Bodoni sonrió.
Alrededor del tembloroso cohete se extendía el depósito de chatarra.
Oxidada, idéntica, allí estaba la puerta del patio con su cadena y su candado. Allí estaban la casita junto al agua, la iluminada ventana de la cocina, y el río que fluía hacia el mismo mar. Y en el centro del patio, elaborando un mágico sueño se alzaba el ronroneante y tembloroso cohete. Se sacudía, rugía, agitando a los niños, prisioneros en sus nidos como moscas en una tela de araña.
María lo miraba desde la ventana de la cocina.
Bodoni la saludó con un ademán, y sonrió.
No pudo ver si ella lo saludaba. Un leve saludo, quizá. Una débil sonrisa.
Salía el sol.
Bodoni entró rápidamente en el cohete. Silencio. Todos dormidos. Bodoni respiró aliviado. Se ató a una hamaca y cerró los ojos. Se rezó a sí mismo. “Oh, no permitas que nada destruya esta ilusión durante los próximos seis días. Haz que el espacio vaya y venga, y que el rojo Marte se alce sobre el cohete, y también las lunas de Marte, e impide que fallen las películas de colores. Haz que aparezcan las tres dimensiones, haz que nada se estropee en las pantallas y los espejos ocultos que fabrican el sueño. Haz que el tiempo pase sin un error.”
Bodoni despertó.
El rojo Marte flotaba cerca del cohete.
-¡Papá!
Los niños trataban de salir de las hamacas.
Bodoni miró y vio el rojo Marte. Estaba bien, no había ninguna falla. Bodoni se sintió feliz.
En el crepúsculo del séptimo día el cohete dejó de temblar.
-Estamos en casa -dijo Bodoni.
Salieron del cohete y cruzaron el patio. La sangre les cantaba en las venas. Les brillaban las caras.
-He preparado jamón y huevos para todos -dijo María desde la puerta de la cocina.
-¡Mamá, mamá, tendrías que haber venido, a ver, a ver Marte, y los meteoros, y todo!
-Sí -dijo María.
A la hora de acostarse, los niños se reunieron alrededor de Bodoni.
-Queremos darte las gracias, papá.
-No es nada.
-Siempre lo recordaremos, papá. No lo olvidaremos nunca.
Muy tarde, en medio de la noche, Bodoni abrió los ojos. Sintió que su mujer, sentada a su lado, lo estaba mirando. Durante un largo rato María no se movió, y al fin, de pronto, lo besó en las mejillas y en la frente.
-¿Qué es esto? -gritó Bodoni.
-Eres el mejor padre del mundo -murmuró María.
-¿Por qué?
-Ahora veo -dijo la mujer-. Ahora comprendo. -Acostada de espaldas, con los ojos cerrados, tomó la mano de Bodoni-. ¿Fue un viaje muy hermoso?
-Sí.
-Quizás -dijo María-, quizás alguna noche puedas llevarme a hacer un viaje, un viaje corto, ¿no es cierto?
-Un viaje corto, quizá.
-Gracias -dijo María-. Buenas noches.
-Buenas noches -dijo Fiorello Bodoni.

Herencias tengas

Durante algún tiempo me dediqué a traducir documentos jurídicos. Estaba especializado en contratos y estatutos, pero no sé por qué razón cayeron en mis manos toda clase de testamentos, declaraciones de herederos, poderes inhabilitantes y un largo etcétera.

En un principio, estos papelajos de mal agüero me producían un claro rechazo pero, andando el tiempo, descubrí que constituían una poderosísima herramienta para estudiar el lado más miserable de la naturaleza humana. En las herencias y en todo lo que las rodea aflora la verdad. Años de dorarle la píldora a un ascendiente para quedarse con tal o cual propiedad, chantajes emocionales sin cuento por parte de quien tiene algo que repartir (al extremo de destrozar destinos para siempre), solo para tener a quién pasarle su estrés con la vana promesa de que la Tierra Prometida llegará. En realidad, qué otra cosa es la Biblia sino un compendio de metáforas vitales. Hermanos que se transforman en bestias sedientas de sangre, que dejan de hablarse para siempre, médicos que realizan oportunos informes inhabilitantes, abogados con menos escrúpulos que el bueno de Saul Goodman (si no conocen al inigualable abogado de Breaking Bad, ya están tardando. No suelo ver series de televisión: me producen somnolencia, pero Breaking Bad es arte mayor).

Después de trabajar con esa documentación color kryptonita uno empieza a comprender ciertas actitudes que antes pasaban inadvertidas. Resulta pasmoso el número de personajes reales que especulan con lo que van a recibir en un futuro. Muchos se convierten en inútiles funcionales. Viven esperando recibir algo que no tiene fecha y son absolutamente incapaces de lograr nada por sí mismos. La venganza del destino es doble: se han enemistado con todos sus hermanos y han limado sus uñas hasta resultar irrelevantes. Cualquier brisa mínima de la vida los convertirá en polvo. Como decía el bueno de Mark Twain... no se conoce a nadie hasta que te toca repartir una herencia. Todo es amor. A LA PASTA.

Y cuando se trata de pasta llovida del cielo no hay izquierdas ni derechas. Karl Marx vivía en un maloliente suburbio de Londres hasta que su esposa heredó no una, sino dos veces. A partir de entonces, entre las herencias de su cónyuge y la pasta que le pasaba Engels (que era hijo de familia bien), el barbas ya pudo pensar en la revolución con mucha más tranquilidad. Dónde va a parar.

Quién sabe, de haber tenido que trabajar en una fábrica para sacar a su familia adelante a lo mejor el autor de "El capital" hubiese comprendido mejor cómo piensa y siente un obrero y la revolución no habría generado a Stalin.

Más madera. El que se lo ha gastado todo en vida se va al otro barrio con la tranquilidad del deber cumplido. Pero ¿y el que se la pasó ahorrando, duchándose con agua fría en Siberia, comiendo productos "marca transparente" que no superarían los controles de calidad de la República Centroafricana y deja todo para los buenos para nada de sus hijos? Ese en vez de ir hacia la luz quedará como alma en pena, vagando en los insanos pantanos de lo que pudo haber sido, mientras sus vástagos sitúan a los hijos del rey Lear a la altura del betún.

El genial futbolista inglés George Best (haciendo honor a su apellido) dejó para la posteridad una perla de sabiduría que pone en cuestión los cimientos de la civilización judeocristiana: "gasté toda mi fortuna en mujeres, alcohol y coches. El resto LO DESPERDICIÉ". Por fin alguien que ilumina el sentido de la vida.

Mi queridísima abuela Sofía -Dios la tenga en su gloria- que era un prodigio de sentido común decía "los ricos saben vivir".

Anda que no.