lunes, 26 de noviembre de 2018

Viajes

En Francia, patria de la libertad y la dignidad del ser humano, pervive una tradición maravillosa. Al finalizar sus estudios, los estudiantes se lanzan a realizar viajes de descubrimiento, en la más genuina tradición de los viajeros románticos. Se trata de viajes literarios, profundos. La contracara del turismo. Viajes para transformar la mirada y descubrir qué hemos venido a hacer al mundo.

Puede ser el Transiberiano hasta Vladivostok, cruzar el gran desierto australiano por Alice Springs o las islas de los mares del sur siguiendo la estela de Stevenson. He tenido la suerte de conocer personalmente a algunos de estos viajeros, como Romain, que aprendió fonéticamente una canción tradicional rusa acompañado de la guitarra, ese milagro de madera, y emocionó a todos los que montaban en el viejo y cansado tren que los transportaba más allá de los Urales: lo cuidaron como si fuera hijo suyo. Romain no tenía ni idea de lo que iba cantando o de las teclas que tocaba en el alma de aquellos rusos aguerridos, tallados en piedra. Es igual. Nadie ha dicho que las cosas del corazón tengan que tener algún sentido o significado.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Ludwig

Los últimos cuartetos de Beethoven son un milagro. Mal comprendidos en su tiempo, inspiraron a músicos fundamentales de la evolución del arte, como es el caso de Stravinsky. El músico alemán ya estaba más allá del bien y el mal, la enfermedad que lo torturaba muy avanzada. La gran música vive en algún rincón del alma, es un triunfo del espíritu humano.

Si la música, o el arte en general, resultan demasiado previsibles, se trata de un insulto a la inteligencia. Si son totalmente imprevisibles, ponen a prueba el sentido de la estética (y, en ocasiones muy extremas, la paciencia).

Interesante cuestión: la proporción áurea, la serie armónica, la cristalización de los minerales, es como si existiera una armonía oculta. La armonía de las esferas. Como si hubiera un orden en este caos de nacimiento y muerte. De soledad del impulso vital. Alguna clase de orden.

Aunque quizá no... tal vez es nuestra mente la que está ávida de orden como una manera de esquivar el final e inventa estructuras en la oscuridad. Tal vez en la física cuántica, donde las cosas son y no son al mismo tiempo, se describe la verdadera naturaleza de las cosas.

El matrimonio es una institución cuántica, qué duda cabe.

Estar con un pie en otro mundo, cuando nada material tiene la mas mínima importancia. El ser humano solo dice la verdad cuando va a morir.

Así las cuatro últimas canciones de Richard Strauss y los últimos cuartetos del genio de Bonn. El cuarteto de cuerdas siempre ha constituido una prueba crucial para los compositores. Un complejo equilibrio entre simplicidad y profundidad. En manos de Beethoven suena a oxígeno, a bosques infinitos.

A fuego robado a los dioses.

Doyle

En 1891, el escocés Arthur Conan Doyle se trasladó a Londres para ejercer de oftalmólogo. En su biografía se ocupó de aclarar que en su consulta, situada en un barrio de clase media, nunca entró un solo paciente. Jamais.

Eso le proporcionó todo el tiempo necesario para diseñar y ejecutar las aventuras de Sherlock Holmes y del simpático Dr. Watson, un compañero ideal para el misántropo, cocainómano y solitario genio.

Supongo que la vida funciona así. No es lo que nos ocurre, sino lo que hacemos con lo que nos ocurre. En vez de quejarse por lo que no tiene o a los demás les sobra -un deporte más extendido que el fútbol-, Sir Arthur Conan Doyle hizo algo de valor con su propia vida. Es lo único que realmente está en nuestras manos y no es responsabilidad de nadie más. Cada uno es arquitecto de su propio destino. El famoso poema de Henley:

"... I am the master of my fate,
I am the captain of my soul".

Aunque Doyle llegó a decir que Sherlock lo asfixiaba y opacaba el resto de sus obras. Había tomado posesión de su alma.

Acabar con él se convirtió en una obsesión. Así lo hizo y, como le advirtió su madre -ya se sabe, las madres son un prodigio de sentido común-, la gente se lo tomó muy a pecho. Literalmente lo acribillaron enviándole cartas y exigiéndole que resucitara al taciturno violinista del 221B de Baker Street. Lo paraban en mitad de la calle para preguntarle cuándo regresaría Sherlock, cuándo le echaría el guante a Moriarty, de qué iban sus nuevas aventuras. Incluso se interesaban por su vida personal... ¡de un personaje de ficción...! ¿Se enamorará por fin? ¿Perderá la cabeza, esa testa tan exquisitamente amueblada, por amor? Nadie aceptaba su final. Aquello llegó a ser aún más asfixiante y Doyle terminó por ceder. De rebote, Watson también volvió a la vida.

Ambos personajes penetran en una lúgubre cripta. Están investigando, cómo no, un crimen terrible.

—Aquí no ha entrado nadie en los últimos doscientos años —, dice el doctor al contemplar el desorden y las telarañas.

Holmes está absorto en sus pensamientos y no le presta atención. Él vibra en otra frecuencia.

—Alguien estuvo en esta habitación hace como mucho... 24 horas...—, sentencia finalmente.

Watson, una suerte de Sancho ilustrado, era mucho más mundano. Había contemplado la muerte de cerca en tantas ocasiones que amaba profundamente la vida, el vino y las mujeres. Y jamás perdonaba una buena juerga, de las que hacen época.

¡Elemental, querido Sherlock!

sábado, 3 de noviembre de 2018

Mañana de sábado

Sale el sol de España. A medida que voy envejeciendo aprecio cada vez más las cosas sencillas. Una de mis favoritas es sentir el sol en la espalda mientras camino. El rito del desayuno, una conversación casual con los agricultores, el eco de las risas de los hijos de mis vecinos que me recuerdan a los míos, sus rostros cuando lograron mantener el equilibrio sobre una bicicleta.

El viento, el sol, el agua. Entonces ese carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida que es el tiempo se torna amable. Como dice alguien muy querido, "el tiempo, ese enemigo que te mata huyendo".

Pero esta noche saldremos por Madrid, rompeolas de todas las Españas. A beber y a reír hasta que amanezca.

La ebriedad compartida es un don. A fe mía.