domingo, 30 de diciembre de 2012

Cómo hacerse rico siendo artista

En cierta ocasión, siendo muy joven, conocí en una fiesta a un aspirante a pintor que tenía 6 o 7 años más que yo. Era monotemático y apasionado: él mismo se hacía y se contestaba las preguntas. Recuerdo que estudiaba en Barcelona e insistía en que, en un futuro muy cercano, ganaría mucho dinero vendiendo cuadros (naturalmente, de su autoría). Lo decía absolutamente convencido, como aquellas personas que tienen tan claro su camino que el resto de la humanidad decide apartarse a su paso, haciendo una suerte de pasillo de honor. Esas personas que saben adónde van.

Ya por entonces, el que suscribe suponía que para ganar dinero en este mundo convenía ser marchante de almas, engañar jubiladas o dedicarse a la compraventa de esclavos.

Lo siguiente que supe de aquella persona es que se había suicidado.

De Francia nos llega una literaria historia, digna de Simenon, precisamente de un pintor "de posibles"... Quizá la clave no estaba en los cuadros. Aunque no sólo pintar cuadros requiere "arte".

Publicado en El Mundo a partir de un original de Ariane Chemin publicado originalmente en Le Monde (artículo bien escrito por cierto, a pesar de algún error a la hora de datar ciertos periodos de la historia del arte).

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Un par de zapatillas espera todavía silenciosamente, al pie de la cama. En la habitación de tres metros por cuatro, una mesa plegable hace las veces de mobiliario; dos abrigos y tres chaquetas están tirados aquí y allí. En el cuarto de baño, una placa eléctrica quedó al borde de la bañera, sin duda para hervir agua en ella. Allí fue hallado Alberto Rodríguez, el 19 de octubre, con un pijama gris de rayas, la cabeza sobre la almohada y los brazos caídos a un lado y a otro de su pequeña y estrecha cama. Más exactamente, así es como fue descubierta su momia, en el primer piso de una casa de ciudad, en uno de los barrios más bohemios del casco antiguo de Lille.

Con demasiada frecuencia, las personas mayores mueren solas y olvidadas. Pero Alberto Rodríguez es un caso muy poco común. Falleció hace al menos 15 años. El año 1997 es el que aparece escrito en las últimas cartas recibidas en el número 9 de la calle Saint-Jacques, como dan fe los sellos. Una de ellas fue enviada el 15 de enero de 1997 por la Tesorería de la Seguridad Social. Entre los prospectos, también se descubrió un recibo de la luz del 6 de febrero de 1997 y, fechado cuatro días más tarde, un correo de la caja de pensiones. Cuando los agentes de la unidad de edificios en amenaza de ruina entraron en la casa, hacía por lo menos 15 años que el anciano dormía en su habitación sarcófago.

A los vecinos empezaba a parecerles extraña esta vivienda siempre cerrada e invadida por telas de araña. Una casa de autor de 1880 de estilo art déco —una “casa Pagnerre”, como dicen los entendidos, en referencia al estilo de Gabriel Pagnerre, en el que se inspira el caserón— y firmada por un arquitecto local cuya construcción más notable fue el casino de Malo-les-Bains, en el norte. En el tercer piso, las palomas entran y salen por uno de los cristales que llevan años rotos, o por la vidriera deteriorada. “En verano, en mi terraza, me entraba miedo”, recuerda Elisabeth Chevanne, una abogada cuyo despacho en el número 7 de la calle Saint-Jacques está pegado a la casa. “Me decía: ‘esos pájaros son malos, se parecen a los de Hitchcock”.

Cuando finalmente los servicios del Ayuntamiento, alertados por la vecina abogada que se quejaba desde hacía 10 años de problemas de filtraciones, forzaron la puerta, nadie estaba totalmente seguro de que el esqueleto fuese el del “pintor-decorador-vidriero” de edificios que llegó al norte después de la guerra. En la cabecera de la cama se encontró una tarjeta de la Seguridad Social a nombre de Alberto Rodríguez, “nacido el 7 de agosto de 1921 en Santander, España”. El 5 de diciembre, los médicos forenses anunciaron por fin que “unas particularidades en la nariz” permitían afirmar “con una seguridad del 99,9%” que el esqueleto era efectivamente el del propietario del lugar: “La forma del seno” fue comparada con una radiografía del cráneo de Alberto Rodríguez encontrada en la casa, según el investigador.

Al conocerse la noticia, todo el barrio quedó sumido en el arrepentimiento, disertando sobre esas Administraciones inhumanas, capaces, como Hacienda, de hipotecar una casa sin enviar a un agente a comprobar si está efectivamente habitada. El agua se cortó en 1996 y la luz en 1997, y su cuenta bancaria se cerró en 1999, por falta de movimientos. Muchas personas han escrito en blogs sobre esta sociedad ciega capaz de olvidarse de un hombre durante 20 años en el centro de una de las ciudades más importantes de Francia. La noche en que se descubrió el cuerpo, como para expiar el olvido en el que había estado sumido el anciano, los transeúntes depositaron velas en el umbral de su puerta. Al otro lado de la manzana de casas, el sensible Camille Stopin, “ebanista de padres a hijos desde 1860”, se apuntó a Vecinos Solidarios.

En la habitación del difunto no se halló “ningún indicio de pelea o de allanamiento por la fuerza”, según el atestado policial. Solo, al pie de la cama, un barreño blanco, recubierto por un sedimento negro, hizo que planeara durante unas horas la sombra de un envenenamiento, antes de que se decidiera que el pintor de edificios debió de morir enfermo, vomitando.

En cualquier caso, la momia encierra otro misterio: Alberto Rodríguez era rico. Primero, porque la estrecha casa de tres pisos, en el centro de la ciudad, cerca de la iglesia de la Treille, es bien inmobiliario con gran valor. “En 1986, cuando compré, el barrio era un poco conflictivo”, recuerda la vecina abogada, instalada en un antiguo convento de “chicas arrepentidas”. Un burdel de la calle, Le Panier Fleuri, es ahora un palacete. Un poco más lejos, una librería ocupa el lugar de un antiguo prostíbulo. “Era el barrio de las casas de citas”, confirma Bernard Coussée, autor en 1993 de una pequeña historia de la prostitución de Lille, “y es probable que, sin ser un burdel, esta casa haya servido de lugar de encuentro”. Hoy en día, hace soñar.

El pintor español no solo tenía esta propiedad en la calle de Saint-Jacques, sino que poseía un pequeño parque inmobiliario. En un testamento ológrafo, Lucie Chanat, viuda de Emile Caron, casquero de profesión, lo convirtió en su heredero universal, lo que le otorgaba la famosa casa art déco; otra en la ciudad vieja de Lille, en el número 3 de la calle des Patiniers; un inmueble en Fives de 362 metros cuadrados, hoy ocupado por una caja de ahorros, y, quizá, “una herencia en la región parisina”.

Cuando falleció Lucie Chanat, el 11 de noviembre de 1971, el cortejo fúnebre llevó a la anciana de 90 años, viuda desde hacía cerca de 20, al panteón familiar, en el cementerio Este de Lille. La generosa legataria descansa allí con su madre y su marido, Emile Caron, bajo una cruz y una jardinera desvencijada. Nadie consideró oportuno grabar sobre el mármol rosa la fecha del fallecimiento de la benefactora: Lucie Chanat, 1881-19.

Casada a los 18 años, Lucie Chanat se quedó viuda a los 73. Alberto tenía entonces 33 años. ¿Qué relación entablaron estas dos personas para que esta misteriosa dama acabase por convertirlo en su único heredero? Los más románticos sueñan con una historia de amor. Una cofradía formada por dos genealogistas, los mejores sabuesos de la prensa local, unos notarios, la Embajada española y el grupo de apoyo judicial de Lille, se ha propuesto esclarecer el misterio del que llaman “Alberto”. Todos los documentos, ya sean del catastro, de arrendamientos, de escrituras de venta o expedientes médicos sirven para tratar de resolver el misterio del pintor español descrito por los vecinos como alguien “bien parecido”, pero no muy simpático, e incluso gruñón.

Un antiguo vecino llamó por teléfono a La Voix du Nord diciendo que recordaba que “trabajaba para comercios del barrio. Cuando había bebido un trago, todo iba bien, y se mostraba incluso jovial”. Veinte años más tarde, su vecina, la señora Chevanne, le describe de una forma mucho menos amable: “Veía a un hombrecillo que entraba y salía rayando con sus llaves las puertas de los coches que estaban mal aparcados delante de su casa. En mi opinión, no vivía ahí”. A unos números de allí, en el taller Leclercq, de “restauración de cuadros” se acuerdan de que un antiguo ebanista de la calle hablaba de un hombre salvaje con “una nariz grande”.

Se ha pedido a la ciudad de Santander que busque a algún familiar —con vistas a la herencia— de este pintor, hijo de Salustiano Rodríguez y de Concepción Martínez, que llegó a Francia el 4 de junio de 1948, a los 27 años, con un permiso de trabajo. Pero nada. Sin éxito. No hay ningún rastro del tal Alberto Rodríguez. “La partida de nacimiento ha podido quemarse”, suspira el genealogista sucesorio Pierre Kerlévéo, a quien apasiona el caso. “Aquel año, la ciudad vieja de Santander fue prácticamente destruida por un tornado, seguido de un incendio, que dejó a 22.000 personas sin techo”.

Sin embargo, el genealogista encontró un documento precioso: la escritura de venta de la casa Pagnerre preparada por un notario para el 30 de abril de 1991. Está claro que Alberto se disponía a desprenderse por 350.000 francos del número 9 de la calle Saint-Jacques. Pero, a las 11 de la mañana del día fijado para la firma, el pintor jubilado no se presenta ante el notario. La compradora, alemana, que había pedido un préstamo para la ocasión, le espera en vano.

¿Qué ha sido de la señora Lejeune-Wermer, una profesora nacida en 1943 que vivía en la calle del Pont-Neuf? Un detective trata de encontrarla al otro lado del Rin. Solo la señora Lejeune-Wermer podría explicar por qué se truncó la venta en 1991. ¿Había muerto Alberto unos días antes en su cama, vestido con su pijama gris? “Un personaje esquivo, una partida de nacimiento española que no se encuentra, una mujer casada a los 18 años y que lega su fortuna a un hombre 40 años más joven que ella, una escritura de venta destinada a una alemana... Nada es normal, y todo acaba por convertirse en extraordinario”, resume el especialista Pierre Kerlévéo quien, si pudiese, lanzaría un aviso de búsqueda y realizaría programas de telerrealidad en España, en Francia y en Alemania.

Continuará...

domingo, 23 de diciembre de 2012

Ahorro a plazo

Un componente de la crisis que estamos viviendo tiene que ver con el modelo de crecimiento. Si se crece a través del ahorro, el proceso es lento. Si el crecimiento viene a través del crédito, es más rápido. Si los créditos se conceden sin tener en cuenta si se pueden devolver o no, el crecimiento puede llegar a ser explosivo. Y estallar.

Pero el modelo va más allá. Para tocar bien un instrumento musical hay que estudiar durante años. Muchos años. Para bailar, escribir una línea que produzca emoción o conseguir un dominio de las técnicas de la pintura, han de transcurrir décadas. De ida y de vuelta. De procesos de búsqueda que no son gratuitos.

Nuestro modelo se basa en el aquí y ahora. Todos los esfuerzos están encaminados a la satisfacción inmediata y no se tolera ni la más mínima frustración. Hay demasiado ruido ahí afuera, demasiadas distracciones cotidianas.

La profundidad y la intensidad no se consiguen por casualidad. Son el resultado de un proceso acumulativo, de muchas batallas perdidas.

Hay que reorientar las antenas. Invertir a largo plazo.


sábado, 22 de diciembre de 2012

Mayas

Otro fin del mundo será...

Materia gris

Tras la matanza de Newtown, la Asociación del Rifle propone la solución definitiva: situar hombres armados hasta los dientes en todas las escuelas de los Estados Unidos.

No sé qué decir.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Se nos van los amigos

Suena el teléfono. Llaman desde La Laguna. Se ha muerto Patricio.

Patricio Olivera Croker, gentleman de otras épocas, con el porte de Sean Connery y el humor de Bernard Shaw, fue un gran amigo. Comenzó siendo alumno mío hace ya muchos años y terminamos forjando una sólida amistad.

Vivió con total intensidad. Surcó todos los océanos y recorrió islas de belleza inigualable, desde Santa Elena y Ascensión hasta el laberinto de las Maldivas. Bien pudo haber sido Fletcher Christian en su búsqueda desesperada de aire que respirar. De hecho, su mundo personal en la Avenida de San Diego parecía una isla de Polinesia, una isla a veces más alejada que la extraña y esquiva Pitcairn. Cubierta de nieblas imposibles. La isla de la soledad y la locura.

Recuerdo un viaje en los ochenta a Tenerife en el que Patricio hizo de guía de lujo y me llevó a conocer joyas escondidas, desde Taganana a Masca. Desde lugares recónditos del Teide hasta cantatas en La Candelaria.

Era un poeta del vino y de las cosas genuinamente importantes. Manejaba los silencios como nadie. Guardo como un tesoro libros de Carl Jung que me regaló. Recuerdo su paz interior, su incapacidad de hacer alarde de lo mucho que sabía, que era mucho, y su amor sin límites por el flamenco y el mundo de la guitarra. ¡A compás!

Se parecía mucho a un abuelo que nunca conocí.  A mi manera -como torpemente hacemos todos- lo quise.
Patricio Olivera fue un gran tipo. Tuve el privilegio de compartir horas a su lado.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Alguien se ha enterado de que vive en el siglo XXI

La cuestión del futuro de las industrias culturales no es una cuestión menor. Un país sin cultura es un país de bestias salvajes, de toritos bravos. La combinación de bestia salvaje y dinero genera seres mucho más temibles que los monstruos que engendra la razón cuando sueña. Ningún Dios aceptará tales seres entre sus filas por la razón básica de que carecen de alma. Muchos teólogos intuyen la posibilidad de un purgatorio especialmente acondicionado para la bestia humana.

El profesor Albert Sagnussem, de la Universidad de Upsala, cita un cuadro perdido de un tal Tadeus van Hippel, discípulo de El Bosco en el que se observa que, tras la muerte, los campeones de la avaricia son pacientemente sodomizados con todos aquellos objetos que han logrado reunir en vida y se han negado a disfrutar o compartir mientras permanecían en la Tierra.

En fin. Qué sabe nadie.

Como los artistas tienen la mala costumbre de comer todos los días y deben pagar al tendero como todo hijo de vecino, resulta obvio que deben cobrar por su trabajo.

Internet y los nuevos medios de comunicación no son el enemigo. La discusión es estéril. Lo que ha muerto es la antigua forma de hacer las cosas y lo que se pone fundamentalmente en cuestión es el modelo comercial imperante hasta el momento.

¿Por qué razón tiene que enriquecerse un montón de gente en la "cadena de producción" de un producto artístico? ¿Por qué no encontrar un modo de relación más directo entre artista y destinatario final, sin tantos eslabones intermedios? Si esta fórmula funciona, ¿acaso no cabría estudiar sistemas de distribución de otros productos incluso de primera necesidad que estuvieran más cerca del concepto de cooperativa y más alejados del concepto de empresa privada que se mueve exclusivamente por la ética -es decir la no-ética- del beneficio económico?

Lo que sigue a continuación es un ejemplo -no aplicable a todos los casos, obviamente-, pero es un ejemplo y se desarrolla en el momento presente en España, es decir, en medio de la peor crisis desde la Guerra Civil. Se trata de racionalizar los costes de producción y aprovechar al máximo todas las ventanas de visibilidad. Todo eso repercute en ahorros estratégicos en publicidad y el precio final en los diferentes formatos se torna más asumible para el consumidor final, que tiene una razón de peso para optar por la opción "legal" y evitar la pérdida de calidad, las pérdidas de tiempo, los cortes y los inconvenientes asociados con las versiones pirata.

Si en el siglo anterior hubiera existido un sistema que permitiera la comunicación directa entre creador y público, Os Jangadeiros, la segunda película del inefable Orson Welles tras la monumental Ciudadano Kane, no habría sido secuestrada por las hienas de Hollywood.

'Carmina o revienta' o una nueva forma de distribuir cine 

19 de diciembre

1977. 2012. Cuando llega esta parte del año siempre es igual. A las cinco de la tarde el tío Santiago viene a buscarnos. Los abuelos se quedan en casa. No quieren ir al aeropuerto, no pueden. Oímos ladrar a Plomo mientras nos alejamos. Diego y yo no sabemos, ni siquiera sospechamos que es la última vez que los veremos.

Hace calor, calor de diciembre austral.

Caty y Roberto, José y Coqui, Luis y Jaci, los tíos, Sergio y Ernesto nos acompañan a Ezeiza. Nos hacemos fotos los cuatro primos. Después nos perderiamos para siempre. Cuando te marchas de tu país no hay retorno posible. Si te fuiste porque te fuiste, si volviste porque no estuviste.

España es un buen lugar para vivir. La gente es alegre y no piensa en modo tango. Todo es nuevo.

La escuela es un caos. Todos los españoles en el fondo son anarquistas. Se ríen de la autoridad. En realidad, se ríen de todo.

Un año, dos... tres como mucho. No. No será así. Sólo volverá mamá para los funerales.

No hay camino de regreso. Tal vez será su voz, de aquella que una vez de pronto se durmió. Una letra de gotán, la imagen de una calle mal asfaltada. El sol entre los techos.

Vos, tú, vosotros, ustedes. Pensar y sentir en argenñol.

Decir las cosas más intimas.

El resto está en los periódicos.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

El dinero

Benito Pérez Galdós no sólo fue un escritor notable, autor de una obra monumental en la que destacan los Episodios Nacionales, sino que también fue un agudo observador de la realidad. A la manera de Mark Twain.

He aquí una perla que le pertenece en la que reside el secreto último de la riqueza explicado con sencillez: "El dinero lo ganan todos aquellos que con paciencia y fina observación van detrás de los que lo pierden".

Pues eso.

martes, 18 de diciembre de 2012

lunes, 17 de diciembre de 2012

Suite Iberia

Como de costumbre, llegué tarde a Barajas. Perdí el primer vuelo. Iba con más gente pero me entretuve. Sólo quedaban dos plazas en la última fila. Había un hombre joven trajeado en el lado del pasillo. Me senté junto a la ventana. Te vi llegar cuando cerraban las puertas. Despegamos.

En pleno vuelo te pusiste a leer Gli amori difficili. Estaba acabando septiembre. El avión pegaba saltos como si fuera a aterrizar en Guatemala. Observé de reojo el perfil de tu nariz. Perfecta. A la altura del Ebro te pregunté algo sobre el libro. Ah, no... te pregunté si eras italiana. No recuerdo la respuesta exacta, pero respondiste en italiano, así que las primeras frases entre nosotros sonaron a música, a pinos de Roma, a mercado en la calle. Seguí el juego y te respondí en mi italiano porteño. Luego resultó que eras de Aranda.

Hablamos de Lisboa, de ciudades blancas, de sueños. De marineros suizos que se pierden en la Alfama. De poetas de abril. En su aproximación a El Prat, el avión dio una vuelta más amplia de lo habitual, entró en el mar en dirección Cerdeña y pensamos que algo no andaba bien. Así que decidimos hablar y hablar. Diez minutos, diez, veinte, treinta años.

Dios es ese ser invisible del que uno se acuerda cuando va a morir.

Finalmente, tras muchas cabriolas, aterrizamos. Nos dispersamos. Volví a verte en un pasillo hablando con varios hombres con pinta de ingenieros. Me acerqué como un mihura interrumpiendo la conversación y, sin pensármelo dos veces, te pedí el teléfono. Para mi sorpresa, me lo diste. Sólo en otra ocasión una azafata me dio su número en una situación similar, pero entonces estaba en edad de merecer. Además, aquella mujer estaba como un cencerro. Ya se sabe, las radiaciones... Volvimos a vernos en la cola del taxi.

Ci vediamo dopo! Uno de mis acompañantes había jugado al fútbol en Brescia y me miró con cara de pillo. Brigante...! Pensó que las reuniones me traerían al fresco. Acertó.

Te escribo un mensaje desde el Paseo de Colón. Me contestas al toque. También yo te buscaba en medio de esta niebla (risas). Pasamos el día así. Por la tarde íbamos a tomar unos vinos en la Barceloneta, pero tú no podías. Nos despedimos. Fue un placer conocerte en el cielo.

Llego al aeropuerto, último avión del día. Faltan cinco minutos para el embarque y te veo entrar en la terminal, corriendo atropelladamente. Atravieso el control en dirección opuesta y voy a buscarte. Llegamos por los pelos. ¿Qué tal te ha ido? Fui a ver las obras del AVE en moto. Fui traductor en otra vida. Nos sentamos en la mitad de un avión vacío. Para ser eternamente joven hay que aguantar la respiración y balancearse al mismo tiempo. Todo el mundo lo sabe...

Hacemos planes para aprender a pilotar aviones juntos. Quién soy yo para cuestionar al destino. Nos reímos sin parar. Aterrizamos. Te acompaño al aparcamiento. Tu coche es rojo y el mío, azul. Todo al revés. Me haces una cobra de las más sincronizadas que he visto. Nos reímos más.

Regresamos a nuestras vidas. A la realidad. Breve encuentro.

Regresamos a Lisboa.

Naturalmente.

Elecciones

Se sentó debajo de un árbol y pensó que el destino se decidía en una partida de dados. Creer en uno mismo y fortalecer el ego hasta convertirse en un personaje repugnante o vivir para los demás. Casarse por amor y remar contracorriente juntos empezando de menos mil o unirse al vástago más soportable de una familia burguesa con ínfulas intelectuales. Elegir un trabajo socialmente estimado y bien retribuido para disfrutar de cierta tranquilidad de ánimo o vivir en el filo de la nada, inventando esculturas de humo.

Así pasan los años. Lejos de todo. Lejos de sí.

martes, 11 de diciembre de 2012

Sherlock

Cuando Sherlock Holmes no tenía un caso que resolver se subía por las paredes. Nada parecía calmarle, ni el recuerdo de lo que pudo ser, ni la extraña relación con Watson, ni las potentes drogas que se inyectaba en vena. Se tornaba irascible e insoportable, capaz de destruirse a sí mismo y a los demás.

Libera me, Domine!

Lo único que puede con este vacío es un caso. Un caso que resolver.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Niemeyer

Parecía inmortal. A su manera, lo es. A escasos días de cumplir 105 años, el genial arquitecto brasileño Óscar Niemeyer ha muerto. Y ha muerto como los grandes: en el escenario, en el andamio, trabajando en nuevos proyectos. Hasta el último suspiro. Como Picasso, Alberti, Billy Wilder o tantos otros que ensancharon los límites de la realidad.

Sabido es que Niemeyer constituye un hito en la arquitectura y, por extensión, en la cultura del siglo XX. Verle dibujar a mano alzada es contemplar un milagro de armonía e inspiración: el triunfo de la curva sobre la línea recta. Poeta del hormigón armado, llevó las ideas de Le Corbusier a nuevas cotas de gloria. Siempre más allá.

Su obra tienen el don de la profundidad: no da lugar a la indiferencia, sentimiento mucho más destructivo que el odio y más poderoso que la admiración.

Óscar Niemeyer es una clase de artista -en sus manos, la arquitectura adquiere un aliento artístico y una dimensión ética por encima del concepto de utilidad. La arquitectura es un modo de estar en el mundo, un arma de largo alcance- que, en la era de la hiperespecialización, ya no se estila: el artista humanista, profundamente comprometido con la realidad. Con la transformación social de esa realidad.

La grandeza de un ser humano se mide por la capacidad de sufrimiento que contribuye a erradicar de este mundo. Todo lo demás es material descartable. Insignificante.

Óscar Niemeyer no descansa ni está en paz. Queda tanto por hacer...

El fin del mundo

Recuerdo vagamente un cuento magnífico de Ray Bradbury que hablaba del fin del mundo. Una noche como cualquier otra todos los habitantes del planeta tienen el mismo sueño: el mundo se va acabar. Y poco a poco todos descubren que han soñado lo mismo y que sus premoniciones coinciden. Pero todo se desarrolla en una atmósfera de aceptación, casi de plenitud budista. No hay lucha. Las parejas se separan dulcemente, los padres y los hijos se abrazan, los amigos se dan las gracias por haber transitado juntos por el mundo. La muerte es casi una bendición.

Ahondando en la cuestión, ahora es el propio gobierno de la nación más poderosa de la Tierra quien toma cartas en el asunto. Los Estados Unidos anuncian oficialmente que el próximo día 21 de diciembre el mundo no se va a acabar.

Qué descanso. 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Si tú me dices Wert...

"Con viento de levante...", "Que se jodan", "Soy como el toro bravo que se crece con el castigo..."

Son algunas de las inmortales y sesudas frases de destacados miembros del Partido Popular (en esta y otras legislaturas).

Qué decir al respecto.

Nada.

No obstante. ¿Puede existir inteligencia totalmente desprovista de sensibilidad? ¿Acaso inteligencia y sensibilidad no son una y la misma sustancia? ¿Qué decir del "principio de oportunidad", es decir, del momento y la manera, ya que un mismo juicio pasa de la posibilidad de validez a la negación más absoluta en cuestión de segundos...?

Estamos en manos de tierra que anda. De piedras apenas transformadas. De puñetazo en la mesa y porque lo digo yo. La España Negra en todo el esplendor de su luz negra, que niega la vida y hasta el mismo color. Huir despavoridos del buenismo estéril del PSOE ha supuesto caer al abismo de un gobierno de autómatas, que ni ve, ni siente, ni padece. Que, de poder hacerlo, cercenaría todos los derechos civiles y volvería a épocas superadas.

El negro no es un color. Es la ausencia de color. Así como el mal no existe como tal, sino como ausencia del bien. El cero absoluto. La cara oculta de un planeta en el que nunca sale el sol. Tierra yerma en la que pacen toros, toritos bravos.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

El progreso

Hubo un tiempo en que no sabía lo que era un ordenador. Quedaba con mis amigos a jugar al fútbol o a tocar canciones de los Beatles. No había teléfonos móviles, ni de los inteligentes ni tampoco tontos. Un gasto menos. En cualquier caso, nunca dejé de enterarme de nada que valiera la pena conocer. Ahora paso los días en soledad, atado a una máquina del demonio y tecleando a todas horas, ¡gran bendición del porvenir!

Me relaciono con humanos que no conozco ni conoceré esparcidos por las cuatro esquinas del mundo. Es prácticamente imposible concentrarse con la permanente distracción del correo, las llamadas, las noticias. No dependo de nadie: soy libre de arar de aquí a Vladivostock. Yo solito. ¡Qué ilusión!

Ha habido un gran salto hacia adelante. Por lo menos para algunos. Los vendedores de ordenadores y las empresas de software han ganado mucho dinero. Las compañías de telefonía, también. Como siempre, en plena fiebre del oro, el negocio no es ir a matarse con los mineros locos por una miserable pepita sino poner una fábrica de picos y palas. Hay cosas que no cambian.

Cafetería Hipersensibilidad

lunes, 3 de diciembre de 2012

Castellano... ¡qué bueno baila usted!

Los incombustibles Taby y Leyva me envían una serie de carteles fotografiados en Cuba esta misma semana.




domingo, 2 de diciembre de 2012

Fervor de Buenos Aires



Mi hermano Raúl, a quien quiero con locura, me manda este gotán del viejo Buenos Aires. La ciudad con el piso electrificado tiene estas cosas. La voz y el gesto del cantante, Ariel Ardit, me gustan. Físicamente tiene algo de Messi y los pómulos de Perón. Cuando saluda al palco antes de empezar a cantar parece que estuviera dando un discurso en Plaza de Mayo (mucho, mucho...!). Su forma de cantar me recuerda a los cantantes de orquesta de baile, al estilo de los clásicos de la orquesta de Osvaldo Pugliese. Afinación y fraseo impecables.

Me gusta aún más la contundencia, la limpieza de los arreglos y sobre todo el fervor contagioso de los músicos que lo acompañan. Desde el cuatro de entrada que cuenta el pianista, Andrés Linetzky. Atención al comportamiento del público en la modulación del intermedio de presentación de la orquesta y el silencio religioso al recuperar la segunda estrofa, como si todo el mundo la estuviese cantando por dentro. El crescendo en el ritardando final (desde "vos te equivocaste", introducido por los gritos del respetable), la mano derecha del cantante cerrando en "¡vámonos..!" y el teatro que se viene abajo en el último compás te levantan de la silla. ¡Carajo...! Si pueden, escúchenlo con altavoces conectados al ordenador o unos buenos cascos, si no se pierde todo el peso de la baja frecuencia.

Existe una dimensión del tango que es suicida y cansina. Plúmbea. De cornudo llorón e hinchapelotas perdonavidas. Hay otra que es simplemente gloriosa, que elige la vida. Así lo viví en El Cachafaz, un oscuro club de tango de Santiago de Chile.

Da ganas de estar allí. De bailar hasta el amanecer. De conocer a la rara como encendida -pará la mano, prego, que tengo el cartón lleno...- y hallarla bebiendo, linda y fatal. ¡Esta noche, amiga mía! Merci bien pour la soirée!

Raulito, abrí cancha que allá voy.

Zeit

Regreso a El Escorial. Los círculos acaban cerrándose con los años. Más viejo, ¿más sabio? Simplemente más viejo.

Allí viví tres inviernos y allí nació mi querido hijo Iván. Soñé con música y vi las estrellas desde la Silla de Felipe II en la noche de San Lorenzo.

También allí me quedé solo por primera vez.

La soledad no es aconsejable en las montañas.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Extinción

Pasa que los cronopios no quieren tener hijos, porque lo primero que hace un cronopio recién nacido es insultar groseramente a su padre, en quien oscuramente ve la acumulación de desdichas que un día serán las suyas.