martes, 22 de septiembre de 2020

De mares y puertos

Cuando sales de la escuela náutica sabes muchas matemáticas, pero no te preparan para lo que te aguarda. Te confundes hasta con las banderas y haces cualquier cosa, poniendo a prueba la paciencia del capitán. En el mar no hay paredes, sino mamparos. No existen las cuerdas: se llaman estachas. Y tus compañeros son todo lo que tienes, así que ya puedes caerles bien por muy peculiar que seas. Hasta tu vida podría depender de su buena voluntad en una noche de mar gruesa.

Frío, calor, tormentas, vientos huracanados, calma chicha. Olas solitarias que barren la desolada cubierta. Meses hasta dar la vuelta al mundo y vuelta a empezar. Puertos oxidados, trifulcas, mujeres, promesas de retorno que nunca se cumplen. Palabras de amor gastadas, sin esperanza. Cuando volvamos a vernos...

Y la sensación única al separarse de tierra por primera vez. Soledades infinitas. Océanos que huelen a tabaco. La resignada certeza de que tu destino no le importa a nadie. Nadie te está esperando. Un silencio de camposanto, el estruendoso silencio del mar.

El alma del marino, plena de surcos donde habita el olvido. Mendigando amor en las tascas lisboetas donde anclaron todos nuestros barcos. De mares de azulejos y botellas vacías. Mapas del tesoro que no conducen a ningún sitio.

¿Acaso sabes quién te aguarda en Manila, en Luanda o San Petersburgo? Tú mismo, con distintas edades. Todos los puertos son uno y el mismo.

Sí. Sin ti la casa es un barco a la deriva, un enorme agujero por donde se cuela el viento.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Lesbos

En Lesbos existe un infierno. La isla de Safo, en tiempos heroicos de dioses y humanos sobrenaturales, ahora es sede de un campo de refugiados absolutamente abarrotado. Un No Lugar donde hasta los niños piensan en el suicidio. Y muchos lo llevan a cabo.

¿Cabe imaginar algo más espantoso que un niño suicida? Soy escritor y no se me ocurre. Es el mayor crimen contra todo lo que hay de humano en nosotros. Un niño al que se le han extirpado las sonrisas. 

Los refugiados de una de las guerras olvidadas y más crueles de este siglo. Las guerras civiles de Siria.

Millones de seres humanos expulsados a la nada. Occidente, como es su costumbre desde siempre, mira hacia otro lado.

Es falso que los sistemas políticos sean neutros. Solo un imbécil puede hablar así. Solo alguien que no sabe nada de nada. ¿Tienes alguna duda acerca de que este sistema es inhumano e inmoral? Solo hay que ver la clase de individuos que produce en serie. El gesto más solidario es marcharse de vacaciones. Esa es la escala de valores del mundo liberal. La inexistencia de escala de valores. Hasta el uso de una putísima mascarilla para proteger a la gente mayor o a las personas más vulnerables en virtud de su estado de salud genera olas de INDIGNACIÓN, como si se pidiera a la gente que vaya a juntar escombros radioactivos con las manos en Chernobyl.

Nuestro sistema, donde lo que llamamos "socialistas" no son otra cosa que tibios socialdemócratas, ha generado esto que somos. Gente que solo se acuerda de Dios cuando va a morir.

Lesbos y los miles de Lesbos son el resultado de la desidia y la frialdad de corazón de millones de seres humanos por los que el propio Dios no siente nada.

Es el resultado de esta auténtica fábrica de picar carne que es el reinado de los marchantes de hombres, del tanto tienes tanto vales. El mundo donde el espíritu no encuentra su sitio.

Lesbos somos todos nosotros. Somos responsables. TODOS. No hay infierno suficientemente grande. Y pagaremos antes o después ser esta mierda de gente sin lágrimas, sin entrañas. Mirando exclusivamente por su culo. La feria de las vanidades de la cual este Facebook de los cojones que estoy pensando seriamente en tirar por la ventana es una muestra de primera clase. 

No es que Dios no exista. Existe, pero no quiere tener nada que ver con nosotros.

Hay un crimen. Y habrá un castigo. Esta puta pandemia es solo la punta del iceberg.

jueves, 10 de septiembre de 2020

El galgo

Llaman a la puerta. Toca la revisión de la caldera. Un chaval joven, majo como las pesetas (o los euretes).

Le tengo que echar un cable porque mi caldera está instalada en un sitio de acceso complicado. Charlamos. Hablamos de coches (que no tenga coche no quiere decir que no me gusten). Oye, que tienes la caldera en perfectas condiciones. Pues mira qué bien. A ver... como que la atiendo yo. Se descojona.

Me pregunta por una dirección cercana. Le indico. Me dice que le quedan dos revisiones y pa casa. Ole, a descansar. Le ofrezco una cerveza. Es un tío legal.

A casa a sacar a mis perretes. ¿Qué tienes? Un lebrel irlandés y, como soy tonto, un galgo que encontré al borde de la carretera. Me cuenta que viene del extrarradio. Tiene pinta de haber visto cosas, de haberlas pasado también. Debe vivir con lo justo. "La empresa nos obliga a usar nuestro propio coche y pagar la gasolina".

"Nada... salía de trabajar y me encontré un cachorro de galgo al borde de la carretera. No lo pensé. Lo iban a atropellar. Hice una maniobra suicida... ¡casi me mato yo! Tendrías que ver, macho, el pobre lloraba como no he visto llorar a nadie, estaba fatal, temblaba de pies a cabeza... Ahora cada vez que llego a casa se me tira encima y me llena de besos y lametones. Está creciendo fuerte el tío..." y se le empañan los ojos. Es un toro de más de 600 kilos, tiene los brazos tatuados hasta en los codos -de los de "doyte una hostia y rómpote el focico"- y está llorando en mi cocina. 

Ya está paseando a sus perros. De dónde procede la gente buena, qué vientos impulsan sus naves...

martes, 8 de septiembre de 2020

París, agosto del 44

Escribí este pequeño relato en homenaje a estos tíos de La Nueve. Después de toda la Guerra Civil aún tenían valor y nervio para enfrentarse a los nazis. Lo dicho. ¡Españoles! Está basado en algo que me sucedió en París a finales de los 80 (la amante contorsionista es real, no tengo tanta imaginación), regresando de un viaje por Alemania que fue uno de los más divertidos de toda mi vida. Era 14 de julio en París, la fiesta nacional.

París, agosto del 44

En agosto de 1944 logramos entrar en París por el oeste. Los nazis aún ocupaban la ciudad. Nuestra columna estaba compuesta por españoles supervivientes de la Guerra Civil. Nos tocó abrir camino entre las desordenadas barricadas que habían montado los estudiantes franceses.

Los españoles pensábamos que si contribuíamos a acabar con la bestia nazi, los aliados nos ayudarían a erradicar el régimen franquista de España y resurgiría la República. Así que nos esforzábamos por quedar bien corriendo riesgos innecesarios.

Lo de Franco y el compañero que conducía nuestro tanque... Manolo Ramírez, que había sido banderillero y, ocasionalmente, matón de sala de baile. Durante la guerra se batió el cobre en la Universitaria y combatió en la batalla de Guadalajara, la única victoria de la República.

Manolo era de esas personas que actúan como un talismán en situaciones límite. Se decía que las balas no podían tocarle. Hacía un derroche de valor extremo, como si la muerte no fuera con él. Daba igual: Manolo nos inspiraba. Ningún oficial podía hacerle sombra. Además, en Semana Santa cantaba saetas como Dios.

Tras tres días de combates en las calles los boches se rindieron. Los festejos comenzaron de inmediato. Nos traían botellas de vino, champagne, toda clase de viandas. Las mujeres nos besaban y nos llenaban de flores.

Y entonces te vi entre toda esa gente. Te vi desde el tanque, le grité a Manolo para que aminorara y corrí hacia ti como hipnotizado. Tú llevabas una falda roja y camisa blanca. Mi uniforme estaba impecable. Nos regalamos un abrazo de años y fuimos engullidos por la marea de la Concorde, que nos arrastró bailando Campos Elíseos arriba. Sonaba música de Glenn Miller y de Charles Trenet. Todo el mundo deliraba. Hasta el Arco de Triunfo nuestras bocas estuvieron sólidamente fundidas.

En Kléber nos refugiamos en un portal y subimos las escaleras. Las puertas de todos los apartamentos estaban abiertas de par en par. Desde el cuarto piso nos hicieron señas: “pasad, quedaos en casa. ¡Nosotros no hacemos preguntas...!” nos dijo un matrimonio de avanzada edad que nos besó, nos abrazó y nos condujo directamente a su dormitorio.

—¡Es vuestro!

Hicimos el amor durante toda la noche y el día siguiente, como solían hacer la Reina Ginebra y Sir Lancelot, malgré le Roi... El perfume de las viñas de París, la música y los gritos de la calle entraban por las ventanas. Cuando por fin nos dimos un respiro, te pregunté tu nombre pero tú te levantaste de un salto y, en una demostración de poderío físico, te pusiste a hacer el pino puente. ¡Después de semejante campaña nocturna...! Nos reímos hasta decir basta. Me olvidé del Ebro, de Brunete, del paso de los Pirineos. Curaste mi alma. Mi cuerpo ya no tenía heridas.

Me olvidé de ellas para siempre.

lunes, 7 de septiembre de 2020

Madrid

Me dices que solo bebes Fernet. Nos van echando de todos los sitios. Anda que encontrar un lugar abierto y que sirvan Fernet en pleno Madrid. ¿Por qué no pedir mate cocido ya que estamos?

Presenciamos un duelo de cubanos bailando como posesos en La Fontana de Oro. Momento mágico. Salimos junto al negrón que venció y nos dice que aquí tenemos un amigo para siempre. Es imposible que un blanco pueda igualar lo que vimos, ni en broma.

Hay cosas que solo se viven de noche. Como la madrugada en Siwa en que toqué y canté para ti.

La noche es apacible e invita a las confidencias. Esta ciudad de aluvión, tan mía.

Recorremos las calles de Madrid y pienso en los jóvenes que dieron su vida por la República. Desfilaban por la Gran Vía camino del frente. Muchos quedaron para siempre allí.

Argüelles era frontera. Se combatía en la Ciudad Universitaria, en la Casa de Campo, en el Puente de los Franceses...

Caían las bombas en la Puerta del Sol o en el entonces flamante edificio de Telefónica.

Madrid tiene una forma de festejar la vida que solo puede darse en quien ha contemplado la muerte cara a cara. Muchas veces. Quien no conozca las noches de Madrid se pierde algo único, irrepetible.

Regresamos a casa después de conversar toda la noche, tu mano en la mía. 

Sí, así es. Sobrevivimos al amor.

Como a otras cosas.

martes, 1 de septiembre de 2020

Más Allá

Uno de los trabajos más absurdos que he tenido -en el Pleistoceno, cuando tenía 24 años- fue el de redactor en la revista Más Allá. No recuerdo cómo conseguí el puesto, porque en esa época yo tocaba todas las noches en el Maravillas y el último pase era a las 5:00 de la madrugada. Así que iba a trabajar pasado de alcohol, mujeres y música.

A nadie parecía importarle en la redacción, porque la gente estaba del tomate. Yo me limitaba a hacer lo que hacía en el Maravillas y lo que he hecho siempre: perseguir a cualquier bípedo implume con faldas. Menos mal que nunca he tenido que trabajar en Edimburgo. Nunca me documentaba para escribir mis artículos, pero estaban cargados de fuerza sexual y ganas de beberme la vida hasta la última gota. Los lectores lo agradecen. Las lectoras. No existen los lectores. Ahí no hay dudas con la X o la e. Los tíos no leen. Además... ¿cuál es la "verdad" en temas parapsicológicos? A quién coño le importa la verdad. El caso es que la revista vendía más de 100.000 ejemplares y alguien se estaba forrando.

El 99 por ciento de los pavos y pavas que venían a vender "historias extraordinarias" sobre marcianos, cuerpos que se teletransportan al planeta HUMO, estados de conciencia previos a la existencia y terapias ridículas (en nuestra redacción se fraguó el primer SEMINARIO INTERNACIONAL DE RISOTERAPIA) eran ARGENTINOS. No uruguayos, chilenos, peruanos o venezolanos. Argentos.

Como soy bilingüe, me usaban de "intérprete" para recibirlos.

Había una tía cuyo nombre he borrado que tenía una tanga para no envejecer nunca y que consistía en mirarte al espejo durante 3 horas al día y decirte "cosas hermosas, amarte hasta la eternidad, acariciar tu sho más íntimo". Me invitó a salir una noche porque yo era el Golden Boy de la redacción. Me dijo un montón de cosas bonitas pero no funcionó. Llevaba 72 kilos de maquillaje encima.
Fue una época divertida. Mi jefe directo era otro argentino. Luis M. Tendría unos 20 años más que yo, pero le gustaba como escribía, así que me medio adoptó. Me contó que llevaba más de 15 años ahorrando y gastando lo mínimo del mínimo para hacer realidad su sueño: terminar sus días escribiendo en Bariloche.

Luis ahorró y ahorró y cuando juntó un capitalito emigró al país de las pampas. Comía en los peores restaurantes. Nunca salía por las noches. Solo trabajaba para lograr su objetivo. Nada de mujeres. Cero vicios. Llegó a Buenos Aires exactamente en septiembre de 2000, meses antes del corralito.

El País le hizo una entrevista cuya cabecera decía textualmente (no me lo estoy inventando) "Este país tiene el mayor número de hijos de puta por metro cuadrado". Perdió hasta el último céntimo.
En cualquier caso, en la redacción yo solía atender el teléfono diciendo "Más Allá, dígame..." Momentos impagables.