jueves, 26 de marzo de 2009

El amigo americano

Recientemente, diversos medios de comunicación han publicado un cuadro estadístico en el que se reflejan las aportaciones porcentuales del PIB de diversos países situados en la cara luminosa del mundo al desarrollo de los países más pobres (datos de la OCDE y la FAO). Cabría analizarlas en su conjunto, pero entre todas las cifras, destaca especialmente la que corresponde a los Estados Unidos (0,13 por ciento) que, en términos relativos, se sitúa por debajo de economías como la portuguesa (0,27 por ciento), la española (0,26 por ciento) o la griega (0,21 por ciento) y a años luz de los países escandinavos (por encima del 0,83 por ciento, alcanzando en el caso de Dinamarca el 0,96 por ciento).
Este hecho se comenta por sí solo. No hay que darle más vueltas. Se ve que en las oficinas del gobierno del país más poderoso del mundo hace tiempo que han adoptado la versión anglosajona del compendio de sabiduría occidental que suele engalanar las paredes de nuestros ibéricos bares: ni doy, ni fío, ni presto... Bueno, presto sí (como gobierno ahí no me meto, son los grupos de inversión de todo Occidente los que prestan, yo no tengo nada que ver, por eso el tratamiento distinto y distante de las deudas de Turquía o de la Argentina son simples casualidades, las cuestiones geopolíticas no influyen en lo más mínimo), así luego cabe cobrar intereses que habrían escandalizado al propio Shylock. Incluso Al Capone tenía una cierta ética: el gángster consideraba que más allá del 16 por ciento se incurría en una amoralidad manifiesta. Eso era pasarse de la raya. Pero hay que cobrar las deudas. A costa de lo que sea. ¿A quién le importa que la gente se cague -contradictoria y literalmente- de hambre? Si se les dio, tienen que pagar. Y con intereses. Hay que respetar las reglas del juego. Dinero llama a dinero. Hay que salvaguardar el statu quo. A mí que no me cuenten historias, las cuentas tienen que cuadrar. El sistema debe crecer. La gente tiene que espabilar. El que no trabaja no come. La suerte es para el que la busca. Si el gobierno de un país bananero se ha quedado con todo el dinero, que la gente se levante en armas y haga su propia revolución, como ya hizo el pueblo americano en 1776 contra el poder colonial. Vaya, revolución no. A ver si luego se engolosinan y quieren más. Mejor que evolucionen y se incorporen al mercado en calidad de consumidores con paso firme. Así podemos dar salida a todos nuestros productos de tercera clase.
Mientras El Vaticano se detiene a contemplar problemas teológicos de otro sistema solar, Jon Sobrino, jesuita superviviente de una terrible matanza en El Salvador, héroe tranquilo de nuestro tiempo, clama con voz poderosa y clarividente ante el fracaso del proyecto de Dios en la tierra. ¿Cuál es el sentido de la evolución socioeconómica mundial de estos últimos treinta años, en donde el número de pobres de solemnidad por cada rico aumenta de forma alarmante? La pobreza sangrante en un mundo en el que la ciencia y la tecnología acumulan conocimientos y técnicas más que suficientes para lograr un precario pero posible equilibrio planetario...
Volviendo a nuestras estadísticas, surge una terrible duda. ¿Acaso se incluyen en este 0,13 por ciento con que el país number one del mundo ayuda a los miserables, aportaciones tales a la historia de la humanidad como los expeditivos sistemas de planificación familiar para pieles rojas; la utilización de armamento atómico contra población civil desarmada no una, sino dos veces; los programas de deforestación (vegetal y humana) mediante el uso de napalm y el temido agente naranja; la permanente ayuda -no me dé usted esa mano, mejor quítemela de encima- a los países que ocupan su patio trasero iberoamericano, apoyando históricamente toda clase de regímenes dictatoriales, a cuál más sanguinario e innovador en materia de detención ilegal, tortura y desaparición de seres humanos; la utilización hasta la saciedad de su derecho a veto en la ONU con un doble rasero que clama al cielo, bombardeando a todo insensato que no comulgue con la pax americana; la colonización mundial a través de sus multinacionales del parque temático, las cadenas de comida basura que no se serviría ni a la peor de las suegras, la música para ascensores cromados y el cine lobotomizante; el generoso ofrecimiento de puestos de trabajo subpagados en el servicio doméstico a los entusiastas y simpáticos hispanos de piel canela, siempre tan majos; sus inadmisibles niveles de consumo que les lleva a trocar sangre por petróleo y su consecuente y solidaria contribución desaforada a la contaminación del planeta; su altruista comportamiento en temas como el SIDA en los países del tercer mundo y el papel de las grandes firmas farmacéuticas o el endeudamiento del estado (de los otros estados, lógicamente); su celoso cuidado de su propia población, universalizando la sanidad pública para "todos" -si no tienes pasta, estudia medicina y cura te ipsum: además de pobres, vagos- y facilitando a cualquier hijo de vecino el acceso a la educación más exquisita, en una universidad baratita, claro, al tiempo que permite la venta de armas de fuego con las que defender el territorio americano de ataques de alienígenas from outer space y, de paso, arreglar cuentas personales pendientes -más terrenales- sin tanto papeleo; su ridículo e infantil maniqueísmo de cómic que raya lo aberrante, etc., etc...? Porque de ser así, el porcentaje con que el amigo americano nos ayuda a todos -no sólo a los países en desarrollo- resultaría mucho más abultado que el paupérrimo y vergonzante 0,13 por ciento reflejado en la tabla de la OCDE.
Visto lo visto, ¿cómo es posible que haya seres en este planeta que se hayan quedado con el careto del gobierno americano? ¿Cómo puede ser que haya tantos ingratos, en tantas partes y a todas horas? Obviamente, esto es cosa de Lex Luthor, el acérrimo archienemigo de Superman, gloria y ornato del extinto Krypton. Ya se la tenía jurada desde los tiempos de Smallville.
Nunca, nunca se ponderará suficientemente a qué extremos de odio irracional contra la humanidad -la fetén, se sobreentiende- puede conducir una calvicie prematura como la del malvado Lex, quién sabe si causada por una sobredosis letal de comida basura. Menos mal que, además de quedarnos Portugal, polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga de nuevo... Decidido de una vez por todas a forjar una unidad de destino en lo universal, firmemente amarrado a lomos del fiel Babieca, a galopar, a galopar, empuñando en la diestra la temible Tizona, azote de infieles, y jurando a voz en grito desde el más allá, vive Dios, en ¡espinglis!

El próximo Chernóbil

El comportamiento del ser humano no deja de sorprender. Desde un punto de vista creativo, resulta sumamente estimulante. Cabe imaginar a Dios pasándoselo en grande, tronando entre risas "a ver por dónde nos va a salir éste ahora". Esto explicaría la existencia del libre albedrío: hay que darle cuerda al cómico para que se ahorque. Como divertimento para las aburridas tardes de domingo en Cinema Paradiso no tenemos parangón.
Lo de la energía nuclear en nuestras manos es muy, muy divertido. Dejando a un lado la posibilidad de conflicto estilo destrucción mutua asegurada, fórmula que ha dejado de estar momentáneamente de moda, el uso civil de la energía nuclear —a la luz de accidentes como el de Chernóbil— es otra pirueta humana estilo "mira Padre —Padre Celestial, se entiende— ¡ahora sin manos!". En lugar de desarrollar a gran escala otros sistemas (llámese solar, eólica, mareomotriz, biomasa, etc.) en los que no nos juguemos la vida de generaciones, preferimos caminar por el filo de la cuchilla de forma cotidiana. Con dos... Si hay que acabar con esta farsa, que sea a lo grande.
"Con todos esos sistemas juntos no tenemos ni para un 20 por ciento de lo que consumimos", me dirán los marchantes encorbatados, sobre todo aquellos que están en nómina de las grandes corporaciones con intereses en lo atómico. Pues habrá que poner en cuestión el modelo energético de nuestra civilización y dejar de vivir como si interpretáramos un guión de Ed Wood. Pero no mañana, sino HOY. ¿Acaso es de seres racionales —esos que toman raciones en los bares, Siniestro Total dixit— exponerse a que pueda ocurrir otro Chernóbil? Si ya ocurrió, volverá a ocurrir. Es una simple cuestión de tiempo y extensión del uso de la energía nuclear. Sólo hay que imaginar a la delegación iraní contratando tecnología rusa marca ACME.
Oficialmente, sólo unas decenas de muertos. En la realidad, una nube radioactiva que recorrió media Europa y dejará secuelas durantes generaciones. El accidente ocurrió en Ucrania, pero afecta a niños de Bielorrusia, Polonia, Eslovaquia y a saber cuántos países más. Te comes una zanahoria o un filete en ciertos sitios y te vuelves apto para vivir en Venus. Un gran avance para el programa espacial.
Lo verdaderamente gracioso de la energía nuclear, es que cuando las cosas van mal (e incluso cuando van bien), sus efectos duran, duran y duran. Cuando nosotros seamos el último grano de polvo —espero que nos dé tiempo al último ídem—, los efectos de Chernóbil seguirán ahí. Qué risa, tía Marisa. Eso es una herencia y no un pisito lleno de deudas. Nuclear is fun! Será un gran ahorro en Halloween: ya no hará falta invertir en caretas.
Al igual que un parquímetro transforma un pacífico ciudadano capaz de tragarse pateras, pederastas, torturas y muertos de hambre varios en el menú cotidiano en un paladín de la libertad, en un San Jorge capaz de vérselas con cualquier clase de dragón, decidido de una vez por todas a acabar con la injusticia de este nuestro mundo (la probabilidad de un levantamiento social en Occidente es directamente proporcional al número de parquímetros instalados por la empresa de algún repeinado), Chernóbil no debería pasar inadvertido, incluso para los que defienden el uso de la energía nuclear: la nube no entenderá de paniaguados.
¡Esto no puede suceder en Occidente! ¡Esto es cosa de los rusos! ¡Nuestra cazalla no tiene comparación con su vodka!— dirá Mister "Mira cómo me lo llevo".
¿Y quién nos garantiza que en el turno de Navidad la empresa de contratación temporal no envíe a Homer Simpson in person? ¿Qué hará el bueno de Homer cuando abra el tupper de chopped, se recueste sobre el botón equivocado y comience la reacción en cadena? Ahora que lo pienso, el presidente de Endesa, que siempre parece soliviantado, tiene cierto aire al señor Burns. Quizá Homer ya está en su puesto de trabajo (contrato temporal, se entiende). Quizá ya está sucediendo.
Mientras tanto, sigamos utilizando el coche para ir a la esquina a ver si llueve y hagámonos fuertes en el sillón con el aire acondicionado a mil: si llega el fin del mundo, que nos coja fresquitos. Que no decaiga. ¡¡El espectáculo debe continuar!! ¡¡Pasen y vean!! ¡¡Nuestra imagen y semejanza en busca de su media naranja mutante!! ¡¡La novia del átomo!! ¡¡El bebé barbudo!! ¡¡El hombre de tres sexos!! ¡¡El banquero sentimental!! ¡¡El militar melancólico!! ¡¡¡Pasen, pasen y vean!!! ¡¡¡Risas aseguradas!!!

¿Dónde está Dios?

Las palabras que pronunció Benedicto XVI en su reciente viaje a Auschwitz son palabras propias de un hombre sensible. Ahora bien, sensibilidad e inteligencia no son sino una y la misma sustancia: más allá de sus ideas conservadoras, con las cuales no comulgo en absoluto, Ratzinger ha puesto el dedo en la llaga. Sus años de desarrollo intelectual le traicionan.
En un viaje cargado de simbolismo, un Papa alemán —nada menos— que vivió en primera persona aquellos tiempos de odio inimaginable, consciente de lo que supuso el propio papel de la Iglesia como institución en la década de los cuarenta con Pío IX al frente, se interroga: ¿cómo es posible qué el Supremo Hacedor permaneciera callado? ¿cómo pudo tolerar todo esto?
¿Qué significa que un Papa —representante de Dios en la Tierra— hable, en el escenario del supremo mal, de “ausencia de Dios”? ¿Adónde conduce esta línea de pensamiento? Desde el punto de vista de un creyente, ¿es concebible un Dios que se inhibe ante el mal? ¿Acaso las fuerzas negras ganan la partida de vez en cuando —lo que pone ciertamente en entredicho la imagen de un Dios Todopoderoso— o es que el propio Dios decide no actuar en determinados casos por propia voluntad —lo que conduciría a dudar de sus intenciones en tanto que Supremo Bien? ¿Qué ocurre ante fenómenos como Hiroshima, el tsunami del Índico, la limpieza étnica en la antigua Yugoslavia o las matanzas de Ruanda? ¿Está Dios con los héroes del mar? ¿Guía sus cayucos hacia mejores vientos? Cuando un niño muere en algún lugar de este mundo desquiciado, ¿es Dios quien se lleva su alma? ¿para qué nació si no vivió?
La salida tradicional de la Iglesia en estos casos, el libre albedrío, parece una broma macabra. En cualquier caso, queda invalidada ante el clamor del propio Papa. ¿Dónde estaba Dios en las cámaras de gas? ¿Por qué se mantuvo en silencio?
Siendo sucursal principal de la casa matriz, ¿la Iglesia sabe cuándo Dios se va de vacaciones? ¿Existe un calendario secreto, una agenda divina, una suerte de código Week-End plan? ¿El calendario es de inspiración ibérica, con sus puentes y acueductos?
No hace mucho tiempo, Jorge Drexler en una canción brillante como pocas se preguntaba “dónde está Dios, que no lo veo...”. Doctores tiene la iglesia, pero me temo que, en tanto que ser racional y sensible, el Papa de Roma formula en Auschwitz cuestiones que conducen a un callejón muy oscuro; tanto, como las tumbas de los millones de inocentes que en el mundo son y han sido.

Querido Jahn

El doctor Jahn no dice una palabra más alta que otra: no es un marchante de almas. Simplemente, este cirujano infantil, a punto de entrar en la edad de la jubilación, viaja con periodicidad a Kigali y opera gratis.

Sin aspavientos, el médico germano se enfrenta con diabólicas formas del dolor encarnado en niños cuya mirada se ha hecho definitivamente adulta. No hay lágrimas. Sólo ojos que se clavan en el techo del humilde quirófano, desde donde saluda un peluche azul cuya figura recuerda vagamente a la de un osito: uno para todos.

Tanto si se trata de construir un recto artificial en un adolescente abandonado a su suerte como si hay que recuperar la movilidad de las articulaciones de un niño de dos años que sufre pavorosas quemaduras, el señor Jahn mira de frente y lucha a brazo partido contra el implacable imperio de la muerte. Y regresa victorioso una y otra vez de los infiernos como un Orfeo de carne y hueso.

¿Quién es la gente solidaria? ¿De dónde viene? ¿Qué materia sutil impulsa sus naves?

Los medios de comunicación occidentales están demasiado ocupados anestesiando a la población con problemas estúpidos de gente que se mira el ombligo a todas horas. Nosotros aquí seguros (¿por cuánto tiempo?). En la fortaleza europea de celdas incomunicadas, imbecilidad catódica y nadas circulares (¿habrán encontrado nuestros hombres de ciencia un material más resistente que el de las Torres Gemelas para nuestros muros?).

España tiene una larga y gloriosa tradición solidaria. En cualquier esquina del planeta cabe encontrar compatriotas haciendo una labor callada y eficaz, golpeando los mudos pórticos del cielo hasta hacerse sangre, convirtiendo en realidad tangible aquel viejo adagio que afirma que quien salva a un hombre, salva a la humanidad entera.

A esa ingente tarea deberían estar dedicados los mejores esfuerzos de nuestro país, forzando al límite posibilidades y capacidades, obligando a nuestros gobernantes a escuchar y a entender.

¿Es Dios quien alienta la mano del cirujano? ¿Un Dios que permite el dolor inconcebible y luego guía el bisturí de su instrumento en la Tierra...? No sabemos si existe Dios, pero afortunadamente tenemos al doctor Alfred Jahn y a otros seres luminosos como él, arquitectos humanos de otra realidad posible, héroes solitarios que anuncian un mundo radicalmente distinto.

Foto en gris

En esa foto sale Santiago, su madre y a la derecha mi padre y mi abuelo de espaldas. No sé qué milonga le está contando mi viejo al abuelo. Da igual. El abuelo se ríe con ganas, como años más tarde le vería yo hacer tantas veces, esa risa franca, abierta, sin medias tintas. Papá tiene un gesto como de cantar un tango con la mano derecha y con la izquierda sostiene un vaso de vino. La fiesta es en casa de los tíos. Se ve la puerta del patio, pintada de blanco.
Junto a esa puerta recuerdo vagamente haberme hecho un corte en la mano… Recuerdo el corte, estaba subido a una silla. El ruido de la botella al caer, el llanto rompiendo la calma estéril de la siesta, mi mano ensangrentada, la tía Cata que venía hacia mí. Siempre tan dulce. Me miro las manos y allí están los puntos. Es la izquierda. Juraría que había sido la otra. ¿Habrá sido el doctor Zabala el que cosió la herida? Apenas recuerdo su rostro...

Contemplo la foto y mi mano. Los puntos me acompañarán siempre. Los hombres de la foto ya no son. También yo desapareceré en la niebla. A tanta distancia esa puerta blanca encierra el recuerdo de horas infinitas. Hace años que mis tíos ya no viven allí. Me bebo el rioja de mis treinta años. Papá está exultante, seguro que le cuenta al abuelo algún proyecto o varios a la vez.

-Don Leizer, no se lo va a creer, pero tengo la fórmula para conseguir un tejido indestructible…, no hace falta lavarlo ni plancharlo. Será el fin de la esclavitud para todos los obreros del mundo.

Y el abuelo, que acababa de pagar el último plazo de su máquina de tejer y ahora podía trabajar a destajo, a tanto la pieza de género, se reía y bebía, y ya estaba a punto de alcanzar el punto en que rompía a cantar y no había quién le parara.

Puedo sentir la fragancia de esa noche porteña, el frescor de las plantas del patio, tiene que ser verano por la forma en que van vestidos, allí habría fiestas más tarde con los amigos de Sergio. Recuerdo al negro y a una chica que bailaba zambas con un pañuelo y que me parecía muy guapa, aunque realmente lo que debería ser es muy sensual pero por entonces yo no sabía qué significaba eso. Yo era simplemente un niño, además no tardaría en marcharme del país por mil años.

Los abuelos ni siquiera quisieron venir al aeropuerto. En la última comida que compartí con ellos vi al abuelo llorar por primera y única vez. En su rostro el temblor de las cartas oficiales de los años cuarenta: sentimos comunicarle que su familia ha dejado de existir, puede solicitar una compensación económica si lo desea.
A tantos kilómetros de distancia, sin un duro el bolsillo, recuerdo haberle llamado muchas veces desde los teléfonos de Cibeles. No tenía monedas, así que miraba bien si no había moros en la costa y marcaba toda la ristra de números 07 54 1 59 39 52. Oía un débil eco del teléfono, al rato acudía el abuelo y le oía decir "hola" con su voz cada vez más cansada. No me daba tiempo a decirle nada. Tenía la secreta esperanza de que algún día iba a encontrar un teléfono pinchado y podría hablar con el abuelo todo el tiempo que quisiera, pero nunca pude hablar más de dos palabras. Sus voces me llegaron en 1980, cuando Roberto fue a casa y grabó una cinta con ellos: una Basf, de esas naranjas y negras (sólo un chaval puede recordar esas cosas). Primero sonaba Pink Floyd y después salía la voz de Roberto y más tarde la entrevista con los abuelos. Recuerdo a la abuela emocionada con el nacimiento de su primera nieta y decía "¡¡Susana!!, ¡¡Susana!!" y luego le mandaba una receta a mi mamá, pero la abuela aseguraba que había que usar harina Blancaflor y no cualquier otra, SÓLO Blancaflor. Y por la noche llamó a Roberto a su casa para recalcarle que la harina tenía que ser Blancaflor o todo el proyecto culinario se vería seriamente comprometido. Además no se debía fiar mucho de esa diabólica caja negra que aprisionaba las voces como había visto en una película de canal 7 sobre la vida de Edison: Mary had a little lamb, Mary had a little lamb… Cómo decirle que estábamos en la otra cara del mundo. Tan lejos.

¿También estaremos condenados a errar eternamente en el cielo? Si existe un cielo para nosotros… En casa nunca se habló de religión: se hacía doloroso pensar en la presencia divina después de la guerra. Y si Dios estaba allí, ¿cómo permitió que ocurriera? Cómo toleró la tortura, la desaparición, la cárcel, el exterminio. Hasta un dictador es capaz de compadecerse. Al menos una vez. Mientras Hitler pasaba revista a sus tropas en Rusia junto a su compadre Mussolini por las llanuras de Ucrania, el italiano intentaba comunicarse con los prisioneros rusos y murmuraba:
-Pobre Boris, pobre Boris. El Führer se desesperaba. ¿Cómo ganar la guerra con semejante socio? La supremacía aria… No, definitivamente el mundo no se parece en nada a la Gran Ilusión de Jean Renoir.

Vuelvo a mirar la foto de mi gente antes de mi nacimiento. Reunirlos a todos. Juntar todas las piezas. Encontrar el sendero que iba de la estación de Villa Bosch a casa. La torre roja de Fiat. Tengo nueve años, cinco. Juego con mi hermano en el jardín de la señorita Perla. La maestra señala la luna y me explica que los hombres han estado trabajando en su superficie. La miro embelesado. De mayor siempre he asociado sus manchas a ingentes obras de ingeniería. Aún no sé andar en bicicleta. Una tarde de invierno remontamos un barrilete que se perdió en el viento austral y desde entonces nos hace caminar a todos. Cada uno a su manera piensa que volveremos a encontrarlo. Corremos por la vía del tren. No tenemos casi nada y, sin embargo, somos definitivamente felices. Nos reímos en el frío una y otra vez. Mi padre nunca usó reloj. Mamá es una niña. En casa nos esperan con leche caliente y torta de miel: los abuelos siempre, siempre están en casa.

Canción de las viejas lunas

Muere la tarde sobre la playa desierta y las sombras buscan a tientas el abrigo de la bahía. El brillo del faro se adivina frío, mientras la tierra rueda infinita, con sus llantos y sus héroes, sonora, eterna, y los médanos suben y bajan.

El cielo vierte el sueño redentor y envuelve al solitario caminante que transita por la delgada línea gris que separa lo que ha dejado de ser luz de lo que aún no ha nacido memoria.

Entonces se quiebra el pulso generoso de los azules que pugnan por regresar al amor de la lumbre, al abrazo de los lugares que sólo medraron en el alma del marino, a los campos infinitos donde comenzó a ser soñado el océano. Y las formas se suceden y los tiempos, y las voces y las ansias quedan atrapadas en las redes salobres, y un somnoliento arpón alienta canciones que nunca volveremos a oír.

Del mar al cielo, del cielo al mar...

Náufragos que pierden la cuenta de las olas y los puertos... ¡Cuántos trabajos, cuántos días! Qué diosa taimada trenza el camino de vuelta a casa, a los rostros de nuestros mayores, a los vientos propicios para navegar una y otra vez sobre los mares de azulejos de las tascas lisboetas donde anclaron todos nuestros barcos, y aún poderse asombrar con el viento, y aún perderse frente a la brumosa isla de Ténedos: ebrios para siempre del vinoso color de lo que puede ser.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Como un tango

Tomás pensó que la imagen que le devolvía el espejo no era de su agrado y apagó la luz bruscamente. Miró por la ventana del pasillo que iba a su cuarto deteniéndose en la contemplación de una esquina: "Los días tienen un sabor amargo últimamente. Estoy en un punto circular de mi vida, como si fuese un pasajero de un vehículo que ha reducido su marcha para entrar en una rotonda y una vez dentro no acertara a encontrar la salida. Este mismo pensamiento ya lo tuve hace tres días y lo recuerdo antes dando vueltas a mi alrededor... tal vez debería cambiar otra vez de ciudad", pensó mientras el viento agitaba con fuerza las copas de los árboles. Se vistió apresuradamente y salió a la calle buscando la esquina que había visto desde la casa. Pero esta no era más que un rincón sórdido, repleto de funcionarios malhumorados y toda suerte de genuflexos que hacían tiempo a la hora del café. No se quedó en ella más de un segundo y buscó la Avenida que conducía a la casa en donde había dormido hacía dos noches -o eso creía recordar.

Por el camino pudo sentir la luz del día en su rostro y, sin darse apenas cuenta, una sencilla e inexplicable alegría invadió su alma de perdedor nato. Sus ojos se extraviaron durante un leve instante contemplando una atractiva mujer que caminaba en dirección contraria a la suya. Sus miradas se entrecruzaron y Tomás quedó fascinado por el eléctrico ardor que despedían los ojos de aquella desconocida. "Esa mujer tiene algo que recuerdo haber perdido", se dijo. Y, sin detenerse a pensarlo, cambió bruscamente el sentido de su marcha lanzándose en su busca. A esa hora había mucha gente que circulaba por la Avenida Dos Reis y por un momento pensó que inevitablemente la iba a perder. Su situación le resultaba totalmente absurda, pero al mismo tiempo le producía una gran excitación. Tal vez estaba persiguiendo su última oportunidad de conquistar la paz consigo mismo, unido para siempre a aquella hembra, como abrazado a un rencor. Entonces soñó el tacto de sus manos, la casa, la risa de los hijos. Por fin dejaría de contemplar la vida de los demás como un espectador aturdido y haría su entrada triunfal en el escenario de la normalidad. Tenía que hablarle, no podía dejarla escapar... Súbitamente volvió de su luna y se dio de bruces con la realidad. Había llegado hasta Plaza Palamidessi recorriendo la gélida e interminable Avenida y ni rastro de ella. La majestuosa estela que exhalaba su andar se había esfumado por completo y tras ella, la puerta de salida de la nada circular. Finalmente, se dijo que era inútil continuar y resolvió poner fin a aquella persecución desesperada. "Después de todo, iba hacia la casa de otra mujer", pensó terriblemente confuso.

Entró en el primer bar que encontró. Se sentó, pidió un café y un paquete de Lucky Strike. Y entonces la vio. Estaba sentada en una mesa del rincón y leía una revista. Tomás se lo tomó con calma, asegurándose de que resultaba invisible para ella. Disimuladamente examinaba lo que tenía ante sí: una mujer morena, de unos treinta años, y los ojos más turbadores que recordaba haber visto. Eran de un color extraño, con un brillo acerado y etéreo. La mezcla en perfecta armonía de los ojos de Elizabeth Taylor y la mirada de Kim Novak. Sus manos tenían un aspecto decidido y ágil. Su rostro ya había sido descrito en la letra de un tango que no acertó a recordar...

Pero ella permanecía impasible hojeando su revista, aunque de cuando en cuando -con regularidad mecánica- alzaba la mirada y escrutaba todo cuanto se hallaba a su alrededor. Tomás creía comprender el sentido de estas pausas pero no se decidía a actuar, ni adivinaba cuál iba a ser su próximo movimiento. Hacía tan solo unos instantes estaba derrotado y se encaminaba como un autómata hacia la casa de una muchacha fría y distante, en busca de la confirmación de su propio fracaso. Ahora, lejos del territorio hostil, el espejo se había transformado en un oblicuo aliado por el que era fácil no perder ni uno solo de los leves movimientos que hacía esa mujer. "Esto se parece cada vez más a un tango", pensó para sí. Respiró hondo y resolvió acercarse.

Desde hacía algún tiempo, consideraba que poseía -como si de un don de la naturaleza se tratase- una suerte de sexto sentido que se encargaba de hacer sonar la alarma si la empresa sentimental resultaba demasiado comprometida o simplemente no tenía perspectiva de éxito alguna. Confiado en su instinto, se sentó enfrente del sueño que había decidido descifrar. Esos gestos delicados, esa elegancia natural que rodeaba como un halo vaporoso sus cabellos y el aroma sutil del exquisito perfume que aún flotaba en el aire despertaban en Tomás una pasión olvidada hacía ya muchos años. Ella continuaba absorta en las páginas de su revista, como si no cayera en la cuenta de esa nueva presencia. Por fin, cerró cuidadosamente el objeto de sus lecturas -que resultó ser un ejemplar del Paris-Match-, abrió su bolso, extrajo un cigarrillo y se lo llevó a los labios con gesto seductor. Tomás se apresuró a darle fuego y entonces pudo ver con toda claridad su rostro. No se había equivocado. Ante sí tenía a la serena y equilibrada perfección.

"Todo ha sido vigilia y soledad hasta reconocerla. Es la amante de todas las noches del mundo, la madre de nuestros hijos, la deseada compañera para el viaje más largo...", pensó conmovido y asustado. Pudo sentir un extraño hormigueo y no supo qué decir. Ella aspiró lentamente el humo de su cigarrillo, levantó la cabeza con suavidad y buscó ansiosamente los ojos de su acompañante. Era evidente lo que quería decir aquella mirada: yo también te buscaba en medio de esta niebla. A partir de aquí, todo iría a mejor. De pronto, ella alargó apasionadamente su mano y asió la manga derecha de la americana de Tomás. "No sé qué voy a hacer con él, esto es demasiado para mí", dijo mirando hacia la barra. Aunque hizo un esfuerzo, no acertó a comprender el sentido de esas palabras, pero en cualquier caso, se alegró de que hubiese sido ella la que había comenzado a hablar. Todo eran presagios de una velada intensa y profunda.

"Estoy absolutamente decidida y no tengo la más mínima intención de dejar escapar la oportunidad de cerrar esta etapa de una manera conveniente para mis intereses básicos, porque ya está bien, he estado junto a Carlos los mejores años de mi vida y le he dado lo más sagrado que hay dentro mío: mi pasión, ¡todo mi amor! He cuidado de él como la mejor de las mujeres, exigiendo un cambio de asistenta cada dos o tres meses, haciendo que trajeran la bollería de Mallorca y ahora, cuando considera que se ha cansado, y digo bien CANSADO de mí, me cambia por una fulana de tres al cuarto que ni debe saber organizar el servicio y que carece absolutamente de clase y, a fin de cuentas, es una don nadie, un cero, un culo, un simple culo que sólo sirve para follar. ¡Sólo porque tiene veinte años y aún está de buen ver! Pero no es más que una oportunista de principios morales muy dudosos, vamos, una puta barata, eso es lo que es. Una tía guarra sin nada en el coco, una pedorra que hasta debe lanzar eructos en el transcurso de una fellatio; porque yo no es que sea muy escrupulosa pero siempre he tratado de cuidar las formas básicas de comportamiento -siempre la forma- y nunca, puede usted preguntarle a Luis de la Fuente o a Irma Gortázar, he dicho una palabra más alta que la otra, jamás he dicho una mentira y me he preocupado por mi aspecto físico a conciencia, a sabiendas de que a Carlos le agradaba tener una mujer-objeto a su lado, para que todos le envidiasen su suerte e hiciesen comentarios al pasar a nuestro lado. ¡Eso sí que le gustaba! Pero ahora que se me han ablandado las piernas y ya no tengo aspecto de teenager, me tira a la basura como si se tratase de un descolado mueble viejo. Y yo nunca le hice la vida imposible, siempre traté de respetar sus espacios vitales y me ocupé de lo mío: reuniones y beneficencia. Porque cuando papá vino a ofrecerme la dirección de Quinosa yo la rechacé. "Antes que tener que perder mi tiempo entre tus obreros, prefiero vivir de las rentas de los locales que me dejó mamá", le dije. Además, ya por entonces había contratado a un detective -menudo imbécil de detective- para que averiguase si el divorcio de Javier Duque iba a suponer alguna modificación en el régimen de alquiler de mis locales de Plaza Roma. Mi abogado insistía en que había que consultar con Magistratura y que el caso podía sentar jurisprudencia, pero yo le advertí que o bien pagaba la cantidad acordada o a la puta calle. Al final tuve que desplazarme hasta la casa del inquilino en cuestión y hacer la investigación por mi cuenta. Al noveno día descubrí al cabrón de Duque entrando en su portal abrazado a un travesti-fantasía. Ahora ya tenía por donde cogerle si me salía con la cuestión de los jodidos bienes gananciales... Además, yo nunca me comporté como Almudena -que dicho sea de paso siempre intentó mentirnos sobre sus orígenes pero a mí no me la da. Yo sé perfectamente lo que era ella antes de casarse con Alfonso: una advenediza dispuesta a cualquier cosa con tal de subir en la escala social y tratar de borrar sus inciertos orígenes en una familia de ganapanes mal avenidos, si hasta estuvo a punto de echarle el lazo al cuello a un mafioso peruano con un cuento delirante sobre la herencia de unas tierras en México- la típica señora-de su-casa que está dando la vara todo el día y que reclama para sí cariños y atenciones exageradas, porque siempre traté de estar en mi justo lugar sin pasarme ni un pelo y ahora me encuentro con este marrón que resulta tan chungo. ¡Qué leches...! Pero si es él el que pierde. Qué chorradas estoy diciendo, joder, pero si yo puedo tener todos los hombres que quiera, vamos, sin límite, es que me los puedo cepillar a todos si quiero. Es que manda cojones, una mujer como yo, con clase, con una educación esmerada, con sensibilidad, en suma. ¿Qué más puede desear un hombre? Una persona dulce y atenta, no como las putillas ignorantes que te encuentras ahora que no son más que pura arrogancia y que en cuanto te descuidas las dejas preñadas. Esas desgraciadas que escupen basura por la boca porque en su interior no tienen más que odio y envidia a las que son como yo... pero si es que tienen un coño como una catedral y...", siguió vociferando y aún alzó más el tono de voz cuando Tomás había logrado zafarse y se encaminaba rápidamente hacia la salida de aquel sitio que se le antojó el mismo infierno. El café entero se había convertido en una fábrica de azufre.

Afuera había comenzado a llover a cántaros y los espantosos gritos de aquel sueño truncado, de aquel juguete definitivamente roto, le persiguieron durante el resto del mes. Como era su costumbre en los momentos delicados, intentó tararear algún tango para capear el temporal, pero de su garganta sólo salieron las compungidas notas de ¡Pagaría por no verte! "Estoy perdiendo facultades...", se dijo. Y desapareció en medio de la tormenta.

Sueño que vuelvo a verte

Ya estábamos cenando cuando llamaron a la puerta de casa. Papá nos miró extrañados. Eran más de las ocho y media y no esperábamos a nadie. Había que ver el rostro de mamá con la bandeja de postre aún entre las manos, la sonrisa temblando como la gelatina de naranja. Antes de que alcanzara a abrir la boca oímos disparos. La puerta de la calle. El pasillo. Miré a Roberto con desesperación. Siempre era él quien decidía cuando las cosas se ponían feas. Los dos sabíamos que unos segundos nos separaban de un túnel incierto peor que la espera. Me devolvió la mirada casi compasivamente, como si acertara a comprender que no había escapatoria.

Pensé: el patio, la escalera de hierro oxidado que sube al tanque de agua -ojo con el tercer escalón empezando por arriba que está medio flojo-, saltar al cuarto donde el vecino fabrica camisones de seda, perdernos en la niebla dulce del barrio, bucear en la locura histérica de Buenos Aires, los dos juntos para siempre, afeitarnos la barba y la melena, requisar el coche de algún honrado especulador inmobiliario, apretar el acelerador a fondo. Vamos por la ruta 3. Roberto sabe cómo salir rápido de la ciudad, será mejor que lleve el coche. Tengo que despedirme de Elena. Ahora que lo pienso... ¡A lo mejor se quedó embarazada! Su viejo era capaz de detonar personalmente una bomba de hidrógeno en Tandil con tal de que me alcanzara a mí también. Nos teníamos un odio ancestral, como si nos hubiéramos conocido en otra vida. ¿Y por qué la ruta 3? ¿Adónde íbamos a ir? ¿A Chile? ¿A la Patagonia? De pibe siempre soñaba con ir a Chile. Me gustaba el sonido de su nombre. Lo repetía despacito, una y otra vez: Chi-le. Chi-le. Estaba convencido de que era la tierra en donde se pueden tocar los sueños. Sueños largos, llenos de islas como estrellas australes. Seguro que alguien se divirtió mucho cuando trazaron el contorno definitivo de sus límites.

Bien. Supongamos que decidimos tirar hacia el sur, ¿cuánto iba a tardar la cana en localizarnos y reventarnos en el mismo coche? ¿Y si lográramos llegar a Río Gallegos qué iba a pasar? Bahía Blanca, Viedma, Trelew, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado, San Julián, Río Gallegos, ya me sabía el camino de memoria, como si lo hubiera recorrido un millón de veces. El viejo anduvo por ahí antes de que naciéramos nosotros. Perdidos en Santa Cruz, una provincia atrozmente grande, llena de viento y de ovejas. Pasar a la parte chilena del Estrecho no tiene ningún sentido. Los carabineros nos iban a recibir con los brazos abiertos. A lo mejor, si lográramos escondernos en algún lugar de los lagos de la cordillera... Roberto conoce bien la zona. Creo que se enganchó con una mina por primera vez acampando en el lago Futalaufquen. No estaba mal aquella piba. ¿Cómo se llamaba? Pobre... le hizo la vida imposible al loco. En realidad era bastante imbancable, aunque tenía lo suyo.

En cualquier caso o nos revienta la policía, o el hambre o el frío. ¿Y en Río Gallegos? ¿Qué tal si lográramos sobornar a algún pescador y nos lleva hasta las Malvinas, a Goose Green, a alguna playa desierta? ¿Nos iban a conceder asilo los kelpers? Anda ya... como dice el almacenero de la esquina de casa cuando se le pide fiado. Nos iban a deportar sin que se enterara nadie y de ahí vuelo sin escalas hasta la Escuela de Mecánica de la Armada.

¿Adónde carajo se puede ir? Uruguay está acá nomás, pero el ejército es tres cuartos de lo mismo. En Brasil también están los muchachos y sin guita es como entregarse mansamente al botón. Paraguay queda donde Belgrano perdió el gorro -Tacuarí, Paraguarí, Tararí-que-te-ví, el copón bendito- y están muy avanzados en materia de dictadura, creo que han logrado ocupar el primer puesto en el ranking negro, en lucha cerrada con Sudáfrica y Haití. Organizan congresos, intercambian datos parapoliciales. Así evitan inventar la rueda constantemente.

¿Bolivia...? Hace tiempo conocí a un tipo de Cochabamba. Evaristo Maipo. Durante una temporada solía venir a casa. Era amigo de un antiguo socio del viejo. Gordito, petisón. Empezaba la reunión muy bien, muy cortés, saludando en aymará. Pero en cuanto llegaban las viandas perdía los papeles. Con gran disimulo se iba comiendo todo lo que había en la mesa, sin reparar en consideraciones dietéticas. Cuando el género comenzaba a escasear se despedía presuroso: muy rico todo, delicioso, señora. Nunca se le vio traer nada, ni una mísera empanada de choclo, ni siquiera un cubanito.

Un día vino con su hermana que, a juzgar por el apetito que traía, debía haber viajado de Sucre a Buenos Aires en el Titicaca Express sin pasar por el bar. Cuando se iban, miraron a mamá y dijeron al unísono: muy rico todo, señora, nos ha gustado mucho, mucho, de verdad. Una marca de familia.

Maipo siempre le hablaba al viejo del mismo tema. Estaba obsesionado con la comercialización a gran escala de barcazas de totora. Creía que era el material definitivo. "Compadre, no sé si se da cuenta de la trascendencia del asunto. Es la única posibilidad de que Bolivia logre romper su secular aislamiento: creo que es la solución definitiva a las nefastas consecuencias de la guerra del Salitre", sentenciaba en bulímico aquelarre de facturas, masitas, fresco y batata, pan dulce, sandwiches varios, fugazzeta con fainá...

Cuando se le interrogaba sobre el propósito de tal empresa, Maipo se quedaba pensativo y miraba de soslayo, como súbitamente admirado ante interlocutor tan obtuso. Papá, que se sabía el cuento, gozaba dándole manija:



—Esta bien. Supongamos que, tras todos estos esfuerzos, logra construir una flota de barcazas de totora. ¿Y...?


Maipo se arrimaba a la mesa, medio incómodo, haciéndose fuerte en el plato que contenía las joyas de la corona, cabeceaba pesadamente y terminaba por sentenciar, cual Odiseo ansioso:

—Cuando los barcos estén listos navegarán día y noche.

—Me hago cargo —respondía mi padre-. Pero ¿para qué?, ¿acaso va a crear un nuevo transporte de línea? ¿Piensa hacer una empresa de fletes?

—No, mi amigo. Las barcas irán de vacío hasta el centro del lago. Allí están las islas donde crece la totora.

—¿...?

—Pues entonces llenamos las barcas de totora hasta los topes y nos las traemos bien cargaditas a puerto.

—¿Y para qué quiere todo eso?

—Está bien claro, compadre —respondía Maipo algo soliviantado. —Usaremos la totora para construir más barcos..., ¿para qué otra cosa sirve?

Yo era muy chico, pero el viejo solía decirme que el proyecto de Maipo no era más absurdo que la mayor parte de las empresas humanas. Nunca alcancé a comprender por qué razón se le abrían las puertas con tanta asiduidad a este visionario andino. A mamá le resultaba simpático.

¿Qué tal la selva que limita con Brasil? Creo que al golpe de estado de la semana pasada sucedió un contragolpe aún más virulento... Allí entregaron y mataron al Ché... Además está a cuatrocientos millones de kilómetros. No hay salida por ningún lado. Vivimos en el extremo final de un continente aislado, en un país demencial rodeado de milicos por todas partes. No hay más que uniformes hasta el Río Grande. Gendarmería Nacional, Carabineros, Policía Federal, Guardia Fronteriza, Secciones de Asalto Llaneras, Club de Amigos del Ku-Klux-Klan, Escuadrones de la Muerte, Bandas Paramilitares, Torturadores Asociados, Hitlerjugend Litoraleña, Policía de Aduanas, Granaderos a Caballo, Infantería de Marina, Cadetes de la Escuela de Tortura Naval, Fuerzas Nazis de Apoyo y Asistencia, Sociedad de Técnicas de Desaparición Avanzadas, de Córdoba, de la Colonia Dignidad de Chile, de Brasil. Tipos que asesinan a los pibes en Bogotá, en Río de Janeiro, en Sao Paulo. Por cuestiones de estética municipal. Qué valientes... querría verlos yo ante un ejército regular. Seguro que se iban a recontracagar.

Y aun en el caso de que lográramos zafar, ¿qué iba a pasar con el resto de la familia? Pueden llevarse a papá o quizá los secuestran a todos. Mi hermano menor sólo tiene doce años, pero ¿cómo calcular la reacción de estos tipos? Por el ruido que están haciendo serán como veinte. Veinte gorilas armados hasta los dientes. Si después de todo lograban sobrevivir no les quedaría otro camino que salir del país. Puedo verlos en Ezeiza, nerviosos, sin dormir, papá preparado para coimear a quien haga falta. Seguro que el pequeño creerá que se trata de algo transitorio, unos meses, quizá un año. Mejor así.

No dejo de preguntarme qué será de mamá tan lejos de nuestro patio... Que yo sepa, nunca salió de la ciudad. Algunas excursiones al mar y breves viajes por la pampa. Eso es todo. Es una experta en Buenos Aires y para ella, más allá de la costanera y las dársenas sólo hay niebla y el azul de los mapas. Papá se adaptará mejor al cambio, sin duda. Es una máquina de fabricar proyectos y desde joven aprendió que la única forma de no caerse de una bicicleta implica no dejar de pedalear ni por un momento. Ya lo imagino, levantándose todos los días a las 6:15, haciendo sus veinte minutos de ejercicio, ducha fría, rito oriental frente al espejo, desayuno y salir a guerrear, y así todos los días de todos los meses. Apasionadamente marcial, hablará con los responsables de esto y aquello, creará treinta empresas diferentes, venderá artículos de prensa firmados con doce seudónimos distintos, pondrá en marcha proyectos de colaboración internacional, echará manos a todo el mundo y no dejará ni por un momento de ganar un buen fangote de guita, pesos, patacones, morlacos... A poco que se esfuerce apenas si tendrá tiempo de pensar en nosotros. Llegará un momento en que sus llamadas telefónicas y sus envíos postales a los países más variopintos del globo se verán beneficiados por un efecto multiplicador que desterrará para siempre los minutos libres.

Tal vez dentro de muchos años se produzca una leve distracción, fruto de una copiosa comida con un grupo de amigos cuyos rostros nunca conoceré, y bajará la guardia por un instante y recordará algún detalle de esta noche o creerá entrever lo que vino después. Entonces sentirá un vértigo exterminador en el alma.

Mamá es distinta. Puedo verla recorriendo los andenes de las estaciones de metro de ciudades anónimas. Torturada por el eco de los próceres argentinos, no alcanzará a descifrar nuevos laberintos. Dorrego, Primera Junta, Agüero, Federico Lacroze, Canning, Leandro N. Alem se apiñarán en su memoria y se cerrarán en banda. Jamás permitirán la entrada de intrusos agaiterados, y mamá nunca sabrá a ciencia cierta si se encuentra en Menéndez Pelayo, si hay que cambiar de tren en Plaza de Castilla o si Alfonso XIII es la próxima. Aun ignorando dónde está la punta de la madeja cotidiana esperará pacientemente en las antesalas del despacho del Embajador de la Nación, el Cónsul General de la República, el Agregado Militar, el Hombre Fuerte de la Cámara de Comercio Agropecuaria en el Extranjero. A todos contará su drama personal, a todos pedirá justicia, exigirá habeas corpus, incluso apelará a sus sentimientos como seres humanos, como padres de familia, como creyentes en un poder supremo y trascendental, como reos convictos y confesos que en el Día del Juicio habrán de presentarse ante Dios Todopoderoso Ajustacuentas sin más escolta que el abultado y turbio curriculum de sus pútridas conciencias.

Pero desde esta misma noche mamá sabrá perfectamente que nunca volverá a vernos. Esa es la diferencia con papá. Él cree en la existencia de una cadena causal. Considera que el trabajo bien hecho debe tener su recompensa adecuada. Estima que si cada cual cumple con su tarea correctamente, las cosas por fuerza han de salir bien. No hay sitio en su mundo para lo imponderable, para el azar mortífero, para el horror sin límites. Papá comprende que nunca hicimos nada realmente grave más allá de participar en algunas algaradas estudiantiles. Por tanto, si se tocan las teclas adecuadas, pensará seguramente, las aguas han de volver a su cauce. En cambio, mamá sabe que la infamia acecha en lo cotidiano. Es la bifurcación que pugna por salir al exterior todas las noches, entre las tres y las cuatro de la madrugada. La catástrofe que muerde los pasos de cada mortal. Los ominosos y certeros golpes: imposible calcularlos de antemano.

Sin embargo, ambos creerán engañarse fingiendo adoptar el punto de vista del otro. Con los años, papá se rebelará contra la merma de sus fuerzas, contra el orden establecido, contra el daño irreparable y universal que producen los incompetentes; a mamá le dolerán las camisas intactas, los cumpleaños mudos, el implacable imperio del amarillo sobre las fotos en blanco y negro. Nuestro hermano menor encontrará su lugar en ese arco voltaico y no cejará en su empeño de provocar y expandir la risa.

Volverán algún día a casa, cargados de vida y nuevos semblantes y, pese a todo, no dejarán de soñar nuevos viajes. "Debemos vivir con el doble de intensidad", se dirán decapitando de un solo tajo la repetida tristeza que acompaña al crepúsculo en otoño, "la parte que nos corresponde y la que ellos sueñan todas las noches. Sólo así alcanzarán a entornarse las insoportables puertas del cielo".

Por sus manos aprenderemos el trazado de calles tortuosas y el pulso de gentes extrañas, playas, mares, puertos de infinita belleza. Sena, Tajo, Arno, Támesis, Ebro, Tíber, Vístula, Danubio, Ródano, dedicarán el resto de sus vidas a coleccionar ríos y tardes alciónicas, la luz de las jornadas que preceden al invierno y los días que se alejan lentamente del solsticio.

Entonces Roberto me miró a los ojos. Ahora éramos una sola persona. No volveremos a jugar al fútbol en la Agronomía ni a sentir cómo crujen las veredas en otoño —pensamos a la vez. No alcanzaremos a saborear besos furtivos en las esquinas sin luz ni viajes infinitos en trenes de carga —sentimos al unísono. No habrá médanos vermelhos ni desayunos con pasteis de nata inagotables en Portugal —se nos hace agua la boca. También él ha comprendido: de ésta solo saldremos si ellos sobreviven, si logramos que ellos se salven. El viento y el lento vaivén de las estaciones se encargarán del resto. Apenas habríamos demorado un minuto antes de que destrozaran la puerta verde del comedor.

El tiempo justo para abrazarlos a todos.

Primera

Comienzo este blog con la idea de reflejar mis navegaciones. Acabo de regresar de Argentina, mi país natal, en donde he vivido días muy intensos. Ha sido una tormenta emocional, a la manera de Buenos Aires, ciudad de extremos.
Visitar el colegio, el viejo barrio, la casa de mis viejos... sólo hay que ponerle música y ya tenés un tango.