martes, 30 de agosto de 2022

Cartas de Ultramar III - Suite Iberia

Como de costumbre, llegué tarde a Barajas. Perdí el primer vuelo. Iba con más gente pero me entretuve. Sólo quedaban dos plazas en la última fila. Había un hombre joven trajeado en el lado del pasillo. Me senté junto a la ventana. Te vi llegar cuando cerraban las puertas. Despegamos.

En pleno vuelo te pusiste a leer Gli amori difficili. Estaba acabando septiembre. El avión pegaba saltos como si fuera a aterrizar en Guatemala. Observé de reojo el perfil de tu nariz. Perfecta. A la altura del Ebro te pregunté algo sobre el libro. Ah, no... te pregunté si eras italiana. No recuerdo la respuesta exacta, pero respondiste en italiano, así que las primeras frases entre nosotros sonaron a música, a pinos de Roma, a mercado en la calle. Seguí el juego y te respondí en mi italiano porteño. Luego resultó que eras de Aranda y que acababas de cerrar un historia con un novio napolitano. Algo similar a El talento de Mister Ripley. Aunque pensándolo bien... quizá pensabas en volver con él. De ahí tu obsesión por leerlo todo y no perder palabra. Mucho más tarde me enseñaste fotos suyas. De ambos. No se puede andar fogoneando los celos con un escorpio, ragazzina. Es material inflamable.

Hablamos de Lisboa, de ciudades blancas, de sueños. De marineros suizos que se pierden en la Alfama. De poetas de abril. En su aproximación a El Prat, el avión dio una vuelta más amplia de lo habitual, entró en el mar en dirección Cerdeña y pensamos que algo no andaba bien. Así que decidimos hablar y hablar. Diez minutos, diez, veinte, treinta años.

Dios es ese ser invisible del que uno se acuerda cuando va a morir.

Finalmente, tras muchas cabriolas, aterrizamos. Nos dispersamos. Volví a verte en un pasillo hablando con varios hombres con pinta de ingenieros. Me acerqué como un miura interrumpiendo la conversación y, sin pensármelo dos veces, te pedí el teléfono. Para mi sorpresa, me lo diste. Sólo en otra ocasión una azafata me dio su número en una situación similar, pero entonces estaba en edad de merecer. Además, aquella mujer estaba como un cencerro. Ya se sabe, las radiaciones... Volvimos a vernos en la cola del taxi.

Ci vediamo dopo! Uno de mis acompañantes había jugado al fútbol en Brescia y me miró con cara de pillo. Brigante...! Pensó que las reuniones me traerían al fresco. Acertó.

Te escribo un mensaje desde el Paseo de Colón. Me contestas al toque. También yo te buscaba en medio de esta niebla (risas). Pasamos el día así. Por la tarde íbamos a tomar unos vinos en la Barceloneta, pero tú no pudiste al final. Nos despedimos. Fue un placer conocerte en el cielo.

Llego al aeropuerto, último avión del día. Faltan cinco minutos para el embarque y te veo entrar en la terminal, corriendo atropelladamente. Atravieso el control en dirección opuesta y voy a buscarte. Llegamos por los pelos. ¿Qué tal te ha ido? Fui a ver las obras del AVE en moto. Fui traductor en otra vida. Nos sentamos en la mitad de un avión vacío. Para ser eternamente joven hay que aguantar la respiración y balancearse al mismo tiempo. Todo el mundo lo sabe...

Hacemos planes para aprender a pilotar aviones juntos. Quién soy yo para cuestionar al destino. Nos reímos sin parar. Aterrizamos. Te acompaño al aparcamiento. Tu coche es rojo y el mío, azul. Todo al revés. Me haces una cobra de las más sincronizadas que he visto. Nos reímos más.

Regresamos a nuestras vidas. A la realidad. Breve encuentro.

Regresamos a Lisboa.

Naturalmente.



lunes, 29 de agosto de 2022

Cartas de Ultramar II - Garufera y vibradora

En la mugrienta pensión en que vivo, con manchas de humedad en las paredes que van cambiando de forma según corren las estaciones, no hay gran cosa que hacer. Ya he perdido la cuenta de los días que navego solo. A partir de los cuarenta y cinco dejó de interesarme el amor. O el amor dejó de interesarse en mí. Con esta persona que soy… 

¿Cómo me gano la vida? Soy sicario. Bueno… sicario de primera clase si se quiere. Nunca he matado a nadie que no se lo haya ganado con creces. Gente especialmente jodida. Turros integrales. Escoria moral.

Laburo por libre. Nunca pregunto cómo, ni por qué. Solo dónde y cuánto, sobre todo cuánto. Mi vida es bien simple. Simple como un cubo.

¿Minas? Sí. Claro que hay minas. Pero nunca más de uno o dos días seguidos. Sigo bailando gotán y no he perdido las mañas. Pero bailo bien sencillo, caminado y al piso. Nada de florituras ni estupideces de academia. Las odio. A veces cuando algún pelotudo se hace el vivo en la pista de baile y se pone a exhibirse haciendo que su compañera tire boleos a diestro y siniestro, interrumpiendo la normal circulación de la milonga y repartiendo patadas a todo el mundo me quedo mirando al pobre sujeto… «Ah, salame atómico, infeliz de cuarta... si supieras a qué me dedico te lo ibas a pensar un poco antes de andar pelotudeando con las gambas». Pero a pesar de que ganas no me han faltado siempre he evitado las peleas con otros milongueros y muchísimo menos se me ha pasado por la cabeza pegarles un tiro con mi 38 Smith & Wesson. Sí. Prefiero los revólveres a las pistolas. Mi viejo me educó así. Cosas de familia.

El viejo fue guardaespaldas de Perón –y amigo personal– y lo salvó de varios atentados que no tuvieron publicidad. Vivió cosas intensas porque lo acompañó en el exilio en Paraguay, Panamá y luego España. Mi viejo era un crack total. No tuve mucho contacto con él. Saltaba de cama en cama y no andaba sobrado de tiempo libre. Una bala llevaba escrita su nombre desde mucho antes de nacer. Él lo sabía y no le importaba gran cosa.

¿Fusilar a otro milonguero? ¿Qué negocio hay en ello? Cero. Soy un profesional. Un artista del ajuste de cuentas. Está bien… confieso que he fantaseado muchas veces con que algún encargo de «retirar» a alguien coincidiera con alguno de los pescados que tenía entre ceja y ceja, pero nunca se dio. Y ya se sabe, la fantasía es necesaria para poder lidiar con la realidad. Te hace descargar tensiones, te libera. Eso no quiere decir que vayas a dar rienda suelta a todo lo que imaginás. Eso solo lo hace un rayado total y yo aún estoy en buen uso. Sobre todo si me comparo con mis compañeros de profesión. No bebo, no me drogo, no estoy en poliamor ni pelotudeces. Me levanto temprano… para mí el sicariato es un laburo de 9 a 5. Pura rutina.

El encargo llegó de madrugada por los cauces habituales. Había que eliminar  a una persona. No supe más. Una mujer. Silvia Garrido, 35 años, de complexión fuerte, estatura media y abundante pelo castaño.

Me habían pasado por Deep Internet el paquete habitual: sus mails filtrados, sus whatsapps interceptados y clasificados, el resultado en Big Data de todos sus itinerarios del último año y medio y las predicciones de dónde podía encontrarse en las próximas 36 horas, datos de allegados, etc. No parecía un trabajo difícil.

Con la cansada costumbre a cuestas me vestí y elegí el equipo. La iba a esperar en el centro a la salida de un teatro. Mejor usar silenciador, nada de 38. Una Nagant 7,62 y listo. Limpio y expeditivo. Con un poco de suerte, hasta me daba tiempo a ir a bailar a lo del armenio manco. Los jueves solía caer La Morocha. Esa mina me conocía de arriba abajo. Me jode profundamente tener que andar explicando las cosas. Ya no explico nada.

Estuve esperando un par de horas en la zona donde sabía que iba a aparecer. La SIM de su teléfono estaba clonada y la seguíamos por GPS. El margen de error era cero.

A veces me acuerdo de Dios cuando estoy esperando que aparezca un objetivo, pero esta vez no fue así. Empezaba a llover y refrescó rápidamente. El avance advertía de una sudestada en las próximas horas. A ver si zafo…

Ahí está. Dale, tengo la artillería a punto. Salió sola, llevaba un abrigo y tenía la cabeza cubierta pero era ella. No había duda. Me puse a seguirla a una distancia prudencial.

A la altura del pasaje Duarte la encaré. Entonces pude ver su rostro a contraluz.

─Qué hacés, Marcelo. Esta no te la esperabas…

─Pero vos… ¡Adriana! ─dudé un instante. ─¿Cómo es posible? Hace más de diez años que no sé nada de tu vida y estás irreconocible…

─…y me tenés que matar esta noche, ya lo sé…

─Sí. Vos siempre supiste de más. Supongo que eso no te sirvió de mucho. La inteligencia, digo…

─Tranquilo. Te libero. Desde que lo dejamos he tenido una vida de mierda que no se la deseo a nadie. Me importa poco y nada partir esta misma noche.

─No hables así…

─Seguís siendo el mismo Salvador de la Humanidad de siempre. Tiene gracia que me digas eso y vos mismo debas ejecutarme. El cerdo de mi marido debe haberte pagado muy bien…

─No, Adriana, yo nunca contacto directamente con los clientes. No sé quién hizo el encargo. Es la Agencia la que se ocupa de los detalles. A mí solo me señalan el objetivo.

─Y esta vez tenés que matar al amor de tu vida. Pobre. Te acompaño en el sentimiento…

Nos quedamos en silencio. Nos besamos. Nos abrazamos. Diez años, diez segundos.

─¿Sabés…? No fue fácil olvidarte. Cuando te fuiste a España creí morir. Anduve rodando por ahí, empecé a beber más de la cuenta, pasé de mano en mano. Siempre a peor. No lo digo para reprocharte nada… además… vos estás armado hasta los dientes y tenés fama de no fallar jamás. Da igual lo que te diga o deje de decir.

Volví a besarla con más fuerza aún. Buscamos un Telo. Nos acostamos y nos arrancamos la ropa. Nos penetramos.

─Matame, loquito… ¡partime al diome!

─Sí. Que se abran las puertas del cielo de una puta vez.

Hacia las seis de la mañana me dijo que fuéramos a bailar. Que antes de morir quería volver a sentir mi abrazo en la pista. Una vez más.

─Dale, loco. Dame dos tandas de Di Sarli y una de Pugliese. Después hacé lo que tengas que hacer. Yo no voy a oponer resistencia. Me siento sucia por dentro. El tipo este me ha hecho todo el daño que un ser humano puede hacerle a otro. No quiero seguir viviendo. Prefiero que seas vos quien apriete el gatillo. A vos te quise mucho, varón. Y me regalaste esta última noche… ya está. Ya fue la vida. 

Nos levantamos como poseídos y fuimos a la milonga de Almagro, una de las cuatro que duraban hasta la hora del desayuno en Baires. Estaba tocando la orquesta de Gabriel Santos.

─Cantate una, dale, como en los viejos tiempos ─me suplicó Adriana.

Supe que no iba a escapar. Ni siquiera lo iba a intentar. Llevo demasiado tiempo en esto y conozco a la gente. Me subí al escenario. Le dije a Gabriel que me diera un hueco antes del descanso y me dejara un viola. Me trajeron una bien garufera. Garufera y vibradora. Así que la cacé y canté Confesión mirándola directamente a los ojos. Con toda el alma.

Hoy después de un año atroz Te vi pasar Me mordí pa no llamarte Ibas tan linda como un sol ¡... se paraban pa mirarte! Yo no sé si el que te tiene así se lo merece Solo sé que la miseria cruel que te ofrecí Hoy me compensa el verte hecha una Reina Sé que vivirás mejor lejos de mí!

Bailamos como nunca: fue nuestra mejor noche. Cada marca mía era leída con precisión y poesía. Ella estaba hecha para bailar conmigo. La gente se apartaba y dejaba de bailar para mirarnos. A la salida de la milonga nos fuimos al Alvear Art Hotel, uno que me gustaba especialmente y donde había acribillado a un par de capos de la droga. Un par de flor de hijos de puta. Lo que ocurrió en esa habitación cambió nuestras vidas. Hicimos pareja. Sus problemas pasaron a ser los míos. Pusimos las almenas en fuego, los muros construidos año tras año se resquebrajaron. Hartos de andar por el mundo sin amor ni quietud… de rodar sin morir. Sin pasado. Noche a noche.

─Negra, oíme bien. Te voy a llevar a Ezeiza y salís para España en el primer vuelo. Mientras volás yo arreglo todo. Te van a venir a buscar al aeropuerto. Te envío los datos al teléfono. Usá este que te doy. El tuyo me lo das. Vos no te preocupés por nada. Yo llego a Madrid en cinco días. Tengo que cerrar cosas…

─Vos estás completamente loco… Nos encontrará y clavará nuestras cabezas en una lanza. Pero antes nos meterá en una máquina de picar carne. No tenés ni idea de la clase de hijo de puta que es mi marido. Un puto psicópata. Y tiene todo el poder del mundo. Gente metida en política, jueces, policías. Toda la cadena.

─Yo también estoy harto de esta vida, Adriana. Tu aparición es la señal que estaba esperando. Tengo guita como para tirar varios años y, en caso de que resulte necesario, mis habilidades siempre tienen demanda. Además… lo mismo volvemos a bailar y dejo de matar por encargo…

─De ahora en más concentrate en matarme a mí todas las noches, canalla irrecuperable. Como vuelvas a dejarme por otra te corto los huevos con una Gillette oxidada… y hablo muy en serio.

─Tranquila, nena. Se acabaron mis hazañas, un chamuyo misterioso me trajo hasta vos… yo quiero morir contigo, sin confesión y sin Dios, acurrucao en mis penas…

─Pero abrazao a mí, capisci?

─Escuchame… largo todo y me pianto con vos. ¿Qué más prueba querés? Una última cosa antes de irte…

─Dispará, varonazo.

─La dirección de tu marido.

─Anotá. Dale para que tenga.

─Pero antes toco tu boca.

─¿Solo mi boca...?

─En tu boca cabe el mundo, pebeta. La materia que conforma los sueños...

─¡Sicario y poeta! ¿Cómo puedo tener tanta suerte...?

*



viernes, 26 de agosto de 2022

Cartas de Ultramar I - Línea 4

La línea 4 fue la puerta a la libertad. Once pesetas y atravesar la ciudad recorriendo sus tripas, buscando vaya a saber qué. Una aventura, un amor loco y extraordinario, algo que haga que los días no sean uno exactamente igual a otro.

Alfonso XIII, Prosperidad, Avenida América, Diego de León... el barrio de Salamanca al completo, Colón, los bulevares y Argüelles.

Conocí a una compatriota en aquellos años que hacía el mismo recorrido. Ambos éramos fragmentos de una nave que había estallado en vuelo. La tormenta apenas dejó nada en pie. Un viento gélido, la rabia, el furor del propio Dios... Se llevó a todos. ¿Para qué sobrevivir? ¿Por qué? No hay tangos suficientes en el mundo para volverlos a la vida.

Todos esos malditos libros que lees... ¿Para qué sirven si no explican por qué se muere la gente? Dime algo que sirva para calmar el dolor de estar vivo, este regusto a metal. Dime alguna cosa que sirva para seguir viviendo sabiendo que no volveré a verte. Una.

Me llevó a su casa en Santa Susana, en los límites de la ciudad. Compartía el piso con otra chica. En la puerta de su habitación había un cartel que decía «Contra la depresión... ¡Poesía!». Estaba escrito con letras de niña. Entonces supe que algunas personas vivían en un planeta de vapores de llanto.

Era mayor que yo. Creo que fue la primera vez que vi a una mujer ataviada como para bailarse todos los tangos de la ciudad. Medias de red, zapatos de tacón. Yo era un adolescente. Ella me invitó a fumar. Estaba realmente hermosa. Una mujer hace el amor con su cigarrillo, lo acaricia dulcemente entre los dedos: nunca he podido resistir esa tentación de abrazarlas, de acompañarlas a casa, de besar sus esculturas de humo. Mucho más frágiles que un segundo.

Pasamos toda la noche juntos. Me habló de sus sueños, me contó que todos los hombres que había conocido intentaban salvarla, pero agregó que «nadie salva a nadie. Nadie puede hacerlo, ¿entiendes?», y se derrumbó entre mis brazos como una muñeca cansada de jugar a vivir. Tan lejos del río. Tan lejos de los amigos. Tan lejos de todos aquellos que amamos hasta hacernos sangre.

Me alejé despacio, casi en silencio. O quizá fue ella quien no quiso arrastrarme a su abismo de desayunos empapados en tristezas. No lo sé. Era una paloma de ciudad.

Línea 4. Al salir, no obstruyan las puertas.





domingo, 21 de agosto de 2022

Primera luz

Sílabas

Palabras que hieren

Que enamoran

Palabras aladas...

De tu talle

A mis años

Los dos insomnes

Sonámbulos

Incrédulos

Navegantes

Matan a hierro 

Mi pan y mi cuchillo

Necesito nada 

Tus dedos en mi boca 

quizá

El árbol creció

Hasta tu sonrisa

Se hizo más grande

que la propia vida

Sílabas

Lunas y sílabas

Madejas de abrazos

Corazones delatores

Labios como sentencias

A amores perpetuos

viernes, 5 de agosto de 2022