La muerte del ex-presidente Raúl Alfonsín, ocurrida el pasado 31 de marzo, cierra un ciclo que marcó profundamente la historia reciente de la República Argentina. En los medios del Cono Sur, así como en diversos blogs de todo el planeta, se ha ensalzado su figura de estadista y quienes antes le hicieron la vida imposible se apresuraron a cantar sus virtudes. Es lo bueno que tiene mudarse al otro barrio: la gente te quiere a morir.
Poco importan los innumerables conflictos sociales o los levantamientos militares que tuvo que sortear el político de Chascomús. Todos somos amigos, que es de lo que se trata.
Tampoco interesa ahora hablar de las pavorosas crisis económicas, institucionales y de confianza por las que tuvo que navegar en la parte final de su gobierno; tanto es así, que no llegó a completar su mandato constitucional.
Temas que aún permanecen en la bruma: el denominado "Pacto militar-sindical", un supuesto acuerdo entre representantes de los sindicatos (léase el centro neurálgico del partido peronista en ese momento) y los militares en vías de abandonar la casa de gobierno. Las asonadas militares; la imposibilidad de contener al ejército; el papel del gobierno posterior en la cuestión; quién estaba detrás de las 14 huelgas generales que paralizaron el país durante su mandato o de las casi 4.000 huelgas sectoriales y de empresa, etc.
Con el temple que tenía Adolfo Suárez en los años de la transición española, Raúl Alfonsín trabajó duro en la regeneración ética y moral de la sociedad, en un contexto internacional muy desfavorable (la famosa “década perdida” de Iberoamérica) y logró el objetivo más importante: la continuidad de la democracia. Así, es el primer presidente electo que, en mucho tiempo, logra entregar el cetro del poder a otro presidente refrendado por las urnas. Esto no tendría nada de destacable si no fuera por el hecho de que la última vez que sucedió tal cosa fue en... ¡1916!
Silencio en la noche,
ya todo está en calma,
el músculo duerme,
la ambición descansa…
Está bien. 1916-1989. Sólo 73 años. Desde la Primera Guerra Mundial a Internet. Espléndido. The pampas are different…
Después… qué decir de después. Méndez. No hace falta agregar nada más. De la Rúa, hombre de gran arrojo: un Espartaco del siglo XXI. El club de los cinco. La dinastía patagónica, dos pingüinos y un destino…
Me gustaba el estilo de Alfonsín. El viejo estilo. De hombre de la provincia en quien se puede confiar. Sin alardes de caudillo. Eso ya es mucho en un país como la Argentina.
Un personaje preocupado por instalar la normalidad antes que por utilizar el tráfico de influencias para sus negocios privados. Un hombre digno. En una nación enferma, que tradicionalmente desconfiaba de las instituciones, se cegaba ante el oro falso y buscaba desesperadamente un padre autoritario que pusiera orden en el gallinero.
Hoy el país es otro. Los veintiséis años de democracia argentina deben mucho a Don Raúl. Otros, con mucho menos, habrían tirado la toalla.
Seguro que ya está haciendo planes con el bueno de Sarmiento, quien no tendrá inconveniente en cederle la casita en el Tigre, esa que el ínclito prócer utilizaba para evitar que el deseo se hiciera definitivamente mayor, para un encuentro memorable –empanadas y vino en jarra para empezar. Único requisito para franquear la puerta: ser de ley.
Poco importan los innumerables conflictos sociales o los levantamientos militares que tuvo que sortear el político de Chascomús. Todos somos amigos, que es de lo que se trata.
Tampoco interesa ahora hablar de las pavorosas crisis económicas, institucionales y de confianza por las que tuvo que navegar en la parte final de su gobierno; tanto es así, que no llegó a completar su mandato constitucional.
Temas que aún permanecen en la bruma: el denominado "Pacto militar-sindical", un supuesto acuerdo entre representantes de los sindicatos (léase el centro neurálgico del partido peronista en ese momento) y los militares en vías de abandonar la casa de gobierno. Las asonadas militares; la imposibilidad de contener al ejército; el papel del gobierno posterior en la cuestión; quién estaba detrás de las 14 huelgas generales que paralizaron el país durante su mandato o de las casi 4.000 huelgas sectoriales y de empresa, etc.
Con el temple que tenía Adolfo Suárez en los años de la transición española, Raúl Alfonsín trabajó duro en la regeneración ética y moral de la sociedad, en un contexto internacional muy desfavorable (la famosa “década perdida” de Iberoamérica) y logró el objetivo más importante: la continuidad de la democracia. Así, es el primer presidente electo que, en mucho tiempo, logra entregar el cetro del poder a otro presidente refrendado por las urnas. Esto no tendría nada de destacable si no fuera por el hecho de que la última vez que sucedió tal cosa fue en... ¡1916!
Silencio en la noche,
ya todo está en calma,
el músculo duerme,
la ambición descansa…
Está bien. 1916-1989. Sólo 73 años. Desde la Primera Guerra Mundial a Internet. Espléndido. The pampas are different…
Después… qué decir de después. Méndez. No hace falta agregar nada más. De la Rúa, hombre de gran arrojo: un Espartaco del siglo XXI. El club de los cinco. La dinastía patagónica, dos pingüinos y un destino…
Me gustaba el estilo de Alfonsín. El viejo estilo. De hombre de la provincia en quien se puede confiar. Sin alardes de caudillo. Eso ya es mucho en un país como la Argentina.
Un personaje preocupado por instalar la normalidad antes que por utilizar el tráfico de influencias para sus negocios privados. Un hombre digno. En una nación enferma, que tradicionalmente desconfiaba de las instituciones, se cegaba ante el oro falso y buscaba desesperadamente un padre autoritario que pusiera orden en el gallinero.
Hoy el país es otro. Los veintiséis años de democracia argentina deben mucho a Don Raúl. Otros, con mucho menos, habrían tirado la toalla.
Seguro que ya está haciendo planes con el bueno de Sarmiento, quien no tendrá inconveniente en cederle la casita en el Tigre, esa que el ínclito prócer utilizaba para evitar que el deseo se hiciera definitivamente mayor, para un encuentro memorable –empanadas y vino en jarra para empezar. Único requisito para franquear la puerta: ser de ley.
¡Gloria y loor -nunca supe qué es loor...- mi viejo!
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