sábado, 12 de mayo de 2018

Lázaro

Ayer tuve un sueño dulce. Creo que nació cerca del amanecer, pero no podría asegurarlo. Mi abuelo vino a visitarme. Estaba recién afeitado y de muy buen humor. Olía a Old Spice rojo, el frasco blanco del barquito de vela.

Bebimos vodka y hablamos de la vida. A medida que bajábamos la botella nos reíamos cada vez más y terminamos cantando.

Me habló entonces de que se encontró con Gardel en 1933, recién llegado a la Argentina. El Zorzal cambió unas palabras con él porque la mina que iba de su brazo se lo quedó mirando.

¡Mirá qué churro bárbaro, Carlitos! le dijo.

No contabas con la insuperable prestancia de un oficial de la caballería polaca, pibe... El mundo de ayer.

En mi sueño mi abuelo era más joven que yo, tenía el pelo muy corto, al cero en los lados y un aspecto magnífico, de conde Vronsky ataviado con sus mejores galas. Anna, guarda!

Brillaba como una moneda nueva.

Me levanté con una sonrisa que se prologó toda la mañana. "La muerte de un ser querido es también la muerte de toda una cultura privada, personal y única que nunca volverá a existir", afirma David Grossman.

Sí. Así es. Mi abuelo es una de las personas que más he querido y respetado en este mundo. Las manos limpias, el alma buena. Sin dobleces, de una profundidad insondable en su sencillez. No tuve la oportunidad de despedirme como es debido, ni decirle cuánto lo quería.

Pero esta noche primaveral de 2018 cantamos tangos juntos. Y nos dimos un gran abrazo, real, sin medias tintas.

Sucedió así. El próximo día 30 canto tangos en La Romántica. Va por vos, abuelo del alma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...el abuelo...