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martes, 25 de octubre de 2011

En el jardín de Epicuro

Hoy ha sido un día grandioso. Primera tormenta de otoño. El cielo gris, viento del noroeste y una lluvia pertinaz. Una luz acerada propia de dias alciónicos. Un viento como de Maelstrom.

Desde mi ventana, el faro del fin del mundo.

Trabajé durante todo el día y hacia la hora del crepúsculo la lluvia cesó y se abrieron los cielos, dejando paso a unas estrellas que parecían recién creadas.

Salí a recorrer los campos mojados, respirando un aire perfumado, cargado de buenos presagios. Eché en falta a mi viejo perro Fidel y una pipa con tabaco del que fumaba mi padre. Volví a casa, encendí el fuego y cené sopa de pescado con arroz.

Es medianoche. Escribo desde mi estudio. Me acompaña un plato de nueces recolectadas en las orillas del Tajuña y un vaso de whisky. Va por ustedes...

Suenan los tangos de Roberto Goyeneche: otro que cada día canta mejor.

Trabajaré toda la noche.

La muerte no nos concierne, afirmaba Epicuro. Mientras existimos , ella no está presente. Y cuando llega la muerte nosotros ya no somos.

Que así sea.