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lunes, 1 de agosto de 2011

31 de julio

Ya está. Se cumplió el plazo. El hijo ordena su habitación, hace inventario de regalos. Te voy a echar de menos, dice. Se viste con la misma ropa que vino. Hablamos de todo lo que hemos hecho juntos en estos cuarenta días. El padre, que nunca fue buen futbolista, practicó y practicó sistemáticamente durante el invierno para enseñarle al hijo. ¿Lo que más me gustó de estos días? Que jugamos al fútbol juntos casi todos los días, papá, y todos los trucos que me enseñaste para darle al balón. El padre siente cómo se le ahuecan las tripas.

¿Cuánto falta? Aún queda una hora. Vamos despacio.

Pedimos dos fantas, como dos capitanes de diez años que regresan de explorar el río en bicicleta. Me mira a los ojos. Tiene la cara bañada en lágrimas. El padre desearía estar muerto. Cuarenta días pasan volando, querido. Se dirige al coche de su madre que incluye una figura de cera. Antes de llegar, se vuelve y corre a dar otro abrazo al padre.

Cuídate mucho, cariño. Contaré los minutos. Acaba julio. Ya está.

Tormenta de verano en mi esófago.

lunes, 6 de junio de 2011

La ceremonia del adiós

La mejor fórmula para evitar que te echen de menos cuando ya no estés en el mundo de los vivos consiste en mostrarse desagradable con los que te quieren. Pero no de cualquier manera: hay que aplicar el procedimiento de manera gradual, para que la gente se acostumbre y lo interiorice sin grandes sobresaltos como un proceso natural.

Se trata de decir inconveniencias, cosas que no vienen a cuento, mostrarse poco o nada diplomático, meter la pata a conciencia, generar enfrentamientos estúpidos, en fin... hacer todo lo necesario para facilitar el último tránsito, para hacérsela más fácil.

¿Por qué dice lo que dice? ¿Por qué hace lo que hace? Es por ti, para que puedas seguir adelante sin abrirte el pecho, sin partirte la camisa, la camisita que tengo.

Resulta menos doloroso, más armónico. Todo así tiene su explicación razonable: se hace sitio al que viene a crecer. La repetida, la inefable ceremonia del adiós.

Un hombre viaja en tren para ver a su padre que agoniza en un hospital. Ha recibido la noticia a contramano, muy lejos de casa. Hace frío. Está comenzando el invierno austral. No alcanzará a volver a verlo. El tren no se detiene, sigue avanzando. La soledad le hará revivir eternamente aquel viaje hacia un encuentro imposible. No hay clave. No hay "últimas palabras". No hay "dijo esto para vos". Hay nada.