sábado, 11 de abril de 2015

La esencia del hombre

Karl Marx afirmó que la esencia del hombre es el trabajo, el medio a partir del cual se realizan y desarrollan sus posibilidades. Pensaba el viejo Carlos que, a través del trabajo, el ser humano alcanza su satisfacción y la felicidad.

No estoy de acuerdo. La esencia del ser humano es la libertad. Sin libertad para decidir, soñar, crear, hacer, en suma, vivir, nada sirve.

La libertad es una categoría que pertenece al espíritu, no a las necesidades fisiológicas ni a la voluntad de poder llevada hasta sus últimas consecuencias, raíz fundamental de todas las desgracias humanas. Se puede ser libre si tu espíritu es libre. La mayor parte de las posesiones materiales constituye un bloque de cemento que te hunde en el mar. Dan de comer a otros e impiden pasar de la versión más animal de la existencia a algo digno de considerarse ser humano.

Se trata de hacer algo para merecerlo. No de reclamar derechos como un niño llorón, malcriado e insolidario. Así en el amor: nadie hace esfuerzos para SER DIGNO DE SER AMADO. Nadie hace un carajo.

Cuando se habla de filosofía se trata fundamentalmente de crear lenguajes crípticos alejados de la realidad, cuanto más alejados de la realidad, mejor. De esa manera, el filósofo profesional ejerce al tiempo de creador de confusión, sumo sacerdote y exégeta. Tres en uno. Así, conserva su "puesto de trabajo en la Universidad" (aquí sí que cabe hablar de SU ESENCIA, ya que en caso contrario, el filósofo moriría de inanición y dejaría de SER EN ACTO, que no en POTENCIA ARISTOTÉLICA).

No todo es dar clases en la Universidad. No vaya usted a creer. Ahí tenemos a Podemos y a Ángel Gabilondo. Coletas catódicas -con tremendo drama sentimental estilo Gran Hermano incluido- y un metafísico en la Comunidad de Madrid. Pasamos de la Razón Pura (Kritik der reinen Vernunft) a la Razón Práctica (Kritik der praktischen Vernunft). Kant se regocija en su tumba y amenaza con salir por fin de Könisberg (hoy, Kaliningrad).

Lo en sí, el para sí y el a priori se resumen en el "Cómo Como", superándolo. Un simple acento marca la diferencia.

La cosa se complica si tenemos en cuenta que la mayor parte de los seres humanos nacen en la pobreza. Una gran parte de su energía, los mejores años, se malgastan intentando abandonar la miseria. Casi nadie trabaja en lo que le gusta o satisface. Incluso en el rico Occidente. El resto del mundo es aún peor.

¿Cómo hablar de libertad si apenas podemos dedicar tiempo a nosotros mismos o al perfeccionamiento del espíritu? Todo se nos va en cuestiones alimenticias.

Andrea Craviotto arribó al puerto de Nueva York en 1902. Traía consigo sus raídas ropas, un triste hatillo y un puñado de monedas. Pero era inasequible al desaliento.

Aconsejado por otros compatriotas que conoció en el barco, Andrea se dirigió al Mercado Central. Buscó un puesto de fruta -el más humilde-, y se sentó a esperar. Al atardecer del primer día, adquirió 4 manzanas de sexta categoría.

Pasó toda la noche lustrando las manzanas hasta hacerlas parecer de quinta categoría. Al alba, cuando comienza la actividad de los parias de la tierra, Andrea consiguió colocar las manzanas de sexta categoría como si pertenecieran a una categoría inmediatamente superior.

Con las ganancias obtenidas, el bueno de Andrea adquirió 9 manzanas de sexta categoría. Comió una (la más estropeada) y repitió la operación una y otra vez, una y otra vez.

Tres meses después, Craviotto compraba cajones de manzanas de tercera categoría y, mediante SU SISTEMA, las vendía como si fueran de segunda.

Dormía en el suelo, se alimentaba de desperdicios. Ahorra cada céntimo para reinvertirlo en el negocio: la magia del interés compuesto para pobres. Una voluntad de hierro. Inquebrantable.

A los seis meses, Andrea recibió un telegrama procedente de il suo paese. Su tía Antonia había muerto repentinamente sin descendencia y le dejaba todos sus bienes. Heredero absoluto.

¡A tomar por culo las putas manzanas!

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