El butoh es un lamento bailado, un
retorcerse en nuestra condición humana. Sus creadores se inspiraron en los
movimientos de los cuerpos moribundos que se arrastraban entre los escombros
tras las detonaciones nucleares.
Tuve la suerte de traducir textos de Mishima y en mis
años de estudiante coincidí con Tamaki Otani, un excelente guitarrista de
Hiroshima, precisamente. Aún guardo como un tesoro las partituras que Tamaki
escribía a mano con las plumas de caña y la tinta que se utiliza para la
fascinante caligrafía japonesa. Un arte mayor.
Siempre he sentido un gran respeto por la cultura
tradicional del país del Sol Naciente, una cultura elegante y minimalista,
vinculada a un pensamiento panteísta. Dios está en todas las cosas. Todos somos
dioses.
El butoh pretende "cansar la mente",
eliminar el ego de la ecuación y abrir las puertas del subconciente. Occidente,
que está profundamente enfermo (lo más inquietante es que no suele darse
cuenta) haría bien en beber de estos cálices.
Y haría bien en recuperar alguna clase de pensamiento
ritual, aunque solo fueran rituales de agradecimiento por el simple hecho de
estar vivo. La vida es un fenómeno altamente improbable. Como lo son el amor o
la amistad a cambio de nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario