miércoles, 2 de octubre de 2019

Tango del adiós

No hay que preocuparse mucho por el tango, porque el tango te espera. Lo que haga falta. Si vives lo suficiente y con la suficiente intensidad, saldrá a tu encuentro. Te atropellará al cruzar una esquina. Te clavará un cuchillo y ni siquiera lo verás venir... entonces, che papusa, te acordarás de mí. Caminarás por esa misma calle, pasarás por la puerta de mi casa y sentirás un vértigo exterminador en el alma.

Cuando vos ya no seas Margot ni tan siquiera mi Margarita. Y esa fila interminable de pretendientes que hoy te acosan y te desvelan se haya disuelto en el viento. Entonces puede que te acuerdes de cuando noqueabas a diestro y siniestro sin hacer prisioneros como si los hombres -todos ellos-, te debieran algo. Y salías a festejar entre copas y sones de guitarras en noches sin final.

Nunca conocí a nadie que sedujera con tanta facilidad, sin esfuerzo alguno, como hacías tú. A hombres y mujeres. A quien se te cruzara por delante: todos querían poseerte. Hasta a los perros seducías. Claro, como que tenías modos de gata.

Tal vez fuese tu corazón de cristal, frágil y esquivo desde la tarde en que supiste que tu padre ya no iba a regresar del mar. Tu corazón arisco, herido de muerte. Tu alma de niña congelada en el tiempo que todos querían amamantar.

Y mis ojos salobres al ver la tierra que no cambia retornarán a ti esa misma noche. Una sombra. Alguien al que solo viste una vez al cruzar la calle, que apenas pasó por tu vida. La inesperada amabilidad de los extraños. El anhelo de lo que sentimos al mirarnos, al besarnos con esa fuerza de la tierra, hasta hacernos sangre... pero yo habré partido. Viviré en el recuerdo de una vida juntos que nunca existió. Y no sé cómo, no sé cuándo, siempre estaré a dos cuadras de distancia de vos. Afilando el facón en silencio, lentamente, trenzando esculturas con el humo del cigarro, velando tus pasos de emperatriz de la noche sin que nunca aciertes a notar mi presencia. Para que nada pueda volver a herirte. Sí. Este amigo ha de jugarse el pellejo por vos, Reina, cuando llegue la ocasión. Tan lejos, tan cerca.

Moriré conmigo. Solo. Sin confesión y sin Dios. Acurrucao en mis penas como abrazao a un rencor. Y, como los hombres solemos hacer, seré infiel a tu memoria en el último instante.

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