Tus manos viajan lejos de mí y el mundo sigue andando. Aun de amanecida. Pero ya no es el mismo mundo. Los sueños han sido proscritos. Las guitarras, que se habían vestido de fiesta, enmudecieron. No se oyen pájaros ni risas de niños a lo lejos, solo el imperceptible compás de mi sangre.
Un inmenso páramo. Donde solía estar el corazón, un inclemente agujero por donde se cuela el viento. Un viento sordo, helado, de no estás en casa. La callada soledad de las tazas de café. Tu silla frente a la mía me mira fija, grismente y tiene una particular forma de sufrir.
Nada. Una nada preñada de todo. Dos anillos de ceniza.
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