Nadie debería conformarse con un amor que no desee bailar contigo en la cocina. A todas horas. Swing, tango y fandango si se tercia. Bailar porque sí. Por respeto a Dios y a las cosas importantes de la vida.
Y que sonría sin motivo o con todos los motivos. Que no pare de sonreír. De puro agradecimiento y asombro de estar vivos. Eso mereces. Eso merezco.
Porque la vida es altamente improbable. Tú y yo, y el resto de los seres vivos no deberíamos estar aquí. No. Lo normal es la nada, la nada más absoluta, el silencio, la perfecta quietud de la muerte. Eso es lo normal en el Universo. Nada de nada. Ni una sola palabra.
Me he hecho sangre en las manos golpeando las puertas del cielo. Sangre. Y mi sangre es factor 0 RH negativo, de la que no hay en los hospitales. A veces pienso que vine de otro planeta: lo que vi en este mundo hiela el corazón.
No busco más. Nunca más. No hay otra persona que entregue tanto cuando ama, no sé amar de otra forma. Desmedida, infantil, como si nadie hubiera amado antes sobre esta tierra inmisericorde que gira y gira con sus vivos y sus muertos. Que nunca dice nada.
No busco más. No hago más esfuerzos para guiar la nave y reorientar las velas trasluchando. Me duelen los brazos y el alma de tornar el gobernalle solo. Me arden los ojos en busca de ríos dulces donde hacer aguada. Esta vez, que decida la corriente a qué playa he de arribar. Cuándo y dónde. Odiseo está cansado.
Que decida el azar. Y los azahares.
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