Me despedí como corresponde de este magnífico navío. Vivir solo es una experiencia radical. Creo que no llegamos a conocernos suficientemente ni nuestras potencialidades hasta enfrentar la soledad, que es una metáfora de la muerte.
El hombre contemporáneo está siempre acompañado, hay demasiado ruido como para poder escuchar la música de las esferas.
En siete años justos este navío con el velamen desplegado a norte, cuarta al noreste, me ha visto escribir dos libros, compartir con Pablo su ser artista, cantar tangos febrilmente, amar y ser amado con fervor de Buenos Aires, trabajar cientos, miles de horas. Caminar kilómetros de soledades, cocinar para mí y para mis amores, trenzar proyectos de toda suerte y condición. Hasta ganar y perder auténticas fortunas en bolsa y al póker!
Siempre en cubierta. El invierno pasado no encendí la calefacción ni un solo día: me dije que no hasta terminar de escribir La gran diagonal. Y aquí estoy.
Para surcar los siete mares se precisa un bajel bien marinero, la rabia de vivir... y la amabilidad de los extraños.
Que los alisios os sean propicios, proa a vuestro destino que como la vida, como la muerte, no se detiene.
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