miércoles, 27 de julio de 2022

Filosofía

Dos personas me han comunicado este verano que sus respectivos hijos comenzarán a estudiar filosofía en septiembre. Hijo e hija. Dos rebeldes. Lilith y Barrabás. Contra Te Super Te! Contra Dios si es preciso...!

Filosofía. No Big Data, Marketing neuronal, Telaclavodoblading o Comotetanguing.

Ya el mundo tiene suficientes ingenieros, consultores y gente útil. O supuestamente útil.

El anuncio de estos dos futuros expertos en inutilidad colma mi corazón de gozo.

Los necesitamos como agua de mayo. Necesitamos gente que piense la totalidad desde lo no práctico, que se enfrente al agujero negro del pensamiento uniforme.

Todo el mundo se equivoca. Son las ideas las que mueven el mundo. Algo tan profundamente inútil como la fe.

Necesitamos repensar la alienación que ha hecho de la vida humana una carrera de ratas sin sentido, que ha escrito los epitafios mucho antes de la muerte de todos: "Aqui yace X, que cometió el mayor pecado que cabe concebir: desperdició su talento, su fuerza, sus sueños realizando tareas prácticas. Nunca arriesgó lo más mínimo ni creyó en sí mismo, en nada o en nadie. Jamás se atrevió a cortar la correa de la esclavitud. Deja mucho dinero en cuenta sin gastar y toda la vida intacta sin usar. No amó ni fue amado. Pagó sus impuestos en tiempo y forma. Nunca envejeció porque jamás fue joven e inmortal".

Como especialista en saberes completamente inútiles, doy la bienvenida a estos dos nuevos miembros de nuestra hereje y gloriosa hermandad! Los verdaderos inútiles cantamos tango, bailamos en balcones al amanecer y cuando amamos, matamos.

SAPERE AVDE. HIC ET NVNC!

martes, 19 de julio de 2022

Manuel y Concha

Manuel nació en un pueblo de Córdoba, en una familia de campesinos. Pobres hasta decir basta. Siempre estuvo fascinado con los aviones. Desde que vio "El águila solitaria" de Billy Wilder en un cine de Puente Genil se prometió que algún día sería piloto, piloto de su propio avión.

En los años cincuenta, en plena posguerra, aquello era poco menos que un delirio. Pero Manuel era testarudo y era un hombre de una pieza. Trabajó como una mula, como tres mulas, hasta que logró pagar la entrada de una avioneta Fiat, un resto de la Guerra Civil. Y aprendió a pilotarla solo. Todo lo hacía solo. Aprendió mecánica también. A ver... los pilotos de aquella época tenían que conocer su avión como la palma de su mano.

Manuel estaba enamorado de Concha, una niña bien de Montilla. El padre de Concha lo odiaba: odiaba a aquel pretendiente que no tenía más que sus sueños, una avioneta de la que debía la mayor parte y un ser torero y echao palante que no se podía aguantar. Lo habría aplastado como a una chinche... ¡a su niña, ese muerto de hambre! Lo habría aplastado DE HABER PODIDO, porque menudo era Manuel... mejor no enfadarle. Tenía puños de hierro y era fuerte como un campesino.

Así que él no podía pasar por casa de Concha para verla. Se las ingenió para coincidir con ella en sitios estratégicos del pueblo y quedaban a una determinada hora. Entonces Manuel pasaba con la avioneta jugándose el tipo y la saludaba. Como estaba un poco loco, cuando veía a su amor hacía piruetas que iban mucho más allá de su dominio del avión. Una de dos... o aprendía o se mataba. Pero estaba decidido a que ella cayera desmayada en sus brazos. Como Garcilaso de la Vega tomando una fortaleza. Poner las almenas en fuego o morir a hierro.

Andando el tiempo, Manuel compró otro avión, y luego otro, y otro más. Montó una empresa de fotografía aérea que fue pionera y única en España. Concha, Doña Concepción, nunca olvidó a aquel muchacho. Y Manuel logró su mano. Se casaron, tuvieron seis hijos y se hicieron millonarios. Millonarios de verdad.

Concha aprendió a pilotar también. Fue la primera mujer en pilotar en una empresa comercial española que no fuera aerolínea. Lo hizo para estar con Manuel. En el aire, en tierra, a todas horas. Como cuando Manuel pasaba en vuelo rasante por Montilla arriesgando la vida solo para saludarla. Y ella sentía que el corazón se le salía del pecho.

Doña Concepción se ocupaba de que Manuel pilotara como si estuviera en el salón de casa. De hecho... en una tormenta sobre Soria la puerta de Manuel se estropeó en pleno vuelo. Y a Concha se le ocurrió atrancarla con una pata de jamón. Es que a Manuel le pirraba el jamón. Coño, que estamos en España.

Manuel se fue antes que Concha. Y ya en el hospital, rodeado de todos sus hijos, que lo querían con locura -porque todo lo que tenía de valiente y alocado Manuel lo tenía de generoso y entregado-, ya no podía hablar.

No podía hablar porque ya se iba de esta vida. En presencia de toda su familia, Manuel hizo un último esfuerzo supremo con esa sonrisa de mozo aceitunado que salta a la plaza a torear sin saber, de espontáneo... estiró su mano derecha y miró a Concha con un cariño sobrenatural. Habían estado toda la vida juntos.

Señaló al cielo como diciendo "te espero allí, allí estaré lo que haga falta hasta que vengas"... ellos, que habían surcado juntos todos los cielos de España cuando volar era un arte.

Doña Concepción lo miró, sonrió y lloró por dentro. Lloró de alegría y de pena. Y se deshizo en besos como soles, de viento en vez de agua.

sábado, 2 de julio de 2022

Despedida

Me despedí como corresponde de este magnífico navío. Vivir solo es una experiencia radical. Creo que no llegamos a conocernos suficientemente ni nuestras potencialidades hasta enfrentar la soledad, que es una metáfora de la muerte.

El hombre contemporáneo está siempre acompañado, hay demasiado ruido como para poder escuchar la música de las esferas.

En siete años justos este navío con el velamen desplegado a norte, cuarta al noreste, me ha visto escribir dos libros, compartir con Pablo su ser artista, cantar tangos febrilmente, amar y ser amado con fervor de Buenos Aires, trabajar cientos, miles de horas. Caminar kilómetros de soledades, cocinar para mí y para mis amores, trenzar proyectos de toda suerte y condición. Hasta ganar y perder auténticas fortunas en bolsa y al póker!

Siempre en cubierta. El invierno pasado no encendí la calefacción ni un solo día: me dije que no hasta terminar de escribir La gran diagonal. Y aquí estoy.

Para surcar los siete mares se precisa un bajel bien marinero, la rabia de vivir... y la amabilidad de los extraños.

Que los alisios os sean propicios, proa a vuestro destino que como la vida, como la muerte, no se detiene.