viernes, 26 de agosto de 2022

Cartas de Ultramar I - Línea 4

La línea 4 fue la puerta a la libertad. Once pesetas y atravesar la ciudad recorriendo sus tripas, buscando vaya a saber qué. Una aventura, un amor loco y extraordinario, algo que haga que los días no sean uno exactamente igual a otro.

Alfonso XIII, Prosperidad, Avenida América, Diego de León... el barrio de Salamanca al completo, Colón, los bulevares y Argüelles.

Conocí a una compatriota en aquellos años que hacía el mismo recorrido. Ambos éramos fragmentos de una nave que había estallado en vuelo. La tormenta apenas dejó nada en pie. Un viento gélido, la rabia, el furor del propio Dios... Se llevó a todos. ¿Para qué sobrevivir? ¿Por qué? No hay tangos suficientes en el mundo para volverlos a la vida.

Todos esos malditos libros que lees... ¿Para qué sirven si no explican por qué se muere la gente? Dime algo que sirva para calmar el dolor de estar vivo, este regusto a metal. Dime alguna cosa que sirva para seguir viviendo sabiendo que no volveré a verte. Una.

Me llevó a su casa en Santa Susana, en los límites de la ciudad. Compartía el piso con otra chica. En la puerta de su habitación había un cartel que decía «Contra la depresión... ¡Poesía!». Estaba escrito con letras de niña. Entonces supe que algunas personas vivían en un planeta de vapores de llanto.

Era mayor que yo. Creo que fue la primera vez que vi a una mujer ataviada como para bailarse todos los tangos de la ciudad. Medias de red, zapatos de tacón. Yo era un adolescente. Ella me invitó a fumar. Estaba realmente hermosa. Una mujer hace el amor con su cigarrillo, lo acaricia dulcemente entre los dedos: nunca he podido resistir esa tentación de abrazarlas, de acompañarlas a casa, de besar sus esculturas de humo. Mucho más frágiles que un segundo.

Pasamos toda la noche juntos. Me habló de sus sueños, me contó que todos los hombres que había conocido intentaban salvarla, pero agregó que «nadie salva a nadie. Nadie puede hacerlo, ¿entiendes?», y se derrumbó entre mis brazos como una muñeca cansada de jugar a vivir. Tan lejos del río. Tan lejos de los amigos. Tan lejos de todos aquellos que amamos hasta hacernos sangre.

Me alejé despacio, casi en silencio. O quizá fue ella quien no quiso arrastrarme a su abismo de desayunos empapados en tristezas. No lo sé. Era una paloma de ciudad.

Línea 4. Al salir, no obstruyan las puertas.





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