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viernes, 8 de abril de 2016

Susana Gutman

Ayer asistí a una conferencia magnífica sobre Maimónides pronunciada por la profesora Susana Gutman. Fue un momento mágico. Con voz suave, estudiadas pausas y una declamación propia de quien fue actriz en otra vida, Gutman transportó a un extasiado auditorio por las tortuosas calles de una Córdoba que ocupó un lugar central en el mundo medieval. La ciudad de las maravillas mientras Europa vivía la noche oscura del alma.

"Es preferible el olor de la tinta de los sabios a la sangre de los mártires"... La edad de oro del Islam. Un faro de conocimiento que iluminaba el mundo y, en el centro de ese universo, Córdoba. Una urbe de más de 200.000 habitantes y una biblioteca que competía en esplendor con la de Alejandría.

Gracias al ímpetu de Córdoba el saber griego clásico y los conocimientos del periodo helenístico no se perdieron. Los presocráticos, Platón y Aristóteles, Epicuro, Zenón de Citio. Pero también Eratóstenes y Ptolomeo. Sin el esfuerzo de traducción e interpretación se habría roto el nexo con el mundo antiguo.

En ese ámbito se desarrolló la obra de Moshe ben Maimon o Mūsā ibn Maymūn, también conocido como Rambam (Rabbeinu Moshe Ben Maimon). Maimónides fue un verdadero erudito de su tiempo y su influencia se proyecta durante siglos, alcanzando la actualidad.

En el pensamiento judío resulta especialmente destacable la "lucha con Dios", la necesidad de encontrar una explicación racional a la existencia, al bien y al mal, así como a la intervención divina en la historia. De ahí el Talmud, los comentarios a los escritos sagrados realizados por grandes pensadores del judaísmo.

Racionalidad y fe. La necesidad de creer y la evidencia científica. Un Dios que interviene en determinados momentos y en otros guarda silencio. La influencia de Aristóteles, el príncipe de los ingenios del mundo clásico. Y un soldado universal como Alejandro Magno que tiene al Estagirita como mentor. Exactamente igual que los políticos de hoy en día.

La Mishnah Torah, una compilación de todas las opiniones normativas de la ley judía, el gran legado de Maimónides.

Su día a día. Médico, astrónomo, matemático, filósofo. En un tiempo en el que el saber no estaba compartimentado y aislado. Sartre habla del "Autodidacto", que estudiaba solo y había comenzado por la letra A del diccionario, sabiendo quién era Artemisa pero desconociendo quién era Zeus.

Científicos como Bertrand Russell o Albert Einstein encarnan este ideal de conocimiento enciclopédico donde nada humano resulta ajeno.

Susana Gutman nos transportó a un mundo perdido que aún late con fuerza. El élan vital del que hablaba Henri Bergson. Ese impulso luminoso brilla con especial intensidad en Maimónides, cuya obra refleja los avatares de una vida errante. Como tantos judíos a lo largo de la historia. Queriendo pertenecer.

Y lo hizo con especial serenidad. Casi en un susurro, como agua que fluye en un sombreado jardín de Córdoba. La luz del genio humano sobreponiéndose a todas las adversidades del viaje. Dando la mano a los que vendrán, a los que descubrirán las maravillas de este mundo una y otra vez. Tal vez en la repetición del asombro duerma escondido el sentido último. Aquello que la razón roza pero no llega a aprehender y el arte no comprende pero es capaz de evocar.

Por cierto, yo no habría experimentado asombro alguno sin ella. Susana Gutman es mi madre. Sin su gelatina de frambuesa y su tarta de chocolate me quedo en nada.












jueves, 31 de marzo de 2016

Del arte

Mi padre, el pintor y escultor Abel Rasskin, inaugura esta tarde una exposición magnífica. Papá siempre creyó en el poder redentor del arte, no solo para curar almas, sino para trascender, para acercarse a un mundo onírico anterior a nosotros mismos.

Hay componentes comunes en el sentimiento religioso y el arte. En este último no cabe encontrar la sed de control de las conciencias. El arte es una parcela de libertad única, todo puede decirse, todo puede representarse. No hay necesidad de ser políticamente correcto. Es la contracara del dictatum religioso.

1978. Recién llegados. Papá me invita a acompañarle a una inauguración en Zaragoza. Fiesta. Falto al colegio. Viajamos de noche en un coche absurdo y en medio del camino se apagan las luces. Sobrevivimos de milagro. Nos para la Guardia Civil a la altura de Ariza. El funcionario revisa nuestra documentación... ¡Ah... la Panamericana! dice. Sí, de allí venimos. De Panamérica. Ojalá fuese así, otro gallo nos cantaría.

La exposición se hace en una galería del centro de la ciudad. Tras aquel viaje siempre me sentí extrañamente bien en Zaragoza. No solo la ciudad, sino su gente, recia y con un humor contagioso. El único nombre de ciudad que se acentúa en todas las sílabas. ¡Zá-rá-gó-zá! Gracias a Olga Manzano y Manuel Picón, coincidiría años después con Labordeta, "el abuelo" como le llamaban en su terruño. Una persona mágica, un maestro.

La galería se llama "Libros" y comparte espacio con una librería del mismo nombre. Mucho más tarde, mis hijos dormidos en el coche y transitando caminos infernales, descubriría por casualidad que existe un pueblo turolense llamado Libros.

Llegamos. Nos atiende el dueño. Lo recuerdo como un tipo simpático. Con un marcado acento aragonés oigo que le comenta a mi padre que se ha vendido un trabajo. Mi progenitor guarda la compostura.

En cuanto se marcha, nos damos un abrazo de oso ruso. Como el que se dieron las tropas del Ejército Rojo cuando cerraron el cerco de Stalingrado. ¡Una venta...! Como decía el viejo Manuel, ¡este mes comemos con aceite! Vender un cuadro, que te paguen por dar un concierto, todo eso siempre tiene un halo mágico. ¿Cobrar por desnudar el alma...? Qué extraño. Se cobra por vender algo que la gente necesita imperiosamente. Con plusvalías. Una casa, por ejemplo. La compras a X y la vendes a X + Y. Le aplicas un beneficio industrial. Y eso está bien visto. O bien, en tiempos de penuria, si acaparas penicilina como en el Tercer Hombre y la vendes multiplicando su precio de compra por 100 o 500 también está bien. Eres un emprendedor. Dinamizas la economía. Si tienes jornaleros en el valle del Guadalquivir en pleno año 2016 y les pagas 2,5 euros la hora eres un tío cojonudo. Viste una oportunidad en el hambre de unos desgraciados y la aprovechaste. Eres el más listo de la clase. Nadie te dirá nada, porque aunque eres un hijo de la gran puta, lo tuyo es legal. Pero el arte.... ¿a quién le interesa el arte en este mundo de lobotomizados pegados a una pantalla? Un mundo donde la gente desconoce o teme la realidad. ¿Para qué sirve el arte? Para nada útil, me temo. El arte incomoda. Estorba. No sea que vayas a encontrarte contigo mismo al doblar la esquina y no seas capaz de reconocerte.

Por la tarde mi yo de 13 años recién cumplidos, mucho más cerca de mí que ahora con 51, se quedó en la librería leyendo cuentos de Tolstoi. Recuerdo haber leído el cuento del mujik al que se le aparece el diablo en medio de la estepa, convenciéndole de que corra en dirección al horizonte: hasta donde logres llegar antes de que caiga el sol... toda esa tierra te daré. Y el mujik se lanza a lo loco. No puede parar de correr, quiere más y más tierra. Se vuelve ambicioso. La ambición se torna enfermedad. Al final del viaje le espera el diablo, que ha cavado un hoyo. Destrozado por la carrera, el mujik se precipita en su interior. Ante la mirada desesperada de aquel condenado, el diablo echa tierra con una pala: "Esta es toda la tierra que necesitas". Un viaje plagado de señales. Como bien dice la Biblia, qui potest capere capiat.

Papá querido, viejo compañero, hoy estaremos todos contigo. ¡Hasta vendrá Iván desde Montpellier! Junto a tu nueva travesía, tu inmenso talento y tus valores. Valores verdaderos. Permanentes. No negociables. Que no cotizan para los marchantes de almas.

Ole y reole.