Ayer asistí a una conferencia magnífica sobre Maimónides pronunciada por la profesora Susana Gutman. Fue un momento mágico. Con voz suave, estudiadas pausas y una declamación propia de quien fue actriz en otra vida, Gutman transportó a un extasiado auditorio por las tortuosas calles de una Córdoba que ocupó un lugar central en el mundo medieval. La ciudad de las maravillas mientras Europa vivía la noche oscura del alma.
"Es preferible el olor de la tinta de los sabios a la sangre de los mártires"... La edad de oro del Islam. Un faro de conocimiento que iluminaba el mundo y, en el centro de ese universo, Córdoba. Una urbe de más de 200.000 habitantes y una biblioteca que competía en esplendor con la de Alejandría.
Gracias al ímpetu de Córdoba el saber griego clásico y los conocimientos del periodo helenístico no se perdieron. Los presocráticos, Platón y Aristóteles, Epicuro, Zenón de Citio. Pero también Eratóstenes y Ptolomeo. Sin el esfuerzo de traducción e interpretación se habría roto el nexo con el mundo antiguo.
En ese ámbito se desarrolló la obra de Moshe ben Maimon o Mūsā ibn Maymūn, también conocido como Rambam (Rabbeinu Moshe Ben Maimon). Maimónides fue un verdadero erudito de su tiempo y su influencia se proyecta durante siglos, alcanzando la actualidad.
En el pensamiento judío resulta especialmente destacable la "lucha con Dios", la necesidad de encontrar una explicación racional a la existencia, al bien y al mal, así como a la intervención divina en la historia. De ahí el Talmud, los comentarios a los escritos sagrados realizados por grandes pensadores del judaísmo.
Racionalidad y fe. La necesidad de creer y la evidencia científica. Un Dios que interviene en determinados momentos y en otros guarda silencio. La influencia de Aristóteles, el príncipe de los ingenios del mundo clásico. Y un soldado universal como Alejandro Magno que tiene al Estagirita como mentor. Exactamente igual que los políticos de hoy en día.
La Mishnah Torah, una compilación de todas las opiniones normativas de la ley judía, el gran legado de Maimónides.
Su día a día. Médico, astrónomo, matemático, filósofo. En un tiempo en el que el saber no estaba compartimentado y aislado. Sartre habla del "Autodidacto", que estudiaba solo y había comenzado por la letra A del diccionario, sabiendo quién era Artemisa pero desconociendo quién era Zeus.
Científicos como Bertrand Russell o Albert Einstein encarnan este ideal de conocimiento enciclopédico donde nada humano resulta ajeno.
Susana Gutman nos transportó a un mundo perdido que aún late con fuerza. El élan vital del que hablaba Henri Bergson. Ese impulso luminoso brilla con especial intensidad en Maimónides, cuya obra refleja los avatares de una vida errante. Como tantos judíos a lo largo de la historia. Queriendo pertenecer.
Y lo hizo con especial serenidad. Casi en un susurro, como agua que fluye en un sombreado jardín de Córdoba. La luz del genio humano sobreponiéndose a todas las adversidades del viaje. Dando la mano a los que vendrán, a los que descubrirán las maravillas de este mundo una y otra vez. Tal vez en la repetición del asombro duerma escondido el sentido último. Aquello que la razón roza pero no llega a aprehender y el arte no comprende pero es capaz de evocar.
Por cierto, yo no habría experimentado asombro alguno sin ella. Susana Gutman es mi madre. Sin su gelatina de frambuesa y su tarta de chocolate me quedo en nada.
viernes, 8 de abril de 2016
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