domingo, 4 de octubre de 2009

Cuando se muere la carne, el alma se queda oscura


Se apagó la voz de Mercedes Sosa. “La Negra”, como se la llama afectuosamente en la Argentina, no volverá a electrizar a públicos de toda condición con la belleza de la sencillez. Hoy se nos va un símbolo, el reflejo de una época que abarca cuarenta años de vida latinoamericana. Desde el triunfo de la revolución cubana, la muerte del Ché en Bolivia, hasta las dictaduras de los setenta y la restauración de la democracia.
Mercedes Sosa conforma el paisaje sonoro de años cruciales. Además, es el acompañamiento natural de mis primeros recuerdos.

Se me está haciendo la noche
en la mitad de la tarde.
No quiero volverme sombra,
quiero ser luz y quedarme.

Escuchaba estas palabras cuando era niño y aún no entendía qué significaba la muerte. Ahora sé qué significa, pero sigo sin entender. No podía dejar de escucharlas una y otra vez mientras las lágrimas surcaban mi rostro. Misterio de estar vivo.
Al igual que en Totó la Momposina, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra o Nicomedes Santa Cruz, en Mercedes Sosa vibra una América ancestral. El lamento y la sabiduría de razas aniquiladas en una orgía de sangre. Un holocausto que no encuentra productor en Hollywood. Que importa poco y nada. Culturas enteras que fueron barridas del mapa a mayor gloria de Europa.

Me acusas de no quererte►♫
No digas eso
Tal vez no comprendas nunca, viday
Por qué me alejo

Una historia de caminos polvorientos, de adioses, de fuegos en medio de la pampa, de derrotas, de silencios. Y, sin embargo, de triunfo sobre lo inevitable. De Orfeo femenina que regresa de los infiernos. De un sueño lejano y bello.
La Negra Sosa vivirá siempre en el corazón de los pueblos. Su voz acaricia y roe. Cura el alma e invoca el insomnio.
Porque ella canta con la genuina, intensa, arrolladora emoción de aquello que no necesita ser explicado.

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