sábado, 21 de julio de 2012

Fuimos


Después de tanta lluvia, encontrarte así, de repente, sin previo aviso. Nos quisimos tanto, por las esquinas, en los portales, en los cafés de un Madrid que despertaba. No sabíamos vivir separados. La primera vez te esperé para ver Missing, la película de Costa-Gavras sobre los desaparecidos en Chile, en un cine de Fuencarral. Recuerdo que llegaste tarde y que llevabas unas botas rojas que te hacían resbalar a las primeras de cambio, tanto es así que tenía que sostenerte en el aire (para mi gozo). Me quedé observándote. Eras tan guapa que quitabas el sentío: eras una bailaora. Siempre que he querido recordarte lo he hecho así, te he imaginado bailando por bulerías undós-undostrés-cuatrocincoséis-sieteochonuevediéz! y con el pelo recogido, como en aquella foto en la que aparecías junto a tu hermana pequeña. O aquella otra que te hizo Natalia en La Alhambra y que me gustaba encontrar traspapelada entre mis cuadernos pentagramados. Menos mal que Boabdil no llegó a conocerte. La caída de Granada se habría retrasado, ¡o adelantado! Vaya usted a saber...
Era diciembre. Dentro del cine hacía más frío que en la calle. La insoportable tensión de la historia nos hacía vibrar. Jack Lemmon en su particular descenso a los infiernos, buscando a un hijo luminoso que no volvería a ver con vida. Los amigos del barrio, los maestros de escuela, los poetas pueden desaparecer. Años más tarde recorrería las calles de Santiago y de Valparaíso buscando rastros de fantasmas, pero ya no éramos. Tu vida siguió un camino distinto del mío.
Sin sospecharlo, Malasaña sería el eje de los años compartidos: La Blanqueada, donde oímos tangos y bebimos absenta hasta hacernos sangre, la calle La Palma, los paseos en moto, la casa en la Glorieta de Bilbao 1907, los cafés en otoño, el Maravillas, la Dos de Mayo, con Daóiz y Velarde salvando a España de los franceses, te me irías con un francés a la postre... pero tú aún no lo sabías. Me mirabas y sonreías. ¡Cómo me gustaba verte sonreír! Nos besábamos una y otra vez cuando era extraño hacerlo en las calles cubiertas de neblina y latía el gallo negro. Pero nosotros estábamos a salvo, estábamos juntos. Teníamos todo el tiempo por delante. Todo el mar.

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