lunes, 9 de julio de 2012

La última tanga

Cuando creíamos que ya estaba todo inventado en la historia del crimen siempre hay espacio para la sorpresa. Parece ser que últimamente ciertos bandoneonistas argentinos tienen la sensación de que sus bandoneones han desaparecido. Ya sé, no me digás... En el 510 y en el 2.000 también...

Publicado en Clarín, 09-07-12


El músico Néstor Marconi sentía que estaba en la lista, que en cualquier momento le podía pasar. Muchos de sus colegas ya habían sufrido el robo de instrumentos. “Toda persona que haya pasado por mi casa pudo haberme escuchado tocar el bandoneón”, dijo al especular sobre quién pudo ser el que entró a su casa, en Olivos, el último fin de semana de junio.

Marconi creía que podía ser víctima ya que hace dos años que los bandoneones comenzaron a ser objeto de deseo . Porque están a precio dólar, porque son requeridos por los turistas y porque son costosos y difíciles de conseguir . Tras la Segunda Guerra Mundial se habían dejado de importar.

Durante los cinco días siguientes al robo a Marconi, al menos tres familias tocaron la puerta del luthier Oscar Fischer. Todas querían vender sus bandoneones. Pero Fischer comenzó a preocuparse por la extinción de bandoneones hace más de una semana. “En los 80 y los 90 los músicos viajaban a Europa sabiendo del auge del bandoneón. Iban y armaban una feria en el hall del hotel y vendían todo”, cuenta a Clarín en La Casa del Bandoneón, sobre la calle Salta.

Por eso, en 2004 pensó en impulsar una ley. Y en 2008 se sancionó la Ley de Protección del Bandoneón, que todavía no se reglamentó. “Si los músicos de elite hubieran apoyado la ley y el registro de instrumentos, lo de los robos se podría controlar un poco. Pero se les terminaba el negocio”, según Fischer, para quien la difusión que tuvo la ley hizo que los delincuentes se hayan enterado de lo rentable que podía ser robar un bandoneón.

Norberto Vogel dice que desde noviembre busca todos los días por Internet los cuatro bandoneones que le robaron de su casa. Cada músico asaltado sube a redes sociales y páginas de profesionales fotos y modelos del bandoneón robado. En el ambiente se estipuló un código, que tampoco significa que se cumpla: ningún músico puede comprar bandoneones robados .

Vogel dice que lo fundieron: que se llevaron una inversión de 20 mil dólares y tuvo que endeudarse y sacar créditos para comprar nuevos materiales de trabajo. “No sé cómo los reducen. No sé si se paran en el aeropuerto y los ofrecen, o si los roban por encargo. Cuando quisieron desmantelar los desarmaderos la Policía fue a Warnes. El mundo del bandoneón es mucho más chico que el de las autopartes. Apenas hay 5 o 6 casas que los arreglan, y 3 o 4 locales que compran y venden instrumentos”, comenta.

Además de dar conciertos en tanguerías, Vogel da clases particulares. En noviembre pasado, un hombre lo contactó para que le enseñara a tocar a su sobrino. Tres personas llegaron a su casa de Villa Urquiza: primero entró el mayor, de 65 años, quien lo había llamado, diciendo que sus sobrinos estaban estacionando. Se fue y llegaron los alumnos, ambos de 25 años. Todos vestían de traje. Después de la hora de clase sacaron un arma y un cuchillo. “ Vinieron por los cuatro bandoneones. No me pidieron la billetera, ni electrodomésticos, nada . Hace un mes un colega sufrió un robo igual en su casa de Almagro. Era la misma banda, con el mismo cuento del sobrino”, acotó.

La familia Weckesser lleva al menos tres generaciones de luthiers. Julia es la nieta del alemán Jorge Weckesser, que instaló un taller de reparación y afinación de bandoneones en el barrio de Barracas. “Nos llegan mails en cadena cuando roban un bandoneón. Es una nueva modalidad.

Se está lucrando con un patrimonio cultural. Los bandoneones tienen un número de serie, pero está grabado en la madera, y se puede borrar o truchar tranquilamente ”. Además, al no estar registrados, hasta un luthier con poca experiencia puede pintar, “maquillar” o cambiarle alguna pieza para que el bandoneón parezca otro y pueda venderse en algún sitio de Internet.

Fischer recuerda a un particular que se dedicaba a la compraventa y le robaron de su casa entre 10 y 13 bandoneones. Para él, no hay mafias ni bandas organizadas .En todo caso, hay complicidad . Argumenta que cuando le propuso a sus 480 clientes instalar GPS en los instrumentos, no juntó diez que estuvieran dispuestos a gastar los 600 pesos de instalación.

Además, comenta que han aparecido bandoneones robados en locales de la calle Sarmiento y los barrios de Belgrano y San Telmo. Y que fueron sus propios dueños los que llegaron hasta allí tras sufrir un robo. Los músicos saben que, al igual que el robo automotor, o de ruedas, el de bandoneones cuenta con distintas patas cómplices. De lo contrario, no habría delito.

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