jueves, 4 de octubre de 2012

Octubre

Ayer fue un día magnífico y terrible. El río bajaba con fuerza y la tarde tenía unos colores especialmente vivos. Caminé hasta el jardín de los manzanos del Bien y del Mal, e incluso más allá, pasando la finca de toros bravos. Era una tarde para pasear con mi viejo perro Fidel. Él sabe que está conmigo. Siempre. No me ha visto envejecer.

Comí moras junto a la orilla y guardé en los bolsillos un par de manzanas rojas para la cena. Las preferidas de Pablo. El río tiene extrañas músicas. A veces camina lento y silencioso. Otras, se arranca con furia como una bulería de Antonio. Me detuve a escuchar la cadencia del agua. La mezcla del rumor constante y el viento en los árboles componen piezas deliciosas, únicas, con sus contrapuntos, sus silencios, sus distintas densidades y masas sonoras. Dios está en estas cosas.

Me han dicho que una amiga se muere. Volverá en el canto del agua y en este sol en la espalda. Es difícil pensar en la muerte en esta tarde. Todo a mi alrededor grita vida.

Voy a encender el fuego.

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