domingo, 2 de diciembre de 2012

Fervor de Buenos Aires



Mi hermano Raúl, a quien quiero con locura, me manda este gotán del viejo Buenos Aires. La ciudad con el piso electrificado tiene estas cosas. La voz y el gesto del cantante, Ariel Ardit, me gustan. Físicamente tiene algo de Messi y los pómulos de Perón. Cuando saluda al palco antes de empezar a cantar parece que estuviera dando un discurso en Plaza de Mayo (mucho, mucho...!). Su forma de cantar me recuerda a los cantantes de orquesta de baile, al estilo de los clásicos de la orquesta de Osvaldo Pugliese. Afinación y fraseo impecables.

Me gusta aún más la contundencia, la limpieza de los arreglos y sobre todo el fervor contagioso de los músicos que lo acompañan. Desde el cuatro de entrada que cuenta el pianista, Andrés Linetzky. Atención al comportamiento del público en la modulación del intermedio de presentación de la orquesta y el silencio religioso al recuperar la segunda estrofa, como si todo el mundo la estuviese cantando por dentro. El crescendo en el ritardando final (desde "vos te equivocaste", introducido por los gritos del respetable), la mano derecha del cantante cerrando en "¡vámonos..!" y el teatro que se viene abajo en el último compás te levantan de la silla. ¡Carajo...! Si pueden, escúchenlo con altavoces conectados al ordenador o unos buenos cascos, si no se pierde todo el peso de la baja frecuencia.

Existe una dimensión del tango que es suicida y cansina. Plúmbea. De cornudo llorón e hinchapelotas perdonavidas. Hay otra que es simplemente gloriosa, que elige la vida. Así lo viví en El Cachafaz, un oscuro club de tango de Santiago de Chile.

Da ganas de estar allí. De bailar hasta el amanecer. De conocer a la rara como encendida -pará la mano, prego, que tengo el cartón lleno...- y hallarla bebiendo, linda y fatal. ¡Esta noche, amiga mía! Merci bien pour la soirée!

Raulito, abrí cancha que allá voy.

1 comentario:

Joseba dijo...

Me encanta