De un vuelo sin destino un día me verás. Será dentro de mucho. En otro lugar. La costanera, la playa de San Clemente, las fogatas. No es una máquina de hacer pájaros pero vuela y nos dejará caer en un punto del río, el más ancho del mundo. Lo calcularon, lo decidieron así. Es mucho mejor que enterrarnos en algún lugar de la República, que es muy grande y rica. Hay dinero para todos. Pocos.
Nadie podrá encontrarnos jamás, pero no te preocupes mi amor: yo voy a volver.
Veo muchos pibes de origen judío en el vuelo. El que levantó la mano para que todo esto sucediera también lo es. Un tal Kissinger. Morirá tranquilo en su cama. Las dos puntas. Qué es el mal, el bien. Una prueba más de que los judíos son como el resto de la gente. Ni mejor ni peor.
Qué extraño, no. Soy el primero de la familia que se sube a un avión. Y es para no ir. ¿Te acordás cuando planeábamos ir juntos a Europa? A París, a Roma, a Madrid. De Lisboa mejor no hablar. No va a haber nadie esperándome en el aeropuerto, no estará Manuel y su Seat 132 verde oliva. No lo veré jugar al fútbol. No iremos de gira.
No salgas, no vayas. Mirá bien la calle al cruzar. Quedémonos acá.
Cómo quisiera decir algo que pudiera servirte. No hay una gran verdad, las últimas palabras. El misterio. No voy a envejecer, me iré así: intacto. Es más difícil vivir, créeme. Nunca logré verla venir hasta que se iba.
No me dará tiempo a escribir un libro sobre todo lo que no sé.
Pero me verás volver.
sábado, 30 de noviembre de 2013
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