domingo, 16 de marzo de 2014

A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis)

Los hermanos Coen están en estado de gracia. Descubrir su enorme talento a estas alturas no constituye novedad alguna.

He crecido con ellos. Desde "Arizona baby" o la soberbia "Miller's crossing" -que contiene una de las mejores escenas que he visto en mi vida: mientras suena "Oh, Danny Boy", dos matones intentan eliminar al capo máximo. Un hallazgo. The old man's still an artist with a Thompson... Yes, it is.- pasando por "Fargo", "The Big Lebowski" o la más reciente "True Grit". Cine de altos vuelos y con sello personal. Nada que ver con la basura comercial desprovista de alma a que tristemente nos tiene acostumbrados Hollywood (y otros mercados menores que se miran en el espejo deformado de los sátrapas). Los tiempos dorados quedaron definitivamente atrás. El cine es un negocio que mueve miles de millones y solo responde a la lógica comercial.

El resto de las consideraciones quedan anuladas. Un director de cine responsable de presupuestos indecentes tiene tanta influencia sobre la película como un presidente de gobierno ante los intereses de grandes grupos económicos. Una influencia anecdótica, residual. Son otros quienes mueven los hilos, el director se limita a poner el oficio.

Kubrick, Billy Wilder, Jean Renoir o el primer Wim Wenders no podrían existir en esta época. Nadie produciría sus películas. Aburrirían al personal. No tienen la suficiente dosis de lenguaje soez, sesos reventados y persecuciones a 400 por hora. No hay sexo explícito. Los guiones están bien escritos, los diálogos son vivos, poéticos. Descartados.

Si Orson Welles ejerciera hoy se ganaría la vida haciendo series de televisión y produciría algún magazine en horario de tarde. O se iría a rodar Os Jangadeiros a Brasil y no regresaría.

Jacques Tourneur nunca rodaría "Out of the past", una película inolvidable, soberbia. Todavía me emociona, después de tanto tiempo...

Cine directo al corazón, Streng verboten! El arte actual no puede partirte en dos: ya se encarga la vida moderna de eso.

Los Coen son una excepción en este panorama desolador. Viendo sus películas no se comenta la espectacularidad de los efectos especiales. No hay efectos especiales.

En su creación más reciente, "A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis)", los Coen rozan la genialidad. Una película hecha de detalles: creo haberlo leído en alguna crítica muy acertada. De alguien que sabe mucho más que yo de las cosas esenciales.

Corren los primeros años 60. La era pre-Beatles, que crearon lo que hoy se conoce como "negocio del pop". Llewyn Davis es un cantautor folk que intenta abrirse paso en Nueva York. Las actuaciones son escasas, el dinero es una entelequia.

Hay escenas fabulosas. El caos interno. Al principio fue el caos... Después, también. ¿Tienes un sofá libre?, los minipisos, las cajas de discos sin vender, el gato, la escapada a Chicago, "no veo dinero en eso" le dice el cabronazo del manager sin mover un solo músculo de la cara, la escena en que el protagonista le canta una canción especial a su padre, que está con los dos pies en el otro mundo y no controla sus esfínteres.

La búsqueda del éxito y la constatación permanente del fracaso. La imposibilidad incluso de volver a enrolarse en la vida civil, la de los que piensan que vivir en el cuarto de Horacio y La Maga es para eternos adolescentes irresponsables, porque el caos se ha aliado con el infortunio.

No hay nada que salga bien. Ni de casualidad. Es una imposibilidad matemática.

Y el cierre magistral. Rozar de forma tangencial, sin siquiera saberlo, compartir de forma desincronizada escenario con quien sí habría de estar tocado por la diosa Fortuna. No enterarse siquiera, porque se está en otro lugar. En el lugar equivocado, para no perder la costumbre.

La importancia despiadada de la suerte y el azar. Tú sí. No, tú no, aunque te hagas sangre en los nudillos llamando a las puertas del cielo y estés dispuesto a vender seis veces tu alma al Diablo. Tú no.

Seguir o rendirse. No hay más.



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