martes, 11 de marzo de 2014

Once

Hoy se cumplen diez años de una fecha terrible. Aquel día pude estar en alguno de los trenes pero la suerte quiso que mi trabajo cambiara al turno de tarde.

La primera llamada que recibí fue de mi querido amigo Joseba Lopezortega. Llamaba desde Bilbao y sentí una gran emoción al escuchar su voz de bajo-barítono, de cantante digno de interpretar al wagneriano Wotan o a Orestes en Elektra, de Richard Strauss. Una voz privilegiada.

En un vivo articulo, con su instinto de periodista y hombre atento a los detalles, Joseba recuerda los acontecimientos de aquel día. Lopezortega es persona de múltiples talentos y recomiendo seguir su blog: un bálsamo para la inteligencia y el espíritu en tiempos de penuria mental.

Aún aturdido por la magnitud de la tragedia, me desplacé hasta Madrid a mediodía y presencié el estupor de la ciudad. El lugar donde trabajaba estaba situado relativamente cerca de la sede del PP, en la madrileña calle Génova. Todos saben lo que allí ocurrió. Fui testigo del enfrentamiento entre ambas facciones.

Los partidos mayoritarios al rojo vivo: uno engañando de forma vil y el otro tratando de capitalizar la desgracia. Y en medio la gente.

Porque la gente que viaja en los trenes de cercanías a esas horas son de lo mejor que tiene este país. Son los hijos del pueblo, que está muy por encima del nivel de sus políticos. Aprovechan para echar una incómoda cabezada antes de incorporarse al trabajo o a sus lugares de estudio. La atmósfera es densa, silenciosa. Gente que aprieta los dientes y sigue adelante.

Las decisiones de los imbéciles siempre las pagan las gentes del pueblo. ¿ETA? ¿Conspiración? Nadie ha pedido disculpas. Como si no fuera con ellos. Ahí siguen. Incluso hoy, diez años después y sentencias judiciales de por medio, he oído a personajes cuyos nombres omitiré deliberadamente defender la teoría de la conspiración. Tal vez piensen como Goebbels que el hecho de repetir una mentira una y otra vez termina por convertirla en verdad.

Azores, guerra de Irak, armas de destrucción masiva inexistentes. Acción y reacción. Nada sale gratis, ni en política ni en la vida.

Las víctimas, hermanos, esposas, maridos, padres, hijos, amantes, amigos, han dado una increíble lección  de dignidad, templanza y tensión humana. Han soportado lo insoportable. Junto con los policías, los grupos de rescate, los bomberos, los médicos, los profesionales sanitarios. Y el río de ciudadanos, desbordante, que superó al de la manifestación por la democracia días después del golpe del 23F. Gente de ley.

Porque cuando de solidaridad a ras de tierra se trata, España es el verdadero norte. Todos y cada uno de los pueblos que conforman lo que ha dado en llamarse España. Una mano siempre tendida.

La civilización frente a la barbarie.



1 comentario:

Joseba dijo...

Gracias por citarme en tu texto, Martin, tocándome la fibra que a mi edad ya casi más me gusta. Un fuerte abrazo, me enorgullece tu elogio.
Sobre el 11M como acontecimiento todo esta dicho. Sólo un doble ruego: que no olvidemos el olor de podredumbre de unos pocos, pero también que ese olor pútrido, a moralmente muerto, no se superponga al olor fresco, vital y lleno de coraje de las multitudes, de los ciudadanos, de los pueblos que describes y en los que crees. España sufre una maldición, y en eso creo a veces que es como Rusia: jamás ha tenido unos gobernantes a la altura de su plebe. Estuvo a punto, y fue la Guerra.
Bienaventurados los pobres. Pues claro. La gente es grande.